Capítulo 10

Después de aquel beso y de algunos que otros más, decidimos que era momento para irnos a dormir. En cuanto llegamos a la habitación donde James se iba a hospedar durante su visita en Madison, todo estaba lo suficientemente preparado que le di las buenas noches y me dispuse a ir hacia mi habitación

— ¿No recuerdas esa habitación? — escuché la voz de Twila.

— ¿Solo buenas noches? — preguntó James evitando que contestara a ese alter que tanto me estaba fastidiando.

Aquello hizo que me parara y lo mirara pues, ¿qué más quería? No entendía el porqué de aquella pregunta. James notó que no sabía a lo que se refería, por lo tanto, se acercó a mí a un ritmo lento, me miró directamente a los ojos y luego su mirada iba descendiendo despacio hacia mis labios. En cuanto se encontró frente a mí cortando el espacio personal de ambos, se inclinó ligeramente hacia mí juntando sus labios con los míos.

— Ahora sí, buenas noches — susurró juntando nuestras frentes después de aquella acción.

Sin embargo, aunque nos dimos las buenas noches, ninguno de los dos queríamos separarnos de nuestra posición. Aquello era muy bonito como para que fuera real, pero estaba pasando. Después de unos minutos, me obligué a separarme de él, aunque nos fastidiara a ambos. Acto seguido, me fui a mi habitación donde estaba Leyna durmiendo plácidamente metida en la cama de matrimonio. Al ver aquello, quise irme al sofá, pero luego recordé que mentimos a James sobre que éramos compañeras de casa y decanté por irme al lado de la cama que estaba libre. Al tumbarme, cerré los ojos y, como un tsunami, vinieron todos los recuerdos de esa noche junto a James haciendo que se formara una sonrisa.

— Es decir, te gusta James — hizo una breve pausa —, lo sabía.

— No, no sabías nada — contesté en un susurro y, como por arte de magia, todos los recuerdos felices se fueron.

— Querida, lo sé todo de ti. Sé que intentabas que no se notaran tus verdaderos sentimientos hacia él con eso de que te caía mal y él — hizo una pausa antes de seguir hablando —, él te seguía el royo.

— ¡Basta! — exclamé en un susurro abriendo de golpe los ojos —. No sé si ahí tu duermes o no, pero yo necesito descansar, así que para de hablar, Twila.

— No me gusta para ti — susurró antes de que me quedara dormida —. No es merecedor de tu amor, eres mucho mejor que él.

Estaba sentada en mi cama. Hacía cinco minutos que el despertador había sonado y yo me debatía entre seguir durmiendo o ir al colegio. Claramente, la respuesta estaba más que clara cuando mi madre entró en mi habitación mientras llamaba a la puerta con sus nudillos. Aquello hizo que, instintivamente, mirara hacia la puerta dejando ver a mi madre con una sonrisa.

— Ya veo que no estás dormida — dijo mientras subía la persiana de la habitación para que entrara luz y, seguidamente, abrió la ventana para la ventilación de ésta —. Venga, ve al servicio, dúchate y baja a desayunar. Tu padre y yo te estaremos esperando.

Asentí con lo que me dijo y me fui directa al baño, una vez allí, me quité la ropa para meterme a la ducha, pero justo cuando iba a meterme, mi mirada se fijó en el reflejo del espejo. Vi mi pequeño cuerpo amoratado, no me acordaba cuál fue el producto de aquellos cardenales, pero lloré mucho al ver mi cuerpo en aquel estado ya que lo único que recordaba era mi llanto y el dolor que me inundaba por todo el cuerpo. Después de eso, no paraba de preguntarme por qué me estaba pasando eso a mis seis años, pero no encontré ninguna respuesta. Sin demorarme más tiempo, me sequé las lágrimas y me adentré en la ducha. Una vez lista, con el pelo seco y vestida con el uniforme del colegio, me dirigí hacia la cocina mientras me dejaba guiar por el exquisito olor a tortitas recién echas. Una vez en la cocina, me senté en mi sitio correspondiente mientras mi madre me sirvió mi respectivo plato. Después de unos segundos, mi padre bajó a la cocina vestido con su elegante traje listo para ir a trabajar. Antes de sentarse y desayunar mientras leía el periódico, me dio un beso en la cabeza a modo de saludo.

— Buenos días, papá — saludé y, seguidamente, me concentré en mi plato. No tenía muchas ganas de comer, pero tenía que hacerlo para que mis padres no sospecharan lo que me había pasado. Solo sabía que fue real por todas las pruebas que tengo impregnadas en mí, pero todo lo anterior era negro, como si nada hubiera pasado y esos moratones hubieran aparecido de la nada.

En cuanto terminé el desayuno, dejé con cuidado el plato encima de la encimera, al lado del fregadero, y me dispuse a lavarme los dientes. En cuanto estuve en el baño, saqué mi cepillo de dientes y, cuando estaba a punto de echarle a éste la pasta de dientes, oí algo que me dejó paralizada:

— Nancy, no te preocupes. Esos malnacidos no te volverán a tocar ni un pelo.

Al escuchar aquello el miedo me inundó por completo mientras miles de preguntas aparecían en mi cabeza: ¿de quién era esa voz? ¿Me estaba volviendo loca? Si estaba sola en el baño, ¿de dónde provenía aquella voz?

— ¿Qui... quién eres? — pregunté con temor mientras miraba a cada rincón del baño para cerciorarme de que, efectivamente, estaba sola.

— Soy Twila, el alter que va a cuidar de ti de aquí en adelante.

— No... no eres real — dije mientras soltaba el cepillo de dientes y cerraba los ojos mientras sentía que mi respiración se estaba haciendo más y más pesada con el pasar de los minutos —. No te veo, estoy sola en esta habitación. Estaré delirando... sí, tiene que ser eso.

— Querida Nancy — me llamó aquella voz —, ahora no entiendes nada, pero en cuanto crezcas lo entenderás. Por ahora, lo único que tienes que saber es que no tienes que tenerme miedo, no soy una enemiga, no te voy a hacer daño, solo voy a cuidar de ti de la manera que ni tus padres saben. Conmigo estarás a salvo.

— Pero... — intenté tener la última palabra, pero fui interrumpida por aquella voz.

— No hay tiempo, no le cuentes a nadie sobre mi existencia. Lávate los dientes y haz como si esto no ha pasado, te contestaré a todas tus preguntas después.

— Nancy — escuché que me llamaba alguien, pero todo lo escuchaba distorsionado —. Nancy — escuché más fuerte y solo reaccioné cuando pude abrir los ojos —. Venga, levántate — añadió Leyna al ver que estaba reaccionando.

— ¿Qué hora es? — pregunté sin ganas de abrir los ojos.

— Las ocho, hay muchas cosas por hacer — al mirarme y ver que no sabía a lo que se refería rodó los ojos con fastidio —. Hoy tendremos la primera sesión, sigo siendo tu psicóloga.

— ¿Estás loca? James está aquí.

— Lo sé, por eso es que vamos a tener la primera sesión aquí. Desde su habitación o si se levanta hacia cualquier lado de la casa, no se va a enterar de lo que estamos hablando. Así que ve al baño, date una ducha para despertarte y vienes.

— ¿Y el desayuno? — pregunté llevándome la mano derecha hacia mi tripa que estaba rugiendo.

— Tendremos que esperar a que tu invitado se levante, ¿no?

Al escuchar aquello hice un puchero y enseguida me fui al baño para ducharme. En cuanto me quité la ropa para entrar a la ducha recordé aquel sueño raro que tuve. Enseguida decidí pensar en otra cosa, pues solo era uno de los sueños que tenía y que, como no, aparecía Twila. Sin duda, se lo diría a Leyna en cuanto tuviera la ocasión en esa sesión.

Después de una corta ducha que me despejó, me fui a la habitación donde me esperaba Leyna. En cuanto entré, la vi sentada en una silla frente a la cama con una libreta en mano mientras tenía las piernas cruzadas para poder escribir mejor. Con el bolígrafo, apuntó a la cama para que me sentara en ésta, lo cual no dudé en ningún momento. Al sentarme, cogió una grabadora de su bolso que estaba colgando de la silla y la encendió dejándola en la cama.

— Bien, hoy doce de agosto de dos mil veintiuno a las ocho y media de la mañana, se da comienzo la primera sesión psicológica con la paciente Nancy Campbell. Esta paciente está aquí de nuevo después de haberla dado de alta unos cuantos años atrás. Ha vuelto a ella Twila, la amenaza que tiene en su mente ya que, como bien se sabe, sufre de TID. Su mente fragmentada creó alters, entre ellos Twila y Valentine. Sin embargo, Twila es el alter altamente peligroso para la paciente — empezó a contar mientras hacía unas cuantas anotaciones en su libreta.

— ¿Alter altamente peligroso? — empezó Twila a reírse sonoramente en mi mente —. Lo único que hago es protegerte, Nancy, así que no te dejes comer la cabeza por esta loquera.

Cerré los ojos como si aquel gesto pudiera parar aquella risa que solo producía escalofríos en mí. Aquella risa siniestra no paraba de resonar en mi cabeza hasta que, de pronto, cesó. Extrañada, abrí mis ojos encontrándome con una Leyna callada, mirándome con precaución mientras yo volvía en mí. Aquella risa solo me produjo dolor de cabeza.

— ¿Estás bien? — preguntó Leyna mientras no paraba de mirarme preocupada.

— Sí, solo empecemos con esto — respondí mientras me llevaba mi mano derecha a la cabeza, como si aquel gesto pudiera parar aquella sensación.

— Bien, háblame de Twila — dijo no muy segura de aquellas palabras ya que ella sabía que yo no sabía mucho sobre ella. Pero, ¿qué me estaba pasando? De un momento a otro me empecé a sentir mal hasta que el negro me invadió por completo.

— Con que quieres saber de mí, ¿eh? — pregunté mientras levantaba la parte derecha de mis labios a la vez que la miraba retándola.

Leyna se sorprendió al escucharme, yo también estaría sorprendida ya que no hacía un switch delante de gente, pero pensé que podría divertirme un poco. En cuanto la psicóloga reaccionó, apuntó algo en aquella libreta, por mi parte, solo la miraba totalmente satisfecha porque sabía que esto era lo que ella, en cierto modo, quería.

— Sé que esto era lo que deseabas desde que conociste a Nancy, pero así en este estado — señalé mi vestimenta —, no me siento nada cómoda. ¿Podría cambiarme de ropa?

Tras preguntarle aquello, ella no dudó ni un momento y me respondió asintiendo con la cabeza. Sonreí porque sabía que también aceptaría. Aunque se escondía tras aquella fachada de seguridad, podía sentir su miedo salir por cada poro de su piel, justo como quería. Todo estaba saliendo bien, me divertiría mucho. Sin perder tiempo, fui al armario de Nancy sintiendo la mirada de Leyna a cada paso que daba. Me estaba analizando, sabía que lo estaba haciendo porque no dejaba de mirarme y estar pendiente de cada movimiento que hacía. Cuando abrí el armario, cogí un pantalón negro elástico, un top negro y una chaqueta de chándal con cremallera del mismo color que las prendas anteriores. Sin ningún tipo de pudor, me cambié delante de la psicóloga, cuando hice eso, ella apartó la mirada por respeto a Nancy, justo como sospechaba. En cuanto estuve lista, me puse unas zapatillas negras con la suela blanca y me dispuse a salir de la habitación. En aquel momento, Leyna me siguió para estar pendiente de todo lo que hacía, no sin antes coger con disimulo el arma que Nancy tenía guardado en uno de los cajones de una de las mesitas de noche. Aquel gesto me hizo sonreír aún más permitiendo deleitarme de su fachada segura que quería dar. Mientras se colocaba la pistola en su espalda sujetándola con el pantalón, me siguió hacia el baño donde me maquillé como Nancy, diferenciándome en un pequeño detalle, me hice una raya encima del párpado que hacía simular la mirada de un felino. Una vez que terminé de maquillarme, busqué en un trasfondo de un cajón hasta que di con mis más queridas lentillas rojas. Me las puse bajo la atenta mirada de la loquera que me miraba sin entender nada de lo que estaba pasando. Me di la vuelta quedándome frente a ella mientras le sonreía. Complacida, me arrimé a ella, cogí el coletero que tenía colocado a modo de pulsera y con mucha facilidad me hice una coleta alta.

— Ahora sí podemos empezar con la sesión — susurré en su oído para luego abrirme paso e ir hacia la habitación de Nancy y sentarme en el sitio donde antes estaba.

No tardó mucho cuando Leyna llegó a la habitación cerrando la puerta después de pasar ella a través de ésta. Se sentó cogiendo la libreta y el bolígrafo que antes tenía en sus manos y, en un movimiento rápido, se colocó en la misma posición que antes para luego apuntar algunas cosas. Finalmente, su mirada se posó en mí analizándome y viendo el cambio que había hecho al cuerpo de su, como me gustaba llamar a esas personas que pagan por contar sus miserias a estos loqueros, cliente.

— ¿Y esto? — preguntó apuntándome con el bolígrafo.

— Así es como soy — contesté mientras me encogía de hombros hasta que me di cuenta de una cosa —. ¡Oh, se me olvidaba! — exclamé levantándome mientras me dirigía a uno de los cajones del armario donde estaban guardadas varias joyas. Me puse un reloj lujoso, con un collar del mismo estilo y varios anillos que adornaban mis dedos. Después de eso me dirigí hacia mi sitio donde me senté —. Ya está, ya podemos empezar. Es una pena que no pueda mostrar mi pelo largo y rojo como mis ojos, pero me cuesta mucho convencer a Nancy para que se tiña el pelo ya que esta longitud es la mía — añadí con una sonrisa.

— Así que... — habló Leyna — ... así es como eres — asentí con la cabeza —. Ahora bien, iré al grano, ¿por qué matas a la gente? ¿Por qué mataste a Daphne?

— Los mato para proteger a Nancy, solo me preocupo por su seguridad y bienestar. Y Daphne... bueno, estaba muy enfadada por haberme encerrado en aquel apartamento y, lastimosamente, no me dejó otra opción — respondí a aquellas preguntas con una sonrisa.

— ¿Para proteger a Nancy? — preguntó dejando salir su enfado —. Eres una maldita psicópata ya que con el asesinato de Daphne le hiciste mucho daño.

Tras escuchar cómo me denominó, sonreí con malicia hacia ella, cosa que le hizo estremecer del miedo y fue ahí cuando comprendió que conmigo tenía que medir sus palabras. Me encantaba producir esa sensación en las personas, eso me empoderaba.

— Tranquila, loquera. Tendrás respuesta en todas las preguntas que formules, pero todo tiene que fluir.

— ¡Pues respóndeme! — exclamó desesperada.

— Todo a su tiempo, loquera. Solo te puedo decir eso, hago todo lo que hago para proteger a Nancy de todas aquellas personas que le hagan daño. Lo de Daphne.... llamémoslo daños colaterales.

— ¿Nancy? — sentimos la voz de James mientras daba unos golpecitos en la puerta. Leyna me miró abriendo los ojos como platos mientras controlaba su respiración por el susto.

— Ni se te ocurra hablar — me susurró amenazante. Por mi parte, le respondí sonriente mientras hacía el gesto de cerrar una cremallera invisible en mi boca mientras iba a la puerta del dormitorio.

— Loquera, un consejo — al llamarla en un susurro para que James no pudiera oírnos, tuve toda su atención —, más vale que cuides a James en estos días.

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