Capítulo 9- Paz.

Subieron a la loma en una calma tranquila, la bandera de la paz ondeando entre ellas. Luisa hacía comentarios sobre los burros y Emilia se reía, sintiendo añoranza por esas tardes que habían pasado con anterioridad, como si llevaran tanto tiempo sin vivirlas.

Era casi ridículo la forma tan rápida en la que se había acostumbrado a pasar tiempo con Luisa, quizás tuviera que ver con su falta de afecto durante su adolescencia, o con la seguridad que Luisa le transmitía; pero también era la manera en que Luisa no era intimidante para ella, que se mostraba débil y delicada, que tenía momentos infantiles y a la vez podía ser tan fuerte como para defender a sus hermanas, cargar con gran parte del peso familiar y sostener la iglesia en su espalda para moverla.

Cuando el viento llegó hasta ellas, alzando la falda del vestido de Emilia, que rápidamente usó sus manos para bajarla, Luisa no pudo evitar reírse, dejando que los burros fueran por su libre, habiendo llegado a la cima. Emilia le dio una falsa mirada molesta, con la amenaza implícita de que si se volvía a reír ella la patearía, pero Luisa solo contestó que eso tenía más posibilidades de fracturarle el pie a ella, que de hacerle daño a Luisa. Finalmente alcanzaron ese sitio bajo el árbol que se había convertido en su lugar de salidas estable, sentándose sobre la hierba y manteniendo un silencio sereno unos instantes.

—Supongo que empiezo yo —dijo Luisa, mirando a Emilia con una petición de permiso en su mirada.

—Sí, eso sería bueno —accedió la joven, acomodándose para tomar una de las hierbas entre sus dedos y jugar con ella.

—Lo hice mal hace unos días, cometí un error que te hizo daño y no tienes que perdonarme por eso, independientemente de lo que yo haya hecho por ti, porque no tiene nada que ver una cosa con la otra —inició Luisa, sosteniendo un tono calmado que la hacía sonar segura y firme, aun cuando por dentro temblaba como una hoja ante el viento —. Sé que puedes pensar que todavía siento algo por Ana, mis acciones dieron a entender eso, pero no es así. Me confundió e impactó verla, nunca me vi en la necesidad de analizar nada más sobre nosotras porque ella se había ido y se suponía que era algo permanente, así que me tomó con la guardia baja, pero hoy he hablado con ella, dejando en claro que nada volverá a suceder entre nosotras porque yo ya no la amo. Fue mi primer amor y eso es un bonito recuerdo, pero no es más que eso. Sin embargo, si bien espero que eso aclare cualquier tipo de malentendido y explique mi reacción, no es una justificación de ninguna forma y puedes mandarme al diablo si te apetece, pero quiero que sepas que lo siento, en verdad lo lamento tanto.

Emilia permaneció en silencio un largo tiempo, sus dedos jugando con las hierbas que sobresalían y su mirada perdida en el horizonte, mirando el cielo, el sol y las montañas que los protegían. Su lengua volvió a mojar sus labios y ella inspiró profundamente, asintiendo con lentitud con su cabeza antes de carraspear para poder hablar.

—Me dolió, me tomó mucho tiempo sentirme cómoda y abrirme contigo, así que lo del domingo fue muy duro para mí —admitió Emilia, haciendo una pausa para organizar sus ideas —. Confiaba en ti y creí que eras diferente, así que cuando sentí todos esos sentimientos encontrados emanando de tu cuerpo, dejándome de lado totalmente, me pareció que me golpeaban con un martillo y me rompían —Luisa inspiró con cierta brusquedad, intentando que las lágrimas de sus ojos no se derramaran —, Sin embargo, admito que también sentí todo lo que tú ibas sintiendo a lo largo de nuestro tiempo juntas, así que no creo que no sea genuino lo que pasó el domingo en la tarde —Luisa se permitió tener esperanzas al escuchar el tono dubitativo de Emilia —. No prometo nada, pero estoy dispuesta a intentarlo, yendo con calma —declaró finalmente, escuchando como Luisa soltaba un suspiro de alivio. Emilia la miró, encontrándose con Luisa con los ojos cerrados y una sonrisa en sus labios, lágrimas finas corriendo por sus mejillas.

—Gracias, sobre todo porque no me lo merezco y realmente no tienes por qué hacerlo —dijo Luisa, abriendo los ojos y mirando a Emilia con sentimientos puros atravesando sus cuencas enrojecidos.

—Tranquila, no es algo que solo tú quieras —admitió Emilia, desviando la mirada con un sonrojo que hizo a Luisa sonreír más abiertamente, disfrutando de esa segunda oportunidad. Quizás las cosas podían ir mejor de lo pensado.

Cuando esa noche volvieron juntas a Casita, Mirabel, Dolores y Bruno las miraron con sonrisas de apoyo y tranquilidad, transmitiéndole esos sentimientos fraternales que mostraban cuan felices estaban por ellas. De alguna forma, Luisa no se alteró ante la realidad de que Mirabel lo sabía, aunque apuntó en su agenda mental que después tendría que tener una plática con su hermanita para que le contara cómo había pasado todo para que ella lo supiera.

La cena de esa anoche fue la más animada que habían tenido en un tiempo, y eso que incluyó bromas sin sentido por parte de Camilo, que se deleitó cuando hizo reír a Emilia en una imitación del párroco de la iglesia, que todos los días discutía sobre el maíz que debía darle a sus gallinas. Incluso abuela Alma parecía dispuesta a colaborar con el buen humor de esa noche, contando historias de los trillizos cuando eran pequeños que hicieron reír a las nuevas generaciones y avergonzar a sus hijos, especialmente a Pepa, quien negaba rotundamente haberse caído en un charco de lodo al intentar golpear a Julieta por usar su lazo favorito para el cabello, por más que Bruno también lo recordase.

Cuando esa noche todos fueron a sus cuartos, Luisa y Emilia se pasaron algunos segundos extendiendo su mirada, rompiéndose solo porque Mirabel estaba ansiosa porque Emilia le contara todo, siendo que por fin tenía una cuñada con quien podía compartir gustos y espacio, algo que no creyó posible, pero que le alegraba de sobremanera. Por supuesto, el entusiasmo de la menor fue contagioso para Emilia, quien se desveló esa noche contándole a Mirabel todo lo que había ido pasando y lo que había ido sintiendo a lo largo de los casi dos meses que llevaba ya en Encanto, riéndose cuando Mirabel mordía la almohada para acallar un grito emocionado y pataleteaba al aire. Sin poder negarlo, Emilia era feliz.

Los días siguientes siguieron ese camino, con Luisa reorganizando la iglesia ahora que Emilia había terminado la pintura, Dolores probándose su vestido ya finalizado y permitiendo que Mirabel se concentrara en los vestidos del resto de la familia, Emilia logrando terminar su casa, con los trabajadores de Luisa asegurándole que todas las instalaciones estaban hechas, ya no tendría problemas y apenas tuviera muebles, podría mudarse. Esta noticia trajo gran regocijo a Luisa, que disfrutaba ver a Emilia feliz, sobre todo cuando la menor no pudo contenerse y saltó sobre Luisa en un fuerte abrazo, algo que la mayor aprovechó para alzarla en el aire y darle vueltas, deleitándose en el sonido de su risa.

Mirabel y Dolores dedicaron un tiempo a pensar en qué podría trabajar Emilia mientras que Luisa le encargaba los muebles en el pueblo, aun con todas las quejas y protestas de Emilia, las tres mujeres Madrigal estaban determinadas a hacer su voluntad en ese aspecto, por lo que el sábado en la mañana la casa de Emilia estaba totalmente amueblada, no tenía muchos adornos, pero lo que había era básico e imprescindible para vivir. Curiosamente, fue Isabela quien dio la idea de oro para el trabajo de Emilia.

—Deberías de abrir un puesto de manualidades y pinturas —comentó casualmente —, Te vi hacerle unas figuras lindas a Toñito antes, y todos hemos disfrutado de la pintura en la iglesia para la boda de Dolores, me parece que eso se te da bien y ya que no quieres hacer zapatos como hacías en tu niñez —Isabela se sintió extrañamente observada al sentir la mirada de las otras cuatro mujeres en la pequeña sala de aquella casita —. ¿Qué sucede? ¿Por qué me miran así?

—Isabela, eres una genio —afirmó Mirabel, lanzándose a abrazar a su hermana.

Así fue como Emilia terminó accediendo a la idea, aun cuando aclaraba que nunca había hecho nada de eso más allá que por diversión y que verdaderamente no sabía cómo funcionaría ese mercado en el pueblo, pero Mirabel ya tenía una idea para ello. Compraron los materiales por fio en la papelería de la plaza y Mirabel tomó una de las mesas de la floristería de Isabela prestadas, poniéndola en medio de la plaza y haciendo que Isabela captara la atención de todos con sus flores, anunciando que Emilia iba a hacer pequeños detalles regalados ese día.

Eventualmente, todos se acercaron a ver las diferentes creaciones rápidas de Emilia, que iban desde pequeños dobleces que simulaban mariposas, hasta dibujos a lápiz hechos rápidamente, pero que igual transmitían tanto sentimiento que no eran menos que hermosos. Luisa observaba con orgullo como Emilia iba desenvolviéndose entre los pedidos de niños y adultos, sonriéndole a todos y disfrutando de esa vida de comunidad que para ella había sido desconocida con anterioridad.

—Ella realmente te gusta, ¿no? —preguntó Isabela, apoyándose al lado de su hermana.

—Sí, lo hace —admitió Luisa, antes de darse cuenta de lo que acababa de hacer, asustándose de inmediato y mirando a Isabela con temor, desconcertándose cuando escuchó a su hermana mayor reír.

—Oye, yo no quiero tener relaciones de ningún tipo, no es algo que me produzca deseo ni curiosidad. Considerando eso, ¿quién soy yo para juzgar a otros? —explicó su hermana con una sonrisa queda que tranquilizó a Luisa, haciéndola sentir un alivio considerable.

—Isa, gracias —dijo Luisa, viendo a su hermana alejarse rumbo a la floristería, recibiendo una sonrisa sincera de parte de ella.

Luisa volvió a enfocar su mirada en Emilia, que sonreía alegremente hacia un grupo de niños a quienes les acaba de regalar osos de papel doblado, de diferentes colores, y corrían felices a enseñárselos a sus padres.

« Si algún día me perdonas, seré la mujer más feliz del mundo a tu lado e intentaré cada día hacerte la más feliz a ti.»

                             🎆

—¿Estás segura de que quieres hacer esto? Realmente no es obligado —dijo Mirabel con preocupación, mirando a Emilia a través del reflejo en el espejo.

—Estoy bien, Mira, en serio —aseguró Emilia, acomodando el collar borgoña con la medallita de oro adecuadamente —. Ellos vinieron para quedarse y yo también, si todo sale bien, claro está; tendré que acostumbrarme a ella. Además, que Luisa tenga un pasado no es algo que me atormente, fueron sus acciones ese día lo que me dañaron, pero ella cada día trabaja el triple por demostrarme que eso no se repetirá y que fue su respuesta ante el estrés y la impresión, así que tengo que superarlo yo también.

—Si estás tan segura, no seré yo quien te quite el ánimo —comentó Mirabel, atando suavemente la cinta azul marino en su cabello, haciendo un lazo discreto —. ¿Qué tal me veo? —preguntó, volteando a ver a Emilia para saber su opinión.

—Hermosa —aseguró Emilia, admirando el vestido verde con bordados en rosado, azul oscuro y morado que usaba Mirabel, con vuelos en los hombros y el borde de la falda.

—Tú también te ves increíble, Luisa se muere apenas te ve, eso seguro —afirmó Mirabel, causando que Emilia se riera —. ¿No se nos queda nada?

—No, creo que Luisa y yo llevamos todas mis cosas a la casa hoy en la tarde —comentó Emilia, mirando atentamente alrededor —. De todas formas, de quedarse algo, no es como si no nos fuéramos a ver más, ya me lo darás.

—Tienes razón —concedió Mirabel con una sonrisa —. Bueno, es hora de ir a la fiesta a conocer a ese nuevo proveedor de los Méndez.

—Solo espero que al pobre hombre no le dé un ataque cuando vea el milagro del Encanto —se burló Emilia, recordando su propia impresión cuando descubrió los dones de cada cual en la familia, minimizado por sus propias pesadillas.

Salieron de la habitación de Mirabel, siendo la última vez que Emilia tenía pensado estar allí, la próxima vez que entrase a la casa, sería una visita más. Despidieron a Casita mientras iban rumbo al pueblo, eran las últimas en llegar debido a que habían sido las últimas en irse, Mirabel organizando la plaza y Emilia decorándola, dejando a Luisa la tarea de terminar de mover sus pertenencias, algo que ella había insistido en hacer sola, pero que Luisa negó, alegando que ella no se cansaría por cargar un bolso con ropa.

Cuando las chicas llegaron a la plaza, ya la fiesta había empezado, muchas personas celebraban bebiendo y comiendo, los niños corrían por doquier evitando chocar con los demás y la música llenaba el ambiente. Mirabel alcanzó a ver a su familia hablando con la familia Méndez y un hombre que se mostraba de espaldas a ellas, aunque desde allí podían decir que era pelinegro, blanco y relativamente alto, tenía que ser más menos de la estatura de Luisa, según podían ver a la distancia.

Mirabel quiso que Emilia fuera con ella, pero la joven prefirió quedarse para tomar alguna bebida y mezclarse con las personas, dejándole los negocios a quienes tendrían algo que ver en ello, por lo que Mirabel accedió, alejándose de ella y riendo quedadamente al ver el codazo que Dolores le dio a Luisa en las costillas de forma disimulada.

Luisa alzó la mirada, viendo a su hermanita riéndose mientras caminaba hacia ellos, por un instante pensó que era debido a la cara de aburrimiento que debían de tener Isabela y ella misma, considerando que desde que el hombre, Juan López, se había presentado, la conversación no se había alejado de temas de trabajo que para nada tenían que ver con los planes de las mujeres Madrigal más jóvenes aquella noche. Después creyó que podría ser debido a lo incómoda que Luisa se mostraba de estar tan cerca de Ana, la muchacha seguía dedicándole miradas furtivas cada ciertos segundos y eso ponía en una situación nerviosa y fatigosa a Luisa, pero entonces sus ojos pasaron más allá de Mirabel y Luisa sintió como si cortaran todos sus anclajes a la tierra.

Emilia estaba parada al lado de uno de los puestos de chicharrones y miraba atentamente a las personas que bailaban enredadas en diferentes ritmos en el centro de la plaza. Su cabello estaba recogido en una media cola sujeta con la cinta de Luisa, sus orejas adornadas con dos argollas grandes de un oscuro borgoña, a juego con el collar ajustado a su cuello que traía. Su cuerpo marcaba el ritmo del baile en el lugar, haciendo que su vestido se moviera y marcara más sus curvas.

Luisa no podía dejar de admirar la combinación absoluta de aquel vestido granate, ajustado a su cintura con una cinta ancha de un rosa claro, sosteniéndose a mediados de sus brazos, dejando sus hombros desnudos, un vuelo de tela cayendo del escote. Por todos los bordes del vuelo y de la falda, ascendiendo hasta mediados de su largo, recorrían bordados de flores de distintos colores, amarillas, verdes, azules, rojas, rosadas, se mezclaban con pétalos sueltos que salpicaban áreas más desnudas de la tela y el contraste con su blanca piel daba una visión hipnotizadora.

No se disculpó, ni siquiera estaba segura de poder hablar y de cualquier manera nadie le prestaba atención, excepto por su tamaño, pero contaba con que Dolores e Isabela se encargarían de distraer a los demás mientras Mirabel hablaba con el invitado al Encanto. Luisa se alejó de su familia, dirigiéndose directamente hacia Emilia, quien no se percató de su presencia hasta que Luisa estuvo cerca de ella, demasiado ensimismada en el baile de la plaza.

—Eres bella —dijo Luisa, llamando la atención de Emilia, que se sonrojó irremediablemente ante el cumplido, sus ojos bajando por el conjunto que Luisa traía esa noche.

—Tú estás hermosa —aseguró, genuinamente creyéndolo ante la imagen de Luisa vestida con una blusa que se ajustaba a su cuerpo de un tono azul bígaro con delicados bordados en blanco casi imperceptibles, acompañada por una falda azul purpúreo oscuro con franjas más claras y pequeñas salpicaduras de bordados blancos que simulaban estrellas en el cielo.

—¿Te gustaría bailar? —preguntó Luisa, estirando su mano abierta hacia Emilia, quien la miró unos instantes dubitativa —. No te preocupes por mi familia, creo que algunos de mis familiares se encargarán del tema —Emilia miró más allá de Luisa, observando como Dolores las miraba y asentía con la cabeza, confirmando las palabras de su prima.

—Me encantaría —accedió Emilia, tomando la mano de Luisa y sintiendo una descarga recorrer su cuerpo.

Sin vacilación, Luisa las guió hacia el centro de la plaza justo en el momento en que los músicos cambiaban la tonada a un folclore rítmico que hizo que todos gritaran de alegría mientras empezaban a bailar, dando vueltas por todo el lugar con sus parejas e intentando no tropezar con la pareja siguiente.

Luisa estuvo a punto de ofrecerle a Emilia que si prefería bailar algo más lento podían esperar, pero sintió a la menor colocar su propia mano en el hombro de Luisa y llevar la de Luisa hacia su espalda, a la altura de su cintura, esperando a que Luisa guiara, y ella no pudo más que complacerla, deleitándose en la forma relajada en que Emilia se dejaba guiar por ella hasta el punto de cerrar los ojos. Su mundo, por ese instante, se reducía a esa pequeña burbuja en el tiempo que sabían que tendrían que reventar en algún momento, pero por esa noche ambas eran jóvenes enamoradas que disfrutaban de su amor plenamente.

*************
Pues he vuelto, al menos por el momento. Holiiiis💖

¿Qué les pareció el capítulo? ¿Les gustó? Si es así, por favor déjenme saber en un comentario, voten si creen que lo merezco y sigan leyendo al siguiente capítulo.

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top