Diecisiete


Dirk Bauer


Enfrascado en mis turbios pensamientos acerca de la culpabilidad y Julian, me encaminé hacia mi recámara luego de horas. El mayordomo me dijo que Daniel había partido junto a León. Al menos mi amigo sabía comportarse como alguien decente, no que ello lo haya aprendido en sus viajes fuera del reino.

Iba a subir por las escaleras en forma de caracol cuando una joven sirvienta se me acercó.

—Buenas noches, su majestad.

—¿Has visto a mi esposo?

Ella frunció los labios y dudo en hablar, pero finalmente lo hizo.

—Recibió una visita. Un caballero.

Oh, jodido Dios.

Más le valía a Julian no empezar a jugar con fuego.

—¿En dónde lo recibió?

—En el jardín trasero.

Bufé.

Julian estaba siendo un insensato.

Me dirigí al jardín que mi madre cuidó con tanto empeño estando en vida. Probablemente esta noche se convertiría en tierra flagelada.

Las farolas fuera tenían poca luz así que a mi alrededor todo estaba casi oscuro, pero los sonidos..., eso era otra cosa. Me guié por ellos hasta llegar cerca de la glorieta de mármol pulido. Ahí había un par de farolas más y su luz reflejó la sórdida imagen que yo no quería ver.

Julian estaba casi desnudo, con las piernas abiertas y enrolladas en la cintura de Jen. Se mordía los labios para no hacer ruido, y con sus manos se aferraba a los pilares.

Yo estaba casi escondido entre la oscuridad y desde donde estaba pude oírlos.

—Aunque te hayas casado con él, sigues siendo mío, Julian —le gruñó—. Siempre.

—Oh, Jen... ¡Aghh!

—Y voy a tenerte... No tendrás que permanecer unido a él por mucho tiempo, ¿lo comprendes?

Julian movió la cabeza y vagamente se entendió eso como un 'sí'.

—Mi hijo no conocerá otro padre sino yo —le juró—. Nos iremos lejos..., solos los dos.

—Sí..., por favor...

Así que Julian jugaba en dos bandos diferentes. No me sorprendía, no mucho, pero sí creí que mantendría sus votos eclesiásticos. No logró sostenerlos ni un día entero. ¡Qué lamentable!

Pero si Julian quería jugar ese juego, yo podía hacerlo, y yo juego para ganar.

Regresé dentro del castillo y está vez sí conseguí llegar a nuestra recamara. La vista de ese cuarto me produjo desazón y una fortísima contrariedad. Estaba decorada con velas aromáticas, pétalos de rosa y la cama pulcramente tendida. Empero, nada de ello sería útil esa noche.

Me preocupaba que esa sirvienta abriera demás la boca. Ella sabía que se había encontrado con un hombre y probablemente también estaría al tanto de los rumores sobre un amorío entre Julian y Jen antes de nuestro compromiso. Pero me encargaría mañana de eso. Ahora debía encargarme de otro asunto. Nuestra noche de bodas.

Siendo que Julian estaba muy entretenido con ese bastardo, llegaría muy tarde en la noche a dormir, y mañana las sirvientas entraría y serían las primeras testigos de nuestra noche de bodas, aún cuando nosotros saldríamos de viaje en la madrugada. Y en nuestra ausencia todo el reino se sumiría en el cotilleo de una noche que nunca ocurriría.

Yo debía dar la impresión de lo contrario.

Me quité la ropa y la tiré sobre el piso, todas las prendas, y luego fui y me cambié por algo más cómodo. Estropeé la cama, lo cual era una pena porque lucía encantadora y a Julian le hubiese gustado. Saqué una navaja de la gaveta del baño y fui a la cama; arremangué mi camisa blanca de algodón hasta mi codo, hice un corte un poco más abajo y dejé que un par de gotas mancharan las sábanas. Fui al baño, lavé la navaja y la guardé en su sitio. Me limpié el corte y salí del cuarto de baño. Apagué las velas y tiré un par de ellas, luego vi la escena. Era lo suficientemente buena como para engañar a la servidumbre. Pero eso no me satisfacía ni un poco.

Regresé a mi despacho en silencio. A esa hora ya no había más que un par de sirvientes dentro y los guardias afuera, pero no podía correr el riesgo. Me recosté en el sofá y largué un suspiro pesado.

—Julian.

Me había decepcionado, y me sentí además traicionado. ¡Yo le estaba haciendo un favor a ese niño! Pero él prefería actuar como el chiquillo inmaduro que desquiciaba a Albert. Lo lamentaba porque no tenía paciencia alguna para lidiar con personas así, y mucho menos el temple que él esperaba de mí.

Pero me decían Tirano y era por una muy buena razón, una que Julian había decidido ignorar y que yo me encargaría de recordarle.




****




Volví a la recámara cerca de las cuatro de la mañana, me moví en silencio pues ya las sirvientas debían estar preparando el desayuno antes de nuestra partida. Abrí la puerta sin cuidado alguno. Julian estaba dormido profundamente en un nido de mantas y llevaba, por lo poco que podía ver, que solo vestían un camisón transparente. Todo estaba oscuro, encendí la *luz, maravilloso invento, y el cuarto cobró vida. Su ropa estaba tirada sobre el piso también. Aparentemente estaba montando el mismo espectáculo que yo.

Él se removió en la cama y a penas consiguió alzar la cabeza.

—Vístete —demandé—. Saldremos en una hora.

Me quité la ropa frente a él sin ningún cuidado y la dejé sobre la cama, me calcé una bata antes de permitirle entrar a una sirvienta ingresar para preparar mi baño. Ella nos miró y miró todo con pena, sus mejillas estaban coloradas y casi parecía desear salir corriendo. Bueno, al menos nuestro teatro sirvió para engañarla.

—El desayuno será servido dentro de poco.

—Por favor, tráele el desayuno a mi esposo aquí —pedí y no di más explicaciones.

Ella acató mis órdenes y yo finalmente pude descansar mi cuerpo en la tina caliente. Aun así, eso no me relajó lo suficiente ni me ayudó a menguar mi mal humor. Y cuando estaba así mi cerebro planeaba las ideas más perversas.

—Julian —llamé fuerte, pero él no respondió así que insistí un par de veces más hasta que lo vi entrar al cuarto de baño solo vistiendo su camisón, despeinado y sin sus lentes. Yo estaba seguro que llegar conmigo le costó como a un pequeño ratón encerrado en un laberinto.

Me miró al rostro y evitó a toda costa bajar los ojos a mi cuerpo cubierto a penas por el agua caliente. Estaba algo colorado, y sobre su cuerpo llevaba marcas de una noche que debió pertenecerme a mí.

—¿Podría mi esposo darme un masaje? —le pregunté, pero no admitiría una negativa por nada.

—¿Lo dices en serio? Bauer, es demasiado temprano como para tus bromas.

Se dio vuelta con la intención de irse, pero yo fui más rápido y lo tomé de la muñeca derecha, me erguí un poco y le hablé.

—Estoy siendo muy serio, Julian.

Lo tiré contra mí y lo metí en la bañera, el agua salpicó y se desbordó, y yo atiné a sentarlo sobre mi regazo. El muy descarado estaba plenamente desnudo debajo de ese camisón que ahora trasparentaba su cuerpo. Su cabello se mojó un poco, al menos el final de su coleta, pero yo me fijé más en sus pezones erguidos que se pujaban contra la seda.

—¡Qué dem-!

—Esa boca —le detuve—. Mi reina no debería decir esas groserías. Sería mejor que use su boca para-

—No termines esa frase si quieres tener descendencia, Bauer —refunfuñó y se movió sobre mi regazo. Quería irse, pero yo no le dejaría.

Mi zurda lo sujetó por la cintura y lo apretó contra mi cuerpo, y con mi diestra empecé a jugar con su juicio acariciándole los labios.

—La tendré, de una u otra forma, así será, Julian. Eres mi jodido esposo.

—Tú y yo no-

—¿Y eso te dio la estúpida idea de que podías traicionarme? —gruñí y mi mano la bajé a sus pezones. Los apreté entre mis dedos. Julian jadeó e intentó alejarse, pero no pudo.

—¿De qué-?

—Ni siquiera intentes jugar así conmigo porque lo lamentarás. Julian, no soy un hombre que lidie bien con la traición y soy malditamente rencoroso y vengativo. ¿Eso quieres ver de mí?

Mi diestra bajó y se sumergió en el agua, tomó el miembro de Julian y lo apretó. Él se arqueó. Era muy sensible. Yo mecí mis caderas hacia arriba y con mi polla acaricié su culo. Sus manos se aferraron a los bordes de la bañera mientras su boca caprichosa se negaba a soltar sonido alguno mientras mis manos lo torturaban con duras caricias.

—La próxima vez que ese bastardo pise mi casa, dile que lo recibiré con una bala en su pecho —le advertí—. Y si piensas que dejaré que juegues conmigo, estás muy equivocado. Si vuelves a encontrarte con Jen, yo traeré a esta casa a cada puta del reino y dejaré que circulen rumores sobre lo malo que eres como esposo.

Mi glande acarició su entrada y pujó un poco para entrar, pero no lo tocaría estando él tan sucio, tan manchado por las manos de Lehmann, así que solo seguí masturbándolo hasta que se vino en un gruñido furioso. Su cuerpo se sacudió, arqueó la espalda y rasguñó la porcelana que recubría la bañera. Yo me deleité con solo verlo, a pesar de que seguía duro e insatisfecho.

Cuando se recuperó me dio una mirada furiosa e intentó golpearme el rostro con su diestra. Pequeño descarado. Lo sujeté por la muñeca y lo detuve, entonces lo jalé y le besé la boca. Metí mi lengua y callé cualquier queja que de sus labios haya querido salir. Fui brusco y no me importó.

Al separarnos, le di una última advertencia.

—Pasarás todo un mes conmigo en la costa y espero que seas un buen esposo, Julian, porque yo también tengo maneras de castigarte.



*Sobre la electricidad: La historia está ambientada en el siglo XIX (1800 en adelante), y la luz eléctrica inventada por Edison resultó en 1879, pero siendo que la historia no tiene un año fijo, solo un siglo, lo manejo con un prematuro invento de la luz.


Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top