Nueve
León de Cervantes
La mañana siguiente del baile llegué muy temprano al palacio en una visita no prevista a Dirk. Necesitaba que me dijera mirándome a los ojos que iba a casarse, necesitaba saber sus razones para suplir mi curiosidad, y, quizás, hacer tiempo para contarle de mis propios pecados. Me recibió en su despacho, un lugar amplio y con una cantidad exorbitante de libros, casi competía con su biblioteca. Lo esperé en lo que terminaba una reunión con un jefe militar del sur.
Cuando lo vi entrar, no pude evitar soltar:
—Así que caíste enamorado perdidamente de un doncel. ¡Vaya sorpresa me he llevado!
—No he caído enamorado de nadie —corrigió—. Mi matrimonio es un negocio muy beneficioso.
—Cuéntame.
Suspiró, me miró fijamente a los ojos advirtiéndome que no debía decir nada de esa conversación. Insultante, considerando nuestros años de amistad. Asentí y finalmente habló.
—Él está en cinta.
—¡Te lo-!
—No —interrumpió duramente—. Es de un burdo armero a quien le entregó su corazón. Pero su padre, un hombre más sensato, no iba a permitir que la dote de un noble como Julian se desperdiciara en licor y mujerzuelas, así que estuvo buscando un marido adecuado para él.
—¿Y desde cuando tú eres adecuado para el matrimonio?
—Bueno, con peligro de sonar arrogante, soy el mejor partido de todo el reino e incluso de los reinos vecinos.
—No es a lo que me refería. Quiero decir, nunca antes quisiste esposo. Hace unos días lo hablamos y la idea te causó dolor de estómago. Además, eres un hombre muy difícil de complacer y con un carácter terrible.
—Ser adecuado para un doncel en sus circunstancias significa tener dinero, título, ser cercano a la familia Keller y mantener en secreto el asunto del bebé. Por lo demás, es irrelevante.
—Entonces, ¿el viejo señor Keller te propuso a su hijo como-?
—No, yo le pedí su mano a él. Se me ocurrió que así se solucionarían dos problemas a la vez. El vergonzoso asunto de la deshonra de Julian, y mi inexistente heredero por el cual la corte ha estado fastidiándome tanto.
—Así que así fue —murmuré yo—. Pero habrán de casarse antes de que el embarazo se note. Algunos podrían especular sobre-
—Ya lo he pensado, León. Probablemente me lleve a Julian a la costa durante un mes después de la boda, así distraeremos a la gente. Y trataremos de ser muy cuidadosos con su embarazo.
—Eso resuelve el misterio de tu compromiso.
—Y, aunque detesto las celebraciones ridículamente grandes, el protocolo exigirá una fiesta por días.
—Yo festejaré por ti. —Sonreí—. Julian Keller es el mejor prospecto de esposo que podrías tener y hará de tu vida una menos aburrida.
—Lo sé. Es la única parte buena de este acuerdo.
—Y hablando de donceles... Hay algo que he de confesarte. Estuve con alguien ayer. Un doncel llamado Daniel.
—¿Daniel Lester?
—Solo sé que se llama Daniel —expliqué—. Es pequeño, de cabello castaño, y muy hermoso.
—Es hijo del magistrado Lester —me dijo—. Tú..., ¿estuviste con él...?
—Estaba deprimido y lo invité a beber y..., intimamos —dije y me detuve a raya. Aunque Dirk fuese mi amigo, no iba a comentar con él ningún detalle de mi noche con ese doncel. No era correcto.
Él cerró los ojos duramente y soltó un bufido.
Estaba molesto. Lo sabía y su enfado me atemorizaba.
—Tú, tonto, ¿qué has hecho?
—Ambos nos embriagamos —me defendí.
—La primera regla de un hombre es jamás tocar a un doncel de alta cuna antes del matrimonio, para eso sirven los putos —farfulló—. ¿Tienes alguna idea de lo que tu comportamiento provocaría?
—Bueno, él ciertamente estará en dificultad por-
—Él podría quedar en cinta, León. Es un doncel que en esta temporada iba a casarse y ahora no será sencillo por sus jugueteos. Nadie lo querrá sin su decencia.
—Sé que fue impulsivo, pero ambos prometimos olvidarlo.
—¿Y cómo crees que eso se podrá si queda en cinta? Ten por seguro que Lester se enterará y querrá matarte. Yo le ayudaría a esconder el cadáver.
Y ese era mi mejor amigo.
Pero tenía razón. Nuestro juego de insensatez podía ser muy peligroso.
—Me casaré con él —dije en tono firme—. Es hermoso, me gusta su carácter complicado y sus..., secretos —mencioné en tono bajo mientras sonreía de medio lado.
—Haz lo mejor para ambos.
—¿Qué piensas de una boda doble?
****
Llegué un par de horas después a casa del magistrado Lester. El lugar en encantador, con árboles bellamente cuidados y el césped verde tentador. Al entrar en la sala me encontré con flores y ramilletes con tarjetas escondidas entre los pétalos, chocolates y regalos.
Así que su presentación en la temporada fue exitosa.
Su madre, una mujer encantadora y muy parecida a su hijo, me recibió en el salón junto a su padre, un hombre de gesto serio y temible.
—Buenos días. Magistrado Lester, Señora —saludé haciendo una leve reverencia—. Soy el Marqués León de Cervantes, y he venido con intención de cortejar a su hijo.
Los hombres ampliaron los ojos, supongo yo que fue por mi título, y se miraron de soslayo de forma curiosa. La primera en hablar fue la mujer.
—Marqués, sea usted bienvenido a nuestro hogar. Mi hijo Daniel se encuentra en su alcoba, pero lo traeré para que lo vea inmediatamente.
Eso fue sencillo.
—Mientras tanto, usted y yo podríamos hablar —me dijo su padre.
La señora salió del salón y yo me quedé con el temible marido. Ugh, futuro suegro.
—He oído muy poco de usted, Marqués.
—No me gusta estar en boca del mundo, sin embargo, la poca información sobre mí se debe a que no soy del Reino Rojo. Soy de Levstat, un pequeño pueblo vecino que desapareció en la guerra con los bárbaros del norte. Me uní a las tropas rojas hace años y conocí a su majestad el rey, y después de la batalla él me concedió el título de Marqués.
—Me parece haberlo visto en palacio alguna vez.
—Soy amigo del rey —señaló con incomodidad—. Suelo visitarlo algunas semanas durante el verano, cuando no estoy viajando.
—¿Viaja mucho, Marqués?
—A veces. Soy un poco aventurero. Pero hace tiempo que vengo pensando que es tiempo de asentarme en un lugar. Me gusta mucho Crest y creo que podría establecerme aquí.
—Es un buen lugar donde formar una familia —concordó de forma muy vaga—. Sin embargo, sobre su cortejo a mi hijo... Daniel es sumamente complicado y puede que no esté de acuerdo con ello.
—No le temo al rechazo de un doncel, Señor Lester, pero tampoco obligaré a su hijo a casarse conmigo. Si es su voluntad, así será, pero si no me encuentra agradable como esposo, yo aceptaré su decisión.
Sabía porqué lo decía. Daniel estaba enamorado de Dirk y debió aspirar a casarse con él, un sueño que debió compartir con sus padres.
El hombre asintió con la cabeza sin decir nada, y al poco tiempo se despidió para ir a tratar la correspondencia de la corte. Un asunto urgente, según mencionó el mensajero.
Yo paseé por la habitación y me moví con curiosidad por entre los arreglos florales y regalos. Como no pudo ser de otra forma, leí un par de tarjetas.
<<Su presencia ha cautivado mis ojos y ha encandilado mi corazón>>
<<Su danza es exquisita, la forma cómo su cuerpo transmite sentimiento me ha generado una profunda admiración hacia un bailarín como usted>>
Aunque seguramente, y era lo que no estaba escrito en las cartas, les causó una erección a esos hombres que luego tuvieron que atenderla con las imágenes de su baile sinuoso. Lo sabía por experiencia porque es lo que yo hice lo mismo luego de incluso haberlo tenido bajo mi cuerpo.
Antes de que pudiera inspeccionar una tercera nota, la señora Lester entró junto a Daniel. Él seguía luciendo precioso, incluso tan cubierto como estaba lo cual se debía a las marcas que yo dejé sobre su cuello.
La forma en la que me miraba, sin embargo, no era la más amable.
Pronto apareció nuevamente el Señor Lester.
—Joven Lester —saludé yo haciendo nuevamente una reverencia.
—Señor...
—Hijo, el Marqués de Cervantes ha venido a verte con la intención de cortejarte apropiadamente —explicó su padre.
Él bajó la mirada y frunció los labios. ¡Vaya que la idea le hizo gracia!
—Solo si usted quiere —recalqué—. No pretendo forzarlo a nada que su corazón no desee.
Entonces volvió a verme.
—Sin embargo, quisiera tener unas palabras con usted a solas, quizás en el jardín tan bellamente cuidado donde sus padres puedan vernos.
Ellos accedieron y Daniel, aparentemente, pudo dejar salir un largo bufido.
—Hola de nuevo —saludó juguetonamente.
—¿Qué hace usted aquí?, ¿por qué ha dicho esas tonterías sobre cortejo?
—Porque debido a nuestro encuentro nocturno, temo que el camino del matrimonio sea el único.
—¿Qué tonterías está diciendo?
—Podrías estar en cinta, Daniel.
—¡Claro que no! No diga eso. No lo estoy —se apresuró decir.
—Yo no estaría tan seguro.
—¿Por qué?
—Tengo excelente puntería —bromeé, pero él solo atinó a sonrojarse furiosamente.
—Cállese.
Levanté las manos en rendición y eso pareció tranquilizarlo un poco.
—Aun así, lamento decir que ya no es un joven..., muy virtuoso. Un matrimonio sería complicado y-
—Lo sé —musitó.
—Puedo ofrecerte un acuerdo. Puedo cortejarte durante dos meses, durante los cuales podrás saber si estás en cinta y quizás encontrarme agradable como esposo, sin embargo, si al finalizar ese plazo, no estás esperando ni deseas volver a verme, lo entenderé y me marcharé. Pero lo que ocurra contigo después dejará de ser problema mío —le dije mientras pasábamos por las rosas blancas de su madre—. ¿Aceptas?
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