iii. Vampire life
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Capítulo tres| Vida vampira.
Helaena corría desesperada por las calles, con la lluvia resbalando por sus mejillas y su cabello completamente empapado. Pero eso no importaba, lo único en su mente era llegar al hospital cuanto antes. La llamada de su madre, informándole del accidente de su hermana, había destrozado su mundo en un instante.
Al llegar, fue recibida de inmediato por los brazos temblorosos de su hermano menor. La castaña lo abrazó con fuerza, dejando caer su mochila al suelo sin preocuparse. Detrás de ella, Lucía y Benjamín entraron apresurados, pero no tardaron en dirigir sus reproches hacia Max, culpándolo por haber convencido a Daisy de asistir a ese encuentro bajo la lluvia.
Helaena dejó un suave beso en la sien de su hermano antes de levantarse con dificultad. Con pasos vacilantes, se acercó a su abuela.
—¿Cómo está Daisy? —preguntó con una mueca, encogiéndose de hombros.
—Aún no tenemos noticias de ella —respondió María, soltando un suspiro—. No te preocupes, Helaena querida, tus padres no permitirán que Daisy muera —añadió, restándole importancia con un leve encogimiento de hombros.
La castaña rodó los ojos, aunque en el fondo sabía que su abuela tenía razón. Si Daisy estuviera al borde de la muerte, sus padres no dudarían en tomar la difícil decisión de convertirla en vampiro, por mucho que su hermana detestara esa idea.
Mientras esperaban noticias, Helaena permaneció al lado de su hermano todo el tiempo, aunque tuvo que alejarse cuando Max le pidió que lo acompañara a comprar flores para cuando Daisy despertara.
De vuelta en la sala, se sentó en una de las sillas, jugando nerviosamente con sus uñas, desesperada por saber algo sobre el estado de su hermana. Lucía intentó animarla, pero al ver que sus esfuerzos eran inútiles, decidió dejarla sola por un momento.
Fue entonces cuando Helaena sintió de nuevo esa extraña sensación, como si una mirada penetrante se clavara en ella. Quiso voltear para comprobarlo, pero prefirió ignorarlo. Solo suspiró, tratando de restarle importancia.
Vio a su padre asomarse brevemente, y en cuanto la descubrió, le hizo un gesto para que lo siguiera. Helaena se adelantó sin dudarlo, pero antes de entrar en la habitación, volvió a sentir esa mirada sobre ella. Esta vez, no pude ignorarla.
Giró lentamente la cabeza, escaneando la sala de espera. Sus ojos se detuvieron en aquella mirada que se quedó grabada en su memoria desde aquella noche. Damon.
Cuando sus miradas se cruzaron, el azabache esbozó una pequeña sonrisa y, en un abrir y cerrar de ojos, desapareció.
Helaena parpadeó confundida. ¿Había sido su imaginación?.
—Helaena, vamos, no hay tiempo —la urgió su madre.
Sacudiendo la cabeza, decidió dejarlo pasar por ahora y entró a la habitación. Su ceño se frunció al ver el estado de su hermana. Ya no había respirador conectándola a la vida, su pulso latía con normalidad y su piel, estaba pálida y fría. Como si nunca hubiera estado al borde de la muerte.
—Tuvimos que morderla... —murmuró Ana con la voz temblorosa, llevándose los nudillos a los labios en un gesto nervioso.
Helaena la miró con los ojos abiertos de par en par. Su respiración se tornó errática mientras su mente procesaba el significado de esas palabras. Negó con la cabeza, como si pudiera rechazar la realidad con solo ese gesto.
—El doctor dijo que no había nada que hacer —intervino Ulises, pasándose una mano por el cabello con desesperación mientras caminaba en círculos—. No podíamos perderla, Helaena... No nos quedó otra opción.
El mundo parecía cerrarse sobre ella. Su hermana, la que más odiaba su naturaleza vampírica, la que siempre había jurado que nunca cruzaría esa línea, ahora lo era. No por elección, sino por desesperación.
—Pero ella no quería esto —susurró con la mirada fija en el rostro tranquilo de su hermana—. Daisy no quería ser como nosotros...
Ana sollozó en silencio, mientras Ulises pasaba una mano por el rostro, evidentemente atormentado por la decisión que habían tomado.
—Era eso o verla morir, Helaena —dijo su padre con un tono cansado—. No pudimos arriesgarnos.
Un suspiro pesado se escapó de sus labios. Helaena entendía su razonamiento, pero eso no hacía que fuera más fácil de aceptar. Ahora Daisy despertaría en un nuevo mundo, en una nueva vida que jamás quiso.
Pero antes de que pudiera responder, un pequeño jadeo llamó su atención.
Su corazón casi se detuvo cuando vio a Daisy moverse levemente. Sus párpados temblaron y, tras un segundo eterno, sus ojos se abrieron.
El problema era que no eran los mismos ojos de su hermana.
Los iris, antes de un color cálido y familiar, ahora brillaban con un rojo intenso. Un rojo que anunciaba su transformación.
Daisy estaba despierta.
・ ゚ ゚・ ✧ 。.。.: *
Helaena fue la encargada de avisar a todos que Daisy se encontraba estable. La reacción de María fue inmediata: le dedicó una mirada obvia, como si dijera "Te lo dije" . Helaena rodó los ojos, sin ánimo de discutir, y se dirigió hacia Lucía, susurrándole la noticia de que Daisy ahora era un vampiro. La emoción de su amiga fue tan intensa que estuvo a punto de gritarlo, pero la castaña reaccionó rápido, tapándole la boca con la mano antes de que pudiera soltar un solo sonido.
En ese momento, Max apareció entre el grupo de personas que esperaban noticias, con el rostro marcado por la angustia.
—¿Puedo verla? —preguntó en cuanto estuvo frente a Helaena.
Ella lo miró, su expresión endureciéndose por instinto. Sin darse cuenta, se cruzó de brazos y apretó los labios.
—Lo siento, pero mis padres están con ella —respondió con voz neutral antes de pasar a su lado, impidiendo mirarlo más de lo necesario.
No quería ser grosera, pero una parte de ella aún luchaba con el resentimiento. Si Max no la hubiera citado bajo la lluvia, nada de esto habría pasado. Claro, no podía culparlo del todo, pero estaba tan abrumada por las emociones que no tenía cabeza para pensar con claridad.
Decidió que necesitaba ver a su hermana.
Con pasos firmes, se dirigió hacia la habitación donde Daisy descansaba. Sus padres estaban dentro, pero tras un breve intercambio de palabras, accedieron a darle unos minutos a solas con ella.
Cuando la puerta se cerró, Helaena soltó un suspiro, sintiendo la tensión abandonar su cuerpo por un instante. Se acercó lentamente a la cama, observando a su hermana. Daisy se veía... igual y distinta a la vez. Su piel era más pálida, casi etérea, y su cabello caía en ondas suaves sobre la almohada.
— ¿Cómo te sientes? —preguntó en un susurro.
Daisy parpadeó lentamente antes de fijar la vista en ella. Por un momento, no dijo nada. Luego, su voz salió más baja de lo normal, con un matiz de confusión.
—Extraña... diferente... —admitió, alzando una mano y observándola como si no le perteneciera—. Como si todo en mí hubiera cambiado, pero al mismo tiempo, seguía siendo yo.
Helaena sintió un nudo en la garganta. Se acercó más, tomando la mano de su hermana con suavidad.
—Sigues siendo tú, Daisy —aseguró, apretando ligeramente sus dedos—. No importa lo que haya cambiado, sigues siendo mi hermana.
Daisy la miró fijamente, y por primera vez, Helaena notó algo más en sus ojos además del rojo sobrenatural: miedo.
—Y si ya no lo soy? —susurró con voz quebrada—. ¿Y si algún día me pierdo?
Helaena negó con firmeza y, sin pensarlo demasiado, se inclinó para abrazarla con fuerza.
—No te perderás —susurró contra su cabello—. No te lo permitiré.
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Cuando la noche cayó, la castaña tomó la fórmula que su padre le había dado para poder controlarse. Se vistió con ropa más gótica, algo que, aunque al principio le resultaba ajeno, ya se había convertido en parte de su nueva identidad.
Con pasos decididos, se dirigió al cuarto de su hermana, encontrándola vestida de la misma manera.
— ¿Estás lista? —preguntó con una sonrisa divertida.
Daisy dejó escapar un suspiro antes de girarse hacia ella y asentir.
—Aunque tengo algo de miedo —confesó con una mueca de nerviosismo.
Helaena le dedicó una mirada tranquilizadora y tomó su mano, guiándola hacia la ventana.
—Confía en mí, estarás bien —le aseguró.
Daisy le desarrolló una sonrisa tímida antes de inhalar profundamente y lanzarse al vacío. Sus alas se desplegaron con elegancia y comenzó a planear entre las sombras de la noche.
Helaena, en cambio, no necesitaba, ay. Saltó con agilidad, y en un parpadeo, su figura se desvaneció en un destello de velocidad. Mientras Daisy descendía con torpeza, esquivando por poco las ramas de un árbol, su hermana ya la esperaba con los brazos cruzados al pie de la alcantarilla.
—Lo diré: llegué primero —se burló Helaena con una sonrisa de satisfacción.
Daisy aterrizó segundos después, con algunas hojas enredadas en su cabello, y le dedicó una mirada de reproche.
—¿Por qué no vuelas? —preguntó, sacudiendo las ramas con fastidio.
Helaena se encogió de hombros, divertida.
—Porque la velocidad es más eficiente. Además, me gusta dejarte en ridículo —bromeó, guiñándole un ojo.
Daisy rodó los ojos, pero no discutió. Sabía que su hermana tenía una extraña preferencia por hacer las cosas a su manera.
—Vamos —dijo Helaena, dándole una palmada en la espalda antes de caminar hacia la entrada de la alcantarilla—. No queremos hacer esperar a los demás.
Daisy tragó saliva. Los demás. Sus padres le habían contado sobre la sociedad vampírica que existía bajo la ciudad, pero ahora que estaba a punto de conocerla, un escalofrío recorrió su espalda.
Helaena notó su vacilación y tomó su mano con firmeza.
—Te acostumbrarás —aseguró, mirándola a los ojos—. No estás sola en esto.
Daisy le desarrolló una sonrisa nerviosa y juntas fueron transportadas por la alcantarilla.
El mundo bajo la ciudad era algo sacado de un sueño gótico. Calles estrechas iluminadas por faroles de luz rojiza, edificios de piedra oscura con detalles ornamentados, y figuras vestidas de negro que se movían con gracia inhumana. Un murmullo constante llenaba el aire, una mezcla de conversaciones, risas y el sonido del viento que se filtraba por los túneles.
Daisy giró sobre sí misma, observando el lugar con los ojos muy abiertos.
—Es... impresionante —murmuró.
—Y peligroso —añadió Helaena con seriedad—. Aquí las reglas son distintas. No todos los vampiros son como nosotros.
La mayor de las hermanas O'Brian tomó a Daisy de la mano y la llevó a uno de sus lugares favoritos: una cafetería donde el rock resonaba en cada rincón, vibrando en las paredes y fusionándose con el murmullo de conversaciones nocturnas.
Daisy frunció el ceño ante el sonido, claramente incómoda con el ambiente ruidoso y la intensidad de la música.
—Trata de acostumbrarte —murmuró Helaena, dándole un leve presión en la mano como señal de apoyo.
Daisy avanzó sin mucho entusiasmo y recorrió el lugar con la mirada. Vampiros de todas las edades disfrutaban de copas llenas de sangre, sumidos en conversaciones, mientras un grupo de chicas rodeaba a un joven en el centro del local. Por su actitud confiada y la manera en que todos parecían pendientes de él, era evidente que se trataba de alguien importante. Sin embargo, Daisy decidió ignorarlo y centrarse en mantenerse cerca de su hermana.
Helaena se acercó a la barra y pidió una bebida. Justo cuando el bartender colocaba la copa frente a ella, una presencia familiar la hizo tensarse por instinto.
—Vaya, vaya... ¿Quién diría que te encontraría aquí, O'Brian? —la voz grave y seductora de Damon resonó a su lado.
Helaena rodó los ojos antes de girarse lentamente hacia él. Allí estaba, con su eterna sonrisa de arrogancia y esos ojos azules llenos de picardía.
—Damon —saludó con frialdad, tomando su copa y llevándosela a los labios sin apartar la mirada de él.
Damon inclinó la cabeza con diversión.
—No me digas que me extrañaste —se burló, apoyando un codo en la barra mientras su mirada se deslizaba de Helaena a Daisy—. ¿Y quién es la novata?.
Daisy sintió el escrutinio del vampiro sobre ella y, aunque su primer impulso fue retroceder, se mantuvo firme al lado de su hermana.
—Mi hermana —respondió Helaena con firmeza—, y no es de tu incumbencia.
Damon alzó una ceja, claramente intrigado.
—Interesante... —murmuró, dándole un sorbo a su copa de sangre—. Así que ahora juegas a ser niñera. Nunca pensé verte en este papel.
Helaena presionó la mandíbula y dejó su copa en la barra con más fuerza de la necesaria.
—No estoy de humor para tus juegos, Damon. ¿Qué quieres?
Damon fingi una expresin herida.
— ¿No puedo simplemente disfrutar de una charla con una vieja amiga?
—Tú y yo no somos amigos —le cortó Helaena de inmediato.
Damon sonoro de lado, mostrando un destello de colmillos.
—Tal vez no, pero eso nunca nos detuvo antes, ¿verdad?.
—Si solo viniste a molestar, puedes irte —Helaena lo desafió, cruzándose de brazos.
El azabache sonrió, mientras la castaña sentía como si le acariciaran su mejilla, cuando desvió la mirada ya tenía al chico detrás de ella.
El azabache sonrió con un aire enigmático, mientras la castaña sentía una leve caricia en su mejilla, como si el viento la rozara con delicadeza. Al desviar la mirada, se dio cuenta de que el chico ya estaba detrás de ella.
—Recuerda quién te salvó la vida, preciosa —murmuró, apartando suavemente un mechón de su cabello, revelando un tatuaje en forma de luna que brillaba tenuemente bajo la luz.
"La mujer de tu vida llevará marcado en su cuello un tatuaje de una luna".
Helaena se estremeció al sentir cómo los dedos del chico rozaban su tatuaje. Quiso enfrentarlo, pero para cuando giró sobre sí misma, él ya había desaparecido. Desconcertada, buscó a su hermana con la mirada, pero la encontró conversando animadamente con un joven de cabello largo y azabache.
—¡Daisy! —la llamo la mayor mientras terminaba de tomar su bebida de un solo sorbo.
La menor la miro haciéndoles señas de que ya debían irse—. Lo lamento.
Se levantó de su asiento y trato de alejarse pero el chico tomó su mano y trato de detenerla pero luego notó el tatuaje de cinco estrellas en su cuello. El mismo tatuaje que una extraña bruja le había dicho que iba a portar la mujer de su vida. Daisy se soltó de su agarre y se alejó.
—¡Daisy! —la llamo Helaena mientras terminaba su bebida de un solo sorbo.
La mayor levantó la mirada y le hizo una señal para indicarle que debían irse.
—Lo lamento —murmuró la chica, poniéndose de pie rápidamente.
Intentó alejarse, pero antes de que pudiera dar un paso, una mano firme atrapó la suya. Los ojos de Mirco Vladimoff reflejaban sorpresa, como si acabaría de descubrir algo inesperado.
Daisy iba a apartarse de inmediato, pero entonces él notó algo. Sus dedos rozaron la piel de su cuello, justo donde cinco pequeñas estrellas formaban un tatuaje casi imperceptible. Su expresión cambió por completo.
El chico entreabrió los labios, atónito.
—No puede ser... —susurró, como si estuviera viendo un fantasma.
"La mujer de tu vida llevara marcado en su cuello un tatuaje de una estrella de cinco puntas".
Daisy aprovechó su distracción para soltarse de su agarre, su corazón latiendo con fuerza. Algo en su mirada le había puesto nerviosa, como si él supiera algo que ella no.
Sin decir una palabra más, se dio la vuelta y se apresuró a alcanzar a su hermana. No tenía idea de qué acababa de suceder.
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