Desperté al cabo de un rato, oyendo los suaves ronquidos de Kowalski. Volví a cerrar los ojos y de repente, algo empezó a pasar por encima de mis costillas. Era su aleta. Me estaba abrazando, y cuando lo logró, me estrechó con fuerza contra él.

No era la primera vez que lo hacía desde que nos confesamos nuestro amor cuando volví de mi excursión por la jungla de asfalto, y de eso ya hacía algo más de mes y medio. No quise decirle nada, sabía que estaba despierto, pero preferí quedarme en silencio. Porque yo sabía, que había un extraño <<don>> dentro de mí que me hacía estropear los mejores momentos, de cualquier forma, pero los acababa estropeando. Así que, simplemente, me acerqué más a él y cerré los ojos, sintiéndome segura en sus aletas.