Veinte y cuatro
Julian Keller
Desperté rodeado por un par de brazos robustos y el aroma a *bergamoto con un toque de romero, fuerte y atrayente. Mis ojos, apenas desprendiéndose de los rastros de sueño, difusamente consiguieron ver el rostro dormido de Bauer. Pacífico y sereno. Ese hombre era, en todo sentido, un torbellino, y nunca se había visto uno tan calmado, no, sino hasta ahora.
Sobre su rostro le caían mechones de pelo que rozaban sus tupidas pestañas.
Después de grabarme su rostro en la cabeza, me di cuenta que tenía sus manos acariciando suavemente mi cintura, parecía inconsciente, o quizás sí estaba despierto.
Yo estaba tan sumido en esas sensaciones que no fui capaz de razonar lo que ocurrió la noche pasada.
Me coloreé.
Yo le había permitido tocarme, mucho, ¡demasiado! Desde el borde de mis labios hasta mi más tímida intimidad. Incluso tuve el valor de tocarle a él. Su cuerpo y su virilidad. Y nos habíamos corrido en medio de besos y profanaciones.
¿Cómo habíamos pasado de besos teatrales frente a una audiencia, a la intimidad de nuestra recámara a practicar las creencias matrimoniales?
Ugh. Un repentino mareo y sentimiento nauseoso me embargó.
Salí rápidamente de la cama, aunque zafarme de su agarre fue complicado, y corrí al baño; tomé una cubeta donde pude sacar todo lo que en mi estómago no había.
Eso era lo que más odiaba del embarazo.
Las arcadas continuaron hasta que mi vientre y garganta dolieron. Sobre mi frente apareció un sudor helado que se mezcló con los temblores en mi cuerpo.
Me recosté contra la pared una vez y exhalé un suspiro profundo.
—¿Estás bien, Julian?
No pude responderle, pero tampoco iba a permitir que él entrara para que me viera en ese estado tan deplorable.
Recordé las palabras de mi difunta madre: 'Un doncel debe siempre verse apetecible para su esposo, incluso en las condiciones más difíciles'. Bueno, yo llevaba un delgado camisón de seda blanca, pero no lucía en absoluto apetecible. Mi cabello estaba alborotado, tenía lágrimas en los ojos y acababa de vomitar.
—¿Toppo?
—Es-estoy bien. Saldré en seguida.
—Olvídalo. Mandaré que preparen tu baño antes de que desayunes —me dijo y luego lo oí alejarse de la puerta.
Con mucha torpeza, me puse en pie y me enjuagué la boca en el lavamanos.
En poco tiempo, una sirvienta golpeó la puerta pidiendo permiso para entrar.
—Adelante —gemí.
—Su alteza —saludó ella al entrar, haciendo una reverencia—. ¿Se encuentra bien?
—Sí, solo me he agotado un poco.
Ella se sonrojó por mi apariencia, pero no dijo nada y empezó a llenar la bañera. Yo me quedé ahí, mirándola, pues no era capaz de volver a la cama o sería imposible ir a tomar un baño.
El vapor caliente me hizo sentir bien, y más cuando se mezcló con las sales de relajación y el aroma a lavanda.
—Le añadiré unas sales para desinflamar los músculos, Alteza —señaló—, eso le ayudará con..., sus dolencias.
No supe bien a qué se refería ella, pero en medio de mis cavilaciones, mi mirada se encontró con el espejo. Mi reflejo fue la respuesta. Contuve un grito, escandalizado. Tenía marcas rojizas en el cuello, los labios hinchados y rosados, la ropa mal acomodada, y se me veían marcas en los muslos y en mi pecho, donde Bauer estuvo jugando.
Lo mataría.
—¿Desea que lo ayude a-?
—No, gracias. Puedes retirarte.
No dejaría que viera mi intimidad que seguramente aún conservaba algún rastro de mi calentura pasada. Me desnudé y entonces contemplé los estragos de mi pérdida de juicio. Marcas, caricias y caminos de besos que yo podía distinguir sobre mi piel. Sucedió y estuve en pleno conocimiento entonces. Se lo permití porque..., yo había deseado su toque mucho antes que él posara una mirada en mí. Y quizás solo debía dejarme llevar, después de todo, me había casado con el hombre que una vez amé.
Me sumergí en el agua tibia. A pesar de estar en la costa y del calor que implicaba, me gustaba tomar baños calientes, quizás porque dentro del castillo de piedra el aire que corría era frío.
Dirk entró poco después, solo con esa bata negra de bordes tan finos.
—¿Estás bien?
—Solo fue un estrago del embarazo.
—Pediré, entonces, que te traigan el desayuno aquí arriba. Luces cansado.
Su pérfida mirada vagó a lo largo de mi cuerpo, desde mis pies apoyados en la fina porcelana, subiendo a mis rodillas sobresalientes, y bajando nuevamente hacia mi ingle, y luego él volvió a subirla, como si jugara en una montaña rusa, y se congeló en mi rostro.
Hubo silencio, pero para mí era como si una suave melodía nos acompañara mientras él me analizaba.
—He de estar ocupado hoy. Debo atender algunos asuntos del pueblo y... Estaré ocupado. —Yo asentí levemente—. Deberías quedarte todo el día aquí.
Aunque probablemente sucumbiría ante el aburrimiento, asentí. No quería darle preocupaciones, o molestias.
Dirk dudó por un par de segundos y se notó en sus movimientos vagos, parecía que quería acercarse a mí y yo suponía que, debido a los acontecimientos pasados, él se sentía inseguro acerca de nuestra relación y lo que ella ahora implicaba. Yo tampoco era apto para definirla.
Sin embargo, antes de irse, dio un paso hacia mí y se agachó, sus labios besaron mi frente y luego se perdió de mi vista.
¿Por qué mi corazón temblaba tanto por él?
****
Y rondado por esas preguntas, el mes de nuestra luna de miel había pasado. Fueron semanas maravillosas, y cada una tenía un recuerdo más memorable que llenaba mi corazón.
Las tardes salimos a pasear en la costa o a paseos a caballo por las montañas lejanas. En las mañanas, él se encargaba de las misivas que llegaban de la capital y yo me sumergía en alguna lectura apasionante. Y en las noches..., él me leía un poema o algún libro. Yo me sentaba sobre su regazo, sin preguntar siquiera; Dirk me abrazaba por la cintura y empezaba a recitar con esa voz tan profunda que en segundos me transportaba a un mundo de misterio, amor y lujuria. A veces me besaba cuando acabábamos nuestra sesión de lectura; otras, me llevaba en brazos hasta la cama, donde me acariciaba el rostro hasta que me dormía.
Aunque yo conocía de toda la vida a Dirk, nunca antes conocí esa faceta tan dulce y encantadora de él.
Pero regresar a Westville suponía, obviamente, que muchas de esas atenciones quedarían relegadas pues él volvería a ser le Rey ocupado de siempre.
Pero me complacería ver nuevamente a Daniel y a mi padre. Los extrañaba muchísimo.
La mañana siguiente a nuestro arribo, Dirk me dijo que tendríamos que hacer el anuncio sobre mi embarazo tan pronto como fuera posible.
—Pediré que redacten una nota que será leída a todos —añadió.
—¿Y sobre el médico? Sabes que un médico se dará cuenta fácilmente sobre mi avanzada gestación.
—Tu padre me dijo que su médico familiar era quien estaba al tanto. Siendo que sería riesgoso que alguien más lo supiera, me parece prudente que sea él mismo quien continúe atendiéndote.
—Por supuesto.
—Me marcharé ahora, pero regresaré antes de la cena.
—¿Vas a reunirte con los magistrados?
Asintió.
—Bauer..., ¿se te olvida algo?
—¿Deseas que te bese antes de irme?
Me sonrojé.
—Claro que no. Me refiero —carraspeé—, hicimos un trato.
—Lo recuerdo —suspiró—. Pero no te llevaré hoy. Necesito comunicárselo a la corte-
—¿Por qué harías eso? Creí que los tiranos tenían potestad absoluta —me burlé.
Dirk se pasó las manos por su rostro con mucha frustración.
—... Vuelve a llamarme así y-
—¿Y qué, tirano? —seguí con mi burla. Di un paso hacia él y con mi mentón en alto lo reté—. ¿Qué le harás a tu esposo?
—Voy a amarrarte al dosel de la cama para enseñarte una lección —refunfuñó sujetando mi mentón con cierta rudeza, pero su tacto aún era cuidadoso. Sus palabras sugerían algo muy perverso y sucio..., e hicieron mis piernas temblar. Me dio un beso en los labios antes de apartarse—. Deja que yo lo maneje.
—Te doy dos días, querido esposo.
Sorpresivamente, ese tipo de tratos entre nosotros se volvieron comunes en ese último mes. Me dejaba estupefacto cuan sencillo había sido pasar un mes alejado de todos, solo retozando en su regazo. Incluso esos motes cariñosos y las caricias... ¿Cómo había pasado eso?
Dormíamos en la misma recámara, abrazados, y era otra costumbre adquirida en Whitgrave.
Y yo solo podía pensar en que pronto mi corazón daría salida a esos viejos sentimientos por él. Me preguntaba si sería un error porque..., Dirk Bauer no era capaz de amar.
****
Por la tarde, Daniel vino a visitarme junto al Marqués de Cervantes, y pocos minutos más tarde, llegó Dirk. Él y su amigo fueron al despacho, mientras Daniel y yo nos quedamos en el salón de té.
—La Señora Higgings hizo un gran escándalo de ello.
—Me lo imagino. Mi madre no toleraba a esa mujer —comenté. Me llevé a la boca la taza de té caliente, una variedad oriental de sabor fresco y notas cítricas—. Decía que era como una víbora y causó grandes desgracias a jovencitas a su cuidado. No era capaz de mantener la confidencialidad de su cargo.
—Eso me temo. Por ello, mis padres esperan que me case con él —resopló con disgusto—. Mi carabina no se lo ha dicho a nadie, pero sí ha tenido un par de discusiones con mi padre por su descuido. Ella no es una mujer a la cual se la pueda presionar mucho.
—Como una bomba en la mano.
—Y si estalla..., mi familia quedará arruinada.
—Entonces, ¿realmente no has considerado un matrimonio con el Marqués?
—Yo..., no podría, no cuando en mi corazón aún está él.
—... Sin embargo, quizás deberías..., olvidarlo.
Daniel frunció los labios y sus ojos chispearon. O era mi imaginación y él estaba molesto, o su estaba más hormonal que nunca.
Claro, yo no lo culpaba, después de todo, sabía lo que era estar enamorado y no ser correspondido.
—Él parece muy agradable, y es especialmente dulce contigo —continué luego de un largo silencio.
—... ¿Lo dices para hacerme sentir mejor?
Su tono me dejó helado, quizás por lo duro que fue o por lo lastimero del trasfondo.
Había sido mi culpa, por supuesto, que su corazón estuviera roto. Mi desliz con Jen tuvo demasiadas consecuencias, y ello me enseñó a ser más cauteloso con mis acciones.
—Daniel..., tal vez deberías considerar al Marqués. Me parece que él podría ser un maravilloso esposo.
—¡No lo quiero como esposo!
Su taza cayó al piso, mas por la alfombra afelpada no se rompió. Su líquido caliente se regó en medio de ese ruido ensordecedor.
Una sirvienta llegó corriendo, pero no iba a permitir que nadie más presenciara su momento de debilidad. La mandé fuera, y entonces pude hablarle.
—Cariño, por favor, cálmate.
—Es sencillo para ti decirlo. ¡El hombre que amo es tu esposo! Tú..., cometiste un error que involucró a muchas personas.
—Yo nunca quise que él me desposara, lo sabes. Fue decisión de mi padre, no mía.
—¡Pero eso no hubiese pasado si no te hubieras comportado como una puta con ese bastardo!
Yo lo sabía, por supuesto, pero no..., no lo creía justo.
—Lo lamento, pero tú no puedes hablarme así, Daniel.
—¿Por qué no?
—Porque tú cometiste un error semejante con el Marqués —mencioné con calma—, y sé que ocurrió por tu despecho y tristeza, pero no puedes juzgar mis acciones, cuando lo que hice, lo hice por amor.
—¿Y realmente crees que ese hombre te ama mucho? ¡Eres un ingenuo!
—Daniel, por favor, detente. No sé qué te ocurre, pero-
—¡No lo sabes porque eres egoísta! Sabías que yo amaba a Dirk, y aún así accediste a ese matrimonio.
—¿Y qué podía hacer? Mi padre comprometió mi mano y el anuncio se hizo sin siquiera yo saberlo.
—Entonces debiste marcharte —refunfuñó—. Debiste irte con Lehmann muy lejos.
—¿Eso hubieses querido, que me alejara de mi familia?
—... Definitivamente.
Y él luego solo se fue.
Realmente todo este desastre había sido mi culpa. Siempre creí que el amor se podía justificar de cualquier manera porque era puro y honesto. Quizás, esas eran solo historias para niños.
*Bergamoto: Es una fruta cítrica muy parecida a una pera que por su olor agradable es apetecida por los perfumistas.
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top