Capítulo único
Fuimos dos almas enganchadas en la música de un solo corazón.
Fueron melodías extensas entre versos de anhelo y pasión,
Y yo fui el instrumento que tus manos se encargaron de tocar entre la oscuridad de un par de almas marchitas que se negaban a la soledad.
Junto a la melodía de un viejo bals los copos de nieve se ensartaron entre la negrura de su cabello oscuro, y como gotas de lluvia fresca humedecían la piel de su rostro mezclándose con la intensidad de su mirada oculta en la frialdad.
En aquel momento quise abrazarle, susurrarle al oído que todo estaría resuelto pero no era buena mintiendo, y las lágrimas igualmente comenzaban a ahogar mi pecho como las tonadas gravadas a fuego de aquel último soneto.
-Quedate.- Fue la última palabra que susurré. Pudo más mi debilidad que el orgullo desvanecido en mi pecho. Y para él pudo más su miedo que las promesas de un nuevo sueño.
Esa noche la brisa helada arremolinó las motas blancas que espolvoreaban el paisaje de aquella plaza sumiéndola en una capa escarchada de fantasías destrozadas.
Fue la melodía final que encontró nuestras miradas, fue la musica fúnebre que separó nuestras almas.
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