Capítulo 7 - El cocodrilo y la justicia
Una vez que se quedaron a solas, Najt, el único ahora capaz de proporcionarles luz gracias al collar de su abuelo, se volvió hacia el resto del grupo.
Su mirada desprendía una emoción e ilusión como sus amigos no recordaban haber visto en él desde hacía bastante tiempo. Como si los últimos acontecimientos le hubieran devuelto las ganas de vivir, tras el duro golpe que había supuesto la enfermedad y posterior pérdida de su abuelo.
—¿Qué opináis?
—Si no seguimos adelante —razonó Sennefer—, no tendremos que preocuparnos de ningún castigo, ni de que nuestras familias se enteren de lo que hemos hecho o descubierto. Creo que Ka-aper podría proporcionarnos una buena coartada para explicar nuestra desaparición.
—Así es —coincidió Neferkara—. Además, a nosotros no nos necesita, solo quiere que te quedes tú. Se nota que está más que dispuesto a deshacerse de nosotros.
—A mí ese hombre no me inspira confianza —objetó Hennut mientras se abrazaba como si sintiera un repentino frescor—. Si he de elegir, prefiero quedarme.
—Después de todo lo que hemos pasado para llegar hasta aquí, no pienso volver al punto de partida —anunció Tabira con la firmeza que sabía imprimir a sus decisiones una vez tomadas—. Además, no me digáis que no sentís ni una pizca de curiosidad por saber qué nos espera ahí dentro.
Najt les mostró una amplia sonrisa.
—No sabéis cuánto me alegro. Y no deja de sorprenderme cómo cada uno de nosotros es capaz siempre de dar una razón diferente de las de los demás para seguir juntos.
Hizo una pausa, que aprovechó para humedecerse los labios, antes de añadir su propia motivación, aunque intuía que ya la conocían.
—En mi caso, necesito completar la tarea que inició Pentaur. Se lo debo. Y sé que, desde el más allá, confía en mí para que lo haga.
Concluidas las deliberaciones, los jóvenes, con Najt al frente, se asomaron a la última habitación, pero sin atreverse a entrar, como si necesitaran confirmar que no había peligro alguno.
Tras echar una rápida ojeada, Najt se impulsó hacia adelante como si todo su cuerpo se hubiera sentido atraído por una fuerza misteriosa e irresistible. Sus ojos volaron por encima de inscripciones y dibujos sin permitir que se posaran demasiado tiempo en ninguno en particular. Intercambió algún que otro comentario con el grupo, y a continuación se dirigió a la entrada para zambullirse en la traducción. A partir de ese momento, todo lo demás dejó de existir para él.
Sus amigos, que ya conocían aquel proceso, sabían lo que tenían que hacer; le dieron su espacio y dejaron de hablar para evitar de ese modo alterar su concentración.
Pasó el tiempo, los chicos entraban y salían de la sala en la que Najt seguía trabajando sin descanso, y comentaban entre sí, se daban ánimos si alguno de ellos empezaba a mostrarse pesimista, y luego regresaban a la habitación para seguir de cerca los progresos de Najt.
Habían perdido la noción del tiempo cuando el joven llegó al final de la estancia. La habitación, en general, no se encontraba en perfecto estado, pues en algunas zonas faltaban inscripciones o estas se hallaban más o menos deterioradas. Pero la última pared, aquella en la que en ese momento se afanaba Najt en traducir, presentaba un aspecto lamentable. Era más la superficie dañada que la legible, aunque el grupo confiaba en que no les impidiera desvelar el críptico mensaje del pasado remoto.
Najt se volvió y cuatro pares de ojos se clavaron en él. Él les devolvió la mirada, a la que sumó una sonrisa un tanto enigmática.
—¿Y bien? —Tabira se adelantó a los otros, era la que más nervios había mostrado durante la prolongada espera—. ¿Qué has descubierto?
—Eso, no nos irás a tener ahora sobre ascuas —lo animó Hennut.
—No me cabe la menor duda de que esas inscripciones —empezó Najt— encierran un mensaje importante, y no solo para nosotros, los habitantes de Shedet, sino para «todos».
—¿Todos? —Sennefer aunó las dudas propias y de los demás.
—Todo el mundo —fue la impactante respuesta de Najt.
—¿Nos estás diciendo que esas inscripciones hablan de salvar a todos los pueblos de los...?
—Hekau —completó Najt con un brillo nuevo en la mirada—. Así es. Las inscripciones son posteriores a la llegada de los invasores, pero hay algo más.
—¿Algo más? ¿A qué te refieres? —preguntó Hennut.
—No estoy seguro —confesó Najt con un tono algo abatido—. Quien ordenara realizar esas inscripciones empleó a propósito un lenguaje enrevesado. Repleto de alusiones que no estoy seguro de saber interpretar de forma correcta.
—Pues cuéntanoslas —lo retó Neferkara—, y veamos a quién se le ocurre la interpretación más absurda.
Najt asintió.
—Los textos hablan en varias ocasiones de una «llave», y en todas ellas se la relaciona con el «destierro» o la «expulsión» de la «noche».
—¿No se referirá a la barca solar? —apuntó Hennut—. Cuando el dios aparece en el horizonte en su barca hace retroceder a la noche.
—Eso es lo primero que pensé también —admitió Najt—, pero a su lado dibujaron varias barcas solares.
—Eso no tiene sentido —dijo Sennefer—. Solo hay una barca solar.
Najt señaló hacia su amigo al tiempo que hacía un gesto de anuencia, admitiendo la dificultad para dar por válida esa posibilidad.
—Y no solo eso —continuó Najt—, en el texto se da a entender que dicha expulsión es definitiva, no como parte de un ciclo que se repite una y otra vez.
—¿Y no dice nada más de esa misteriosa «llave»? —preguntó Tabira—. ¿No explica de qué está hecha o si la podríamos fabricar?
—Me temo que no ofrece muchos detalles, aunque se da a entender que o se encuentra «perdida» o «en peligro de perderse». Me resulta imposible afirmarlo con seguridad —se excusó el joven— ya que esa es la zona más dañada de la habitación.
—¿Por qué no dejaron alguna pista fiable sobre su paradero? —inquirió Neferkara—. Eso facilitaría las cosas.
—El caso es que creo que sí lo hicieron —admitió Najt—, pero no de la manera que a nosotros nos hubiera gustado, pues sospecho que se trata de un acertijo. Quizá contenga información esencial para comprender todo el textos anterior, pero no nos servirá a menos que logremos resolverlo.
—Me encantan las adivinanzas —declaró Sennefer con una sonrisa entre resignada e irónica—. Veamos qué dice.
—Atentos, ahí va —anunció Najt—: "Existe una manera de derrotar a la oscuridad. Pero antes deberás escapar de las fauces del cocodrilo y abrazar la justicia."
Najt se reconoció a sí mismo en el esfuerzo que mostraban los rostros de sus amigos mientras trataban de darle sentido al enigmático enunciado.
—Pues no le veo sentido —Neferkara fue el primero en rendirse.
—Desde luego que no, tonto —se burló Hennut—. ¿Por qué crees que los llaman «enigmas»?
—Cierto —corroboró Sennefer—, son elaborados con vocablos oscuros, equívocos. La clave reside en encontrar cuáles de esas palabras esconden su auténtico significado, y, por supuesto, desvelarlo.
—Creo que esto no se me da bien —reconoció Tabira—. ¿No deberíamos pedir ayuda?
—Si lo dices por ese sacerdote de Sobek, te recuerdo que quería sacarnos de aquí sin contemplaciones —objetó Neferkara.
—¡Espera! —Najt alzó una mano—. ¡Lo tengo! ¡Nefer, eres un genio!
—¿De veras? —Tabira, asombrada, alzó una ceja
—¿No lo veis? Las fauces del cocodrilo... ¡Sobek es el dios cocodrilo!
—Y Shedet se haya consagrada a Sobek —Sennefer dedujo al instante la referencia—. ¿Significa eso que el enigma nos anima a marcharnos de la ciudad?
—Abrazar la justicia —enunció Hennut—. ¿Qué puede significar? ¿Qué debemos ser justos?
—Si la primera parte señala de forma velada a una ciudad, la segunda podría aludir a otra —aportó Tabira.
—¿Cuál es el dios de la justicia? —Najt había alzado las cejas y los miraba con los ojos muy abiertos. La pregunta era retórica, pues todos conocían desde pequeños el poblado panteón kemita.
—Herishef —Sennefer exteriorizó lo que todos pensaban—. Su culto se centraba en la ciudad de Nen-nesu.
—¿Nen-nesu? —repitió Neferkara—. Esa ciudad se encuentra al sur de aquí, suponiendo que aún exista. Y lo único que sabemos del exterior es que nadie que haya permanecido más de tres días fuera ha conseguido regresar.
—En ocasiones, para sobrevivir, hay que arriesgarlo todo —resonó una voz profunda a sus espaldas.
Todos se volvieron hacia la entrada al escuchar la voz de Ka-aper, que había vuelto sin anunciarse. Tras él, vieron el rostro imperturbable como siempre, de Ahmose.
—¿Por qué habríamos de arriesgar nuestras vidas? —planteó Sennefer—. Esa «oscuridad» de la que hablan estos textos no tiene por qué referirse a nosotros.
—¿Cuánto tiempo creéis que podremos seguir como hasta ahora, rechazando a duras penas los ataques de tribus salvajes como los meshwesh? —el religioso señaló hacia la superficie, donde en esos momentos la guarnición debía de estar batiéndose con los hombres del desierto. El resultado, como de costumbre, resultaba incierto.
—Pero marcharse es un suicidio —protestó Neferkara—. Nunca nadie que haya estado más de tres días fuera de Shedet ha regresado con vida.
—Una ancestral aseveración popular un tanto exagerada —aseveró Ka-aper—, que permitió a los sacerdotes establecer un útil precepto religioso que impedía el éxodo incontrolado de habitantes, práctica que habría debilitado Shedet hasta el punto de imposibilitar una defensa eficaz frente a los cada vez más peligrosos ataques enemigos.
»El exterior, sin duda, no carece de peligros Pero no penséis que la falsa seguridad que ahora os ofrece Shedet resuelve nuestros problemas a largo plazo. El orden del mundo ha sido alterado, y antes o después algún enemigo demasiado poderoso se presentará ante las murallas de la ciudad y nos lo arrebatará todo.
»¿Queréis resignaros a esperar un triste final? ¿O aprovecharéis la única oportunidad que se os presentará para intentar restaurar ese orden, y donde Kemit volverá a ser el centro del mundo?
Se hizo un silencio antes de que Najt planteara la cuestión definitiva.
—¿De verdad crees que en la ciudad de Nen-nesu encontraremos esa ayuda de la que hablan las inscripciones «para expulsar del mundo la larga noche»? —preguntó Najt mirando fijamente a los ojos del sacerdote.
—Sí, así lo creo.
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