V. Un abrazo eterno (Parte 2)
(Sugerencia: reproducir el vídeo al encontrarlo en la historia)
El rostro furico de Henrik ocupó toda la pantalla de 6 pulgadas, tenía el ceño fruncido y los labios apretados. Michael Shinoda jamás había visto al General Henrik mirarle como si le odiara, como si su sola presencia le molestara. Para con él Henrik siempre había sido la bondad en persona, la única vez que había visto a Henrik con un gesto así había sido cuando Chester Bennington se había atrevido a desafiarlo, ese día en el que él había descubierto que era lo que verdaderamente sucedía con los sujetos de "Acquire Th3 Ezhel". Y Mike tuvo que admitir que ver al real Henrik le amedrentaba, y por primera vez, sintió que había hecho mal en ayudar a la joven, aunque su momento de cobardía solo le duró un corto segundo.
Pronto la imagen de Henrik se alejó un poco permitiendo ver su alrededor también; el hombre estaba sentado tras su escritorio, en el cual se podía observar pobremente que había una bandera estadounidense de tamaño pequeño, también se veían unos papeles y algunas biromes. Por un instante, Mike pensó, Henrik no parecía ser un General del ejército sino algún villano de los viejos cómics que leía en su infancia.
—Buenas tardes, Señor Michael Shinoda —saludó el hombre de manera solícita, y mientras hablaba su gesto se iba suavizando, hasta ser el del Henrik que Mike había conocido—. Supongo que debió de haberle sucedido algo importante para haberme hecho esperar de esta manera.
—Buenas tardes, Henrik... Eh... Señor General Henrik —se corrigió, hablando cual si fuera un soldado raso en su primer día de entrenamiento. Mike pensó que solo le faltó llevar la mano derecha hacia su cabeza y hacer el saludo militar. Rió por dentro de lo patético que se debia de haber visto, pues él se sentía patético—. Lamento la espera. No oí el teléfono. ¿Qué es lo que desea?
Henrik hizo una mueca, sus labios se habían curvado un poco. Estaba sonriendo, era una sonrisa casi burlona.
—A la chica —contestó Mike, e inevitablemente desvió la mirada por un segundo hasta Annabelle.
—A la chica —dijo Mike e inevitablemente desvío la mirada hasta la joven, ahora podía vislumbrar un poco su triste figura.
—Así es —convino Henrik—. Es lo que quiero y sé perfectamente que usted y Delson la tienen. No sé a que se haya debido este acto de insubordinación por parte de ambos. Por creanme que para los estándares de lo que han hecho estoy siendo muy indulgente.
—Por que yo sí tengo piedad por aquellos a los que usted usa y trata como ratas de laboratorio, como objetos que se desechan fácilmente. Usted en cambio parece haberla perdido en alguna batalla o quizá jamás la tuvo.
Mike al instante se arrepintió de haber dicho esto, pero más al ver como Henrik fruncía el entrecejo y parecía querer fulminarlo con la mirada. El científico estaba seguro que de haber podido de seguro el oficial hubiera atravesado la mano a través de la pantalla y le hubiera apretado el cuello haya dejarlo sin respiración. ¡Qué bueno que su tecnología no había avanzado tanto!
—¿Piedad? No me venga usted a hablar de piedad. ¡Por favor! Yo he sido el hombre más piadoso para con esa gente y mucho más con la nuestra que sin quienes merecen nuestra consideración. Las investigaciones son en beneficio de los nuestros. Además cada uno de aquellos a los que llama "ratas" estuvo bajo MORFEO, así es como he tenido piedad para con ellos.
—Esa es sólo una excusa barata. Lo único que MORFEO hace y ha hecho desde siempre es atontar a esas pobres víctimas para que puedan ser analizadas sin darles molestia alguna. Luego los matan para evitar que hablen lo que no deben. Lamento haberme dado cuenta tan tarde de la injusticia en la que participaba.
—Mi estimado muchacho, usted es un gran científico pero aún le falta crecer. Aprender que en la vida no todo es justo. Hay cosas que se deben hacer. Pero, en fin, eso no es lo importante ahora. Lo que quiero es ofrecerle un trato.
—¿Trato? —Mike dijo tratando de disimular su perplejidad— ¿Qué clase de trato?
—Un trato que, yo creo, usted considerará justo. Usted nos devuelve a la joven para que suceda lo que debió suceder. A cambio los devolveremos a sus puestos de trabajo y su acto de insubordinación será simplemente olvidado.
—¿Olvidado? —Mike esta vez se mostró desconcertado— ¿Así de sencillo? —chasqueo los dedos frente a la pantalla—. ¿Aun a pesar de la alta traición que cometimos?
—Sí, así de sencillo —el general también chasqueo los dedos—. ¡Vamos! Delson y usted son dos de mis mejores científicos. Lo que hicieron fue grave, es verdad; pero aún peor sería tener que encerrarlos y también detener una gran investigación hasta hallarles reemplazo. Además sería difícil encontrarles alguno, no creo que haya nadie tan capacitado como ustedes dos para el trabajo. Usted y Delson ha hecho grandes avances en ATE y tampoco me olvido de la gran contribución de Delson al ejército con la creación de nuevos explosivos. Miren yo soy capaz de comprender que quizá usted o su colega o ambos ¿por qué no? se dejaron alborotar por la belleza de la chica (porque hay que aceptarlo es muy bella) o bien piedad o compasión, como prefiera llamarlo. Sólo bastará con que se arrepientan y todo les será perdonado. Tengo influencias y las utilizaré de ser necesarias. Nosotros no podemos prescindir de su trabajo, ambos son de vital importancia para este mundo. Piensen, ¿qué son dos vidas de dos insignificantes seres de un mundo que ni siquiera es el suyo, en comparación a la de dos mentes brillantes como las suyas? ¿Qué me dice? ¿Hay trato? —agregó Henrik confiado de haber convencido a Shinoda de sus palabras.
Mike tensó el rostro. No comprendía como aquel hombre podía referirse con tal frialdad a la vida ajena.
—¿Insignificantes? ¡¿Eso es lo que piensa?! —Herik asintió con la cabeza—¡Esto es increíble! Son gente igual que nosotros, y habla de ellos como si fuera peor que animales. Ella es solo una simple muchacha... ¿Acaso no está conforme con haber acabado con la vida del otro?
—El otro chico... Así qué...—Henrik murmuró y su rostro se tornó pensativo—. Claro el otro chico..., el otro chico tuvo lo que le correspondía y ella también lo tendrá. Y por su altanería, veo que su respuesta...
—Es un ¡No! ¡Por supuesto! —completó Mike—. Ni Brad, ni yo permitiremos que le hagan nada. ¿Entendió?
—Claramente. ¡Atengase a las consecuencias entonces! —bramó Henrik—. No se sorprenda si pronto tiene noticias de mis hombres. No habrá piedad para ninguno ustedes. ¡Soldado!...
La llamada se cortó y Michael se recargó en la pared como si aquella llamada le hubiera quitado todas las fuerzas, y de hecho así era como se sentía; lentamente su espalda comenzó a deslizarse por la pared hasta que Mike quedó sentado en el suelo. ¿Había hecho bien? Mike se preguntó. Estaba seguro que sí, claro si tan sólo se tratara de él, pero también estaba arriesgando las vidas de su amigo, y de su asistente y también la de Annabelle, la chica a la que tanto deseaba ayudar. Si le pasaba algo a ella o Brad o Robert por su imprudencia no se lo podría perdonar jamás.
—Debiste de haberme de entregado —dijo una voz femenina, en cuanto Mike se asomó al vestíbulo.
El muchacho alzó la cabeza, Annabelle estaba a sólo pasos de él, y había estado oyendo toda la llamada, desde que había comenzado hasta el final.
—¿De qué hablas?
—Él, te dijo que sus vidas estarían a salvo si me entregas. Tal vez aun tengas chance. Podrías hacerlo ahora. Llevame allí con ese General, ¿no te gustaría que todo sea como antes?
Annabelle jamás había perdido la esperanza de que la entregaran y ella al fin pudiera reunirse con Isaac en el más allá. Aun lo deseaba y lo seguiría deseando. Pero no quería pasar por desagradecida, esos tres habían arriesgado sus vidas por rescatarla y por ellos era que había aceptado volver a su mundo, pero ahora, con aquella propuesta, había hallado una manera en que todos salieran airosos de esa batalla. Tan solo bastaba que Mike aceptara.
—De nuevo con...
Brad ingresó al lugar seguido por Rob interrumpiéndolo.
—Ya dimos un recorrido al lugar, no parecer haber nadie ¿Qué te dijo el General?
Mike al instante le explicó todo lo sucedido sin escatimar el más mínimo detalle. No podía andar con rodeos, no cuando ahora oficialmente el filo de la espada amenazaba sus cabezas y por culpa de él.
—No, yo creo que hiciste bien —dijo Brad cuando este hubo acabado de hablar; dejando perplejos a Rob, Annabelle, y a Mike, pero especialmente a Mike. Antes de que alguno pudiera decir algo él aclaró:— Henrik ha luchado en la guerra y sabe bastantes estrategias para confundir al enemigo, en este caso nosotros. Yo mismo aprendí varias de ellas en batalla. Él bien pudo haber estado engañándonos. No sería la primera vez que lo hicieran. Tuve oportunidad de verlo, muchos traidores rebeldes caen como moscas ante una oferta tentadora como esta. Y creanme que no terminan nada bien.
—Ahora entiendo... —masculló Mike. Sintiéndose un poco más aliviado su cargo de conciencia, aunque sólo un poco.
—Hay que estar preparados... Pues pueden aparecer en cualquier moment... Shhh... —siseó Brad poniendo su dedo índice sobre sus labios y todos guardaron silencio.
El ex-soldado había oído el sonido del motor de una camioneta acercándose. Él conocía perfectamente a que tipo de auto pertenecía. Aunque no hizo falta ni que se pusiera a dilucidarlo, al instante dos luces iluminaron la ya oscurecida habitación, por la ventana lograron observar que tal como Brad había pensado era una camioneta pintada de color verde; perteneciente al ejército. La camioneta iba directo a ellos y estaba reduciendo la velocidad con intenciones claras de frenar.
—Nos encontraron —murmuró a sus compañeros y se dispuso a insertar el cartucho de balas en su rifle.
Rob por su parte tomó el rifle que le había robado a aquel soldado, le quedaban tres o cuatro tiros según había podido notar. No estaba seguro porque no estaba del todo familiarizado con aquella arma.
—No queda de otra. Tendremos que enfrentarlos. Ustedes dos quedense ocultos aquí —pidio Brad a Mike y Annabelle.
Mike asintió con la cabeza, entonces Brad y Rob dejaron el edificio. Cuando esto sucedió, el científico jaló a Annabelle y la obligó a ocultarse junto a él bajo el marco de la ventana.
—No compliquen más las cosas, por favor —dijo la chica tomando del brazo a Shinoda— Deberían de aprovechar y entregarme ahora que aun pueden. Mira... Mike, piensalo, no los arriesgues por nada. Tu compañero puedo no estar en lo cierto. Oí la llamada, ese tipo les tiene gran consideración, no les dañaría si me entregaran. Vamos, hazlo. Esta es su mejor oportunidad.
El miedo y preocupación en el rostro de Mike desaparecieron siendo reemplazados por una expresión de rabia. Mike Shinoda tenía el don de la paciencia, pero incluso él tenía sus límites.
Mike quitó de su brazo con rudeza las delicadas manos de la joven que aun lo sujetaban, y manteniéndo atrapadas ambas manos por las muñeca, vociferó:
—¡Suficiente! Deja de pedirme que te entregue, que acabe con tu vida. ¡Porque no lo haré! ¡Grabatelo bien en la cabeza! —liberando las manos de las chicas, metió la mano en su bolsillo y sacó un pequeño revólver negro. Él lo tenía ahí desde que el plan de rescate había dado inicio, sin embargo no había visto oportuno usarla, pues no era muy diestro en su uso.
Mike dio un vistazo hacia afuera y luego volvió a mirar a la chica.
—Voy a ir a ayudarlos. Y tú te quedarás aquí. Así que será mejor que ni trates de huir o hacernos alguna mala jugada o yo mismo cumpliré tu mayor deseo y acabaré con tu vida ¿me oiste? —el científico colocó la culata del revólver contra la frente de la joven.
https://youtu.be/0SJPCdafnLo
Perpleja y completamente enmudecida, así había quedado a Annabelle ante la nueva actitud de Michael Shinoda. Mike jamás le había parecido un tipo intimidante capaz de infundir alguna clase de temor o siquiera lastimar a alguien -aún esta versión paralela que a impresión de la joven sólo era capaz de dañar mediante el empleo de otros métodos más cobardes-; sin embargo, ella pudo confirmar en los ojos oscuros del científico que hablaba completamente en serio.
Y Annabelle sólo atino a asentir con la cabeza repentinamente y se quedó quieta donde le habían dicho, avergonzada de su propio instinto humano de seguir subsistiendo, del acto reflejo de salvaguardar su vida cuando bien pudo haberlo desafiado y que éste acabara al fin con su sufrimiento.
Aun cuando Annabelle comenzaba a arrepentirse de su cobardía, ya era tarde, pues el científico ya había cruzado el umbral de la puerta dirigiéndose a lo que podría ser su propia muerte.
En lo más profundo de sí, Mike Shinoda, lamentaba lo que había hecho con Annabelle, la había asustado, de veras la había asustado. No había querido hacerlo, pero ella lo había sacado de quicio con sus malditas ideas suicidas. Sin embargo, sí, lo admitía: había metido la pata. Pero tenía tiempo para arreglar eso, la compensaría. Le explicaría que había sido un error, que se había dejado llevar, le pediría disculpas y trataría de ser con ella el caballero que debía ser y no el intento matón del arrabal que había sido hace momentos. Sí, eso haría, pero antes de todo eso debía ayudar a su amigo y a su asistente.
Mike no era el mejor tirador, él lo sabía más que nadie, aún cuando Brad había tratado de enseñarle cuando le había regalado el revólver su talento no se equiparaba al de su mejor amigo. Sin embargo, no podía dejarlos enfrentar solos a los soldados; ayudar a la chica había sido su idea y por ende su responsabilidad.
Brad y Rob que estaban a sólo poca distancia de él, manteniendo la mirada fija en la camioneta -que había comenzado a aparcar-, y con ambas manos aferrados a sus pesados fusiles se giraron a verlo cuando él se detuvo a su lado.
—Mike... —masculló Brad.
Y si bien, Brad, había pensado un largo sermón para hacer que su amigo regresara a ocultarse no tuvo oportunidad de emitir palabra alguna, pues las puertas del vehículo se abrieron y todos volvieron la vista a la imponente camioneta.
No cabía duda que pertenecía al ejército, estaba pintada con ese distintivo color verde oscuro y además parecía ser una especial, pues tenía seis ruedas en lugar de cuatro. Brad recordaba brevemente esa camioneta, era un modelo antiguo, pero en su tiempo como soldado había sido muy innovadora. Podía andar en sinuosos terrenos cual si fueran el más liso asfalto.
Dos hombres uniformados bajaron del vehículo, del lugar del conductor y del acompañante, y avanzaron hasta ellos. Brad, Mike y Rob comenzaron a alistar sus armas, preparándose para el enfrentamiento que se les veía venir. Un tercero bajó del vehículo, éste vestía como civil, y caminó tras de los uniformados, él a diferencias de los otros soldados caminaba con más cautela, con casi, podían decir ellos desde su punto de observadores, temor.
Brad Delson y su grupo pronto apuntaron sus armas en dirección a los intrusos.
—¡Alto ahí! —ordenó Brad, con voz autoritaria y firme.
Los soldados detuvieron el paso bruscamente a solo un metro de distancia de Delson y su grupo e igual lo hizo el otro joven que quedó prácticamente oculto tras los militares.
La luz de la luna llena era tenue pero bastó para distinguir sus siluetas. Uno era alto y fornido, y aunque la gorra que llevaba puesta les impedía que le vieran el rostro, podían notar que tenía una abundante barba, al parecer anaranjada; el otro era un poco más bajo quizá cinco centímetros o un poco más, de complexión delgada más bien escuálida. El tercero era imposible de distinguir por entre la barrera humana que parecían haber formado los soldados para proteger al sujeto.
Luego de tantos años trabajando en Sarang no les fue nada difícil saber quienes eran aquellos dos soldados. Deseaban estar equivocados, pero era un hecho irrefutable que se trataba de los mejores y más famosos miembros del cuerpo militar estadounidense. Eran el subteniente David Farrell y su compañero el cabo Chester Bennington. Además de ser grandes amigos y casi inseparables eran conocidos por ser el equipo más mortífero e imbatible en combate.
Las cosas no se veían nada alentadoras. Henrik había decidido sacar la artillería pesada.
Sin embargo, aun quedaba el misterio de quién sería el tercero de ellos. ¿Otro soldado encubierto quizá?, se preguntaba Brad.
Tanto Bennington como Farrell, llevaron sus manos hasta arriba enseñando las palmas de sus manos, tratando de demostrar que venían desarmados.
—¡Hey, calma! Calma, por favor... —dijo el más delgado, Bennington—. No necesitar tomar precauciones con nosotros. No estamos aquí por ustedes. Miren, estamos desarmados.
Ellos también habían reconocido a los científicos fugitivos. Tampoco se les había hecho muy complicado; tres hombres, dos con conocimiento de armas, según recordaban haber oído, sólo faltaba la chica. Tal vez estaba escondida, había deducido Bennington.
Brad, que encabezaba su grupo, los observó minuciosamente. En efecto, ninguno parecía portar armas, al menos ninguna que estuviera a la vista.
—¿Entonces qué buscan? —inquirió manteniendo su voz de mando. No debía de mostrar temor o debilidad en ningún momento, era lo que había aprendido en el ejército.
—Somos David Farrell y Chester Bennington —esta vez fue el fornido quien habló—. No sé si nos reconocen.
—¡Claro que lo sabemos! —asintió Brad haciendo denotar en su tono al hablar que sus nombres no eran garantías de nada—. Son soldados. Y repito: ¿qué buscan? Vienen a cazarnos ¿no es así? Su General tuvo la bondad de hacérnoslo saber hace pocos minutos.
—Se equivocan, no es así. Ya no estamos bajo las órdenes de Henrik... —Farrell hizo una pausa y algo compungido agregó—: Ya no somos soldados. Somos fugitivos, igual que ustedes.
—¡¿Cómo?! —Brad exclamó con una mezcla de asombro e incredulidad— ¿Y cómo sabemos que no mienten? ¿Ah? —interrogó.
Brad no quería fiarse de las palabras de esos dos. Ese era el último error que debía cometer. Era bastante posible que estuvieran de valerse trampas y ardides para agarrarlos de la manera más sencilla. Más aun viniendo de un tipo sin escrúpulos como Bennington, y aunque estuviera con Farrell, que era un buen militar a ojos de Brad, no era misterio que esos dos se habían hecho buenos amigos y no cabía duda que al subteniente se le debían de haber pegado las malas mañas del primero.
Los soldados intercambiaron miradas por unos momentos. Y como si aquello hubiera sido una larga conversación, Chester asintió. Phoenix volteó a mirar hacia atrás e hizo una seña con la cabeza y murmuró algo al muchacho que continuaba escondiéndose tras el murallón humano que formaban los soldados.
Por entremedio de los soldados, Brad y su grupo alcanzaron a ver al joven asentir no muy convencido, acto seguido, el murallón se abrió y el joven camino tímidamente por en medio.
—Creo que tal vez le reconocen —dijo Chester.
¿Qué probaba ese joven?, era la pregunta que pasaba por la cabeza de ellos. ¿Y si era una trampa?
Pronto, guiados por ese último pensamiento, volvieron a poner sus armas en alto y todas apuntando a esta nueva posible amenaza.
El chico al ver tantas armas juntas apuntándole se espantó y dio un respingo hacía atrás, y alzó sus manos.
—N-No disparen ¡por favor! —rogó con voz temblorosa.
Ahora lo podían ver mejor, era un joven de cabellos negros cortos, llevaba puesto una sudadera negra ajustada y unos jeans azules. Su rostro no se le distinguía del todo, pero lucía extrañamente familiar para los tres.
Brad bajó un poco el arma por este hecho, y también porque ya no le consideraba una amenaza. Aun si hubiera tenido el uniforme puesto, el jamás podría haber sido un soldado camuflado, como había llegado a pensar, y eso Brad lo había notado por el temblor en su voz y en el de sus manos. Ningún militar que se precie de serlo habría estado temblando como una hoja al viento ante un grupo de rebeldes improvisados como lo eran ellos.
El muchacho aún estaba asustado.
—¡Por favor no disparen! —volvió a repetir esta vez con toda la voz que le permitía su garganta.
—Esa voz... —Annabelle murmuró desde su escondite al llegar suavemente la voz del chico a sus oidos—. Esa voz... Yo conozco esa voz... ¿Acaso es...? —Annabelle elevó levemente la comisura se sus labios y sin completar sus pensamientos se puso de pie y sin importarle el riesgo o cualquier cosa abandonó su escondite y corrió. Sus salvadores no tuvieron tiempo a nada, pues solo se percataron de su presencia, cuando la vieron (con gran asombro) parada en frente al tembloroso muchacho quien, curiosamente, había dejado de temblar y contemplaba a la joven con una pequeña sonrisa dibujada en el rostro. Si les había quedado alguna duda de la peligrosidad del muchacho, la última se había ido con esa escena que estaban presenciando.
Annabelle llevó su mano hasta el rostro del joven y palpó con suavidad su mejilla. Necesitaba confirmar...
El joven, aunque extrañado, le acarició la mano con suavidad. Annabelle sintió aquel rose y la quitó rápidamente, sus ojos brillaron y sonrió. Sonrió sinceramente como no lo había hecho desde que había despertado.
Sus ojos despidieron un brillo especial.
—Isaac, ¡Eres tú! ¡Estás vivo! —fue lo único que dijo antes de lanzarse a sus brazos, el muchacho se mostró dudoso por un momento manteniendo sus manos en el aire, pero pronto le correspondió con el mismo cariño.
¿Acaso se trataba de otro sueño más o en realidad estaba pasando? ¿Isaac estaba en verdad vivo?
Annabelle no tenía una respuesta ni la quería, sólo quería que ese abrazo durara eternamente.
Fin del capítulo 5
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