Catorce
Dirk Bauer
Él no había ido al palacio en tres días, y de su padre no obtuve más que un 'está ocupado con los preparativos del matrimonio'. Me frustraba no tener su atención porque, aunque sonara arrogante, durante muchos años disfrutamos de la compañía del otro en medio de la discordancia. Era entretenido, pero ahora yo lo había hecho enfadar demasiado esta vez.
—¿Estás prestándome atención?
Ugh, había olvidado que tenía frente a mí a León. Era nuestra 'sesión terapéutica del viernes' acompañado de una copa de ron y muchas tragedias.
—Lo lamento. Tengo la cabeza en otro lado.
—Te casas mañana, Dirk, entiendo que eso te tenga aturdido y más aún si tu prometido no desea verte.
—Se está comportando como un niño.
—Es un niño —recalcó él—, pero no, no está teniendo esa actitud. Si tú me traicionaras de la forma en la que lo hiciste con él, ya habríamos tenido una batalla en el campo militar.
—Nunca pretendí que ella se lo escupiera en la cara. Oh, estúpida mujer.
—Para empezar, nunca debiste decirle nada a la Señorita Stein. Ella no es de fiar y lo sabes. El joven Julian tiene todo el derecho de estar enojado contigo.
—Está bien. Me equivoqué —admití a regañadientes—. Pero no estás ayudándome a solucionarlo.
—Primero, disculparte no estaría para nada mal. Julian lo agradecería. Segundo —señaló levantando los dedos de su diestra—, deberías hacer un acto de noble gallardía para no tener a un esposo furioso en el altar.
—¿Un acto como...?
—Piensa, Bauer, o tu noche de bodas no será lo que imaginas. Yo ahora iré a ver al pequeño demonio. Ese niño tiene mis finanzas al borde de la quiebra. Le gustan demasiado los pasteles.
Me reí.
—No seas descarado. Tu fortuna es apenas inferior a la mía. Deja de ser un tacaño.
****
Eran las once y media de la noche del veinte y tres de Julio, el día antes de nuestra boda. Aunque intenté olvidar el asunto con Julian y dormir, me encontré dando vueltas en la cama, acalorado e intranquilo. Y luego de horas de pensarlo mucho, tomé una decisión. Así fue como llegué a casa de Julian.
Mi caballo fue silencioso, apenas resonando sus cascos contra las rocas por el viejo sendero a la propiedad Keller. El lugar estaba sin guardias, algo que no me pareció lo mas correcto siendo la casa de un magistrado y de un doncel.
La habitación de Julian, en la que nunca antes había estado, era la del costado izquierdo, alejado de la alcoba principal en el ala derecha. Era justo aquella del balcón con flores y enredaderas. Paré mi caballo justo en frente y me pregunté en ese momento cómo haría yo para despertarlo o para llamar su atención.
Pensé en arrojar una piedra, algo en un estilo o muy romántico o muy patético, y luego pensé e trepar por el árbol del costado hasta el balcón que estaba en el segundo piso y entrar, pero eso era aún más romántico.
Y mientras pensaba, Julian me dio simplemente la respuesta.
La luz de su recámara se encendió, las velas titilaban suavemente y me revelaron su figura moviéndose.
Él tampoco podía dormir, tal parecía.
Tomé una roca pequeña y con cuidado la lancé contra la ventana de la puerta francesa hacia el balcón. El sonido resonó suave, pero fue lo suficientemente alto como para llamar su atención.
Él se detuvo justo en frente de la puerta con cortinas y luego la abrió, salió y me vio desde el balcón. Llevaba una suave bata encima y su cabello rubio alborotado.
—¿Qué diablos haces aquí, Bauer? —preguntó acercándose al barandal cincelado en piedra. Se apoyó contra él y su gélida mirada permaneció sobre mí.
—Esperaba ver a mi prometido antes de que se convierta en mi esposo.
—Puedes verme mañana antes de las diez —bisbiseó e intentó regresar a su recámara, pero yo fui más rápido y le tiré una pequeña piedra que chocó contra su cabeza—. ¡Ey! ¿Acaso intentas matarme?
Dramático. Casi podía jurar que no le había dolido.
—Baja. Hablemos.
—No. Ya hablamos hace unos días, si mal no recuerdo.
—Quiero disculparme.
Él se carcajeó fuertemente y de forma burlona. Yo rodé los ojos.
—Dirk Bauer jamás se ha disculpado con nadie por muchas estupideces que haya cometido.
—Apuesto a que te gustaría ser el primero —sonreí de medio lado—. No pierdas la oportunidad.
Él se quedó callado por un momento, pero luego asintió y murmuró algo que no alcancé a oír.
—Te encontraré en la entrada de la cocina.
Yo dirigí a mi caballo hacia la parte trasera de la casa, esperé un tiempo antes de que él abriera la puerta y saliera con un abrigo grueso y unos zapatos más cómodos.
Desmonté y le ofrecí la mano.
—Primero, mis disculpas, Bauer —exigió cruzado de brazos—. Quiero oírte.
Oh, lo haría pagar, quizás sentado sobre mis rodillas o recostado mientras le daba un par de palmadas a ese chiquillo.
—Lamento lo que ocurrió.
—¿Por 'lo que ocurrió' te refieres a?
No, un par de nalgadas no serían suficientes. Lo amordazaría y lo haría sufrir en mi cama.
El pequeño mocoso se estaba burlando y sin saberlo jugaba con poderes que no conocía ni controlaba.
—A mi soltura de lengua. No debía contárselo a nadie y mucho menos a ella; traicioné tu confianza y lo lamento.
Julian sonrió y sus ojos brillaron. Lo había disfrutado.
—Te perdono, solo porque ya no estoy tan enfadado contigo, Bauer.
Tomó mi mano para que lo ayudara a montar. Sus manos eran suaves y pequeñas, con uñas ligeramente largas lo que las hacían parecer aún más delicadas.
—Tu irás caminando, ¿cierto?
Era mi momento de tomar venganza.
Apoyado en la silla de montar, me impulsé y monté al caballo justo detrás de Julian. Ello lo tomó por sorpresa y yo solo pude regocijarme. Como excusa, le susurré al oído:
—Mañana al anochecer serás ya mi esposo, y espero que no creas que este simple contacto sea todo lo que yo obtenga de ti.
—Eso es exactamente lo que obtendrás, Bauer —replicó sin verme.
—Oh, cariño, no seas tan ingenuo. No creas ni por un segundo que un esposo mío no me responderá adecuadamente.
Moví los pies contra el estómago del caballo y este comenzó a caminar. El bamboleo era suave y coordinado, y su sonar contra la gravilla era lo que nos acompañó por varios minutos hasta que nos alejamos de la casa, cuando solo era un borrón en medio de la oscuridad.
—Yo..., en verdad no creo poder —murmuró.
—¿Te refieres a...?
—Todo. No estoy seguro de poder ser un marido apropiado para un rey. ¡Por Dios! Te insulto a cada minuto del día, no nos soportamos y además..., no hay pasión alguna entre nosotros. Aunque, supongo que nuestro matrimonio no tiene porqué aparentar algo que no es.
—Te equivocas en todo, *il mio toppo —dije tras un suspiro y continué—: Sí, nos insultamos a cada minuto, pero eso forma parte de un intricando juego que empezamos hace años; no es verdad que no nos soportamos, creo que nos soportamos lo justo y necesarios; y sobre lo último..., tú despiertas en mí muchas cosas, y todas se relacionan perfectamente con la pasión. Y en realidad, para que tu hijo no pase por el escrutinio público y las críticas, nuestro matrimonio debe aparentar todo lo que no es. ¿Cómo si no la gente creerá que has quedado en cinta si no te deseo?
El caballo se detuvo entre los árboles frutales de la propiedad. Como era verano no había manzanas o duraznos, pero el aroma seguí intacto y atrayente. Desmonté y lo ayudé a bajar. Sobre el pasto corto y verde me recosté y él a mi lado. Alzamos la mirada al cielo y nos encontramos con las brillantes estrellas que iluminaban el firmamento.
—Esa es una flor —dijo y señaló al espacio.
—Estás ciego, topolino —me mofé—, es obvio que es un oso.
Él se ajustó sus gafas y entrecerró los ojos. El marco dorado siempre resplandecía con el sol, pero esta vez lo hacía por la mera intensidad de la luna llena y de las estrellas.
—¿Un oso? ¡Claro que no, Bauer! Es una flor, creo que una rosa.
Bufé. Este niño tan terco.
—Es un oso, pero no puedo discutir tanto con alguien tan ciego como tú.
Él me codeó las costillas.
¡Demonios! Sus codos eran singularmente huesudos.
—¿Me dirás a dónde me llevarás mañana por la noche?
—¿Ansioso por tu primera vez en mi cama? Prometo darte una espléndida noche de bodas.
—No seas ridículo, Bauer, lo pregunto para saber a dónde huir —se burló.
—Bueno, para que prepares tu valija, te llevaré a la costa. Tengo una casa frente al mar blanco que seguro te gustará.
—Eso queda algo lejos. Llegaremos muy tarde.
—Te entretendré en el carruaje.
—¿En el carruaje?, ¿a qué te refieres?
Contuve una carcajada. ¿Este muchacho en verdad había perdido su honra o era solo una vil mentira como excusa para el matrimonio?
Me acerqué a oreja, apoyando mi mano sobre el pasto, y ahí roncamente le hablé.
—Te joderé todo el camino hacia el mar blanco.
Lo haría, esperaba, en todos los sentidos.
*Il mio toppo: mi ratón.
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