Él solo fue uno entre tantos. Ella otra de tantas. Él llegó al streepclub con sus amigos. Ella se desnudaba con una sonrisa bien ensayada. Él la llevó a un privado. Ella ya estaba acostumbrada. Él se casaría en un par de días. Ella debía costear sus estudios. Él olvidó sus promesas ante el dulce sabor del pecado y la adrenalina de un secreto, casi por todos conocido. Ella disfrutaba de su juventud entretanto aparecía el hombre de sus sueños. Él regresa a su casa. Ella aún no termina de trabajar. Él solo estaba de paso por su vida. Ella marcó un antes y un después.

Este devaneo quedaría fotografiado.

Cuando él llega a casa, su prometida lo espera, con los ojos llorosos, un cigarrillo encendido, unas fotos comprometedoras sobre la mesa, un cúmulo de amor y rabia, y un arma en las manos, con el blanco en la mira.

La striper termina su jornada como cualquier otra noche. Los amigos descansan de la parranda. Sobre la pareja caía el peso del orgullo, los recuerdos y las numerosas advertencias. El traidor paparazzi suponía que ya no habría boda; no imaginaba que ahora se debía organizar un funeral.