Capítulo 8: Virginidad mental

Capítulo 8: Virginidad mental

—Hola, dulzura, ¿estás bien? —preguntó mientras observaba mi camisa con una expresión de desconcierto—. Tienes la camisa manchada de sangre...

Bajé la mirada. Tenía razón. Había manchas de sangre seca.

—Sí, es que me sangró un poco la nariz —respondí sin dar más detalles. Hablar de enfermedades siempre me resultaba incómodo, en casa ya tenía suficiente de eso.

—Mami, Bellota y yo vamos a ver películas, estaremos en la sala —dijo Wilson, tomándome de la muñeca y guiándome hacia la sala.

—Vale —respondió su madre—, les haré palomitas.

Me pareció adorable que Wilson le dijera "mami" a su mamá. Eso demostraba lo cercanos que eran.

La sala era sencilla, sin decoraciones ni fotos, lo cual tenía sentido, ya que acababan de mudarse. Solo había un televisor grande, un sofá largo y algunos libros apilados sobre la mesa frente al televisor. Parecía que la lectura era algo común en su familia.

Me senté y recliné la cabeza hacia atrás. Al menos la sangre había dejado de fluir, pero sentía esa incómoda presión en la cabeza y la nariz, como si en cualquier momento volviera a sangrar.

—¿Por qué te sangra la nariz? —preguntó Wilson, sentado a mi lado, mirándome con curiosidad.

Lo miré, pero no tenía ganas de hablar sobre eso, y tampoco sentía que le debiera una explicación. Después de todo, él nunca respondía a mis preguntas. Así que decidí cambiar de tema.

—Oye, ya terminé de leer el libro —dije, sacando el libro de mi bolso y entregándoselo—. Quiero que me prestes otro.

Su sonrisa se amplió, y me pareció adorable cómo se le marcaban los hoyuelos en las mejillas y sus ojos se achinaban cuando sonreía. No podía negar que era bastante guapo.

Aún me sorprendía su afinidad conmigo. ¿Cuántas personas podían decir que el chico popular y guapo era su amigo? Supongo que no muchas.

—Bienvenida al mundo de los locos, señorita Bellota —dijo, colocando el libro en la pila y sentándose en el suelo para buscar otro.

—¿El mundo de los locos? —pregunté, sin entender.

—Sí —respondió Wilson—, una vez que entras al mundo de los libros, ya no puedes salir. Es como hacer un pacto con la vida eterna, porque sentirás que has vivido muchas vidas cada vez que termines uno.

Siguió sonriendo mientras tomaba un nuevo libro y se sentaba a mi lado en el sofá.

—Casi todos los lectores estamos un poco locos, así que bienvenida a la locura. —Me pasó el libro—. Este es de romance.

Miré la portada y sonreí mientras deslizaba un dedo sobre el tulipán rojo que aparecía en ella.

—Me gusta la portada —comenté.

—Es erótico —añadió.

Fruncí el ceño, sin entender del todo.

—¿Erótico? —repetí, esperando una explicación.

—Ya lo sabrás —dijo, con un destello de picardía en los ojos—. Te va a gustar.

—Vale —dije, sin saber que desde ese día perdería la virginidad mental.

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