Capítulo 15: Lista de deseos

Capítulo 15: Lista de deseos

WILSON WALTER

Ella se sobresaltó y se echó hacia atrás, golpeando su cabeza contra el vidrio del auto con fuerza. Se quejó un poco, llevándose una mano a la parte posterior de la cabeza. Sus mejillas comenzaron a sonrojarse, y sus ojos se abrieron de par en par, mirándome como si no pudiera creer lo que acababa de hacer.

—Lo siento —susurré, dudando si había cometido un error.

De repente, miró al frente, claramente nerviosa.

—Es... yo... —esbozó una leve sonrisa antes de aclararse la garganta y negar con la cabeza—. Gracias.

¿Uh?

—¿Gracias? —pregunté, sin comprender. Me resultaba un poco graciosa su reacción.

Creo que nunca antes alguien me había agradecido por un beso... o más bien, por un simple roce de labios.

—Es decir... —murmuró mientras se acomodaba el cabello—. Ya tengo que irme.

Iba a abrir la puerta del auto, pero la detuve suavemente por el brazo.

—Espera —le pedí.

Me miró con algo de timidez.

—¿Era tu primer beso, Bellota? —pregunté.

—No —respondió casi ofendida, mientras su sonrojo se intensificaba.

Algo me decía que no estaba siendo sincera.

Me pareció bastante tierno, y la idea de haber sido su primer beso elevaba un poco mi ego.

—Entonces, espera —susurré.

Podía hacerlo mejor.

Sus ojos verde oliva, ahora algo brillosos, se fijaron en mí mientras me acercaba de nuevo. Tomé su mejilla entre mis manos. Ella temblaba levemente, pero no me detuve; la volví a besar. Sus labios eran suaves y un poco fríos.

Esta vez, el beso fue más profundo. Ella abrió la boca, correspondiendo al principio con timidez, pero pronto me sorprendió cuando el beso se volvió completamente apasionado. Se pegó a mi pecho, y mi mano descendió hasta su cintura, notando cómo temblaba bajo mi toque. Su respiración, al igual que la mía, se volvió más intensa, y de repente sentí su mano sobre mi cremallera.

Hey...

Me detuve de golpe, recordando que estábamos frente a su casa. Si seguíamos dejándonos llevar, sus padres podrían vernos, y eso no hablaría bien de mí.

Vaya, pero qué descarada resultó ser la Bellota.

Me alejé un poco, con nuestras respiraciones aún entrecortadas.

—Lo siento —susurró ella, apartando la mano rápidamente, visiblemente avergonzada.

Si no hubiera tenido tanto autocontrol o respeto por ella, no la habría detenido.

—No te disculpes —dije—. Solo que estamos justo frente a la casa de tus padres...

Pasó una mano por sus labios, como si acariciara el recuerdo del beso, y evitó mi mirada, esbozando una pequeña sonrisa.

Creo que era la primera vez que la veía sonreír tanto. Me alegró que la noche no fuera un desastre completo.

—Debo irme —dijo—. Adiós.

Salió del auto antes de que pudiera decir algo más.

La observé hasta que llegó a la puerta principal de su casa, luchando con algo de torpeza para abrirla. De repente, se giró hacia mí y se sobresaltó al darse cuenta de que yo seguía ahí, mirándola. Rápidamente volvió a mirar al frente y cerró la puerta.

Sonreí, relamiendo mis labios. Bellota tenía algo que me encantaba. Con ella siempre me sentía cómodo, como si pudiéramos hablar de cualquier cosa. Ambos habíamos pasado por situaciones difíciles, y tal vez por eso nos entendíamos tan bien.

Conduje hasta mi casa, estacioné en el garaje y, antes de bajarme del auto, noté que algo brillaba en su asiento.

Su teléfono.

Lo tomé, iluminado por las notificaciones de las apps. Mañana se lo devolvería; seguramente ni siquiera se había dado cuenta de que lo había dejado en el auto.

Me acosté en mi cama después de cambiarme, pero no podía dejar de pensar en lo que había pasado esa noche. Así que, impulsado por la curiosidad, empecé a buscar información sobre el lupus. Leí que era una enfermedad donde el sistema inmunitario ataca por error las células y tejidos sanos, dañando órganos como los riñones, el corazón, los pulmones y el cerebro. No tenía cura, pero se podía controlar.

Pensar en que Bellota estuviera lidiando con eso me entristeció. No le daban muchas esperanzas de vida a largo plazo.

Miré su teléfono. Sabía que debía respetar su privacidad, pero la curiosidad me ganó. Lo desbloqueé y abrí la galería. Tenía muchas fotos de coreanos guardadas, pero ninguna suya o de su familia. También vi que le gustaba mucho la música de baladas. Sonreí un poco, pero luego fruncí el ceño al ver una nota destacada en la pantalla principal. Entré y me encontré con algo que decía:

Lista de deseos antes de morir.

1. Dar mi primer beso.

2. Hacer un *crowd surfing*.

3. Conocer a Kim Min-Kyu.

4. Tatuarme.

5. Casarme y tener un bebé.

Sonreí, incrédulo. ¿Una lista de deseos antes de morir? Me sentí melancólico al pensar en lo corto que probablemente sería su tiempo.

Me pasé la lista a mi teléfono y marqué con una palomita verde el número 1.

Desde ese momento, estaba decidido a ayudarla a cumplir todos y cada uno de sus deseos.

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