XI. Dos emboscadas
La noche estaba en su etapa final. Dentro de poco la luz del sol los delataría y volvería presa fácil.
No sabían si había más drones sobrevolando el área y tampoco querían averiguarlo. Tenían la ventaja de que la camioneta era una camioneta militar por lo tanto demorarían más en notar su presencia.
Pero eso no lograba calmarlos. La camioneta estaba registrada como parte del ejército y posiblemente ya la tenían reportada.
Phoenix recordó eso con pesar. Era verdad que no podían darse el lujo de huir a pie como habían hecho los científicos pero esa camioneta tampoco había sido la mejor opción, se reprochó, en algún momento deberían de deshacerse de ella y conseguir otro vehículo.
—¿Y bien? ¿Adonde iremos? —inquirió Brad.
—Pensaba en ir al sector XV. El que está cercano a la ciudad. Es una chatarrería ¿recuerdan? Podemos quedarnos.
Brad hizo una mueca de asco; recordaba ese lugar. Era, tal como decía Phoenix, un basurero; un lugar donde la mayor parte de los desechos tecnólogicos de Sarang iba a parar. Similares reacciones hubo por parte de los otros.
—¿Por que allí? La porquería que hay ahí nos va a matar más rápido que los militares. Mejor nos enteramos.
—Por eso mismo. Piensen. Es verdad no nos podemos quedar allí, pero ellos tampoco. No nos instalaremos. Pero si recuerdan los planos de Sarang, ese lugar queda bastante cerca del sector de los ingenieros. Dejaremos la camioneta en el sector XV e iremos a pie hasta ese sector. Entonces hablamos con Hahn. Si él dice que sí quizá podremos quedarnos allí o incluso podríamos tratar de ingresar al sector del teletrasportador. Los soldados están tan divididos con su búsqueda que quizá tendríamos una oportunidad. Joe como todos los ingenieros conoce las claves de ingreso. Entonces, todo acabaría esta noche.
—Nunca pensé que fueras tan soñador, Farrell. Te hacía más listo —replicó Delson con aire malhumorado—. Si Hahn dice que no, quedaremos acorralados. Totalmente a merced del enemigo.
—Confía en Bennington —dijo Phoenix—. Si él dice que lo hará, lo hará.
A su lado, el aludido sonrió complacido.
—Como quieran. Si ustedes lo dicen.
—¿Queda alguna otra opción? —inquirió Robert Bourdon, en los asientos traseros del vehículo.
—¿Qué pasará con ustedes si lo conseguimos? —preguntó Isaac—. Digo nosotros nos iremos pero ustedes se quedarán aquí...
Era imposible para Isaac ocultar el pesar que sentía por la suerte de ellos, más después de conocer a la familia Bennington. Annabelle se encontraba en las mismas circunstancias.
—Nos dividiremos —contestó Delson—. Como grupo seríamos capturados. Cada uno tomará su camino. Una ciudad diferente, un país diferente, otro continente ¿qué más da? Lo importante es seguir vivos. Después de todo, ya perdimos la vida que teníamos aquí.
—Si es que se le puede llamar vida —replicó Bennington—. Para mí era un martirio.
—Para ti quizá...
—La vida en Sarang no era vida —dijo Robert a su lado pero sin mirarlo—. Era una ilusión mejor creada que la de MORFEO, todos soldados, científicos hayas la más miserable mucama éramos los títeres del gobierno. Sino hubiera sido esto nos habrían condenado por otra cosa. Solo los favoritos obtenían privilegios, aquellos que eran útiles para los propósitos de mantener este sistema. No te preocupes, Isaac, tal vez algunos no lo noten pero es mejor ser fugitivos que ser esclavos bien pagados del gobierno.
A Brad ya no lo quedaron dudas de que Rob había tenido contacto con los rebeldes. No se atrevió a replicar, aunque bien quería hacerlo, pero estaba cansado de discutir. Chester tampoco dijo nada pero era obvio que estaba de acuerdo con lo dicho por Bourdon.
De nuevo silencio.
A medida que avanzaban, una niebla los comenzó a rodear, al principio era fina pero pronto se volvió más espesa. Era un avido de que estaban cerca del sector XV.
En cierto punto, Phoenix comenzó a disminuir la velocidad. Al principio no lo habían notado pero luego todos lo hicieron.
—¿Qué sucede? —preguntó Brad. Pues aún faltaba mucho para llegar a su destino.
—Shhh... ¿No lo notan? —dijo en voz baja y señaló a las ventanillas. Él mismo miraba hacia allí como buscando algo.
Lo imitaron pero nada vieron. Estaba oscuro y la niebla no ayudaba.
—¡Hay que irnos! —exclamó de repente—. ¡Es una emboscada! —alertó, pisando el acelerador.
Pero fue tarde. La primer bala impactó contra el vidrio del conducir, de no haber sido una camioneta blindada la bala sin duda habría volado dado de lleno en las sienes.
Seguida de esas se vieron metidos en una lluvia de balas en la cual a Phoenix se le estaba dificultando maniobrar.
Annabelle ahogó un grito y Isaac la abrazó para protegerla.
—Agachense —ordenó Mike y acataron cual autómatas obedecieron sin decir un pero.
—¿Donde están? —inquirió Rob acercándose a la ventana—. Viene de todos lados.
La balacera se detuvo.
—Hay que aprovechar. Escuchen. Disparen a donde sientan que vengan los disparos.
—¿Son soldados o rebeldes? —preguntó Bennington.
—Soldados —contestó Brad con seguridad—. Reconocí su método de ataque. Es demasiado elaborado para un grupo de civiles armados.
La lluvia de balas volvió. El grupo se dedicó a analizar de dónde venía mientras que Phoenix seguía maniobrando con la camioneta. No era la primera vez que lo hacía así que no perdía el control del volante con facilidad, pero no podía llevar una alta velocidad por lo que avanzaban casi a paso de hombre.
—Los veo... —exclamó Brad de repente al notar sombras moverse entre la niebla durante el ataque. Su vista aún seguía intacta.
Cuando la balacera se detuvo, Brad sacó la cabeza por la ventana e hizo los primeros disparos en respuesta hacia lugares hasta donde los había visto, como resultado vió cuatro cuerpos caerse y de inmediato se metió al vehículo y cerró la ventana. Una nueva bala impactó contra el vidrio. Rob y los demás imitaron la acción de Delson. No tenían otra que enfrentarlos.
Pronto la idea de Brad dió resultado. Pero eran varios, o al menos eso creían pues no podían verlos. Sólo sabían que estaban ahí.
De un lado y del otro de la camioneta se sostenía una batalla. No podían dejar de disparar puesto que de hacerlo, en segundos los tomarían como prisioneros.
Brad se apresuró a cargar las balas en su rifle, pero en el momento en que se hallaba presto a salir su vieja lesión le recordó que allí estaba que jamás lo había abandonado y que jamás lo haría.
Se encogió de dolor. Era como si la bala hubiera vuelto a impactar contra su brazo, como si hubiera retrocedido cinco años atrás al momento en que se hallaba en la cúspide de esu carrera militar y aquel pequeño objeto metálico hubiera puesto fin a todo con un simple impacto.
Se sujetó el brazo.
Esas jodidas memorias insistieron en volver. Las veía allí como un vídeo de su propia vida.
«Es una herida de baja gravedad», había dicho el médico «con suerte estará de vuelta a la acción en menos de un mes».
Pero no fue así, el dolor no se iba. Y pasado ese mes aún seguía sin poder hacer prácticas. Ya no era capaz de manejar un arma sin que sintiera aquel fuerte dile similar a un calambre que le impedía manejar el arma con la misma facilidad de antes. Parecía un torpe soldado raso en su primer día.
Una estudio mejor reveló que la bala había impactado en uno de sus tendones los que recubrimiento la articulado y no estaba sanando bien. No recordaba todo el técnicos mi médico pero sí la sentencia final: ya no era útil para el ejército. Pero en consideración le habían ofrecido aquel trabajo como creador de explosivos que fue la única que halló para seguir en la guerra. Brad siempre pensó que fue por lástima, aunque consideración o lástima sonaban igual de todas formas.
El impacto de dos balas seguidas contra la puerta del auto lo trajo de vuelta a lo realidad. Todos seguían en sus propios frentes de batalla, los dos muchachitos continuaban ocultos tratando de ignorar que se hallaban en medio de un capo de batalla. Nadie había notado aún que se había vuelto peso muerto para ellos. Incluso Robert que estaba a su lado seguía concentrado en lo suyo.
Quería luchar, ayudar. Pero el dolor era insoportable. Su brazo parecía entumido ¿Por qué tenía que suceder ahora?
Se incorporó, debía intentarlo.
—¡Cuidado! —alguien gritó a su espalda.
Entonces todo sucedió en cámara lenta. Alguien haciéndolo caer al piso de la camioneta. Una bala rozando que pasó rozandolo,un aullido de dolor y un siguiente balazo en respuesta.
Brad se incorporó lo más rápido que pudo. Vió a Bennington sujetándose el hombro izquierdo, la sangre roja filtrándose entre sus dedos y tiñiendolas de carmín, mientras que sujetaba el revólver con la izquierda.
No tardó en entender. Aquel balazo lo hubiera recibido él. El mercenario le había salvado la vida.
—¿Estas bien? —preguntó el soldado sonriente.
Brad no fue capaz de articular palabra alguna. Aun estaba atónito. ¿estas bien? Sabía que él era quien debía de estar haciendo aquella pregunta. Pues su estado no era nada a la par del de Bennington.
La sonrisa del soldado de desfiguró en una mueca de preocupación.
Bennington había avistado un nuevo enemigo. Estaba trepado en un árbol. Pero esta vez le era imposible reaccionar. Él no era ambidiestro. Sonrió de nuevo este parecía su fin o eso creyó. Pues hubo un nuevo disparo. Y el hombre que se hallaba en aquel árbol cayó al suelo en un ruido seco.
—Gracias —masculló Delson.
La balacera se detuvo por un corto instante. Todos se metieron al vehículo e hicieron el descubrimiento. Sopesaron bastante que hacer. Se estaban quedando sin balas y dentro de poco serían tan fáciles de atrapar como un pez dentro de una red de pesca.
—No podemos seguir así. ¡No con Chester herido! —bramó Phoenix y, aprovechando la pausa que sus enemigos habían hecho, pisó el acelerador dando una vuelta en "U", luego dobló hacia la izquierda tomando por una nueva ruta y poco a poco fueron abandonando la niebla.
*****
El vehículo avanzaba a los saltos, pues además del brazo herido del ex mercenario, sus enemigos se habían cobrado una de las llantas del coche, sino es que las dos porque no se habían atrevido a parar para revisar. El terrible estado de la carretera no ayudaba tampoco a la estabilidad de la camioneta.
Lejos había quedado ya la niebla del sector basural, ahora habían vuelto a ver el cielo estrellado.
—¿A dónde vamos? —inquirió el ex soldado, se veía pálido por la perdida de sangre. Annabelle con ayuda de Brad trataban, desde los asientos traseros, de armar una especie de torniquete en su brazo para evitar que la sangre siguiera saliendo.
No obstante, el soldado seguía lo suficiente lúcido como para saber que llevaban más de una hora conduciendo sin tener idea de adónde. O mejor dicho ellos no lo sabían, pues Phoenix parecía sí saberlo.
—A un lugar. No sé preocupen. Sé perfectamente adonde vamos.
—Tú sí, pero nosotros...
Chester enmudeció e hizo una mueca de dolor. La camioneta había pegado tal salto que había hecho que el pedazo de tela que le estaban atando el brazo a manera de torniquete quedará por demás ajustado
— ¡Mierda! —vociferó.
—Lo siento —murmuró la chica, que nunca había realizado ese tipo de trabajos y el hecho de que aún estuviera temblando después del enfrentamiento no ayudaba.
—No te preocupes —musitó Chester con tono más calmado—. Decía que tú sí pero nosotros no. Esa rueda o ruedas no va a aguantar más que otros 10 minutos de viaje y después seguro que vamos a terminar a pie.
—Va a aguantar, igual tú. Además ya estamos cerca.
—Pero..., ¡¿a dónde carajos vamos?! —volvió a insistir haciendo un gesto infantil.
Había sido una protesta sin duda de tono infantil, pero la realidad era que también querían saber adónde iban. Phoenix lo tenía en ascuas con respecto a eso. Pero entre el cansancio y lo aturdidos que estaban después de aquel enfrentamiento no se sentían de ponerse a cuestionar al menos no de la manera efusiva en que Chester lo hacía. Y aún si Henrik mismo los estuviera llevando con ese mismo misterioso silencio probablemente tampoco habrían dicho nada.
Pero no haría falta, pues pronto el misterio se develaría por sí mismo.
Phoenix tomó una nueva desviación y esta vez iban por un camino de tierra lo cual duplicó los saltos de la camioneta.
En el cuarto salto que sufrieron (que los hizo saltar de sus asientos) alcanzaron a avistar una casa oculta entre medio de los árboles, mientras más se acercaban notaron que, aunque débilmente, tenía las luces encendidas; era una edificación mediana casi del tamaño de una casa familiar, estaba hecha por completo en madera al menos desde la perspectiva que ellos tenían.
Annabelle notó que contrario a las complejas edificaciones que había visto en los sectores de investigación gubernamental, esta era más como una típica casa de su mundo, incluso un cerco de madera la rodeaba y pegado a ésta había varios arbustos perfectamente podados y muy bien cuidados por el verdor que tenían. Se preguntó si quizá Phoenix los estaba llevando con algún familiar que tenía en las afueras.
Aun así seguía sin comprender el misterio, Phoenix podía haberlo dicho.
A casi un metro de la casa, Phoenix estacionó la camioneta y pidió a sus compañeros bajar pero sin las armas, cuando le preguntaron el motivo, el sólo respondió que era mejor así. Annabelle seguía con la idea del familiar. «De seguro no desea espantarlos» se dijo.
No obstante, hubo un intercambio masivo de miradas entre los demás pero al final decidieron obedecer, ya estaban allí.
Phoenix avanzó con paso cauteloso, paso que pidió a los otros que imitaran.
Ya se encontraban a escasos centímetros de la cerca cuando cuatro hombres cual sombras silentes aparecieron frente a ellos cortándoles el paso. Se ubicaron de tal manera que parecían una "V" invertida. Al instante le apuntaron con enormes rifles.
La teoría de Annabelle se deshizo con esto. La muchacha sólo se limitó a alzar las manos espantada.
—Alto ahí. ¡Qué diablos hacen aquí! —bramó el que encabezaba esa "v", era bajo a la par de los tres enormes tipos tras de él, pero tenía una potente voz grave e intimidante.
Estaba pronto a amanecer pero aún estaba oscuro así que era difícil que alguno pudiera verle el rostro a otro.
Brad, en cambio, pudo reconocer los uniformes. Era una especie de chalecos color verde militar, eran parecidos a los del ejército pero no tenían insignias sólo un par de letras que no pudo leer.
Tenían que ser sí. Eran rebeldes.
Sólo ellos vestían así, eran como una burda imitación del ejército, había oído de uno de los presos que vestían así como una especie de burla otros decían que era para despistar y poder invadir los sectores sin ser descubiertos. Pero la diferencia era obvia, incluso aunque tres de ellos llevaban el cabello, el tercero de ellos lo tenía largo hayas los hombros. Su ropa estaba bastante malgastada. Y aunque llevaban armas parecidas a las del ejército, aún desde esa oscuridad se notaba que eran tan fusiles de asalto AK 5 modificados, modelos que habían sido desestimado desde el ejército hace años.
Brad se lamentó no haber traído aunque sea un arma oculta y así acabar con toda esa plaga de una vez. Se lamentó también de haber confiado en Phoenix.
¿Qué pasaría ahora?
Brad no podía decirlo. Sin armas estaban indefensos. Ellos en cambio tenían cuatro. Sus vidas estaban en manos de esa escoria.
—¡Contesten! ¡¿Quién diablos son?! ¡¿Qué quieren aquí?! —exigió otro de los rebeldes, uno de los dos hombres de complexión musculosa que se hallaban junto al hombre que los lideraba.
No hubo respuesta. Ninguno se atrevía a decir nada. Cualquier cosa que dijeran de seguro no serviría. Los rebeldes eran asesinos. Al menos para ellos lo eran. Annabelle miró A Robert Bourdon, esperando que el hiciera algo. Era hermano de uno de ellos después de todo, quizá podía hacer algo. Pero el muchacho solo observaba con un rostro que a Annabelle se le hacía difícil de definir. Se apegó más a Isaac aunque sabía que era igual, Isaac estaba más temeroso que ella.
De repente, Phoenix que los encabezaba avanzó en dirección al líder, para sorpresa de todos.
"¡Que mierda haces"! se oyó exclamar a Brad. Pero no detuvo el andar seguro del soldado.
—Detente ahí —amenazó el menudo hombre, apuntando el arma directo al corazón del soldado.
Phoenix obedeció. Ël y el líder rebelde quedaron enfrentados. La diferencia de altura y de musculatura daba la impresión de que Phoenix tenía todas las de ganar sino fuera por el arma que el líder rebelde tenía entre sus manos, Brad trató de acercarse, pero de inmediato el hombre del cabello largo le apuntó amenazante, dejando en claro que es lo que sucedería si se acercaba más.
—¿No me reconoces? —inquirió Phoenix con voz amistosa.
Por primera vez el ceño fruncido del líder rebelde se alisó y mostró desconcierto.
—¿Reconocerte?
— No lo escuche, Jefe —habló el del cabello largo—. Trata de engañarlo.
Los dos hombres fornidos se mostraron de acuerdo. Y no eran los únicos. Los fugitivos también creían lo mismo ¿qué otra cosa podía ser? Phoenix debía traerse algo entre manos. Algún as bajo la manga que había decidido sacar ahora.
Las palabras de sus hombres parecieron devolverle el ceño fruncido a su rostro.
Mientras tanto la noche ya empezaba a dar paso a la mañana.
—Yo no conozco a ninguna marioneta del gobierno —replicó con seguridad—. No trates de engañarme o te volaré la cabeza aquí mismo, a ti y a tus acompañantes.
Phoenix no se inmutó, pero Annabelle dejó un escapar un grito y la mirada del rebelde se clavó en ella. La muchacha hundió el rostro en el hombro de su amigo. El líder volvió la mirada a Phoenix.
—No has cambiado —masculló Phoenix—. Mirame, Mike, ¿No me recuerdas?
Phoenix llevó la mano hasta su frente y de inmediato tres armas le apuntaron, pero con un gesto el líder rebelde les pidió que las bajaran, los otros obedecieron a regañadientes. Phoenix continuó con lo que hacía, se quitó la gorra militar que llevaba dejandole ver mejor su rostro.
El rebelde bajó su arma, se veía algo pasmado.
—¿Phoenix?
Y ante la atónita mirada de todos los presentes, se dieron un apretón de manos y un corto abrazo.
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