Nacimiento.
Para mi noveno mes, fui sorprendida con uno de los mayores regalos que me había dado la vida. Mi madre había llegado a la ciudad para quedarse un par de meses con nosotros. Y mis hermanos también habían llegado para el nacimiento de mi hijo, al lado de mis sobrinas y mis cuñados.
-Mamá, no se hubieran molestado -exclamé al verlos.
-Me dijo Antero que nadie podía cuidarte. No podía estar en paz en México sin saber que sería de ti y mi nieto. Los demás sólo permanecerán aquí mientras el bebé nace.
-Gracias mamá, en verdad no sé que sería de mí sin ti -exclamé llorando.
Todo fue planeado pues sería a través de cesaría la forma en la que nuestro bebé llegaría al mundo. Así que hicimos nuestras maletas con anticipación de las cosas que llevaríamos, sobre todo las que Risto necesitaría. Prácticamente ya nos habíamos hecho de ropa suficiente para todo su primer año de vida; accesorios y muñecos. Mi mamá estaba fascinada al ver cómo había quedado el cuarto del bebé y tantas cosas novedosas que le habíamos comprado y le habían regalado.
Una vez que llegó el momento del parto, estábamos muy nerviosos. Era un 4 de julio el día en que Risto llegó al mundo. Yo no sólo por el dolor físico que sufriría, sino por que mi vida estaba apunto de cambiar. Creo que no fue hasta entonces que Antero lo pensó y sintió también. Estuvo en el parto, más no veía otra cosa que no fuera mi cara y tomaba de mi mano. Y entonces se escuchó un llanto de bebé y simplemente supe que era él quien había llegado al mundo aunque nunca antes lo había escuchado y jamás me puse a pensar en que tipo de voz tendría.
Cuando lo vi por primera vez, no podía creer lo que veía. Mayormente mi hijo se parecía a su padre, pero había heredado el cabello oscuro. Sus ojos no eran azules, ni cafés; tenía los ojos verdes, como los de Yefuá. Pero aunque era un bebé, tenía la mirada pesada y matadora de su padre; la nariz de su padre y mi boca. Su cabello, parecía ser lacio y chino al mismo tiempo; desde entonces deduje que sería igual que el de su padre.
-Es muy guapo. Para ser un bebé, es bastante varonil -dijo mi madre al verlo.
-Es tan extraño -comenté con una sonrisa mientras lo acariciaba como una loca embobada ante tanta belleza.
-¡Mira cómo mira! -exclamó mi hermana.
-Tiene la mirada matadora de su padre, pero en diferente color ¿No creen? -comentó mi hermano.
Mis sobrinas lo veían con asombro. Maddie ya tenía casi 6 años y Valery casi 11. Seguían siendo unas niñas pero, creo que entendían que él era un nuevo miembro en nuestra familia. Mientras las veía obsérvalo, algo en mí me dijo que posiblemente no volverían a verse.
Antero y yo estábamos solos. Él no tenia a su familia paterna y el resto de su familia se había ido a Latinoamérica y ya no se hablaban desde que se había casado en secreto. Y yo, tenía a mi familia entera en México. Sólo nos teníamos a nosotros tres para nosotros tres; y la vida se veía complicada desde ese ángulo. Aunque, las más entusiasmadas y nerviosas eran nuestras perras, Lizzie y Nipsu.
Mis hermanos se fueron a las dos semanas de haber nacido Risto. Mi mamá permaneció ayudándome en Finlandia 3 meses y después tuvo que regresar a México. Su visa no le permitió permanecer más tiempo así que tuvo que dejarnos.
En el tiempo que estuvo en Helsinki, Risto estuvo mayormente en sus brazos; aún más que en los míos. Mi madre lo bañaba, lo arrullaba, le daba de comer y le cantaba. Mi mamá también sospechaba que posiblemente no nos volveríamos a ver...
-Deberías seguir escribiendo hija -me comentó un día de claro sol.
La brisa corría por los árboles de color verde claro que había en la ciudad. El cielo era de color rosa y sus nubes tenían toques color violeta. La promesa del mañana se podía respirar en el aire; olía a gardenias. Cerré los ojos y vi a mis personajes.
Vi a los personajes de la historia "Life", intentando entender su vida; pues había dejado su historia inconclusa. Vi a Ariel de la historia "No es lo que parece", atrapado sin escapatoria. Y también vi a Asa, de la historia "Las rosas no son rosas", sintiendo ese taboo que no lo deja dormir por las noches.
Había creado tanto, y algunas de ellas sólo tenían final en mi mente. Cada personaje que he escrito, ha tocado mi corazón. Cada historia que he escrito, ha tocado mi vida. Tal vez la idea de Antero y la idea de mi madre no estaban del todo mal. Finalmente, estaba encerrada en aquella pequeña casa; y fuera de cuidar a Risto, no había nada más que pudiera hacer por el momento.
Esbocé una sonrisa a mi madre, y musité un "Si". Ella parpadeo pensando que sólo le daba por su lado; pero en realidad creo que lo que no me dejó contestarle como debía hacerlo, era la explosión de creatividad que estaba ocurriendo en mi cerebro. Todas esas imágenes, todos esos diálogos que había escuchando antes mientras manejaba o trabajaba; estaban volviendo, como si ellos hablaran en mi cabeza.
El resto del día ayudé a mi madre a prepararse para el viaje. Y fuimos, junto con Risto, a comprar recuerditos finlandeses que mi mamá llevaría de vuelta a México. Descubrimos que los finlandeses comen chocolate con sal, Antero lo confirmó y nos regaló unas bolsas. No sé si mi mamá las comería, yo le regalé las mías a ella.
Pocos días después tras varios meses cuidando de Risto y de mí, llegó el día en el que partiría mi madre. La llevamos al aeropuerto donde las lágrimas silenciosas no cesaron al igual que los abrazos, y permanecimos ahí hasta que el avión despegó. En nuestros corazones sabíamos que no nos volveríamos a ver, así que esos últimos abrazos se marcaron en nuestra piel. Antero nos consoló y nos llevó de vuelta a casa.
Intentó por un mes, consolarnos a través de diversos postres que se puso a preparar para mí. Y a mi hijo le hizo un espectáculo tipo bar tender en el cual sólo preparo su mamila. Risto contaba ya con 5 meses y ese espectáculo le fascinaba.
A la mañana siguiente y aprovechando el buen humor de mi bebé, el cual no poseía muy a menudo, pues era un Valo testarudo; comencé a escribir la novela de Life nuevamente, y Antero lo notó.
-¿Por qué pasas tanto tiempo en el celular?
-Tal vez no lo creas, pero de nuevo estoy escribiendo mis obras.
-¿Ah? ¿En el celular? -expresó confundido.
-Si, hay muy buenas aplicaciones que ayudan a guardar lo que voy escribiendo.
Antero puso una cara extraña, que antes no le había conocido. Pero que hoy en día sé lo qué significaba. Esa expresión en su cara es difícil de describir, porque no expresa nada en sí. No se le ve confundido, tampoco se le ve molesto, no es que esté precisamente triste. Pero esa cara, es la que pone cuando se siente culpable, cuando se siente triste con respecto a algo; cuando tiene importancia.
Como en aquel entonces yo desconocía esa cara, le vi y desvíe mi mirada al celular. Hubo un silencio incómodo.
-Me voy al trabajo -dijo sin mucho ánimo.
-"Gana mucho dinero papi" -dije con tono de bebé, aparentando que era Risto; aunque en realidad estaba dormido.
Antero soltó una pequeña risa y después salió de casa. Seguí escribiendo el resto del día. Escribía incluso cuando alimentaba a Risto, aunque lo tenía en brazos y me sentía bien al hacerlo. Me sentía magnífica de saber que había pasado con mis personajes, y darles una historia que ellos merecían. Para mí, mis personajes no son ficción; ellos pasan en la vida real. Y saber que estaba en mis manos ayudarles, o no ayudarles; era un poco incómodo mientras estuve inactiva. Pero creo que el desaparecer de mis obras literarias me ayudó a aclarar mis ideas.
En la noche, cuando Antero llegó; Risto estaba despierto. Jugaba con un peluche de "Nemo" que mi hermano le había regalado. No es que pudiera hacer mucho con él, pero reía mientras lo jugaba.
-Te tengo una sorpresa -exclamó.
-¿Qué es? -pregunté un poco emocionada.
-Una sorpresa, ya lo he dicho.
-¿Pero, de qué se trata?
-Cierra tus ojos y extiende las manos -dijo riendo.
-Siempre que me dicen algo así, pienso que es un ratón.
-¿Cómo va a ser un ratón, mujer? Anda, hazlo.
Seguí sus instrucciones y después sobre mis manos sentí algo plano y frío. Fruncí el ceño con los ojos cerrados y él rió.
-¿Ya puedo abrirlos? -pregunté.
-Si, ábrelos.
Abrí los ojos parpadeando perpleja. Me había comprado una tablet mini. Parecía muy usada y no estaba bastante desgastada; incluso tenía una cuarteadura.
-Es para lo que me alcanzó por ahora... -me dijo apenado.
Me abalancé a abrazarlo -Eres el mejor hombre del mundo ¿Sabes? -le dije con lágrimas.
-Sólo soy un hombre, mujer -dijo abrazándome-. También te he inscrito en clases de finlandés en línea. Hay una escuela muy buena aquí en Helsinki.
-¿De verdad? -pregunté ilusionada.
-Bueno, ya deberías de ir aprendiendo. Es importante para moverte aquí y conseguir trabajo una vez que estés totalmente legalizada.
-Oye, Antero. Estaba pensando en... -intentaba decir apenada.
-¿Qué pasa?
-Hay algo más que quiero que me des, pero hoy me has dado muchas cosas.
-Deberías esperar a que me paguen entonces... -comentó un poco confundido.
-Es que no cuesta dinero; o bueno, tal vez si.
Antero hace una mueca de confusión total -¿Qué es entonces? -preguntó.
-Quiero tu apellido.
Antero siguió con su mueca y después comenzó a reír eufóricamente. Risto comenzó a llorar tras tanta risa eufórica y yo volteé a ver a su padre molesta.
-¡Ya hiciste llorar al bebé!
-Es que, nunca pensé que me pidieras tal cosa ¿No te gusta el tuyo?
-Lo qué pasa es que... -comenté intentando calmar a Risto- Si me dieras tu apellido, sería más fácil legalizarme. Me haría ver más finlandesa socialmente y así Risto sólo tendría un apellido.
Antero lo pensó por un momento rascándose su barbilla y mirando hacia el techo.
-¿Sabes? No es mala idea del todo. Iré a ver eso mañana antes de ir al trabajo. Nuestro matrimonio ya está en proceso de ser legalizado en Finlandia y de paso podríamos hacer todo ese movimiento de apellidos que comentas. Me parece buena idea, "Señora Valo".
-Gracias, "Señor Valo" -bromeé- ¿Tú que opinas Risto Valo?
Risto sonrió de repente y su mirada se llenó de luz por unos instantes. Pero segundos después, volvió a su puchero y siguió llorando.
-¡Antero! -refunfuñé.
Cada día que pasaba al lado de Antero sabía que de cierta forma, la vida no era tan cruel como yo solía pensar. A pesar de todo el sufrimiento que pude sentir en mi vida, Antero y su presencia; hacían que el dolor fuera pasajero. Como si todo cobrara sentido, como si todo fuera perfecto.
Algunas veces paraba de escribir, y jugaba con Risto. Gateábamos juntos por la sala, o jugábamos a que yo me escondía, tapándome sólo con mis manos. A veces salíamos al parque, las demás señoras me decían que la mirada de mi hijo era muy poco amigable y yo les respondía "Y eso que no ha visto la de mi esposo".
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