Treinta y seis
Daniel Lester
Finalmente, después de un arduo mes en el que mi madre me tuvo corriendo por toda Crest por los preparativos de la boda, el día había llegado. Aunque era en pleno otoño, no podía ser molesto. Se haría en el maravilloso salón de la propiedad de mis padres a las afueras de la ciudad.
No me habían permitido ver a León desde hace casi quince días, entre las ocupaciones mías y las suyas, realmente fue imposible encontrarnos y solo nos enviábamos un par de cartas.
Pero lo vería y me convertiría en su esposo.
Mi traje blanco estaba atestado de encaje resplandeciente y gemas que brillaban sin cesar. Mi padre me obsequió una poco modesta tiara de diamantes que sujetaría mi velo.
Las sirvientas me lavaron y dejaron mi piel con olor a rosas; peinaron mi cabello con hondas y suaves trenzas con hilos dorados; maquillaron mi rostro con suave bálsamo para los labios y kohl para adornar mi mirada.
Eran las seis de la tarde cuando mi padre entró para llevarme a la pequeña capilla cerca de la propiedad, aquella que fue construida por favor de mi bisabuelo.
-Eres el novio más precioso de todo -me dijo dentro del carruaje.
-Estoy tan nervioso.
-¿Acaso tienes dudas, cariño?
-¡Jamás! Es solo que..., ¿seré un buen esposo?, ¿qué pasa si..., fallo y lo decepciono?
-¿De verdad piensas que llegarás a decepcionarlo? Ese hombre te adora y no espera que seas perfecto. Pero si sucediera, no olvides, hijo mío, que lo único que debes evitar es decepcionarte de ti mismo, todo lo demás se puede arreglar.
Mi madre y mis hermanos iban en otro carruaje, y sin que yo me diera cuenta, habíamos llegado ya. Tomé un hondo respiro y apacigüé esos nervios que me mataban.
Salimos.
Al ingreso de la capilla había flores y delgados árboles en un curioso sendero desnudo. La marcha nupcial empezó a sonar apenas me acerqué a la entrada.
Gemí. Todos estaban viéndome, analizándome con esos ojos ceñudos.
Mi padre notó mi angustia, o eso creo, pues apretó mi mano y con la mirada señaló hacia el frente donde mi prometido aguardaba. Solté un suspiro.
¿Ese era el hombre que en pocas horas llamaría mi esposo?
León tenía una enorme sonrisa en los labios mientras me veía acercarme, movía sus manos con nerviosismo y en sus ojos..., esos bonitos ojos estaban llenos de lágrimas.
-No tengas miedo, él es todo lo que tú mereces -me susurró padre antes de entregarme a León.
-Luces precioso, florecita.
Una suave y atontada risa abandonó sus labios al mismo tiempo que de sus ojos se escapaban un par de lágrimas. León era tan tierno.
Con mis manos enjugué su llanto y murmuré:
-Te amo.
El sacerdote carraspeó con fuerza, tenía el entrecejo fruncido. Creo que no era un amante particular del romance. Una lástima por él.
-La ceremonia de hoy es para celebrar el amor y la unión de dos seres que han decidido unir sus caminos y trazar un solo rumbo. Marqués León de Cervantes, por favor, sus votos.
León me tomó de las manos y me miró a los ojos.
-Prometo cuidarte, amarte, serte fiel, y nunca dañar tu corazón, mi florecita. Has sido la persona más importante en mi vida desde que nos conocimos en un abrumador baile hace varios meses. -Yo apreté sus manos al recordar aquella noche, lo que había ocurrido producto de mi embriaguez-. Te he querido desde entonces..., y me hiciste amarte mucho más a lo largo de varias semanas. Y te necesito..., porque eres para mí como el aire que respiro. Indispensable. Y eres la criatura más hermosa que haya podido nunca mirar.
Oh, mi...
Aguanté un chillido y me tragué las lágrimas que forzosamente querían bañar mis mejillas. Él hizo lo que yo hace un momento, me limpió el rostro con suavidad, y su mero toque me trajo paz, aquella que necesitaba para hablar.
-Daniel Lester, diga sus votos de obediencia hacia su marido.
-Yo prometo serte fiel, amarte, cuidarte y siempre estar contigo, sin importar la adversidad, no te abandonaré. León has sido tan bueno conmigo. Eres un hombre maravilloso y yo trataré de ser el mejor esposo..., porque eres el príncipe azul con quien siempre soñé -murmuré quedito para que solo él, y probablemente el gruñón sacerdote, lo escuchara.
-Si no hay impedimento alguno para esta unión, yo los declaro marido y esposo.
León no aguantó más y me apretó contra su cuerpo, tomó mi boca con delicadeza, acariciando con sus labios mi bálsamo hasta empaparse de él y luego, jugando suavemente con su lengua sobre ellos.
Apenas me soltó cuando el beso acabó, algo que yo agradecí profundamente porque mis rodillas eran incapaces de soportarme. Se hubieran doblado y me habrían llevado al piso sin remedio.
-Ahora eres mi esposo, florecita, y es para toda la vida -susurró contra mi oído de forma perversa.
-Eres terrible, León.
-Aguarda, dirás cosas peores de mí después de nuestra noche de bodas. Lo juro.
****
Un carruaje blanco decorado con flores extranjeras de aroma dulce nos llevó a la propiedad donde el baile dio inicio tan rápido como el banquete terminó. Las luces crearon sombras y figuras con los cuerpos de los bailarines en medio de una armoniosa y alegre canción con guitarras y violines. León me llevó a bailar en cada pieza, haciéndome girar y saltar. Descubrí que era un hombre muy diestro para la danza, y que era además sumamente entretenido.
Y era mi esposo.
El licor iba y venía igual que los pequeños bocadillos en las bandejas de los sirvientes. Y en medio de esa algarabía, mi terrible esposo tuvo la osadía de secuestrarme. Me llevó detrás de las cortinas gruesas color borgoña que separaban el salón de una pequeña antesala. Me empotró contra la pared y tomó mi boca que ahora le pertenecía. Sus manos ansiosas acariciaron mi cuerpo sobre la fina tela de la camisa blanca.
-Oh, Dioses..., juro que he intentado contenerme, pero no he podio.
-Ya no tienes que contenerte, León..., ahora soy tu esposo -murmuré de la forma más necesitada. Quería su toque sobre mi piel, quería sus besos y su pasión arrasando con la mía.
-Oh, florecita..., te arrepentirás mañana de habérmelo permitido -dijo sin un ápice de remordimiento. Luego, me abrió la camisa y rasgó mi piel con sus dientes, repasándolos sobre mi cuello y clavículas, formaron camino hacia mis erectos pezones que le pedían atención.
-Dime, cariño, cuando quedes en cinta, si es que ya no lo estás, y tus pechos crezcan, ¿amamantarás a nuestro hijo como lo haces conmigo?
Jadeé cuando su lengua caliente tocó la punta de mi pezón izquierdo. Su diestra se entretuvo llegando hasta mi intimidad por debajo del pantalón, apretó mi polla y la acarició con suavidad antes de casi romper mi ropa para que mi culo quedara al aire.
-León, oh, León..., necesito más..., por favor, mi amor.
Sonrió con maldad. Tomó mi pezón entre sus dientes y lo tiró. Yo chillé suavemente por la exquisita sensación.
-No puedo desnudarte aquí, pero seguro encuentro una forma de joderte sin que hagas tanto ruido.
Me dio vuelta y me apegó contra la pared fría, miz pezones se rozaron contra la roca y me sacaron varios gemidos. Mi culo quedó a su disposición, luciéndose ante él de la forma más desvergonzada, pero yo aún podía hacerlo mejor. Llevé mis manos hacia mi entrada y con mis dedos la abría, le ofrecía mi estrecho agujero que empezaba a humedecerse, listo para ser follado.
-Aquí, a prisa -supliqué descaradamente.
De costado lo vi sacar su polla, dura y enrojecida, que acarició contra mi orificio. El contacto me arrancó un jadeo que pronto se transformó en un grito cuando me penetró.
-Shh, florecita -ronroneó contra mi oído tras llevar su mano a mi boca-. No deseas que nuestros invitados vean lo buen esposo que eres, ¿no es así?
Metió dos dedos en mi boca, me hizo probar el sabor de su presemen que lo manchó cuando tomó su polla. Delicioso. Me restregué contra la pared para estimular mis pezones. A él le hizo gracia.
-Si alguien pudiera verte..., si alguien supiera cuán necesitado estás.
Su polla me atravesó hasta que sentí sus testículos chocar contra mi piel. Gimoteé y rasguñé con mis dientes los dedos de mi esposo.
-Voy a cobrártelas, cariño. Por cada mordida y rasguño tuyo, te daré una nalgada. Pero si eres bueno, he de darte un maravilloso orgasmo mañana temprano.
Sus caderas se mecieron rudamente contra mí. Su verga llegó tan profundo que la sentí rompiendo mis paredes y empujando mi vientre. Ronroneé al sentirme tan lleno, tan empapado y deseoso por que me destrozara.
En ese momento ni siquiera me importó si nos oían, solo quería que León me follara.
Él besó mi cabeza, en mi nuca y por mi cuello, lamiendo la zona donde hace un par de días me había hecho un tatuaje empujado por él. Un lirio trenzado con pequeñas ramas, que mi cabello ocultaba exitosamente.
Porque era su florecita.
-Eres mío, Daniel.
Chillé y babeé cuando su polla tocó mi punto dulce, fue tan exquisita la sensación que me envió al borde del orgasmo. Sus manos tiraron des mis brazos para poder penetrarme con más rapidez y fuerza.
Mi pequeña polla rebotaba y salpicaba las gotas de presemen contra la pared y el piso, y de mi ajustado agujero empezaron a brincar suaves gotas de lubricante.
-Joder, cariño..., estás apretando mi polla.
Meneé mis caderas contra él para que volviera a destrozar mi punto dulce porque necesitaba correrme con urgencia.
Él bajó su diestra hacia mi polla y tomó tanto de mi presemen como pudo para llevarlo a mi boca, la ensució y metió sus dedos para follarme la boca y así probara mi propio sabor.
-Mmgh, León -gimoteé-, oh, ¡Dios!, voy a correrme.
Golpeó con más fuerza mi culo, lo sentí temblar, y mi carne ardía, pero se sentía tan bien, tan rico.
Llevé mi mano hacia mi polla para masturbarla y correrme.
Grité y manché la pared en abundancia.
-Oh, ammmgh, tan bueno..., ah, ah.
León dejó de moverse y sacó su polla de mi empapado culo.
-Aún no me he corrido, florecita.
Me hizo ponerme de rodillas a pesar del orgasmo que aún me sacudía, entonces yo pude tomar en mi boca su polla. Caliente y húmeda por causa mía. La engullí por completo, hasta que mis labios tocaron la base, luego la saqué y la lamía. Mis manos se entretenían recorriendo el tronco y barriendo sus venas.
-Así, cariño, mmgh.
Con su mano empezó a marcar el ritmo y pronto mi boca era solo otro agujero que él follaba. Tan estimulante que me sentí caliente de nuevo.
-Serás bueno y te lo tragarás todo -ordenó entre gruñidos que reverberaban en su pecho.
Él estaba cerca, así que yo tomé todo cuanto pude de su grosor en mi boca. El sabor era adictivo y su calidez asfixiante.
León me advirtió que se correría, entonces aparté mi boca y saqué la lengua para recibir su corrida. Caliente y espesa. Bañó mis labios y mi rostro de una forma tan lasciva que me ocasionó un nuevo orgasmo que me contrajo el vientre y me hizo sollozar. Me había corrido nuevamente sin siquiera tocarme.
Me relamí los labios y limpié mis mejillas de su esencia con los dedos, los cuales lamí antes de limpiar su polla.
-Has vuelto a correrte solo por haber chupado mi polla..., mi esposo es tan sucio -ronroneó.
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