Treinta y cinco



Dirk Bauer

Despertar con Julian finalmente en mis brazos luego de una semana entera de su ausencia significó un alivio para mi corazón. Aunque aún me sentía terriblemente culpable por haber actuado como un mero animal, me había prometido enmendar mis errores y volver a Julian el esposo más amado de la tierra.

El sol frío de la mañana que se colaba a través de las ventanas era como una caricia suave sobre sus rasgos. Esa nariz fina y puntiaguda, sus pestañas abundantes y sus labios rosados. No podía pedirle al cielo una imagen más encantadora. Solo tal vez su imagen como un maravilloso ángel dormido al cual yo estaba profanando.

No pude resistirme al verlo dormido de espaldas a mí mientras lo abrazaba. Su piel cálida y desnuda era una tentación, como la joya más valiosa y brillante. Entre sus muslos tibios dejé mi polla erecta y la acaricié contra su propio miembro. Mis manos apretaban sus caderas y mis labios hacían camino por la piel expuesta de su cuello.

Su aroma a rosas era algo que me enloquecía, lo hizo desde la primera noche que pasó en mi castillo y pude oler su fragancia. De hecho, se volvió mi aroma favorito.

—Oh, maldita sea —gruñí suavemente, acallando contra su piel los sonidos que el placer empujaba contra mi boca.

Se sentía tan caliente a cada lento empuje que daba, sus muslos se apretaban cada vez más alrededor de mi polla. Deseaba tanto meterme en su cálido culo y penetrarlo hasta que mi pasión haya cesado, pero no podía hacerle eso a mi esposo cuando estaba dormido. Me gustaba demasiado escuchar de su boca escandalosa aquellas súplicas y plegarias lanzadas contra mí.

—Dioses, Julian —jadeé.

—D-Dirk —gimoteó él y yo apenas fui consiente de que mis movimientos lo habían despertado—. ¿Qué-? Ammgh.

Su espalda se arqueó sin querer y empujó su culo suave contra mi ingle, fue entonces que perdí el control. Me moví más rápido en busca de mi liberación, la necesitaba con desesperación.

Julian aruñaba mis brazos y meneaba sus caderas mientras que de su boca salía sutiles gemidos y palabras entrecortadas. Sentía su propia polla volverse dura a cada uno de mis roces, caliente y mojada.

—¡Dirk! —chilló y su mano izquierda fue hacia sus rojizos pezones para aplastarlos y estirarlos como a mí me hubiese gustado hacer con la boca.

—Oh, cariño... Mmgh.

—Julian, Julian —refunfuñé cuando me corrí entre sus muslos lechosos. Me quedé quieto, solo recuperando el aliento.

Pero él aún no se había corrido y estaba quejándose como un gato huraño por eso. Así que tomé su polla para masturbarla y atrapé sus labios con mi boca y ahí fue donde murieron todos esos obscenos sonidos que soltaba. Ubiqué su pierna izquierda sobre la mía para abrirme camino hacia su intimidad. Con mi diestra tanteé su pequeña abertura y empujé rápidamente dos dedos dentro. Él aún estaba muy apretado, delicioso.

—Dirk —chilló suave antes de que yo volviera a morderle los labios.

Lo follé con mis dedos hasta que la humedad en su culo empezó a chapotear fuera y su respiración se volvió terriblemente errática. Apenas podía seguirlo besando cuando solo gemía y gritaba.

—Oh, es-toy..., cerca.

Añadí otro dedo para abrirlo más, hasta que sus pliegues se tensaron y mi pequeño esposo chilló y sacudió sus caderas. Empujé, a pesar de ello, mis dedos hasta que los nudillos toparon contra los pliegues arrugados, ahí fue cuando toqué su punto dulce que lo hizo delirar y gritar fuerte. Los dejé ahí dentro, solo moviéndome un poco para sobre estimularlo.

—Dirk, espera..., ¡Ah! ¡Dirk!

Se corrió fuerte, manchando las sábanas y mis manos.

La imagen de mi esposo siendo arrollado por el orgasmo era algo que nunca me cansaría de ver.

—Dirk —jadeó cuando pudo hablar finalmente.

—Buenos días, cariño.


****



Ese día en la corte, Julian me ayudó a trazar una estrategia final para los infiltrados en las fronteras que había enviado hace unos días. La situación estaba mejorando, pero ello no me tranquilizaba. Los extranjeros podrían planear un ataque para tomar los pueblos lejanos y ganar terreno. Es por eso que llevaríamos a un grupo de los militares a hacer frente ahora mismo alegando el ingreso de mercancía ilegal desde esos puntos.

—Estoy cansado —murmuró mi quejoso esposo—. El bebé agota toda mi energía.

—Deberías descansar en casa, quizás dormir en el salón o invitar a Daniel.

—Pero no quiero dejarte solo.

Me carcajeé.

—No va a ocurrirme nada, querido, pero me preocupa que estés exigiéndote demasiado.

—... Bien —accedió entre pucheros—, y quizás pueda prepararte un postre para cuando regreses a casa. Sé que no te gustan mucho los dulces, pero-

—Si lo haces me tendrás contigo antes de lo que piensas —sonreí enternecido—. Te veré en la noche, precioso.

Me dio un rápido beso en los labios antes de salir del salón acompañado por un sirviente y un guardia.

Suspiré.

¿Cómo llegué a amarlo tanto en tan poco tiempo? Quizás..., lo había amado desde hace mucho tiempo sin saberlo, o tal vez transformé ese cariño que le he tenido siempre en el más firme amor.

Como fuera, no me importaba.

Su padre no había vuelto a la corte por mis propias órdenes, debía recuperarse antes de querer retomar su lugar, aunque bien podría retirarse y descansar. Aunque siempre me haría falta para darme consejos.

—Señor —llamó un guardia—, un ciudadano requiere una audiencia con usted.

—¿De quién se trata?

—Jen Lehmann.

—Déjalo pasar.

Pero yo sabía que Jen no vendría bajo un aire pacificador y él tenía muchos secretos de mi matrimonio que no deseaba se divulgaran entre la chismosa sociedad de Crest.

—Retírense. Lo atenderé solo.

Los ministros salieron uno a uno antes de que Lehmann apareciera vestido como el simple pordiosero que era. Ese hombre, cuya arrogancia superaba hasta sus sueños más grandes, no era nada.

—Alteza —saludó haciendo una reverencia hipócrita.

—De pie, Lehmann. Habla, ¿a qué has venido?

—Requiero del favor del rey y de su reina —dijo sonriendo bobamente—. Me encuentro en una penosa situación económica y-

—Tu situación económica ha sido siempre monstruosa, pero no es de mi interés.

—Tal vez debería —mencionó con cautela—. No me ha permitido ver ni hablar con mi Julian. Ha secuestrado las cartas que le he escrito y no me permite acercarme a mi familia.

—¿Te refieres a las cartas donde le pides dinero a mi esposo?, ¿esas cartas? —me burlé—. ¿Por qué habría de mostrárselas a él? Solo intentas aprovecharte de su bondad y de su ingenuidad.

—Eso no-

—Es precisamente lo que quieres —rugí—. Intentas salir de esas deudas de juego a costa de mi marido. Ten claro, Lehmann que no he de permitirlo.

—¡Esto es un ultraje! Usted no puede privarme de ver a la madre de mi hijo.

—Trato de protegerlo de ti, bastardo infame. Y no usarás el nombre de mi esposo ni el de mi hijo a favor tuyo. Eso jamás.

Su socarrona sonrisa vibró nuevamente lejos de la rabia anterior.

Su hijo —se burló todavía más—. Ese niño que yo le engendré a Julian ahora llama su hijo. Tal vez..., debería pensarlo dos veces, alteza, porque yo sé todo lo que usted no desea que se sepa. Si yo-

—¿Si tú qué? Dilo, cobarde.

—Deme lo que quiero o todo el reino sabrá de lo que ocurre en su matrimonio. Todos sabrán quién es el verdadero padre de ese niño y que yo me cogía a Julian aún casado con usted.

Saqué el revolver que siempre cargaba en la cinturilla de mi traje y con él lo apunté. Lehmann tembló solo un poco antes de adoptar esa fachada impenetrable que no reflejaba sus verdaderos miedos.

—Hazlo ahora, si te atreves. Corre fuera de mi corte y cuéntaselo a todos, eso suponiendo que una bala no alcance tu cabeza antes. ¿Quieres arriesgarte?

—... Yo..., yo aún puedo contárselo a todos. En cuento me vaya-

—¿Y qué sacarás de todo eso? Seguirás en la miseria, y, aunque crearas un caos en mi casa, te prometo que nada destruirá mi matrimonio, pero tú seguirás siendo el mismo bastardo idiota de siempre.

—Hijo de puta —farfulló.

—No hables así de mi madre —refunfuñé yo poniéndome en pie—. Ahora, sí es cierto que, si te dejo ir de aquí, tú podrías, si es que eres así de estúpido, contárselo a alguien. Supongo que necesitas un castigo severo por tus faltas.

—¿Qué-?

—Un mes en el calabozo será suficiente para que pienses antes de venir a amenazarme a mí o a mi familia.

—No, ¡no!

—¡Guardias! —llamé y dos hombres armados entraron—. Llévenlo al calabozo donde permanecerá un mes entero, amordazado.

—Jodido hijo de perra, ¡maldito demonio! —gritoneó mientras lo arrastraban.

—Recuerda, Jen, el diablo no se inmuta de su maldad, sino que se jacta de sus pecados. Y tú sacas lo peor de mí.

****

Volver con Julian supuso una situación. Debía decirle lo ocurrido y sobre las cartas. Francamente no sabía cómo se lo tomaría porque entre ellos había una relación estrecha basada en todas las mentiras que Lehmann creó para Julian. Aunque odiara admitirlo, ellos tenían un vínculo que yo no alcanzaba a medir.

Presentía, esperando a equivocarme, que Julian se enfadaría por haber enviado al bastardo al calabozo.

Y cuando consideré no decirle nada, lo vi en nuestro comedor arreglando las flores y sirviendo platillos junto a las sirvientas. Su ropa holgada que ocultaba su creciente vientre lo hacía ver tan encantador. Me detuve en el umbral del comedor solo para admirarlo, porque se había vuelto mi pasatiempo hacerlo.

—Espero que al rey le guste —jadeó con evidente nerviosismo—. Temo que no seas de su agrado.

—Debería preguntárselo usted mismo, alteza —señaló la muchacha al reparar en mi presencia.

—Hola, querido —le saludé y avancé varios pasos antes de tocar su cuerpo.

—... Hola, Dirk.

Tomé su rostro entre mis manos y le planteé un beso, suave y dulce que tranquilizó mi pecho de los temores infundados que lo abatían.

—Hice tarta de frambuesa y regaliz para ti.

—Y huele delicioso, igual a ti —murmuré contra su cuello.

Él me llevó hasta mi lugar en el comedor y me ofreció un poco de vino. Iba a sentarse a mi derecha cuando lo tomé del brazo y lo tiré sobre mi regazo.

—Me gustaría alimentarte —me excusé. Él se sonrojó—. ¿Qué hizo mi lindo esposo en mi ausencia?

—Leía..., León me regaló algunos de los libros que trajo del extranjero.

—Me imagino, entonces, qué tipo de libros son. Mi chico sucio —gruñí contra su cuello.

—Solo es literatura.

—¿Y te gustaría recrearla?

Él casi se derritió en mis brazos. Estaba tan sonrojado que solo se escudó con mi pecho. Pero el muy lascivo susurró:

—Sí.

No podía pedir más de él. Julian, mi Julian era perfecto para un hombre tan oscuro como yo.

—Pero primero debo alimentarte a ti y a nuestro hijo. Las patatas horneadas huelen muy bien.

—Dirk —llamó—, sé lo que ocurrió hoy.

Aunque lo dijo, su tono no develó ninguna molestia ni enojo, tampoco preocupación. Pensé que solo estaba curioso.

—Lo envié un mes al calabozo.

—¿Por qué?

—... Me amenazó con revelarle al mundo quién es el verdadero padre del bebé —señaló, molesto—. Dijo que armaría un gran escándalo por eso si no le daba dinero. Está muy endeudado, hasta donde sé.

Julian no dijo nada, y tampoco supe lo que por su cabeza pasaba, pero jamás se apartó de mí.

—También..., me reclamó el no haberte entregado sus cartas —confesé y esperé su enojo saltar.

—Ya sabía de esas cartas —murmuró—. Las sirvientas me dijeron que no dejaste que me las entregaran.

—Julian-

—Y te lo agradezco. Sé que puedo ser muy ingenuo a veces y eso me trae siempre problemas.

—Quería protegerte.

—Lo sé, y te amo por eso. Haces muchas cosas por mí que yo ni siquiera podré pagarte algún día.

—No me debes nada, cariño. No pretendo encerrarte ni alejarte de nadie, pero él no es alguien bueno para ti y podría herirte.

—A veces pienso que no te merezco, Dirk. He hecho tantas cosas tontas-

—Y esas cosas te trajeron hasta mí. De no haber ocurrido, quizás no estaríamos casado ni nos habríamos enamorado. No hay nada que te reproche cuando yo mismo no soy un santo.

—¿Me dirías que me amas otra vez?

Su tierna voz y su dulce descaro, sus ojos penetrantes y helados...

Yo amaba todo de él, desde las cosas más alocadas hasta aquellas simples acciones.

—Te amo tanto, cariño. Me has hechizado como no tienes una idea.

—Me gusta oírlo —confesó con pena—. Saber que me quieres y que me lo digas..., no sabes lo feliz que me pone.

—Pues te lo diré toda la vida, mi amor, siempre y a cada segundo.

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