Capítulo 4.

—Trastorno Distímico.

— ¿Cómo?

—Como dije, señora. —El médico pasó una mano por su cabello, como buscando las palabras correctas y simples para poder hacer que la madre de Harry, sentada frente a él, entendiera de lo que hablaba— Trastorno Distímico. Se rige por un estado de ánimo crónicamente depresivo la mayor parte del día y la mayor parte de los días, es manifestado por el paciente y percibido por quienes lo rodean por al menos dos años. O bueno, un año como mínimo para niños y adolescentes, como es el caso de su hijo. ¿Llevas ya más de un año con los síntomas que conversamos, no es así Harry?

—Eh, sí... creo. —respondió Harry, mientras movía sus pies en círculos y su mirada estaba gacha. Totalmente ajeno a la conversación que su madre y el médico mantenían.

El médico pareció restarle importancia a la respuesta del chico y volvió la mirada hacia Ellie, la madre de Harry, como asumiendo tener la razón y retomando de inmediato la conversación. Ellie parecía no comprender del todo bien lo que estaba escuchando, sin embargo, asentía a cada palabra que el médico emitía.

Mientras tanto, Harry miraba vago por la ventana, esperando con ansias salir de ese consultorio y llegar a su casa, podría dormir unas cuantas horas de más.

.... .

La decisión fue tomada por la madre de Harry, luego de que convenciera a Dalton, su esposo, de que no era normal que el chico durmiera hasta las tres de la tarde, no comiera como solía hacerlo, anduviera siempre con altibajos en su estado de ánimo, que a pesar de dormir más de 10 horas se despertara como si hubiera dormido solo 3, y que su redimiendo en el colegio no estuviera siendo el de hace un año atrás.

Dalton se había negado a percibir todo aquello que le sucedía a su hijo, sin embargo, su esposa sí lo había notado después de algunos meses, y le pidió que tomaran el asunto con algo de seriedad.

­—Dalton... ¿Es que no lo notas, en serio? —Se encontraban en su cama tras un largo día de no hacer nada, esos momentos eran los únicos en los que Ellie encontraba la oportunidad de mantener una conversación que se acercara a una seria, cuando estaban ya ambos juntos en la cama matrimonial agraviada que poseían.

—Agh. —Rugió— Ya mujer. ¿Qué no ves que es solo un adolescente? —Dalton nunca se tomaba los problemas reales en serio, y para él los supuestos "problemas mentales" no eran más que nimios pretextos que justificaban la debilidad humana para soportar—. Es que es normal, ya déjalo así. Ya le pasará, yo también tuve mi época en donde no quería hablarle a nadie. ¿Acaso tú no?

—Ya, ya... que sí, que sí la tuve, pero es que es diferente, Dalton. —La madre de Harry, por su parte, sí le daba más importancia a aquellos temas y se preocupaba más por el estado emocional de su pequeño—. Es diferente el no querer hablarle a nadie a.... a dormir tanto. ¿Has notado a las horas en las que despierta? Y siempre con su cara de cansancio, ya ni si quiera nos dirige la palabra, Dalton. Creo que deberíamos de preocuparnos un poco más.

—Ah. Como quieras. Si quieres ponerte en ridiculeces por cosas tan simples y normales como esas, hazlo. Llévalo al médico o como quieras, pero no cuentes conmigo. Por mi parte sigo pensando que es algo normal, pero siempre te gusta exagerar las cosas. Toda una mujer, eres toda una mujer Ellie, de eso no cabe duda. —Y se volteó de inmediato, cubriéndose con las sábanas hasta las orejas, dispuesto a dormir.

A Ellie no le molestaba, más bien le entristecía. Le entristecía el hecho de nunca poder mantener una conversación tranquila con su esposo sin que él la dejara hablando sola. Sabía que a Dalton no le gustaba conversar, siempre había sido un hombre de pocas palabras, pero ella quería al menos lograr mantener una conversación decente, mas nunca podía. La mayor parte del tiempo estaba borracho, y cuando no, parecía no querer dirigirle la palabra a su mujer.

Siempre soñó con tener una linda familia, no todo era posible.

Y Ellie guardó silencio, se volteó, y se acurrucó en la almohada. Dispuesta también, a dormir.

A la mañana siguiente despertó temprano, lo suficiente para preparar el desayuno para Dalton y para Harry. El de Dalton lo guardaría en la nevera; era jueves, entraba tarde al trabajo. Harry, mientras tanto, se preparaba para ir al colegio. Hace dos semanas había dejado de ir por una semana completa, sin embargo, retomó el colegio por petición de su madre. Aunque se le notaba desganado, se resignaba a ir y hacer lo posible por cumplir con las obligaciones colegiales.

Para cuando se sentó en la mesa para desayunar, su madre le habló.

—Llegarás tarde al colegio hoy.

— ¿Cómo? —Frunció el ceño, confundido—. ¿Llegar tarde? ¿Por qué?

—Iremos... iremos al médico.

— ¿Al médico? —la expresión confundida no se borraba de su rostro.

—Sí, al médico. He dicho al médico.

— ¿Te... te duele algo? ¿Ha pasado algo? —Su expresión ahora era más de preocupación—. ¿Quieres que te acompañe al médico? Oh madre, lo hubieras dicho antes, sabes que me preoc...—fue interrumpido—.

—Oh no Harry, nada de eso. Vas tú. Quiero decir... vamos los dos, pero eres tú quien necesita al médico.

—Pero... no estoy enfermo, mamá.

—Mira, Harry. No sé si estás enfermo o no. No sé que sea lo que tienes, pero lo que sí sé, es que no has estado actuando como siempre, no has estado actuando... normal. Y eso me empieza a preocupar. No sé nada, no hay nada que yo pueda hacer y creo que un médico podrá ayudarnos.

Harry se quedó confundido por un segundo, sorprendido por la reacción de su madre.

—Vale. —Dijo después de un rato, aún confundido por la repentina situación—, Sólo... sólo le avisaré a Niall que llegaré tarde. Planeábamos terminar un proyecto en el hueco de la mañana.

Su madre asintió, restándole importancia. Harry terminó su desayuno.

Y así transcurrió el viaje, un Harry aburrido y confuso aún, pero más aburrido. Mirando por la ventana el camino que recorrían para llegar al médico. Había escuchado a su madre llamar en la mañana mientras él terminaba su desayuno, escuchó como insistía porque les dejaran un espacio a las once. Lo había conseguido.

Cuando llegaron al médico, les tomó unos quince minutos encontrar el área específica. Al llegar, se encontraron con un salón de espera casi vacío, de no ser por dos personas que, al igual que ellos, esperaban por ser atendidos. Era una madre y su hijo, Harry lo supuso al ver la cara de disgusto y el ceño fruncido que tenía el chico que esperaba con su madre, como si hubieran discutido unas horas antes sobre si era necesario acudir a aquella cita, y la madre—como siempre—hubiera ganado la discusión, obligando al chico a venir de mala gana.

Por su parte, Harry prefirió no discutir. Se haría el embrollo más largo, así que simplemente accedió ante la extraña situación y ahora allí se encontraba.

Desde pequeño, el ojiverde había tenido una extraña obsesión por conocer la mente de las personas. Creía que cada persona era un mundo, y que cada mundo tenía sus problemas diferentes, sus alegrías y motivos para reír; así como sus debilidades y secretos más oscuros. Podía pararse horas mirando a las personas y preguntándose que estaría pasando por su mente, que preocupaciones tendrían y que estarían anhelando.

Y sin percatarse, se encontraba haciendo eso con el chico y su madre. Los miraba fijamente mientras se hacía a sí mismo preguntas inusuales como: ¿Por qué estará aquel chico con su expresión tan descontenta? ¿Habrán discutido? ¿Por qué estarían aquí? ¿Qué tendrán que hacer después de salir de acá? ¿Cómo será su vida?

Sus pensamientos fueron frenados por una voz ronca que provenía del consultorio llamando a su nombre, sin embargo, pudo notar un azul brillante antes de levantarse y entrar al cuarto, un dejo de desconcierto invadió su mente al notar esa frívola mirada que provenía de detrás de ese ceño tan fruncido.

Esa fue la última y única vez que había visto al chico de ojos azules, la última hasta ese momento.

Ahí estaba, se encontraba en la universidad, en aquel gran auditorio que tenía espacio para al menos trescientas personas.

—La prueba se encuentra sobre su respectivo escritorio. —Dijo un hombre mayor, quien era uno de los encargados de aplicarla—, asegúrense de ocupar el lugar que se les indicó, y de que el nombre escrito sobre la prueba y el número de identificación coincidan con los suyos.

Harry estaba nervioso, pero sin embargo no podía quitar la vista de aquel chico, quién le recordaba algo. Sabía que lo conocía, pero no sabía de dónde.

Tal vez de la escuela... no, no era de ahí. Quizá del club de natación gratuito en el que estuvo por dos días. No, tampoco, los ojos del único chico ojiazul del grupo no se igualaban a ese tono tan profundo y perspicaz azul que tenían los fanales del aquel chico que observaba minuciosamente mientras ignoraba las palabras e instrucciones del viejo.

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