Capítulo 3. Tour

Para cuando llegamos al vestíbulo; Angie y Kostas ya habían partido. Creo que aunque Angie no me conocía bien; pudo notar que yo perseguía a Vassilis como un cordero enamorado. Posiblemente mis ojos se iluminaban con sólo verlo; en esos días dejaba de ser yo al estar con él.

Caminamos hacia el jardín nacional, que estaba a una distancia media. Desconocía si era la época del año, pero Atenas siempre estaba lleno de gente. Las pocas veces en las que quería tomarme fotos siempre había gente estorbando. Ninguna foto parecía ser como las que estaban en internet. Era sofocante e irritante, pero pensé que con el tiempo me adaptaría. El jardín nacional no fue una excepción a esta regla. Pero era suficientemente espacioso como para no sentirse sofocado.

-¿No te mata mi tierra? -dijo Vassilis.

"De asfixia" pensé para mí. -Es bonita... -respondí.

-¿Bonita? No hay ni un sólo lugar en la tierra que sea mejor que esto.

-Claro que si...

-Por favor -elevó su tono de voz- ¿México?

-Finlandia... -musité inclinando la cabeza.

Vassilis dejó su boca entre abierta y abrió sus ojos. Parpadeo y continuó hablando intentando contener su burla al hablar.

-Ahí no hay nada ahí. Lo único que encontrarás son árboles y bosque.

-Eso es lo que lo hace bonito.

-Eso lo hace aburrido.

¿Recuerdan que les dije que el tiempo no había pasado? Pues nuevamente era una muestra de que el tiempo se había detenido entre nosotros. No parecíamos tener miedo a expresar lo que pensábamos y tampoco estábamos en una etapa de cortejo. Él era el mismo conmigo, yo era yo misma con él. Pero tal vez, por eso teníamos tantos problemas apenas intentabamos hablar.

Aunque si lo pienso bien, ser tú mismo no debe ser un problema..., si estás con la persona correcta.

-Pues esa es tu opinión -finalmente respondí-. En mi opinión, tiene los paisajes más bellos que puedas encontrar en la tierra.

-¿Has visto el atardecer en la playa? ¿El nevado invierno de Grecia? Nosotros tenemos paisajes hermosos y somos menos aburridos.

-Bueno, a mi me gusta Finlandia. A ti te gusta Grecia. Mejor cuéntame ¿Cómo es que aprendiste español?

-Me fui a trabajar a España. Cuando regrese a Grecia seguí buscando trabajo en las afueras. Porque si bien Grecia es hermoso, los trabajos no son bien pagados.

-¿No pensaste en volver a México?

-México se volvió parte importante de mi vida. Parte de mí quisiera ir, pero ciertamente odio a mucha gente que vive ahí; y también quiero a mucha gente que vive ahí. Al final, se volvió en un capítulo muy grande en mi vida y lleno de pesadez emocional; realmente lleno. Aunque aprecio tu invitación. Si tú pagas el boleto, pensaré al respecto.

-Lo siento, pero no lo haré -dije fríamente.

Vassilis nota de nuevo esa aura en mí, a la que la gente le suele llamar ego. Es esa pequeña parte de mí que aparece para marcar límites y mostrar el amor propio que aún no terminaba de descubrir.

-Bueno, igual pienso que es mejor que estés aquí. Sé de igual forma que podrías encontrar mejores lugares para vivir que México.

-¿Cómo Finlandia?

Resopla -Si, como Finlandia -dice con pesadez.

-Si, no lo dudo. Estaba pensando en Australia. Tengo un amigo ahí y dice que en su pequeño pueblo se vive bien y los trabajos son bien pagados.

-¿Por qué un pequeño pueblo? ¿Por qué no Perth? Sé que eres de México pero, te conformas con tan poco.

-Si hay dinero y hay seguridad, es suficiente.

-Créeme, vivir en pueblo pequeño es un infierno. Yo lo sé. Nací y crecí en un pueblo. Siempre te vuelves a encontrar a la gente y la gente sabe todo sobre ti. Bueno yo no sé nada de la gente; pero la gente de mi pueblo lo sabe todo de mí.

-"Ahí va Vassilis, el soltero más cotizado de por aquí" -bromeé.

-Lo sé, es mi maldición.

Reímos mientras la brisa de los árboles acariciaba nuestros cuerpos que se estremecían al escuchar el canto de los pájaros y el al aroma de las flores.

-La cuestión es que, deberías buscar aventuras grandes. Viajar y dejar México para los que quieren morir ahí. Hay cosas mejores que tener hijos, muchas más.

-¿No planeas tener hijos?

Vassilis permanece en silencio un momento mientras acaricia su barbilla con la mano.

-No está en mis planes cercanos. No forma parte de mis prioridades y supongo que no he encontrado a la persona correcta tampoco como para pensar en algo así. No quiero discutir sobre tus decisiones tampoco...

-Tú puedes tener hijos incluso a los 60 años, yo no.

-Aún así, pienso que deberías conocer a alguien.

Permanecimos en silencio un par de minutos y después nos volteamos a ver con cierta tristeza.

-No quiero que salgamos mal de nuevo -dijo él-, es tu decisión y si para no pelear debo no hablar de esto; entonces no lo hagamos.

-Estoy de acuerdo.

-¿Vamos a otro lugar?

-Si, es mejor distraernos.

Había momentos de silencios incómodos. No eran con intención. Creo que en el fondo de mi ser, alma y corazón que aunque había perdonado a Vassilis; ya no lo quería como antes y aún me aferraba con mis dientes y mis garras a ese pasado de la manera más absurda e ilógica. Ni siquiera yo era capaz de comprender porque me negaba a soltarlo. Vassilis a veces volteaba a verme; mostraba confusión a mi silencio y después intentaba hacerme hablar.

Creo que el mayor problema para mí, era aceptar que ese capítulo tuvo un desenlace y no sólo porque tendría que aceptar que Vassilis había partido de mi corazón; sino porque también tendría que dejar partir a Yefuá y a todo lo que alguna vez logró hacerme sentir. Además de la responsabilidad de volver a tener un corazón disponible en mi pecho.

Yo había enfrascado mis corazón por años esperando que nadie lo tocara. Tal vez de alguna manera, por eso prefería pensar en Vassilis a volver a amar.

Después de eso, visitamos varios monumentos históricos en Grecia. El museo de Acrópolis, el cual estaba lleno de paz, armonía y esculturas antiguas. Había guías explicando a turistas las esculturas. En mi caso, Vassilis no perdía el tiempo para lucirse frente a mí mostrando su cultura.

También me llevó a visitar la colina de Licabeto. A la cual me llevó caminando para mostrarme las calles de Grecia que él presumía mientras yo rodaba la mirada y reía de vez en cuando. Esto no significa que Grecia no sea hermosa. Grecia es hermosa, Vassilis por otro lado es insoportable. Así que seguimos caminando por las calles de Grecia intentado generar en mi interés por su país.

-Para no ser de esta ciudad, sabes bastante -comenté.

-Claro, chica. Uno debe saber cultura general. Lo que te estoy enseñando deberías saberlo también. No creo que haya algo aquí que no te enseñaran en la escuela.

-Que yo recuerde, no. Además, jamás pensé que terminaría estando aquí.

-Subamos la colina a pie.

-¿Por qué? -pregunté molesta- Podemos subir por el funicular.

-Si pero, si subimos de pie, podré mostrarte las mejores vistas de Grecia.

-Se nos irá todo el día en subirla -dije con pesadez.

-¿Vas a ir de rodillas? Olvidaba que no tienes condición física ¿Te cargo?

-¡No! ¡Tambien olvidaste que odio que me carguen!

-Igual no creo aguantarte -comentó intentando no reírse; más su sonrisa se asomó y su mano derecha intentó taparla.

-No es gracioso -dije molesta con un poco de risa.

-Lo es, chica. Aparte de guapo, soy simpático. Pero también lo olvidaste.

Vimos las mejores vistas mientras subíamos la colina y los atardeceres acariciaban la ciudad de Grecia. Eran las vistas más románticas que alguna vez pude imaginar. Ver Atenas desde la colina mientras atardecía era como ver todos los pueblos mágicos de México juntos bajo la aurora de la paz y ardiendo en brazas solares. No suelo ser una persona que explora, y podría decirse que soy más floja que activa. Sin embargo, ese día aprendí una gran lección: A veces la flojera no te permite apreciar momentos hermosos que te regala la vida.

Llegando a la colina, no es como que hubiera tanto que ver. Pero te sorprende lo majestuoso y enorme que es. Yo tengo una alumna que tiene la teoría de que antes existían gigantes que ayudaban a los humanos para poder hacer esculturas tan grandes y fuertes. A veces, cuando me enfrento a este tipo de monumentos cara a cara; pienso que su idea no es tan descabellada y que de hecho suena muy real.

Cuando terminamos de visitar el lugar y de ver la ciudad desde la colina; bajamos por el funicular y nos dirigimos hacia el cine al aire libre. El cine se llamaba Kokinalo. Podrías ver películas algo viejas mientras disfrutabas del anochecer en Grecia. No era gratis pero era bastante barato. Disfrutabas de una película mientras escuchabas la olas del mar o sentías la brisa rosar tu cuerpo. Y aunque pretendía ocultar que no estaba maravillada la verdad es que no podía disimular mi asombro. Incluso me pregunté por qué había tardado tanto tiempo en salir de México. Sin duda cada país tiene lo suyo, pero claro que es impactante estar en un lugar bello por primera vez.

Aún así, había algo que hacía falta; estaba ese vacío y ese silencio incómodo apareciendo de nuevo una y otra vez. Como si fuera intermitente, como si el corazón dejara de latir por momentos. Eran esas señales de que algo no estaba bien del todo.

Conforme la película avanzaba, el cielo se nublaba y al salir del cine el cielo se había tornado totalmente negro. Salimos caminando rápidamente de ahí pasando por las calles aledañas. En el parque había una orquesta tocando música con violines de diferentes tamaños. Me detuve a verlos por un instante, y sonreí. Yo también tenía un violín en mi closet que nunca pude aprender a tocar decentemente por su gran complejidad. Pero amaba su sonido y aún tenía esperanza de un día poderlo tocar.

-¿No odias esto? -de repente preguntó Vassilis viendo al cielo.

-¿Las nubes?

-Si. Y ese sonido de violines no ayuda en absoluto.

-¿No crees que exageras? -pregunté.

-Que te puedo decir, soy el hombre perfecto. Guapo, Inteligente, carismático pero lamentablemente tengo un defecto muy grande; mi cerebro no funciona bien y tengo fuertes depresiones. Depresiones que son extrañamente causadas por el clima.

-¿Te sientes mal? -pregunté asustada.

-Estoy bien. No es para tanto. Pero el clima me afecta, es todo. Será mejor irnos por ahora.

Vassilis y yo, tomamos el metro de vuelta aquel hotel donde me estaba quedando gracias a la ayuda de la escuela donde estudiaría. Al sentarnos pudimos platicar por momentos, intentando que ese sonido de silencio no nos invadiera.

-¿Vas a ser mi maestro?

-Lamentablemente si -respondió.

-¿Por qué lamentablemente? -pregunté.

-Porque eres tú -dijo con cara desagradable-. Si fueras otra persona, sería más fácil. Pero eres tú y no creo tenerte tanta paciencia.

-Vamos, seguro eres un gran maestro...

-Y lo soy. Y no dudo que tendré paciencia a los demás chicos, siempre y cuando ellos también se esmeren.

-¿Entonces?

-Que no sé si te voy a tener paciencia a ti. Debí cobrar extra por tener una loca como alumna.

No parecía malo del todo. Desconocía cómo sería tener a Vassilis de maestro, pero sabiendo que no se trataba de cualquier maestro sino de él; mis expectativas subieron. Creo que ese fue el mayor error.

Un joven con violín subió al metro de nuevo, tocaba sin parar una sinfonía que me parecía conocida, pero que en mi ignorancia de aquellos días no reconocí.

-Hoy en verdad que estoy maldito por los violines -exclamó molesto.

-¿No te gusta la música clásica?

-Claro, pero todo tiene su momento y un límite ¿No te gustaría escuchar música clásica todo el día en tu casa o si?

-Suena bien.

-¿Por qué eres tan aburrida? Eres muy conservadora.

-No tiene nada que ver la música con ser aburrida o conservadora.

-Bueno... aquí vamos de nuevo -dijo rodando sus ojos hacia arriba.

Y aunque al principio parecía que los años no habían pasado entre nosotros; mientras más hablábamos, más distantes nos sentíamos. Y en un instante, 100 años pasaron entre nosotros, callendo sobre nuestra cabeza y espalda. Formando una gran muralla impenetrable por ninguno de sus dos lados.

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