Capítulo 6 - Hacer realidad un sueño

 Najt avanzaba con todo el sigilo del que, dadas las circunstancias, era capaz por uno de los incontables —al menos él ya había perdido la cuenta— pasillos que conformaban el inmenso sótano. Muy a su pesar hubo de reconocer que Imhotep no exageraba al remarcarles que no se alejaran de las antorchas de los soldados. A su manera le estaba haciendo caso.

En esos momentos se preocupaba tanto de no perder de vista su única referencia luminosa en el laberíntico entorno como de no ser detectado por el portador de la única luz que tenía a la vista. Estaba convencido de que, si aquel soldado se percataba de su presencia, lo obligaría a regresar con el resto de fugitivos a los que conducían a un lugar seguro. Pero a él le proveerían además de una reprimenda—merecida— y de un castigo ejemplar —siempre se había preguntado por qué los denominaban así, ¿acaso no lo eran todos?—.

Intentaba no darle muchas vueltas a cómo se le había ocurrido hacer caso de aquel insensato impulso abandonar a sus amigos y seguir al soldado. Si lo hacía, la confusión y el miedo amenazaban con tomar el control. Además, le daría lo mismo, porque a esas alturas ya no era posible dar marcha atrás.

El soldado había desaparecido no hacía mucho, al doblar una esquina a la que él aún no había llegado, pero, cuando Najt se acurrucó por fin junto a ella, aun sin asomarse, podía observar justo delante el baile de sombras característico que proporcionaban las antorchas en ambientes oscuros. Su presencia indicaba que el soldado no había avanzado tanto como esperaba. Se planteó la posibilidad de que se hubiera detenido. Pero ¿por qué? ¿Acaso había alcanzado su destino? ¿Se encontraba cerca de descubrir la razón que lo había llevado a desobedecer las órdenes de Imhotep? ¿O eran esas las órdenes que el oficial le había dado desde un principio?

Najt sacudió la cabeza ante la interminable lista de interrogantes y posibilidades que le venían. Debían controlar aquella maldita imaginación suya, o terminaría equivocándose y aquella aventura acabaría muy mal.

Tras apartar de su mente especulaciones que no resolvían nada, reunió el valor suficiente para asomar la cabeza lo justo para ver qué ocurría. Pese a que aquella parte del sótano se hallaba casi a oscuras, Najt no quería arriesgarse. «Solo una mirada rápida», se dijo.

Pese a la celeridad con la que ejecutó su acción, esta le proporcionó valiosa información. En primer lugar que el soldado, como sospechaba, se había detenido a poco más de una vara (*) de su posición, a la entrada del pasillo. Pero también se había percatado de que no miraba ni adelante ni atrás, lo cual le pareció muy raro. Eso le llevó a asomarse de nuevo, pero esta vez espió durante un poco más de tiempo.

Su esfuerzo se vio recompensado, aunque no sabía muy bien con qué. El soldado se había detenido —esta vez sí pudo fijarse mejor— frente a una puerta disimulada en la pared, pues ella misma formaba parte de ella. Numerosas inscripciones habían sido labradas en toda su superficie, y era a ellas a las que el espiado dedicaba toda su atención. Najt se olvidó por un instante de su situación y sintió un enorme deseo de saber qué estaba leyendo.

Una especie de zarpa —que en ese momento imaginó de una bestia salvaje sedienta de sangre— cayó sobre su hombro. Najt se sobrecogió tanto que ni siquiera lograba expulsar el aire de sus pulmones en forma de alarido, aunque lo habría hecho de buena gana. Se volvió al instante, como un animal acorralado que no cree posible la huida, pero, al haber estado mirando hacia la luz, tan solo consiguió distinguir los bultos de varias cabezas y poco más.

—¿Se puede saber qué haces aquí? —le preguntó una de las voces en un tono rudo.

Najt, aún no recuperado del todo de la sensación de ser atacado y devorado por alguna clase de monstruo que hubiera hecho de aquellos lóbregos túneles su hogar y su terreno de caza, manoteaba torpemente y con los ojos cerrados, en un absurdo y baldío intento por mantener la distancia con sus captores.

—Eso, explícanos a qué ha venido esto, Najt —le reprendió otra voz.

Su mente y sus manos se detuvieron al escuchar su propio nombre. Ni lo atacaba una bestia deforme y hambrienta ni lo amenazan con sus lanzas una patrulla de soldados malencarados. Acababa de reconocer la voz de Tabira.

—Sshh, bajad la voz —fue lo único que se le ocurrió al temer que los descubriera el soldado —ese sí muy real— al que había venido siguiendo los pasos.

Echó un vistazo atrás, pero la tenue claridad ni avanzaba ni retrocedía. Una buena señal, pues indicaba que el soldado debía de seguir donde lo vio por última vez, frente a la puerta. A no ser que hubiera dejado la antorcha y se hubiera movido hacia ellos, en cuyo caso... Najt sintió que una desagradable gota de sudor le resbalaba por la espalda.

Sus amigos, al percatarse también de la situación, se agacharon junto a Najt, pero eso no apaciguó el mal humor de los recién llegados.

—¿Nos puedes explicar qué hacemos aquí? —volvió a escuchar la voz de Tabira.

—Eso digo yo —se oyó otra, que Najt no dudó en atribuir a Neferkara—. ¿A quién de nosotros se le ocurrió seguir a este insensato?

—Siento haberos arrastrado hasta aquí... —empezó el joven a excusarse, mas no le sirvió de mucho.

—Déjate de disculpas y responde a la pregunta —Hennut demostró que también podía ser cortante—. Queremos saber qué te propones.

—Pueeees, si he de decir la verdad...

—Debes.

—Eh, sí, por supuesto... Aunque lo cierto es que hay poco que explicar, tan solo seguí un impulso.

Se produjo un ominoso silencio, que Najt intuyó que no le traería nada bueno. Cerró de nuevo los ojos y se acurrucó un poco más mientras esperaba que, en cualquier momento, cayera sobre él una lluvia de golpes, bofetones y cachetes, con sus improperios correspondientes.

Nada de eso llegó. En su lugar, percibió un lejano sonido, como si algo muy pesado estuviera siendo arrastrado. Se produjo una breve pausa, y a continuación se volvió a oír. En total no duró demasiado, pero nada más acabar algo fundamental sí había cambiado en el entorno.

—¿Y la luz? ¿Qué pasó con la luz? —oyó decir a alguien.

Abrió los ojos, pero, para su consternación y la del resto del grupo, la oscuridad lo llenaba todo.

Se volvió con celeridad y gateó hacia la esquina para asomase al pasillo, pero, como había temido, el resultado no varió. Un par de preguntas brotaron al instante. ¿A dónde había ido el soldado? Pero, sobre todo, ¿cómo se las había arreglado para hacerlo tan rápido?

—¿Qué vamos a hacer ahora? —oyó la voz de Tabira a su espalda. Denotaba inquietud.

—Tenemos que mantenernos juntos —Sennefer aportaba, como de costumbre, su sentido común—. Podemos formar una cadena tomándonos de la mano, de ese modo nadie se perderá ni se quedará atrás.

Najt no respondió. De hecho, ni siquiera tomó en consideración la propuesta, pues no le garantizaba que sus amigos accedieran a tratar de comprender lo que había pasado.

Se incorporó, tocó la pared con los dedos para que le sirviera de referencia y echó a andar pasillo adelante en dirección al último lugar en el que había visto al soldado.

Mientras avanzaba oía tras él los comentarios de sus amigos en su esfuerzo conjunto por organizarse de la mejor manera posible. Sintió una punzada de culpa al dejarlos de lado una vez más. Pero su necesidad de saber parecía más fuerte. «¿Pero saber qué?», se preguntó entonces, cuestionándose sus propias acciones. Todo cuanto había pasado debía de tener una perfecta explicación, pero quizá él no hacía más que complicarlo todo. «¿Es posible que, desde aquel extraño sueño, no haga más que ver fantasmas por todas partes?»

—¿Ya estamos todos? —preguntó Sennefer—. ¿Najt? ¿Sigues con nosotros? Solo nos faltas tú, sigue mi voz y toma la mano de alguien. Entonces buscaremos una salida.

Pero Najt seguía avanzando, concentrado en los pasos que daba a fin de que coincidieran lo más posible con la distancia a la que había calculado que estaba el soldado la última vez que lo vio.

Fue entonces cuando lo sintió, o más bien fueron sus dedos los que lo sintieron.

Algo había cambiado en la pared, cuy superficie hasta ese momento se notaba lisa al tacto, sin irregularidades significativas. Ahora sus dedos subían y bajaban en lo que Najt imaginó que podían ser dibujos e inscripciones labrados con a saber qué finalidad.

Se estiró cuanto pudo hacia arriba y deslizó la mano desde lo más alto que alcanzó en la pared hasta abajo del todo, casi hasta donde se juntaba con el suelo. Y descubrió una nueva diferencia. La zona de la pared que abarcaban las inscripciones no llegaba hasta el suelo. Solo se le ocurría una explicación.

—¿Najt? ¿Dónde estás? ¿Por qué no respondes? Ven con nosotros, esto no es un juego —la voz de Tabira empezaba a sonar más enfadada que preocupada.

—¡Venid vosotros hasta aquí! ¡Seguid mi voz! —respondió Najt—. ¡He encontrado una puerta!

—¿Una puerta? —el tono de la pregunta de Sennefer era de incredulidad, pero Najt se dio cuenta también de que sonaba más cerca. Parece que el grupo se acercaba. Soltó aire, aliviado. Temía que, después de su comportamiento, no quisieran ni escucharlo.

—¿Y también has encontrado la llave, intrépido aventurero? —se burló Neferkara.

—Ahora que lo dices, no he tocado nada que se parezca a una cerradura —reflexionó Najt, preocupado de repente por algo tan obvio—. Solo he notado inscripciones que ocupan toda la superficie.

—Unas inscripciones que no podemos leer —le recordó Sennefer con una gota de decepción en la voz.

—Nos encontramos en un callejón sin salida —analizó Hennut—. No podemos seguir adelante, pero tampoco volver sobre nuestros pasos para reincorporarnos al resto de refugiados como si no hubiera pasado nada. ¡A saber dónde estarán ahora! ¿Qué opciones nos quedan?

—Explorar toda la planta mientras pedimos auxilio —respondió Tabira—. Con suerte, llegaremos a la escalera o a los alrededores y alguna patrulla nos oirá. Propongo que nos turnemos para gritar, por si tardamos más de lo deseable.

—Me parece que, ahora mismo, es lo mejor, Tab —aprobó Hennut—. No quiero quedarme aquí abajo más de lo necesario.

Najt, ajeno a las reflexiones en voz alta de sus amigos, había cerrado los ojos —no porque pudiera ver algo, sino por costumbre, de ese modo se sentía más cómodo y aislado mientras buscaba la solución a algún problema que lo aquejaba—. Oía las palabras a su alrededor, pero en algún momento dejó de escucharlas. Sin darse él cuenta, se habían transformado en sonidos a los que ya no era capaz de otorgarles significados.

Surgieron nuevos sonidos, como de la nada, para sumarse a los que ya lo rodeaban. Muy poco a poco se fueron haciendo más audibles, ganaron presencia, hasta el punto de conseguir eclipsar por completo a los antiguos. Aquellos sonidos nuevos comenzaron entonces a transformarse y a formar palabras. Lo llamaban.

«¡Najt!», decían, al principio a largos intervalos, como si se detuvieran a la espera de respuesta. Luego, poco a poco, se repetían más a menudo. El joven sentía la urgencia de unas voces que parecían provenir de todos lados. Y, pese a sentirlas tan próximas a él, no acertaba a ver ni un solo rostro al que responder. Sintió miedo, no quería seguir allí. Intentó gritarles que se fueran, pero al hacerlo se dio cuenta de que no podía oír su propia voz. ¿Le habrían escuchado las voces a él?

Por toda respuesta, en lugar de limitarse a llamarlo por su nombre, las voces empezaron a animarlo para que avanzara. Lo único que no varió fue el apremio con el que lo hacían. «¡Ven con nosotros!». «¡No te detengas!». «¡Está a tu alcance!». «¡Tan cerca!».

Sintió que su cuerpo se estremecía, como si tiraran de él desde diferentes sitios, lo cual acrecentó su angustia. Antes se veía como flotando, con todas aquellas voces que lo rodeaban, pero ahora era distinto. Ya no controlaba su propio cuerpo, y tampoco estaba seguro de tener la fuerza suficiente para liberarse y escapar. Pero no se rindió. Bregó y forcejeó con todas sus fuerzas.

Su esfuerzo se vio recompensado. Sintió cómo se liberaba mientras sus ojos se abrían para toparse con una oscuridad que, al menos, le resultaba reconocible. Se tambaleó hacia adelante, pero sus manos se toparon con la pared y esta impidió que se fuera al suelo. Se dio la vuelta y apoyó la espalda, su respiración se había acelerado. Confuso, se preguntó si habría estado corriendo a oscuras por aquel enorme subterráneo como si fuera un perturbado.

—¡Najt! ¿Estás bien? ¿Qué te ocurre? —insistía una voz.

—Yo creo que toda esta angustia le ha provocado un mareo —opinaba otra en tono didáctico.

—Es este maldito templo —decía una tercera—. ¿A quién se le ocurrió la idea de refugiarnos en esta tumba?

El joven sintió un gran alivio al saber que ahora sí era capaz de ponerles caras y nombres.

—Estoy bien, chicos —los tranquilizó Najt mientras acompasaba su agitada respiración—. Aún no tengo muy claro qué ha pasado.

—Sencillo. Te has quedado dormido de pie —Najt sonrió ante la respuesta del burlón del grupo. Pero su sonrisa se congeló en su rostro mientras su mente apresaba aquella referencia y le retrotraía a su pasado más reciente.

Como si alguien hubiera apartado de un manotazo el velo que cubría sus ojos, Najt se dio cuenta de la revelación de una concordancia.

—Pentaur —susurró el muchacho entre sorprendido y anhelante.

Introdujo la mano en el interior del olvidado zurrón y, como si lo tocara por primera vez, recorrió con las yemas de sus dedos la superficie del extraño collar heredado de su abuelo; encontró la joya suave y cálida al tacto. Era aquella una sensación que no recordaba haber sentido la primera vez que la viera, tras conocer de su existencia y recibirla de manos del sacerdote Ka-aper.

Pero fue al extraerlo de su pequeño zurrón cuando todo lo que él y sus amigos habían conjeturado sobre el collar cambió, como cambian los hombres en función de si son la luna o el sol quienes recorren el firmamento en sus respectivas barcas.

—¡Oh! ¡No me lo creo!

—¿¡Cómo es posible!?

—¡Mirad cómo brilla!

En efecto, el collar que Najt sostenía en sus manos —como si de una importante ofrenda a los dioses se tratara— brillaba con un pulsante resplandor plateado que atraía sobre sí todas las miradas.

—¡Estamos salvados! —anunció Hennut mientras se abrazaba a sí misma—. Con la luz que emite el collar de Najt podremos volver sobre nuestros pasos y reunirnos con el resto de los refugiados.

—Sí —corroboró Tabira—, con suerte aún no nos habrán echado en falta.

Todos —hasta Neferkara— habían recuperado bastante del ánimo perdido.

Sennefer y Najt, sin embargo, se habían interesado casi de inmediato por las inscripciones de la puerta, que, en efecto, como muy bien había sospechado el segundo, era de piedra.

—¿Qué te parece? —le preguntó Sennefer.

—Algunas de esas inscripciones me resultan familiares, pero ahora mismo no sabría decir de qué.

Sennefer apoyó todo su cuerpo sobre el acceso y empujó con todas sus fuerzas durante varios segundos, pero la puerta no se movió ni un dedo.

—El problema —explicó después—es que está bien cerrada y no se ve la cerradura por ningún lado.

—Pues eso zanja la cuestión —intervino Hennut, algo molesta por la actitud de Sennefer y Najt de querer insistir en un comportamiento que solo les había traído problemas—. Deberíamos volver, ahora que podemos, antes de que sea demasiado tarde.

—Sí, supongo que eso es lo más razonable —se sometió Sennefer al reconocerse incapaz de resolver el problema de la puerta.

Tabira y Neferkara asintieron, y todas las miradas convergieron, una vez más, sobre el díscolo Najt.

Pero este no prestaba atención alguna a las sensatas deliberaciones de sus amigos, pues aquellas misteriosas inscripciones reclamaban toda su atención. El barrunto de saber de ellas más de lo que era capaz de expresar con palabras no le dejaba relajarse.

Y por fin creía haber descubierto la razón.

Najt introdujo una vez más la mano en su zurrón para, esta vez, sacar el papiro que Pentaur también le había dado junto con el collar. Lo desenrolló con decisión y efectuó, bajo la expectante mirada de sus amigos, una rápida pero exhaustiva comparación entre los signos transcritos en el papiro y los labrados en la pared.

—¡Aquí está! —exclamó al ver confirmadas sus sospechas—. Tenía la sensación de haberlos visto ya, pero no recordaba dónde. Pues ahí lo tenéis. ¡Coinciden!

Sennefer y Tabira se acercaron más para comprobar por sí mismos lo que decía Najt. En efecto, los mismos signos formaban parte de ambos textos.

—Eso no nos lleva a ningún lado —apuntilló Neferkara—. Seguimos sin entender qué dicen.

—Cierto —corroboró Tabira—, y dudo que podamos contar con los sacerdotes del templo para que nos ayuden a descifrarlos.

—Sobre todo después de nuestra escapada sin sentido —remató Hennut.

Los ánimos del grupo volvieron a enfriarse.

Najt, en su fuero interno, contrastaba las opiniones de sus amigos con las propias, pero se resistía a dejar que lo convencieran así como así. Al fin y al cabo acababan de conseguir sus primeros logros en el desentrañamiento del complicado acertijo al que —cada vez estaba más convencido de ello— su abuelo lo había arrastrado a propósito.

Parpadeó como si acabara de despertar de un sueño profundo; al parecer se había quedado absorto con la mirada clavada en el enigmático collar. Como si la joya, con su rítmico y tranquilo centelleo, le hubiera hecho entrar en alguna clase de trance.

—¿Os habéis detenido a pensar lo poco que sabemos de él, pese a lo mucho que ha condicionado nuestras acciones? —Najt se sorprendió al oírse a sí mismo lanzar en voz alta el interrogante al que le había estado dando vueltas en su cabeza.

Sus amigos, ocupados tratando de discernir si la situación tan extraordinaria en la que se encontraban había llegado a afectarlo como para preocuparse, guardaron silencio.

Entonces, sin pensarlo siquiera, preso de un impulso que atravesó sus pensamientos como un relámpago, elevó el collar a dos manos por encima de su cabeza y lo colocó sobre los hombros.

Un latigazo de energía recorrió todo su ser e hizo que su cuerpo sufriera una sucesión de convulsiones, que le hicieron perder el equilibrio. Sennefer y Tabira, los más próximos, casi no llegaron a tiempo para sostenerlo y evitar que se desplomara.

Ayudados al punto por Hennut y Neferkara, entre los cuatro lo depositaron suavemente en el suelo. Tras las convulsiones, el cuerpo de Najt se tornó rígido, y la mirada se había quedado fija en un punto indeterminado.

—¿Qué hacemos ahora? —planteó Hennut—. Ahora que habíamos conseguido luz, ocurre esto.

—No lo sé —dijo Tabira—, pero una cosa está clara. No iremos muy lejos si tenemos que cargar con el cuerpo. Y además parece encontrarse mal, necesita ayuda médica lo antes posible.

—Lo mejor es que uno vaya con el collar en busca de ayuda mientras los demás aguardan aquí junto a Najt —propuso Sennefer.

—Ve tú —le respondió Neferkara—, seguro que has memorizado buena parte del recorrido. Llegarás antes que cualquiera de nosotros.

—Esperad.

El aviso de Tabira —que había permanecido todo ese tiempo de consideraciones agachada junto a Najt—, hizo que los demás volvieran la cabeza hacia ella y su compañero caído. El joven empezaba a dar muestras de volver en sí, lo que provocó una pequeña oleada de suspiros de alivio.

—Tranquilo, Najt, más despacio —le decía Tabira al joven mientras este trataba de incorporarse—. Perdiste el conocimiento.

Poco después el joven ya se había recuperado casi del todo, y ante las insistentes preguntas de sus amigos les respondía que se encontraba bien.

Pero algo había cambiado.

Contempla la pared repleta de inscripciones, pero ya no es solo eso, una pared con extraños e ilegibles caracteres que se interponen en su camino. Ahora sus ojos se desplazan con seguridad por todas aquellas palabras sagradas(*), y su rostro se ilumina al comprender lo que expresan.

—Sé lo que dicen —les dijo por fin.

—¿Puedes leerlas? ¿Cómo es posible? —Sennefer fue el primero en comprender a qué se refería.

—El collar —respondió Neferkara mientras señalaba con un dedo la joya, que en ningún momento había dejado de brillar con la misma intensidad desde que Najt la sacó del zurrón allí abajo. Como si su único combustible para iluminar fuera algo con lo que allí contaban aun sin querer: oscuridad.

Tras sobreponerse a unos primeros momentos de lógica perplejidad debido a lo fascinante de la revelación del collar de Pentaur, lo jóvenes se olvidaron de cualquier idea relacionada con buscar al resto de refugiados para unírseles hasta que se resolviera el ataque a la ciudad.

—¿Qué dicen las inscripciones, Najt? —preguntó Sennefer.

—Eso —apoyó Hennut—, mira bien si hablan de algún atajo para salir de aquí.

—Más bien lo que describen es cómo abrir la puerta —informó Najt. Entonces se volvió hacia sus amigos y, tras una pausa, dijo—: Creo que puedo abrirla, y es lo que quiero hacer. Pero si alguien no está seguro de esto, no tiene obligación de seguir adelante. No quiero que os metáis en más problemas por mi culpa. Pero yo... necesito respuestas.

—No podría considerarme amiga tuya si te diera la espalda —respondió Tabira.

—Siento casi tanta curiosidad como tú por saber qué se esconde detrás de esa pared —dijo Sennefer mientras le ponía una mano sobre el hombro.

—No puedo quedarme sola y a oscuras aquí abajo —se quejó Hennut mientras cruzaba los brazos sobre el pecho—. Pero asegúrate bien de si ahí se menciona alguna salida cercana —señaló la puerta con el mentón.

Todas las miradas convergieron en el díscolo Neferkara. El comportamiento del joven era el más imprevisible del grupo, así que las dudas no estaban fuera de lugar.

—Ni en vuestros más optimistas sueños os libraríais de mí tan fácilmente —Neferkara no hubiera podido manifestar su adhesión de una manera que no incluyera un desafío.

—Gracias, sois los mejores amigos que podía tener —dijo Najt, entre contento y azorado, mientras los miraba uno a uno con una sonrisa en la cara.

Luego se volvió hacia la pared y, con decisión, al tiempo que leía las inscripciones, fue presionando en un determinado orden distintas partes de la pared, que coincidían con un mismo conjunto de símbolos.

Las zonas seleccionadas retrocedían hacia el interior de la pared bajo la presión ejercida por la mano de Najt, al tiempo que llegaba hasta ellos un sonido amortiguado que se asemejaba a alguna clase de chasquido.

Tras repetir el proceso hasta en cinco ocasiones, Najt se detuvo y esperó. Poco después oyeron una sucesión de crujidos y repiqueteos que cesaron bruscamente, y entonces la puerta se entreabrió hacia dentro varios dedos. Najt y Sennefer aunaron esfuerzos para abrirla del todo y, tras cruzar el umbral, se volvieron hacia los demás para que los imitaran.

Hennut fue la última y la más renuente en atravesar la puerta, pero se reunió con los otros mientras musitaba varias invocaciones a todos los dioses que consiguió recordar en ese momento.

Se asustaron al escuchar la reactivación inesperada de mecanismo de la puerta, que se cerró por sí misma dejándolos encerrados.

—No os preocupéis —dijo Najt para evitar que cundiera el pánico—, si hemos encontrado el modo de entrar, también lo haremos para salir. Dudo mucho que esto sea como las trampas que idearon para impedir que los ladrones saquearan las viejas pirámides.

—Si lo que pretendías era tranquilizarnos, no podías haber elegido un ejemplo menos adecuado —Hennut, lejos de sosegarse, escudriñaba a su alrededor en busca de una mortal e inminente amenaza.

Tabira se puso a su lado y le pasó un brazo por encima del hombro para reconfortarla.

—Cuando salgamos de aquí le habrás perdido el miedo a los espacios lúgubres y cerrados, te lo aseguro —acompañó sus palabras de una sonrisa para reconfortar a su amiga.

El espacio que encontraron tras cruzar el pétreo acceso no era más que una especie de modesto vestíbulo cuya función no les quedó clara. Las paredes, eso sí, lucían inscripciones y dibujos, aunque Najt censuró la mayor parte de lo que decían y les hizo un resumen bastante general.

—Se trata de advertencias a los intrusos de lo que les espera si no abandonan el lugar de inmediato, y también añade promesas de recibir toda clase de castigos a quien se empeñe en avanzar más allá de este punto sin permiso.

—Está claro que no somos bienvenidos aquí —reconoció Hennut —, por tanto no sé a qué esperamos para dar la vuelta y volver por donde vinimos.

Un suave codazo de Tabira para llamar su atención le impidió seguir dando su derrotista opinión y le hizo mirar hacia donde le indicaba. En realidad todo el grupo miraba hacia allá.

Al fondo del largo pasillo que se abría en la pared opuesta a la entrada vieron a un soldado apostado delante de otro acceso, pero este abierto y, a primera vista, carecía de puertas que hubiera que sortear.

Najt lo reconoció enseguida. Se trataba del mismo soldado al que había estado siguiendo, el mismo al que Tabira había visto abandonar su puesto en la columna de refugiados. Resultaba evidente que los había visto, pero no se mostraba sorprendido ni enfadado. De hecho, su rostro no reflejaba ninguna emoción que les sirviera para saber qué actitud podían esperar de él.

—Hasta aquí llegó nuestra aventura —susurró Neferkara al oído de Hennut, y su acción obtuvo el resultado que buscaba, pues el cuerpo de la chica se estremeció de aprensión.

Tabira, que se encontraba lo bastante cerca como para oír su nueva trastada, lo empujó con una mano para apartarlo mientras chasqueaba la lengua para expresar su fastidio. Neferkara se separó un poco mientras sonreía con malicia.

Por su parte Najt y Sennefer, ajenos a los enredos de sus compañeros, se planteaban el curso de acción más adecuado ante la nueva situación.

—Si hemos llegado hasta aquí, pienso que, mientras podamos, debemos seguir adelante —propuso Najt.

—Supongo que llevas razón —corroboró su sensato amigo—. De todos modos, ya nos han descubierto, así que es demasiado tarde para volver atrás y decir que nos perdimos.

—Entonces, está decidido —dijo Najt.

Los dos muchachos entraron en el pasillo y avanzaron hacia el soldado, que no se inmutó. No así Tabira, Hennut y Neferkara, sorprendidos por la rapidez con la que sus amigos habían dilucidado una cuestión que creían que les llevaría un buen rato resolver.

Los tres aceleraron el paso para reunirse con Najt y Sennefer, aunque tanto la fría mirada con la que los observaba aquel soldado como su proximidad les impidieron exteriorizar las críticas mordaces que creían merecer los «cabecillas» del grupo.

Cuando los cinco jóvenes se situaron frente al guardia, transcurrió un buen rato de incómodo silencio, pues el segundo no parecía tener nada que decir, y los otros no se atrevían a decir lo que pensaban. Pero los muchachos se percataron de la mirada de interés que el hombre dedicó al refulgente collar que llevaba Najt.

Contra todo pronóstico, fue el soldado quien les dio pie para entablar diálogo mediante un rápido y sencillo gesto de comunicación; alzó una ceja.

Fue suficiente para animar a Tabira a interrogarle por una cuestión a la que le había estado dando vueltas desde que ella misma lo descubriera.

—¿Por qué te marchaste de la columna? —Tabira disparó su pregunta como si lanzara un dardo con su arco. Hasta puede que se imaginara haciéndolo.

El soldado solo movió los ojos para mirarla antes de responder con voz profunda y calmada.

—¿Tienes nombre?

—Tabira —contestó la joven, azorada por la pregunta del soldado, que había puesto en duda sus enseñanzas más básicas.

—Mi nombre es Ahmose —respondió el soldado sin que en su tono de voz se percibiera algún reproche—. Me fui porque debía anteponer una misión principal a otra secundaria.

—¿Y cuál es la misión principal? —saltó el impulsivo Neferkara.

El soldado desvió su mirada hacia el muchacho, pero no respondió. El joven comprendió al instante.

—Neferkara.

Ahmose asintió, satisfecho.

—Atraeros hasta aquí, por supuesto.

Los chicos guardaron silencio, temerosos de que, en cualquier momento, aparecieran más soldados y los detuvieran sin contemplaciones. Ahmose no se percató de sus temores o, si lo hizo, no dio muestras de que le importara. Se limitaba a esperar nuevas preguntas.

—Soy Hennut. y quiero saber cómo sabías que nos separaríamos del resto de refugiados y te seguiríamos hasta aquí.

—No lo sabía —respondió Ahmose con tono neutro, sin ápice de burla, ironía o enfado—. Pero sois jóvenes y, por tanto, irreflexivos y curiosos. Aí que eso era lo más probable que hicierais.

—Saludos, Ahmose, mi nombre es Sennefer y quisiera saber el motivo de atraernos a este lugar. ¿Por qué aquí y por qué a nosotros?

—Es a otro a quien corresponde responder a esas preguntas.

Dicho esto, el soldado se hizo a un lado y dejó el paso expedito para que pudieran abandonar el pasadizo. Tras unos instantes de duda, los jóvenes avanzaron y cruzaron el umbral. El hombre los siguió.

Al otro lado se habría una nueva estancia, un poco más grande que la primera que habían visto. Ahmose se dirigió hacia una de las paredes y dejó en un soporte metálico la antorcha que había sostenido hasta entonces. De una repisa inferior tomó una lámpara de aceite con salmuera, ya encendida, y se dirigió al otro extremo de la habitación. De allí partía un nuevo pasillo. El soldado se volvió hacia el grupo de amigos.

—Seguidme.

Obedecieron en silencio, pues la actitud de Ahmose apuntaba a que había dado por terminada la sesión de preguntas. Pese a su actitud correcta, recelaban del soldado, algo razonable después de lo que había hecho y de sus nulas explicaciones al respecto. La distancia de separación que guardaban con él en ningún momento bajó de, al menos, cuatro codos reales (*).

Alcanzaron el final del estrecho pasadizo, donde se ensanchaba en un pequeño recinto circular en cuyo centro la luz de la lámpara de Ahmose iluminaba los primeros escalones de una escalera de bajada que había sido labrada en la piedra.

El hombre miró hacia atrás unos instantes, como si invitara a los jóvenes a seguirlo en tanto que se cercioraba de que, en efecto, lo hacían. Cuando ya solo la cabeza del soldado quedaba a la vista y la luz de la habitación se empezaba a extinguir más rápido que la del cielo tras el hundimiento de la barca solar en el horizonte —salvo en torno al círculo plateado que siempre acompañaba a Najt—, este se adelantó hasta el borde y, tras asomarse para comprobar que todo se hallaba en orden, hizo una señal a sus amigos; estos se movieron en pos de él como un solo hombre.

Hasta que Neferkara, que cerraba la fila, no alcanzó el final de la escalera, Ahmose no se dio la vuelta para encarar las entradas a tres estrechos pasadizos que se abrían ante ellos. Con los muchachos a su espalda —de tal modo que no podían ver su rostro—, anunció como si hablara de la cosa más intrascendente:

—Dos de estas galerías conducen de manera inevitable a una muerte rápida y atroz; la otra, en cambio, garantiza una existencia más o menos anodina. ¿No os sentís afortunados de no tener que escoger?

Sin esperar respuesta, el hombre escogió la abertura central y coló por ella, aunque la estrechez del pasadizo lo obligó mantener en posición adelantada el brazo con el que sostenía la lámpara.

Sennefer y Neferkara, que, después de Ahmose, rivalizaban en corpulencia, intercambiaron una mirada de inquietud ante la posibilidad de quedarse atorados. Tabira les adivinó el pensamiento.

—Será mejor que os quedéis los últimos, no vayáis a bloquear el camino.

—Quienes construyeron estos pasajes no tenían demasiada carne sobre los huesos —asintió Sennefer a la idea de la joven arquera.

—O ninguna —Neferkara la contempló con mirada siniestra, pero no consiguió su objetivo de borrar la sonrisa del rostro de la muchacha; ella optó por no responder y se adentró en el pasadizo en pos de Hennut, que nunca se alejaba mucho de Najt y su collar «espantador de sombras».

Cuando Neferkara consiguió escapar por fin del angosto y opresivo túnel y pudo reunirse con sus amigos, descubrió que había alguien más junto a Ahmose. El joven no lo había visto nunca, aunque eso tampoco resultaba sorprendente dada su escasa inclinación por los templos en general y por el templo de Sobek en particular. Nunca le habían gustado los cocodrilos.

Najt, sabedor de que disponía de algo más de información, se adelantó a todos e hizo lo más parecido a unas presentaciones formales que los nervios del momento le permitieron.

—Es Ka-aper, sacerdote del templo de Sobek.

El aludido hizo una ligerísima inclinación de cabeza, pero su semblante serio y su dura mirada no se correspondían con sus buenos modales. No parecía nada satisfecho, aunque Najt no adivinaba el motivo.

—No creía que volveríamos a vernos —tanteó Najt al sacerdote, que se encontraba dos pasos por delante de Ahmose. Al soldado lo veía satisfecho, como si hubiera completado con éxito una misión, aunque también parecía aliviado, tal vez por traspasarle la responsabilidad al religioso y quedarse en un segundo plano.

—Ni yo que acudirías a mí acompañado de todos los jóvenes de tu edad con los que te encontraras por el camino —respondió el sacerdote con sequedad. Ante el sorprendido rostro de Najt, aún fue más allá—. Si mis recuerdos no me engañan, cuando te hice entrega de los objetos de Pentaur, dejé muy claro que los heredabas tú. En exclusiva, nunca señalé que se tratara de bienes a compartir.

—Tampoco hubo prohibiciones —se defendió el muchacho—. Y en cuanto a los objetos a los que aludes, siguen en mis manos —se señaló el brillante collar que descansaba alrededor de su cuello y el zurrón.

—Tal vez —concedió su interlocutor—, pero eso no les otorgaba derecho a ser partícipes de cuanto tú hayas aprendido hasta ahora. Y mucho menos a llegar hasta aquí.

—¿He de recordarte que los objetos que nos entregaste a Nesyamón y a mí no venían con instrucciones? —contrapuso el muchacho, que empezaba a dudar de que pudiera convencer al obstinado sacerdote—. De hecho, que mis amigos y yo hayamos llegado hasta aquí es más fruto de la casualidad que de otra cosa. ¿Por qué me da la sensación de que hablas como si todo esto hubiera sido organizado de antemano?

Ka-aper guardó silencio, pero lanzó una prolongada mirada de contrariedad a los acompañantes de Najt.

—Pues nada —dijo este ante la opacidad de su interlocutor—. Si no podemos saber lo que ocurre, creo que lo mejor será que nos vayamos de aquí...

Se dio la vuelta para dirigirse hacia el estrecho corredor por el que habían llegado.

—¡Detente, muchacho! ¡No seas insensato! —reaccionó Ka-aper dejando a un lado su habitual templanza. El apasionamiento con que lo interpeló hizo que Najt se diera la vuelta.

Ka-aper volvió a enmudecer, pero esta vez los muchachos aguardaban con interés a que expusiera lo que veían que quería pero no terminaba de atreverse a contarles.

El sacerdote tomó aire de forma pausada y su semblante, que había recuperado la afabilidad que Najt recordaba haber visto en casa de sus padres, volvió a mostrar la actitud de alguien que busca con cuidado las palabras antes de expresarlas en voz alta.

—Esto es mucho más trascendental de lo que hayáis podido imaginar —empezó el religioso con voz convincente y, para sorpresa de Najt, incluyendo también a sus amigos—. Quizá hasta ahora lo hayáis vivido como algo lúdico y entretenido. Una experiencia donde, en el fondo, sabíais que romper las reglas no acarrearía graves repercusiones en comparación con las emociones vividas.

»Como una de las personas en parte responsables de que os encontréis aquí, considero mi deber informaros que, si os quedáis, tendréis que despojaros más pronto que tarde de esa mentalidad infantil con la que vinisteis aquí, según la cual vuestras acciones y decisiones no tienen por qué acarrear consecuencias. Y que serán otros, los adultos, los que respondan por vosotros.

»Si, por el contrario, os consideráis aún demasiado jóvenes para aceptar semejante responsabilidad, mi consejo es que regreséis cuanto antes con Ahmose. Él os llevará a un lugar seguro, no se os impondrá ningún castigo, y podréis seguir con vuestras vidas y recordar el día de hoy como una de vuestras mayores aventuras. Algo con lo que, sin duda, impresionaréis a vuestros compañeros de juego.

Ka-aper calló y, esta vez, coordinó su estudiado silencio con una detallada observación de cada uno de los amigos que acompañaban a Najt. Cada uno de ellos fue capaz de percibir que aquella mirada no se limitaba a invitarlos a irse, sino que los analizaba y estudiaba como si quisiera conocer los más profundos secretos de sus corazones. Aquello casi los convenció más que las palabras del sacerdote de la relevancia de la decisión que habían de tomar.

El escrutinio concluyó sin que ninguno de los amigos de Najt se hubiera echado atrás. Ka-aper alzó levemente las cejas en lo que parecía un gesto de sorpresa y admiración, como si no hubiera esperado ver tanta valentía y lealtad en personas tan jóvenes. Sus pensamientos, en cambio, lo guiaron por un curso de pensamiento mucho más derrotista.

«Aunque lo más probable es que, por su edad, se comporten con una mezcla de ignorancia e insensatez».

—Bien —dijo al fin—, nadie podrá alegar que no fuisteis advertidos.

Se hizo a un lado y señaló el acceso al que, hasta ese momento, había dado la espalda.

—Esa puerta conduce a una estancia muy especial —hablaba lo bastante alto como para que todos lo escucharan, aunque en ningún momento apartó la vista de Najt.

»Se trata de la última cámara excavada en esta zona secreta, tan solo conocida por unas pocas personas de confianza. Desconocemos la fecha en que se construyó, pero sospechamos que debe ser muy antigua, quizá incluso anterior a los primeros faraones.

»La habitación se encuentra repleta de inscripciones que, en cierta medida, recuerdan a las de tu pergamino. Y también como las que habéis visto en la puerta de piedra, que solo tú, Najt, has sabido leer —si esta última afirmación expresaba alguna clase de reproche o protesta por la permanencia en el lugar de los amigos del hijo de Nesyamón, no se reflejó en su rostro o mirada, de nuevo imperturbables—. Y es en ella donde reside tu tarea —esta vez sí excluyó a los otros muchachos.

—¿Entonces hay una tarea? —preguntó Najt, que había escuchado absorto al sacerdote hasta que, al fin, vislumbró algo concreto a lo que podía agarrarse. Algo que no era producto de sus temores o de su imaginación. Algo, en fin, por lo que se había estado preguntando desde que unas cuantas piezas de las que conformaban su pequeño mundo empezaron a no encajar entre sí.

—Desde luego —le confirmó Ka-aper haciendo gala de su solemnidad sacerdotal.

—¿Y cuál es?

—Completar el trabajo de Pentaur, por supuesto

Ka-aper habló como si anunciara lo evidente, pese a que debía de ser consciente de que, para Najt, no lo era en absoluto. Como quiera que sus interlocutores lo miraban como si hablara en un idioma desconocido, condescendió en ofrecer una explicación más precisa y detallada.

—Pentaur, como bien sabéis, no era sacerdote. Ni de este ni de ningún otro templo en Shedet. Sin embargo, su linaje se remonta muy atrás en una sucesión de shutiu(*) que se encargaban de muchas de nuestras transacciones comerciales, tanto aquí, en la propia Shedet, como en el resto del país. Existían lazos muy estrechos entre su familia y el templo, y por eso contaban con acceso garantizado a zonas vedadas para la mayoría de la población.

»Un día pasamos por delante de la puerta de piedra que habéis logrado traspasar y, de repente, enmudeció. Al preguntarle, empezó a leerme lo que decían las inscripciones, algo de lo que nadie en el templo había sido capaz antes.

»Habíamos cruzado por allí en otras ocasiones, pero aquella fue la primera vez que Pentaur afirmó reconocer los símbolos. No fue hasta más tarde que nos dimos cuenta de que era el propio collar —heredado, según me dijo, de su padre, y este a su vez del suyo, y así hasta perderse en la memoria— quien le permitía —solo a él— descifrar los extraños signos que tantos dolores de cabeza nos habían ocasionado.

»Tras descubrir —como tú lograste hoy— el modo de sortear el acceso a esta zona, desconocida por todos hasta entonces, Pentaur se convirtió en colaborador extraoficial —y secreto— del templo, y se dedicó a traducir las inscripciones de todas las paredes que habéis visto desde la entrada hasta aquí.

»Pero, por desgracia, tu abuelo —se dirigió a Najt— enfermó y murió antes de completar su labor.

—Entonces, cuando me entregaste el collar y el pergamino, ¿sabías que yo sería capaz, como mi abuelo, de descifrar esos signos?

—Así llegué a creerlo, pero no estaba seguro —confesó el religioso—. Recé a todos los dioses conocidos para que así fuera. Pero lo importante ahora es que es verdad. Najt, tú eres la única persona conocida que es capaz de utilizar esa extraña joya para terminar el trabajo que empezó Pentaur.

—¿Y por qué es tan importante? —preguntó Neferkara con su desparpajo y capacidad de provocación habituales—. Quiero decir que quienes construyeron esto lo hicieron hace mucho tiempo, y sea lo que sea que intentaran salvaguardar, no parece que les sirviera de mucho. Ahora mismo nuestro mayor problema se dispone a asaltar las murallas de la ciudad, y, si lo consigue, estaremos acabados. ¿Para qué entonces preocuparse de lo que lleva tanto tiempo en el olvido?

—Para hacer realidad un sueño —fue la escueta y enigmática respuesta del sacerdote, que, lejos de aclarar algo, añadía si acaso un nuevo interrogante.

Pero antes de que cualquiera de los jóvenes pudiera abrir la boca para demandar una explicación, Ka-aper y Ahmose se adentraron en el pasillo que los había conducido hasta allí mientras el primero musitaba un lacónico «esperaré fuera».

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