40 : deception of a desperate heart





• • •
TWO YOUNG HEARTS
el engaño de un corazón desesperado
• • •


Para cuando la noche cayó ya todos estaban dormidos en el arenoso suelo de la costa, incluso Meredith, que había sido la última encargada en montar guardia. No se había dado cuenta de lo mucho que estaba cansada hasta que recargó su cabeza sobre una roca solo para descansar su vista un rato.

Cuando se despertó de un sobresalto sintió que algo estaba mal, a su lado había una huella de un pie sumamente grande. Al ponerse de pie se percató de que había más huellas marcadas por todos su campamento.

— Carajo, Lucy —susurró al no ver a su amiga en el lugar donde había decidido dormir.

Alzó su falda y se internó a los misterios de aquella isla olvidando por completo despertar a alguien para acudir a la búsqueda de Lucy.

Sus pies se movían automáticamente siguiendo aquella huellas de pies grandes, pronto llegó a un jardín muy lindo en opinion de Meredith, habían árboles circulares y en el césped habían patrones marcados. Giró sobre su eje al ver que en un lugar las huellas marcaban un círculo, su preocupación incremento al pensar en los peligros que corría su amiga.

— ¡Lucy! —llamó por primera vez

Su caminar se volvió un trote lento mientras el nombre de su amiga salía de su garganta.

Algo la obligó a detenerse, se había golpeado con algo que la lanzó al suelo soltando maldiciones.

— Carajo —murmuró llevando su mano a su frente y masajeando el lugar donde se había afectado— ¿Qué demonios? —confundida se colocó de pie.

No había nada frente a ella, solo metros de expansión de aquel terreno.

Estiro la mano con cautela y busco la causa de su accidente. Pronto sintió algo duro y frío rozar sus dedos, parecía ser madera barnizada, recorrió un poco más el objeto a ciegas y se topó con una manecilla, o lo que ella supuso que era con tan solo su tacto, dudo unos segundos antes de jalar y abrir la puerta, pronto el resplandor de una luz salir del interior.

Miró detrás de la puerta, aquella casa era invisible, dudo en entrar pero finalmente lo hizo. Si Lucy estaba ahí tenía que ayudarla.

Caminó por los oscuros y fríos pasillos con sus sentidos agudizados y su mano posada en el mango de su espada.

— Lucy —Llamó a su amiga en un susurro— ¡Lucy! —volvió a llamar sin recibir respuesta.

Un extraño impulso de cruzar la puerta al fondo del pasillo la invadió, bajó la guardia acercándose a aquella habitación cerrada, podía escuchar susurros ilegibles a su alrededor y una extraña niebla verdosa se deslizaba entre sus piernas pero todo aquello fue ignorado olímpicamente por la rubia que parecía hipnotizada mientras caminaba.

Su mano se posó sobre la fría manecilla de hierro y la giró sin pensarlo más. Al entrar un aroma a comida recién hecha la invadió, la calidez del fuego en la estufa erizaba su piel y una melodía serena llegó a sus canales auditivos. Todo estaba muy extraño, había muebles muy modernos y algo le decía que no se encontraba en Narnia.

Giró sobre su eje analizando a detalle la decoración elegante y hogareña de aquel lugar, parecía haberse trasladado a una casa. Caminó por el lugar sintiéndose en completa comodidad.

Su andar se detuvo cuando vio su reflejo en un espejo colgado en la pared, parecía mayor y su vestido había sido remplazado por prendas livianas y cómodas, llevaba un mandil amarrado a la cintura y su cabello iba recogido en un moño desordenado, su espada había también había desaparecido de su cintura.

— ¡Mami! —una pequeña niña de cabello azabache llegó corriendo hacia ella— Papá dejó que mi hermano me ganara —protestó haciendo un puchero

— ¿Tú papá? —Meredith se desconcertó al oír como la llamaba aquella niña pensó que quizá se había confundido pero tan pronto como pronunció aquellas palabras un hombre acompañado de un niño pasaron el umbral— Edmund —susurró al reconocerlo.

— Qué tal, amor —depositó un beso corto en los labios de la rubia

Una felicidad embriagó a Meredith al mirar a aquellos niños, que de alguna manera inexplicable, eran sus hijos. Cargo a la niña en sus brazos regalándole una sonrisa.

— La próxima vez tu deberías acompañarnos a jugar, él es un tramposo —la niña volvió a quejarse mientras señalaba a su hermano.

— Lo haré —respondió depositando un beso en la sien de la niña antes de depositarla en el suelo.

Después de hacerle una mueca molesta a su hermana el niño salió corriendo siendo perseguido por una niña enfadada provocando una sonrisa amplia en los labios de Meredith.

— ¿Qué hacemos aquí? —preguntó acercándose a abrazar de costado a Edmund

— ¿Dónde más quieres estar? —el hombre giró a mirarla con cierto brillo juguetón en los ojos— Este es nuestro hogar, lo ha sido por muchos años

— Deberíamos estar en Narnia —agregó

— ¿Narnia? —la miró confundido.

— Ed, tenemos que regresar —insistió separándose de él

— ¿A dónde? —volvió a preguntar manteniendo una sonrisa desconcertada en su rostro.

Algo recorrió el cuerpo de Meredith, la felicidad intensa que había sentido antes fue remplazada por preocupación y sofoque. Se separó de Edmund mirándolo fijamente, aún mantenía esa sonrisa extraña en su rostro. Ese no era su Edmund.

— Yo... —aclaró su garganta—... tengo que irme

Sus pies se movían con rapidez sobre el suelo encerado de la casa.

— ¿Mami, ya te vas? —preguntaron los niños a la vez provocando un escalofrío en Meredith.

Ignorándolos decidió rodearlos y seguir caminado hacia la puerta, podía sentir como su respiración fallaba y un nudo se instalaba en la boca de su estómago.

Unos pasos más y abrió la puerta con brusquedad. Sus pies tropezaron haciéndola caer a suelo donde sus manos frotaron la alfombra roja. Alzó la vista encontrándose de nuevo en aquella mansión extraña.

Las lágrimas no tardaron en acumularse en sus ojos, sentía un remolino de emociones cruzar por su mente ¿Quién sería tan cruel como para mostrarle algo como eso? Estaba casi destinado a que ella jamás saliera de Narnia, aquello solo le mostró el deseo desesperado que Meredith tenía y no podía cumplir.

— Meredith —escuchó a alguien hablar

Mantuvo sus ojos lagrimosos en un punto perdido en el suelo.

— Oye —sintió el tacto suave de unas manos sobre su mentón— ¿Estás bien? —preguntó Lucy obligándola a mirarla

— Estoy bien —habló con voz apagada— ¿Tú lo estás? —su amiga asintió

— Ven, salgamos de aquí —la Pevensie ayudó a que Meredith se colocará de pie

Juntas caminaron hasta llegar a un lado de un hombre regordete con una barba realmente larga, portaba una túnica morada y unos anteojos de media luna.

Meredith le sonrío cortésmente como saludo antes de seguir su camino.

Al pasar a lado de un cristal se detuvo a mirar su reflejo, volvía a tener la apariencia de una adolescente y eso nunca cambiaría.

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top