II
La señal del hiperimpulsor pulsó, despertando a Fable. Ella frotó el creciente chichón en su frente, donde se había golpeado con fuerza contra la carlinga del Ala-X.
—¿No más pesadillas? —suspiró con una leve sonrisa. Desde arriba, un abrupto movimiento la distrajo y, antes de que pudiera pronunciar un sonido, el cuerpo de Arecelis se estrelló contra el escudo de la carlinga, dejando entrar la presa helada del espacio. Mientras el aire era extraído de sus pulmones, Viaico permaneció sobre ella, montando la carlinga a horcajadas y burlándose con su risa profunda y gutural.
Fable chilló, golpeando histéricamente el cadáver mutilado que yacía en su regazo; pero no había nada allí. Torciendo frenéticamente su cuello para lograr una visión completa del exterior de la cabina, no vio nada excepto las líneas y colores brillantes del hiperespacio, mientras empezaban a contraerse en los puntos que indicaban planetas y estrellas distantes. Retrayéndose de la traumática pesadilla, se derrumbó contra la silla de aceleración.
La cara esmeralda y dorada de Trulalis emergió ante ella cuando el Ala-X se materializó desde el hiperespacio. Encendiendo rápidamente los motores, se preparó para la entrada atmosférica. Estudiando sus sensores, Fable comprobó las pantallas de datos, inundadas con lecturas inmediatas de signos de vida. Los sensores comenzaron a rastrear la firma iónica, estableciendo automáticamente el rastro de una lanzadera liviana. Fijando un curso similar, aterrizó finalmente fuera del perímetro de un pequeño asentamiento.
Desde el suelo, Trulalis era impresionante y majestuoso. Fable se encontró cautivada por los nobles árboles negros cuyas hojas irradiaban una tonalidad verde cuando eran tocadas directamente por la luz del sol. Con ramas enormes y arqueadas, los árboles formaban un pasillo sombreado sobre el sendero cubierto de vegetación. Disfrutando la tranquila caminata, Fable volvió a inspeccionar la información de sus sensores, confirmando que los signos de vida que había recibido eran sobre todo de naturaleza animal. Las estructuras del asentamiento que la computadora había descubierto estaban desprovistas de toda vida. Al acercarse, fue evidente porqué.
Esparcidas en las cercanías del campo común, encontró restos de armadura de soldados de asalto. No había cuerpos adentro, pero las inconfundibles marcas de bláster en los pechos era evidencia perturbadora de una fallida represalia contra el Imperio, al igual que los restos esqueléticos de sus víctimas, semienterrados cerca en la tierra floja. Al llegar a la entrada del asentamiento, contempló las calles solitarias donde los restos y los escombros estaban dispersos de un extremo a otro de la amplia avenida.
El cuerpo de un bantha pequeño yacía en el umbral de un estrecho refugio. Contraído y delgado, su piel gruesa había sido preservada por el suelo fértil de Trulalis. Los esmerados jardines estaban descuidados, extendiéndose irregularmente sobre los patios delanteros y los restos dilapidados de las cabañas abandonadas. En un refugio, Fable encontró la lanzadera que había sido asignada a Jaalib; sabía que estaba en la pista correcta.
El único superviviente auténtico del violento ataque imperial estaba en el centro del asentamiento. Su sombra caía sobre ella en testamento silencioso de su resistencia. Fable alzó la vista más y más, hasta que sus ojos pudieron abarcar la enormidad del antiguo teatro. Marcas de bláster habían dañado el prístino obelisco de piedra caliza, dejando una mancha de tragedia en el elaborado diseño. Circundados por cercas y puertas de piedra, los jardines estaban inmaculadamente podados y cuidados, estrechándose detrás de los sinuosos senderos del jardín, que serpenteaban y curvaban en la enorme entrada. Dos pilares de piedra enmarcaban el portal central, arrojando sombras grotescas e incorpóreas sobre el arco.
Reuniendo valor, entró en la inmensa antecámara. Sus ojos notaron los magníficos tapices y vitrinas, que exhibían reliquias de espadas de utilería, joyería adornada, y trajes utilizados en varias producciones escénicas. Escuchó voces que resonaban desde el ala derecha y las siguió instintivamente, atraída por la familiar fuerza de la voz de Jaalib.
—¡Eres un ladrón, un mentiroso, y un peón! —escupió Jaalib con voz frenética. Fable vaciló en el umbral, mirando fijamente a través del auditorio obscurecido.
—¿Un ladrón? ¿Un mentiroso? ¿Un peón? —comentó otra voz—. ¿No son esas las mayores virtudes de todo buen rey?
—Virtud... —Jaalib se interrumpió, su cara torcida en una poco característica máscara de rabia.
—No estás concentrado —susurró el extraño—. Quizás nos estamos moviendo demasiado rápido.
—¡No, soy yo! —el sonido desanimado de su voz resonó en los espacios polvorientos sobre el escenario—. Continúo observándote, escuchándote interpretar la obra y entonces —vaciló—, veo mis propios torpes intentos. —Pasó ansiosamente una mano a través de su pelo oscuro, y sonrió débilmente—. La perfección nunca es fácil, padre, especialmente cuando se trata de tu perfección.
Desde su trono, en el fondo sombrío del escenario, Adalric Brandl rió suavemente. El crujir de sus negras vestiduras envió vibraciones susurrantes sobre las filas delanteras mientras bajaba de la plataforma elevada.
—De todas las tragedias jamás concebidas,
Uhl Eharl Khoehng es la más grande —dijo Brandl con convicción—. El papel del Príncipe Edjian es el más difícil y el actor que lo interpreta —se detuvo brevemente—, tiene la grandeza asegurada.
—¿Qué edad tenías, la primera vez que lo interpretaste?
—Tenía casi treinta antes de que Otias me permitiera siquiera leer la pieza —resopló Brandl con cálido placer—. Eres un hombre joven, Jaalib. —Apoyando una mano consoladora en los hombros de Jaalib susurró—, tú naciste para este papel. Toma tu tiempo para crecer en él.
Reconociendo el perfil de Brandl, Fable caminó lentamente por el pasillo central hacia el escenario. Con las manos cruzadas tímidamente delante de ella, enfrentó los ojos curiosos de Brandl mientras su mirada caía sobre ella.
—Lord Brandl... —vaciló, mirando fijamente en las sombras.
—¡Fable! —siseó Jaalib. Saltando de la plataforma corrió hacia ella, su traje revoloteando desde sus hombros—. ¿Qué estás haciendo aquí?
Fable podía oír su voz, pero desde lejos. Podía sentir el apretón áspero de sus dedos en sus muñecas, pero no sentía ningún dolor. Atrapada en la mirada intensa de Brandl, no podía moverse. Su presencia era dominante y Fable se encontró profundamente intrigada por el encanto sombrío y la magnificencia de este hombre extraño, él mismo un héroe trágico, atrapado en el torrente de algún drama inconcebible.
Sus ojos trazaron cautelosamente el ángulo noble de su frente y ceño, observando la gentil curvatura de su nariz, su boca, y el porte real de su barbilla. Débiles arrugas enmarcaban los labios finos y pálidos, desapareciendo en la dureza que circundaba sus pómulos. Las ondas del pelo negro dejaban entrever hebras de plata que corrían a través de los costados prolijamente cortados, sombreando la cara solemne de Brandl. En su sien derecha, venas obtusas de una cicatriz surgían de la piel lisa, serpenteando una trayectoria cruel alrededor del borde externo de su ojo. Seriamente herido, el ojo mismo estaba dañado, un claro globo amarillento sin pupila ni iris.
—¡Fable! —gritó Jaalib, sacudiéndola.
—Jaalib —susurró Brandl—, cuida tus modales. Una audiencia, incluso una audiencia de una persona, siempre debe ser atesorada y respetada.
Mirándola con enojo, Jaalib siseó:
—¡No deberías haber venido!
Fable lo miró brevemente y después se apartó, rehusándose a reconocer que estaba de acuerdo con él.
—¿Una admiradora, Jaalib?
—Sí, padre, pero ya se estaba yendo.
Antes de que Jaalib pudiera conducirla de vuelta al pasillo, sintió la ligera restricción de las manos de su padre.
Atraído por la inocencia de los ojos asustados de la joven, Brandl cerró la distancia entre ellos. Vacilando, acarició la suave mejilla de Fable, levantando gentilmente su barbilla para que alzara la vista. Asombrado por la fuerza en su mirada, Brandl sonrió agradablemente.
—No hay fragilidad aquí —susurró con una sonrisa narcisista. Sus ojos se entornaron dudosos mientras tomaba su mano vendada, calentando sus dedos fríos con el calor de su contacto—. El lado oscuro atrae con la promesa de un triunfo fácil, pero hay siempre un precio, siempre un tributo a su pasión.
Fable tragó, luchando por encontrar su voz.
—Yo... yo —balbuceó—, señor Brandl, yo lo necesito... para...
—Considera tus palabras cuidadosamente, joven, no malgastes el tiempo contándolas. — Volviéndose hacia Jaalib, la empujó suavemente hacia su hijo—. Jaalib, lleva a nuestra huésped a un cuarto confortable. Se quedará aquí esta noche.
Con los hombros encorvados por la furia, Jaalib guió a Fable por el ancho pasillo, conduciéndola fuera del gran auditorio.
Un fuerte calambre en la pierna devolvió a Fable a la consciencia. Saltó frenéticamente de la cama, estudiando las sombras por signos de movimiento. Tomando el sable de luz de debajo de su almohada, adoptó la posición de defensa, esperando que el invisible fantasma la atacara. Pero no había sombras que pelear, excepto la suya.
—¿No más pesadillas? —Contracturada por el espacio reducido del Ala-X, se sintió sorprendentemente bien y descansada. Resoplando suavemente, Fable se sentó en la cama. — ¡Nada de pesadillas! —dijo alegremente en su almohada. Su optimismo duró poco cuando un golpe sonó en su puerta. La cerradura se accionó y la puerta se abrió. Cubriendo su cuerpo con la manta, Fable tragó un momento de miedo, aliviada cuando el rostro de Jaalib asomó en el compartimiento.
—La comida de la mañana está lista —-gruñó.
—Enseguida estaré lista.
Cuando la puerta se cerró se apresuró a salir de la cama y vestirse rápidamente. Ignorando su chaqueta de vuelo, pasó su fina camisa de lino sobre su cabeza y hombros, dejando que sus largos extremos colgaran sobre sus mallas. En el oscurecido corredor fuera de su cuarto, Jaalib estaba esperando.
—Por aquí.
Cuando el aroma dulce de salchicha y cereal hirviendo se filtró a través de sus fosas nasales, el estómago de Fable gruñó agradecido. Dolorosamente consciente de su hambre y del disgusto del joven actor, le esperó para sentarse en la mesa pequeña. Una serie de grandes hornos se alineaba en la parte posterior del cuarto.
Fable esperó hasta que Jaalib tomó el primer bocado, después comenzó a llenar su plato con caldo humeante y varios trozos de salchicha. Al escuchar solo el tintineo de sus cubiertos, alzó la vista para encontrar a Jaalib mirándola con furia. Había una profunda aversión en sus ojos. Mirando alrededor de la cocina pequeña y primitiva, ella se dio cuenta de que estaban solos.
—¿Dónde está Lord Brandl? —susurró, esperando que él la ignorara.
—¡No deberías haber venido!
Molesta por su tono cruel, Fable golpeó el tenedor contra el plato.
—¿Por qué no dejas de meterte donde no te importa?
—Él no te ayudará —-dijo el actor con desprecio—. Otros han venido. Como tú. Así por que no tomas tus cosas y te acompaño de nuevo a tu nave.
—He dicho, ¿dónde esta? —siseó Fable con premeditado veneno.
—Está en los Túmulos —cedió Jaalib—. Te ha estado esperando.
—¿Los Túmulos? —preguntó con la boca llena de caldo caliente.
—El cementerio.
Afuera en el frío amanecer, nubes de tormenta barrían el cielo. Fable se estremeció, deseando haber cogido su chaqueta de vuelo, abrazándose mientras la brisa fresca se agitaba a través de sus cabellos y la tela delgada de su camisa. Subiendo por el paisaje trasero de escalones y pórticos, vagó por los patios posteriores del teatro, sin necesitar ninguna dirección específica para seguir la oscura presencia de Lord Brandl. Siguió un sendero corto hasta las afueras de Kovit, donde la tierra se elevaba y caía en una serie irregular de montículos de tierra y colinas de césped. Subiendo el montículo más escarpado, se detuvo en la cresta, encontrándose rodeada por cilindros de cera, centenares de ellos, montados encima de pedestales delgados enterrados en la tierra suave. Bolas de cojinete metálicas estaban colocadas precariamente en cada cilindro, dando el aspecto de pequeñas llamas azules.
Frente a ella, en el montículo opuesto, Brandl estaba de pie dándole la espalda, al pie de un sarcófago enorme. La granulosa imagen de una mujer había sido tallada en la tapa, contorneando delicadamente los lazos y la tela del vestido con la que había sido enterrada.
—El Jedi es su propio peor enemigo —declaró Brandl—. El conflicto más grande viene del interior. Nuestros maestros nos enseñan, nos regañan —vaciló— nos ordenan que sigamos la razón, no nuestras emociones.
—¿Usted no está de acuerdo? —preguntó Fable adentrándose en el centro de los cilindros de cera.
—Donde hay humo, hay fuego —Brandl se irguió, mirándola fijamente por un largo momento—. Viaico es un cobarde. Sus tácticas son simples ilusiones, que hacen presa en aquellos de mente débil. Haciendo a un lado el posible insulto, Fable se encogió de hombros.
—Pero es poderoso. —Sacudiendo su cabeza con remordimiento, susurró—: No puedo vencerlo. Al menos, no creo que pueda.
—Perder no es una opción... es una decisión consciente. No lo sabrás hasta que no lo intentes.
—¡Intentarlo no es suficiente! Tengo que lograrlo o...
—¿O él triunfará en sus intentos de atraerte al lado oscuro? ¿Cómo sabes que yo no te convertiré?
Fable sintió un temblor bajar por su espalda.
—No lo sé.
—El mayor logro del estudiante se obtiene por sucesión —empezó Brandl—, una sucesión que requiere la destrucción del maestro. Esto es lo que el lado oscuro nos enseña. Pero lo que siempre debes recordar es que cuando abrazamos la oscuridad, ya somos maestros en el diseño del destino, humillándonos como alumnos. —Se apoyó pesadamente contra la enorme tumba de piedra—. Cuando buscamos el lado oscuro, buscamos nuestra perdición. Demasiado a menudo, tenemos éxito.
—Entonces ¿me ayudará?
—La perdición de Viaico es inevitable. Incluso yo lo he visto.
—Entonces venceré, ¿verdad?
Brandl tironeó suavemente del cierre de su manto, aflojando el cuello.
—Si estás buscando visiones, Fable, siéntate en silencio y permanece en tu pasado. Ahora prepárate. ¿Ves esa bola de cojinete justo delante de ti? Saca tu espada de luz y golpéala. Destruye solo la bola. Deja la cera intacta.
Fable vaciló, asumiendo la posición inicial con deliberada lentitud. Respirando con esfuerzo, miró fijamente la bola de cojinete, su mano herida cosquilleando por su última experiencia con el sable de luz.
—La influencia del lado oscuro es más fuerte en momentos de debilidad. No te permitas distraerte. Ahora golpea.
Fable extrajo el sable de luz de su cinturón, concentrándose en encenderlo. Describiendo un arco abierto, golpeó la bola de cojinete, eufórica al verla evaporarse en la nada, dejando el cilindro de cera levemente chamuscado, pero indemne. Ella desactivó el arma y reasumió la posición inicial, incapaz de ocultar la sonrisa arrogante grabada en sus facciones.
—Al escalar grandes montañas, siempre es mejor empezar despacio —remarcó Brandl en voz baja—. Ahora golpea dos.
Sin esperar a enfocarse en la posición del pedestal, encendió el sable de luz y dio dos golpes, balanceando la hoja hacia las bolas de cojinete y desintegrándolas mientras los cilindros permanecían intactos. Llena de confianza, otra vez desactivó el arma y reasumió la posición inicial, ansiosa para empezar con la próxima fase.
—Toda ganancia tiene su precio. Seré tu mentor y tú mi pupila. Tú llevarás por siempre la distinción de mi presencia, al igual que la mancha —vaciló al pronunciar la palabra—, los rasgos de mis propios maestros.
—Se refiere al Emperador —susurró Fable—, ¿verdad?
—Yo elegí el camino que me condujo a esta vida —continuó Brandl—, yo te guiaré en un curso paralelo, donde te mostraré las glorias de la luz y la majestad de la oscuridad. —Él asintió con la cabeza, indicando la siguiente línea de cilindros de cera—. Ahora golpea diez.
Fable vaciló por un momento: luego, con el recuerdo fresco de su desempeño, encendió el sable de luz y arremetió, abriéndose camino a través de la línea. Al alcanzar el cuarto cilindro, se tambaleó. Luchando furiosamente con el quinto, cortó limpiamente el cilindro y la bola de cojinete cayó a sus pies. En un fallido intento de alcanzar el sexto, tropezó y cayó en la tierra mojada, arrastrando varios soportes y cilindros con ella.
Brandl descendió lentamente del montículo, adentrándose en el perímetro del círculo de entrenamiento. Poniéndose de pie llena de vergüenza, Fable se estremeció cuando él extrajo su sable de luz y se movió hacia ella. Con un poder vibrante que se extendía desde él en todas direcciones, el sable de luz se convirtió en un borrón brillante mientras Brandl se abría camino a través de los cilindros de la cera. Destruyó una bola de cojinete tras otra, sin dejar ninguna marca perceptible en la cera. Fable miró con asombro como el arma danzaba a través de una veintena o más de bolas de cojinete antes de que Brandl terminara la cadencia y desactivara el arma. Boquiabierta ante su demostración, se volvió hacia Brandl.
—Realmente eres un Maestro Jedi.
—Solo los tontos admiran lo que ven —siseó él, pasando junto a ella—. Lo sé... por que en un tiempo yo también fui un tonto. —Las primeras gotas de lluvia empezaron a caer, cubriendo rápidamente los túmulos con una película resbaladiza de agua y tierra suelta—. Continuarás con este ejercicio hasta que lo domines apropiadamente. Solo entonces podrás regresar al teatro.
—¿Y si no puedo? —insistió Fable.
—Sabes donde está tu nave. No vaciles en volver a donde sea que hayas venido. — la dejó sola, sin más comentarios.
Casi ocho horas después, Fable caminó a través del tormentoso diluvio, sintiendo las gotas heladas contra sus hombros. Cada paso irritado la llevaba más cerca del teatro y más
cerca de una rabieta de monumentales proporciones. Jaalib la estaba esperando en la puerta con una sonrisa modesta y una manta tibia.
—¡Él pide lo imposible! —–siseó ella.
El actor echó la manta sobre sus hombros.
—Tu cena se está enfriando.
Fable pasó a través de la puerta a otro cuarto, sorprendida de encontrar una pesada tina de plastiaceroino en el centro del suelo, con agua caliente humeante.
—¿Un baño? —susurró cansadamente—. Oh —gruñó, avanzando a los tumbos, desechando botas, medias y cinturón mientras se movía a través del cuarto. Justo antes de pasar la camisa embarrada sobre sus brazos, Fable vaciló, sintiendo una corriente de aire desde la puerta, donde permanecía Jaalib, mirándola—. ¿Te importa?
Ruborizándose de vergüenza, él retrocedió en las sombras.
—Te traeré tu cena más tarde —tartamudeó y cerró la puerta tras él.
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