Capítulo 4
Y ahí estaba yo en unas de las muchas salas de interrogatorios. James estaba sentado enfrente de mí mientras que Michael estaba de pie al lado de la puerta. La habitación estaba a oscuras, solo había una pequeña barra de luz colocada en el techo en el centro de éste. La luz era tenue, pero la justa para que James y yo pudiéramos vernos las caras.
— ¿Qué hacías esta madrugada? — preguntó James.
— Lo único que recuerdo fue cenar, dejar a Daphne recogiendo la mesa pequeña, hablar con ella e irme a la cama. De ahí hasta que me desperté no recuerdo nada.
— ¿De qué hablaste con ella?
— No le respondas — oí esa irritante voz en mi cabeza.
Al oír aquella voz me estremecí. Conocía bastante bien esa voz y lo que significaba cuando aparecía. Cerré los ojos tratando de relajarme, pues siempre me ponía nerviosa al oírla. Necesitaba inventarme algo lo suficientemente creíble para que mi reacción no se viera rara, pero era muy mala mintiendo. No sabía qué hacer.
— Sobre la rutina — respondí no muy convincente —, de lo agotada que estaba y de lo mucho que ansiaba irme a la cama.
— En mitad de la noche, ¿no oíste a Daphne gritar o algún ruido raro?
— Gritaba mucho, aún puedo recordar aquellos gritos con demasiada nitidez, era una sinfonía irresistible para mis oidos.
— N... no, no escuché... nada — respondí mientras luchaba con todas mis fuerzas por reprimir las ganas de llorar.
— ¿Segura?
— Sí Nancy, ¿estás segura de ello? Sabes, al igual que yo, que estabas presente en ese instante.
— Ya te lo he dicho — mi voz se empezaba a quebrar —, dejé a Daphne recogiendo la mesa pequeña, hablé con ella y, seguidamente, me fui a mi habitación, no escuché nada raro. Además, duermo con tapones en los oídos — mentí para que mi coartada quedase más creíble.
— Tranquila, sabes que este interrogatorio es normal en estos casos y más teniendo en cuenta que fuiste tú la última persona que la vio y habló con ella — intentó tranquilizarme James.
— Lo sé, pero todo es muy reciente... es muy duro para mí estar en estos momentos aquí —dirigí la vista hacia el suelo —. Aún no he podido asimilar su muerte, todo esto parece mentira, una broma de mal gusto.
— Es entendible — hizo una pausa antes de volver a hablar —. Tengo que aprovechar esta situación para comunicarte lo que me ha dicho el comisario... no podrás trabajar en este caso.
Al oír aquello levanté rápidamente mi cabeza buscando su mirada. Sabía que al tratarse de alguien cercano no me iban a dejar investigar el caso, pues no se podía investigar un suceso que nos toca a manera personal, pues no seríamos subjetivos.
— Me lo temía, pero no puedo quedarme de brazos cruzados mientras el asesino de mi mejor amiga sigue ahí fuera.
— Para eso estamos aquí Nancy, para hacer el trabajo que quisieras desempeñar y resolver este caso, te aseguro que vengarás la muerte de tu amiga tan pronto como tengamos en la cárcel a ese desgraciado o desgraciada.
— No será lo mismo — comenté mientras mi mirada se fijaba nuevamente hacia el suelo.
Y así transcurrió aquel día, metida en aquella habitación respondiendo diversas preguntas que James me hacía. En cuanto el interrogatorio terminó, Michael me acompañó al apartamento para que recogiera mis cosas y me fuera a otro lugar, pues me era imposible quedarme ahí. En cuanto abrí la puerta del apartamento, los recuerdos me invadieron y mis lágrimas no tardaron en hacer acto de presencia. Cerré la puerta tras pasar y me fui directa a la habitación de Daphne. Al entrar, noté el frío del invierno entrar por la ventana, los policías y los sanitarios lo habían dejado abierta para que se ventilara. En cuanto me di cuenta, estaba sentada en su cama mientras las lágrimas recorrían mi rostro y tiritaba por el gélido frío que entraba por la ventana.
— No entiendo porqué lloras, ayer no lo hacías mientras que ella te pedía cremencia — asomó aquella voz en mi cabeza.
— Hace diez años que no aparecías, ¿por qué ahora? — pregunté en voz alta, aunque sabía que en aquella habitación no había nadie más que mi presencia.
— Solo estaba dormida para poder volver con más fuerza. Se siente muy bien volver con las pilas bien recargadas — dijo mientras se reía.
— Pensé que yo y Leyna habíamos acabado contigo.
— Sabes perfectamente que no podéis acabar conmigo, somos uña y carne. Sin ti yo no existiría.
Cerré mis ojos apretando los párpados con todas las fuerzas que tenía. En aquellos momentos la rabia me estaba consumiendo por dentro, Leyna me dijo que nunca aparecería después de las terapias, que no era necesario seguir después de la última sesión. Que tendría que visitarla por algún tiempo para evitar recaídas pero, no me dijo que volvería a aparecer en mi vida después de todo el sufrimiento que me hizo pasar.
— Leyna me dijo... — me interrumpió aquella irritante voz con tono de fastidio.
— Leyna... decía tantas cosas, era muy insoportable. Menos mal que ya no está en nuestras vidas para llenarte la cabeza de pájaros, no quiero que te dejaras engañar por esa chica que solo intenta separarnos.
Me levanté de la cama intentando hacer lo que Leyna me decía, ignorar aquella voz todo el tiempo que pudiera. ¿Cómo lo hacía? Manteniendo la cabeza tan ocupada como pudiera. Intentando seguir con la estrategia que mi psicóloga me dijo, me dirigí hacia mi habitación para poder hacer la maleta tan rápido como pude. En ese transcurso del tiempo, esa voz no paraba de hacer acto de presencia, hasta que ya no pude más con aquella situación y me obligó a explotar de la forma que Leyna me dijo que tenía que evitar.
— ¡DÉJAME EN PAZ! — grité a todo pulmón a la nada.
— Nancy, ¿estás bien? — apareció Michael mientras daba golpecitos en la puerta de mi habitación.
Al sentirlo me sobresalté, pues el simple hecho de que me hubiera oído gritarle a la nada me daba miedo, sobre todo por lo que pudiera pensar de mí y por lo que pudiera decirle a todos mis compañeros de trabajo, incluido a James.
— Ahora no eres tan valiente, ¿no? — añadió esa voz entre risas —. Me encanta ver que el miedo se apodera lentamente de ti por miedo a que piensen que estás loca pero, querida mía, no lo estás, estoy aquí, en tu cabeza, pero, al fin y al cabo, estoy aquí.
— Perdón si te he asustado — se disculpó Michael —, pero al ver que tardabas decidí subir por si necesitabas ayuda — se explicó desde el otro lado de la puerta.
— No te preocupes, estoy bien, solo que es difícil todo esto. Llegar y no verla aquí, como estaba acostumbrada... es muy duro.
Tras decir eso, decidí abrir la puerta para poderle ver. Al abrir la puerta Michael se acercó a mí y me dio un abrazo que, gustosamente, acepté, pues era lo que necesitaba en aquellos momentos. Estaba deseosa de ese gesto tan sencillo para poder reconstruirme un poco más o, como fue en aquel caso, desahogarme mientras lloraba sin consuelo entre sus brazos ya que era como revivir una pesadilla que deseaba que se quedara en el pasado o que solo fuera eso, una pesadilla de la que despertaría y todo estuviera como antes.
— Nunca me imaginé que pasaría todo esto, no se merecía este tipo de final — dije con notable dificultad entre sollozos.
Michael me apretaba fuertemente contra su cuerpo, dejándome bien claro que estaba ahí para apoyarme en esos momentos tan duros. Ahí fue cuando pude comprender que tan solo un gesto, por mínimo que fuera, podía decir más que mil palabras.
— ¿Dónde te quedarás? — me preguntó separándose de mí tras estar un buen rato abrazados.
— En cualquier lugar, menos aquí — contesté mientras me secaba las lágrimas.
— ¿Te ayudo a buscar un hotel o un nuevo apartamento? — preguntó mientras su mirada de preocupación se iba intensificando.
— No, no te preocupes, ya has hecho suficiente por mí al acompañarme. No quiero que te ausentes del trabajo por mi culpa.
Michael me dedicó una media sonrisa mientras se iba de mi habitación diciendo que me esperaba en el salón para llevarme en coche a donde quiera que fuera. Mientras lo veía marchar, un suspiro de alivió salió de los más profundo de mi ser, pues no había referido nada sobre lo que ocurrió con anterioridad. En cuanto me relajé, continué metiendo ropa en la maleta desordenadamente, solo quería irme de allí lo más rápido que pudiera.
Después de un rato, tuve la maleta lista, con la única dificultad de que ésta no se me cerraba. Al ver que era imposible cerrarlo por mí sola, llame a Michael para que me ayudara a hacer fuerza y, con un poco de suerte, cerrar la cremallera. Me sorprendí por la cantidad de ropa que tenía, en el armario no se veía tanta.
— No lo entiendo — me quejé resignada — tampoco tenía tanta ropa como para que no cerrara la maleta.
— Hombre, juzgando como has metido la ropa... es normal que no cierre. Están todas las camisetas y pantalones aburuñados, casi ni se diferencia lo que es una camiseta de un pantalón.
— Pues sea como sea hay que cerrarla, me niego a sacarlo todo para volver a hacer la maleta.
— Como hagamos más presión, la maleta va a explotar y te vas a quedar sin ella. No hay otra opción, te ayudo a reorganizarlo todo.
Iba a argumentar en contra de lo que dijo pero mi móvil sonó para indicar que me estaban llamando. Al escuchar aquella melodía que venía predeterminada para las llamadas entrantes, miré la pantalla para saber quién me llamaba y, como pensaba que ocurriría, era Leyna quien esperaba al otro lado de la línea. Dudé por unos minutos entre contestar o no, pero la melodía paró avisando de que la llamada se había cortado, pero la tranquilidad duró menos de un minuto, pues Leyna estaba insistiendo con otra llamada. Dejé que sonara, pero Leyna me llamó por tercera vez, era muy insistente cuando quería o intuía que mi integridad física pudiera estar en peligro.
— Iré a acercar el patrulla a la puerta del apartamento, está demasiado lejos como para andar con una maleta que no cierra y sepa Dios qué más — me informó Michael mientras se alejaba dejándome sola frente la maleta imposible de cerrar.
Al sentir cómo la puerta principal se cerraba, el móvil volvió a sonar por cuarta vez. Derrotada, no tuve más remedio que atender su llamada ya que su insistencia me estaba cansando mentalmente.
— Leyna... — fue lo único que pude decir antes de que me interrumpiera.
— Tienes que venir aquí y ahora, esto es urgente — oí decir desde la otra línea.
— Yo... — me volvió a interrumpir.
— Por lo que han llegado a mis oídos, Twila a vuelto a tu vida. Tienes que venir. No es una sugerencia, ¡es una orden!
— ¿Cómo...? — volvió a interrumpirme, era muy propio de ella cuando tenía las cosas muy claras y no quería perder el tiempo hablando o discutiendo sobre ello.
— Sabes perfectamente que mi familia y la familia de Daphne son como uña y carne, no tardé en enterarme. Por favor, necesito que cojas el primer avión que salga para Madison, te recogeré en cuanto me comuniques tu llegada. No hay tiempo que perder.
Tras decirme aquello, colgó. La noté muy acelerada mientras hablaba, al mismo tiempo que su tono de voz se volvía más intensa, algo que me desesperaba, pues era una clara señal de que algo no iba bien, y claramente, las cosas no iban bien. Tiré el móvil con cuidado encima de la cama mientras miraba fijamente a la maleta como retándola, ya que la iba a cerrar costara lo que costara.
Al final, tras media hora gastando fuerzas en una acción tan simple, conseguí ganar la batalla a la maleta. En cuanto estuve en la puerta principal para salir de ese apartamento, eché la vista atrás haciendo memoria de todo lo que había vivido junto con Daphne todo ese tiempo. Estuvimos en ese lugar por años y los recuerdos estaban en cada rincón, por escondido que estuviera. Después de unos momentos recordando todo lo vivido, bajé en el ascensor hasta encontrarme en una de las calles más transitadas de Nueva York. Seguidamente me encontré con Michael, que no tardó en llegar a la puerta del edificio para ayudarme con la pesada maleta. En menos de lo que cantaba un gallo, estábamos subidos en el patrulla.
— ¿Has pensado ya dónde te vas a quedar? — preguntó Michael mientras arrancaba el patrulla.
— Llévame al aeropuerto.
— ¿Te vas?
— Me han salido unos asuntos pendientes que tengo que resolver en Madison, mi ciudad natal.
Al instante, vi que Michael agachó la cabeza en señal de que aquella opción que, por mi parte no tuve más remedio que escoger, le entristecía. Por una parte era normal, desde que se incorporó al cuerpo de policía hemos estado juntos pero, por otro lado, tampoco habíamos hablado tanto como para que le entristeciera mi partida.
— Esto no es un "adiós" definitivo, solo un "hasta luego" — le reconforté como pude.
Él no dijo nada, solo se limitó a asentir y empezó a conducir hacia el aeropuerto. Una vez allí, me despedí de él y le dije que se despidiera en mi nombre de los demás compañeros. Le alenté de que volvería, que serían unas pequeñas vacaciones, después de lo sucedido lo necesitaba más que nunca, aunque supiera que, más que unas vacaciones, sería una tortura.
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