PARTE 3 REENCUENTRO CON LA MUERTE FINAL
21 de Octubre de 2023
Distrito de Hallmore / Londres, Inglaterra
Jack se encontraba en la habitación de Jacob, contándole de dónde provenía el evento de las Tumbas Despiertas.
—Eso es todo lo que ocurrió, Jacob. Yo era muy joven, y no sabía cómo actuar.
—¿Cómo sabe que se trata de lo mismo? Esta vez es diferente. Yo no he matado a nadie.
—Jacob; no se trata de eso. William ha regresado por algo. Por eso tu apariencia. ¿Qué necesita que hagas?
—Quiere que cumpla una promesa.
—¿Qué promesa?
—Me pidió en vida que lo ayudara a regresar a su pueblo natal.
—¿Tú prometiste que lo harías?
—Hace muchos años le dije a su madre que lo llevaría de vuelta. Pero a él no le prometí nada. Me lo pidió antes de morir. Le dije que era imposible.
—¿Qué has hecho, Jacob? Rechazaste la última voluntad de una persona moribunda.
—Padre; yo compré a William. Él era solo un niño. Le pagué muy bien a su madre. No había motivos para llevarlo de vuelta.
Jack se acercó a Jacob, con ira.
—Los seres humanos no tienen precio, Jacob. No eres dueño de nadie. Es tu deber llevarlo a su tierra.
—¿A un difunto? Eso no tiene sentido.
—Sí lo tiene, Jacob.
Jacob vio al padre con una sonrisa irónica. Luego, introdujo su mano debajo del colchón, y sacó un arma de fuego.
—Usted me va a ayudar a ocultarme —dijo Jacob, apuntándolo con el arma.
—Jacob; ¿acaso perdiste la cordura?
—No. Solo que no pienso jugar el mismo juego de un difunto. William debe regresar a su tumba, y esperar a que los gusanos se coman hasta lo último de su carne.
—No vas a solucionar nada, Jacob. Solo empeoras la situación.
—Claro que lo haré. Usted me llevará a la iglesia. Si William intenta algo en mi contra, también sufrirá las consecuencias.
—Eso es irracional, Jacob.
—No, Padre. Esto es lo que debe hacerse.
Jacob se cubrió su cuerpo con un batín, y el rostro con unas frazadas de seda. Luego, ocultó el arma dentro de una manta de algodón.
—Es hora de irnos. Andando...
Ambos bajaron al recinto, y se dirigieron a las puertas principales de la mansión.
—Milord; ¿puedo ayudarle en algo? —preguntó uno de sus sirvientes.
—Solo abre las puertas, imbécil. Ese es tu trabajo. No necesitas preguntar.
El mayordomo obedeció.
—Jacob; aún estás a tiempo de recapacitar.
—No diga una palabra más, o voy a matarlo en este instante. Luego asesinaré a los testigos, y lo sepultaré en el jardín posterior. Créame, nadie lo encontrará.
Ambos se dirigieron a un largo camino que limitaba con un portón de seguridad. Ahí se encontraba el cochero.
—Milord... ¿es usted? —preguntó el cochero.
—Claro que soy yo, idiota. Llévanos a la iglesia de Wilwood.
—Por supuesto, Milord —dijo el cochero, mientras abría la puerta trasera.
...
Durante todo el camino, Jack no dijo una sola palabra. Se mantenía pensativo. Necesitaba una idea antes de que cayera la noche, y William apareciera nuevamente. Era innegable que iría por Jacob.
Finalmente llegaron a la iglesia. Jacob presionó el arma con más fuerza en el costado de Jack.
—Abra las puertas con cuidado —dijo Jacob, observando los alrededores.
—Esto no es una buena idea —dijo Jack, mientras abría las puertas.
—¡Padre! Nos tenía preocupados —dijo Emily, abalanzándose sobre él para abrazarlo.
—Que tierno escenario. ¿Para mí no hay un abrazo, Emily?
—¿Quién es usted? —preguntó Emily—. ¡Por Dios, que pestilencia!
—Es Jacob, hija mía.
—¿Qué hace este hombre aquí?
—Es una larga historia —respondió Jack.
—Sí, Emily. Es muy larga...
—Este hombre no tiene dignidad —dijo Oliver.
—¡Oliver! ¿Cómo te atreves a decir eso? No asistes a tu trabajo. Tampoco cumples con tus deberes. Creo que el que no tiene dignidad, eres tú.
Oliver se acercó a él y trató de golpearlo; pero Jacob sacó el arma de la manta, y lo apuntó a la cabeza.
—Yo no haría eso, Oliver. Sería una lástima que la casa de Dios se manchara de sangre.
—¡Ya basta, Jacob! Te traje hasta aquí. Hice lo que me pediste. Ahora baja el arma.
Jacob observó a Oliver y mostró una sonrisa de costado.
—¡Bien! Estoy bajo su protección, y de la iglesia. No me decepcione.
—Esto es un riesgo, Jacob. Nadie estuvo seguro en el Monasterio.
—¡SILENCIO! Esperemos a que llegue la noche, y averiguaremos que sucede.
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