Capítulo 20: Malas noticias

#MARATON

Capítulo 20: Malas noticias

WILSON WALTER

Mi pecho dolía, cerré los ojos sintiendo como el temor y el dolor se extendía por mi pecho, me volví de repente pequeño, estaba oculto debajo de la cama.

«Superman, superman, superman...»

—¿Wilson?

Abrí los ojos de repente y alcé la cabeza viendo a la señora con una bolsa de papel donde tenía unos pastelitos de queso y una lata de coca-cola. Su rostro sin maquillaje, lucía pesadas y oscuras bolsas debajo de los ojos como si no hubiera dormido en días.

—Sí —susurré en un hilo de voz y me levanté del piso para acercarme a ella sintiendo que me iba a caer en cualquier momento o me iba a desmoronar si ella empezaba a llorar.

«Superman, superman, superman...»

—Borsum apenas despertó y preguntó por ti —dijo de repente.

Aun no sopesaba lo que me estaba diciendo.

—¿Despertó? —pregunté con voz tan frágil que temí que me hubiera roto las cuerdas vocales.

—Sí —sonrió un poco, una sonrisa que no llegaba a sus ojos de lo cansada que estaba.

—Me... me dijeron que había muerto —susurré.

¿Por qué alguien inventaría tal mentira cruel?

El gesto de la señora Jung flaqueó un poco.

—El compañero de su piso falleció esta mañana —dijo—, pero ella está bien, solo son sus riñones, les están fallando.

¿Su compañero de piso?

Entonces entendí que era una habitación compartida, su compañero de piso falleció, no ella.

Sentí que el alma me volvió al cuerpo y las lágrimas que ya estaban contenidas ahí salieron de mis ojos cuando me reí como un completo histérico lleno de felicidad.

Estaba viva.

—¿Puedo verla? —pregunté.

Ella me ofreció una servilleta de los pastelitos de queso que llevaba, tomé uno para sonarme la nariz.

—Sí, claro —dijo—, la dejé un momento porque no he comido nada...

Aún sentía que estaba tembloroso.

Subimos al ascensor, en cuanto entré a la habitación, su madre se quedó afuera desayunando. Noté la cama ya vacía y al lado dividida por una cortina estaba Bellota, sus ojos cerrados, sus labios completamente pálidos entreabiertos, una intravenosa en su mano pasando medicamentos a su cuerpo, tenía la piel amarillenta, pero su ritmo cardíaco que mostraba la máquina me animaba a saber que seguía respirando; estaba viva.

Suspiré de alivio y tomé su mano, la punta de sus dedos estaban algo purpuras e hinchadas.

—Hola —murmuré.

Ella se movió un poco, su ceño se frunció entonces entreabrió los ojos enfocando sus preciosos ojos verde olivas en los míos.

—Hola —murmuró, su voz sonaba muy quebrada—, perdón por no haberte respondido, no vi el mensaje.

—Eres la única que se disculpa por un mensaje cuando te hospitalizan a un hospital —respondí sin poder dejar de sonreír, el alivio que sentía era enorme, como si ahora pudiera respirar con normalidad.

—Perdón si te asusté —continuó.

—Ya deja de disculparte conmigo —me reí—, ¿qué pasó con la Bellota que le daba patadas verbales a la gente?

Ella sonrió un poco, sus dedos acariciar8on los míos.

—No lo hago con la gente que me importa.

Sus ojos enrojecidos se cristalizaron, se veía muy cansada. Aparté un mechó de su cabello y dejé mi mano en su mejilla, tenía la piel muy fría, ella se dejó consumir en mi caricia cerrando los ojos.

¿Era posible que me hubiera enamorado de este chica en el poco tiempo que teníamos conociéndonos? Ella era compleja, tenía un mundo diferente al mío, pero a la vez sus gustos eran los míos y nos complacían las mismas cosas, tenía tantas cosas que enseñarle, teníamos tantas cosas que cumplir... y sentía que el tiempo nos consumía; que iba en nuestra contra.

No sabía como iba a hacer, pero cumpliría su lista de deseos a como diera lugar antes de que fuera demasiado tarde.

Una enfermera entró pidiendo que le diera permiso porque iba a cambiarles unos medicamentos a Borsum así que tuve que salir de la habitación, me encontré con la señora Jung otra vez, ya había comido, se le veía mejor semblante.

—¿Es muy grave? —le pregunté a la señora Jung temiendo por la vida de mi Bellota.

—Necesita un trasplante de riñón, está en una lista de espera desde hace varios meses pero... —suspiró— ella desmejora cada hora, y la lista no se mueve por semanas, meses e incluso años.

Sentí la ansiedad crecer dentro de mi pecho.

«Superman, superman, superman».

—¿Qué se necesita para ser donador? —pregunté con curiosidad.

Ella me miró, esos ojos verde oliva que heredó a su hija me examinaban con minuciosidad cuando dijo:

—Ser compatible.

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