4. Inquebrantable
Jack comenzó a caminar por una vía que dirigía a un vecindario. Tenía frío, y aún estaba empapado de sangre. Mientras continuaba su andar, observaba a algunas personas viendo al cielo desde el frente de sus casas.
Algunos niños jugaban alrededor de sus padres. Su inocencia no permitía que vieran la magnitud del problema.
Una joven mujer vio a Jack transitando el lugar, y se acercó a él.
—¡Oye!
Jack volteó.
—¡Hola!
—¡Hola! Soy Paula. ¿Eres sacerdote?
—Algo así...
—Estás cubierto de sangre. Fue sorprendente lo que sucedió.
—Y eso que no viste lo que yo... —dijo Jack entre dientes.
—¿Qué?
—¡Nada! Mi nombre es Jack.
—Es un gusto, Jack. ¿A dónde te diriges?
—En realidad no tengo a donde ir.
—¿De dónde vienes?
—Es una larga historia.
—¿Acaso sabes que está ocurriendo? Esto parece algo apocalíptico.
—No... no lo sé. Solo debemos tener fe. Acobijarnos en Dios para que esto, sea lo que sea, pase pronto.
Paula sonrió de costado.
—Puedes quedarte en mi casa. Creo que te urge un baño.
Ambos rieron, y Jack decidió aceptar la invitación.
...
Rato después, Jack salió de la ducha, y caminó por el pequeño corredor de la casa de Paula. Luego, entró en una de las habitaciones. Estaba decorada como una alcoba juvenil. En el interior, se hallaba una pequeña mesa con la foto de un chico, portando un uniforme de futbolista. Jack se quedó observándolo unos segundos, hasta que Paula le habló desde el umbral de la puerta.
—Es mi hermano. Su nombre es Francisco.
—¡Me asustaste! Discúlpame, no acostumbro a husmear. Bueno, no lo estaba haciendo. Solo que...
—No te preocupes.
—¿Él vive aquí?
—Sí, pero... a veces no llega a casa. Tiene unos amigos poco agradables.
—¡Entiendo!
—Antes de que murieran nuestros padres, él era un chico ejemplar. Pero luego cambió. A veces lo desconozco.
—De verdad siento lo de tus padres.
—Descuida. Fue hace mucho. Cinco años para ser exactos.
—Es una pérdida muy grande.
—Desde ese día, él decidió tomar otro camino. Dejó a un lado la amistad de Jesús. Eran muy buenos amigos. Es lamentable lo que le sucedió a ese pobre chico.
—¿Tu hermano era amigo de Jesús Palencia?
—Lo fue. Le pedí que asistiera a su sepelio; pero se negó.
—Debo irme. Gracias por tu hospitalidad, Paula.
—No tienes a donde ir. Te dije que podías quedarte aquí.
—No puedo abusar más de ti.
—No lo haces. Puedes quedarte todo el tiempo que gustes.
—Dios te bendiga, Paula. Eres una buena mujer.
—Te prepararé algo de comer. Supongo debes tener mucha hambre.
—Descuida, no tengo apetito. Solo quiero descansar un poco.
—¡Bien! Tu alcoba está al fondo del corredor. Solía ser de mis padres. La acomodé cuando te bañabas. En la cama encontrarás ropa limpia.
—Gracias de nuevo.
Paula bajó las gradas, mientras volteaba a verlo disimuladamente.
Jack entró a la habitación, y notó que era sumamente amplia. Era una alcoba muy acogedora. No dejaba de pensar en el hermano de Paula, y su relación con Jesús. Posiblemente él sabía algo sobre el asesino del joven monaguillo; o quizás, era el autor material de ese crimen tan atroz.
...
Al día siguiente, Jack salió de la habitación y escuchó gritos en el recibidor de la casa. Lentamente se dirigió al borde de la escalera. Luego, vio a Francisco y a Paula envueltos en una disputa.
—¿Quién crees que eres, Paula? Yo soy dueño de mi vida. Soy un hombre —dijo Francisco.
—Soy tu hermana mayor, y me preocupo por ti. ¿Crees que para mí es fácil dormir, sabiendo que pasas la noche en la calle?
—No tienes que preocuparte. Yo sé cuidarme solo.
—No lo entiendes, Francisco. Anoche ocurrió un evento muy extraño. Puede ser el fin del mundo.
—No hables idioteces, Paula.
—Te lo ruego. Prométeme que si esta noche sucede lo mismo, volverás a casa.
—No tengo por qué prometer nada.
—¡PROMÉTELO! —exclamó Paula, tomando a Francisco muy fuerte de los hombros—. Por nuestros padres...
—¡Bien! Lo prometo. Ahora suéltame.
Francisco se dirigió a la puerta observando a Paula. La abrió, y volteó.
—Estaré aquí en la noche. No te dejaré sola.
Paula comenzó a llorar mientras veía como su hermano se marchaba.
Jack bajó lentamente y se acercó a ella.
—Paula; de verdad lo siento. Escuché sin querer la conversación que tuviste con tu hermano.
—No tengo problema con eso. Por favor toma asiento. El desayuno está listo.
—¡Gracias!
Ambos se sentaron en la mesa de la estancia y compartieron el desayuno. Ninguno de los dos dijo una palabra por un rato. Pero minutos después, Paula decidió iniciar una conversación.
—¡Jack!
Él volteó a verla.
—Lo que sucedió anoche en el cielo. Esta lluvia de sangre. ¿Crees que sea el fin del mundo?
—No lo sé, Paula. Realmente no podría explicarlo. Te lo dije anoche.
—Tengo miedo. Jamás había presenciado algo así. Todos en el vecindario están alarmados.
—Paula; yo pertenezco al Monasterio Madre Inmaculada. Jesús era uno de nuestros monaguillos. Creo que lo que voy a contarte no va a ser fácil de entender... pero es la realidad.
—¿De qué se trata?
—Sé lo que sucedió anoche.
—Me dijiste que no lo sabias.
—Es complicado hablar sobre esto. Nadie lo creería.
Paula lo tomó de las manos, y lo miró fijamente a los ojos.
—Cuéntame...
—¡Bien! Lo que sucedió ayer es un evento paranormal. Lo denominan Tumbas Despiertas.
—¿Tumbas Despiertas?
—Sí. Jesús fue sepultado en la tarde, y en la noche salió de su sepulcro.
—Eso es absurdo —dijo Paula, soltando sus manos.
—Sabía que no lo creerías.
—Nadie regresa de la muerte.
—Eso se creía. Hasta que yo lo vi con mis propios ojos. Él ha regresado por su asesino.
—¿Sabes quién lo mató?
—Aún no. Pero créeme... lo descubriremos muy pronto.
—No entiendo.
—Si esta noche sucede lo mismo. Es probable que sea Jesús.
—Discúlpame, Jack. Pero no creo en eventos paranormales.
—¿Pero sí crees en el fin del mundo?
—Son profecías.
—No. Son creencias.
—Si es cierto lo que dices, te suplico que te quedes aquí con nosotros.
—¿Crees que a tu hermano le guste la idea?
—No es su decisión. Es la mía.
—¡Bien! Me quedaré; pero solo esta noche.
Paula no creía completamente en la versión de Jack; pero era un hombre de Dios, así que tal vez estaba diciendo la verdad. Solo debía esperar la noche, y comprobar que todo era cierto.
...
Eran exactamente las 8:35 de la noche. Jack se encontraba en la estancia de la casa, orando reciamente con su crucifijo empuñado. Paula estaba muy nerviosa; pero trataba de distraer su mente preparando la cena.
Francisco se hallaba con sus amigos tomando un par de cervezas. No tenía pensado regresar aún a su hogar.
—Eso que sucedió ayer en la noche no es normal —dijo uno de sus amigos: David Urriaga.
—Es solo algo del ambiente, es todo —respondió Francisco.
—Nadie se ha enterado aún que mataste a ese chico —expresó Juan Garza, con un tono agobiante.
Francisco soltó la cerveza, y lo tomó con furia de su camisa.
—No vuelvas a mencionar ese tema, Juan, o te juro que te irá muy mal. Nadie debe saber que yo tuve algo que ver con la muerte de Jesús.
De pronto, el cielo se tornó de color rojo nuevamente, y un sonido atronador comenzó a envolver el lugar.
—¿Qué está sucediendo? —preguntó David.
—Es lo mismo de ayer —dijo Juan.
Todos corrieron espantados, excepto Francisco; quien observaba el cielo con miedo. Luego, comenzó a llover sangre. Las gotas caían con fuerza sobre la tierra. Esto provocó que el joven huyera hasta su casa.
Mientras corría, una inclemente sombra se aproximaba a él. Francisco sintió su presencia, y volteó. En cuanto observó la silueta, el susto fue de muerte. El joven tropezó, y cayó sobre el pavimento muy fuerte. Luego, se volteó y comenzó a observar en ambos sentidos. Todo estaba completamente solo, y la calle comenzaba a inundarse de sangre. De pronto, escuchó una voz que clamaba su nombre.
—¡Franciscooooo!
—No voy a caer en sus bromas, idiotas. Ya fue suficiente.
Luego, una sombra se paró frente a él, mientras la lluvia lo rodeaba.
—¿Eres tú, Juan? Ya basta, no es gracioso.
La sombra comenzó a caminar hacia Francisco lentamente. Se podía distinguir una risa macabra en todo el lugar.
—Por favor, ya no quiero seguir con este juego —dijo Francisco, envuelto en miedo.
Un ser con una túnica empapada de sangre, sin zapatos, y sin rostro, se paró frente a él.
—¡Maldición! ¿Quién eres?
—Soy tu verdugo, Francisco. He regresado por ti.
Un relámpago iluminó su rostro, y de la carne putrefacta, emergieron unos ojos negros que empezaron a emanar sangre.
—¡No puede ser! —exclamó Francisco.
El joven se levantó, y comenzó a correr sobre el inclemente río de sangre, en dirección a su casa.
Paula observaba por la ventana, con la esperanza de ver a su hermano. Estaba muy triste porque nuevamente había faltado a su promesa.
—Paula; él estará bien. No te angusties. Tal vez ya viene en camino.
—No lo conoces, Jack. Él es rebelde. Pensé que cumpliría su promesa; pero me equivoqué.
De pronto, Paula observó a alguien que se acercaba velozmente a su casa, cubriéndose de la fuerte lluvia de sangre.
—¡Es Francisco! —exclamó Paula.
Jack se acercó a la ventana.
—¿Estás segura que es él?
—¡Sí! Cumplió su promesa —dijo, muy alegre.
Paula abrió la puerta, y Francisco entró muy rápido, aventándose contra el piso del recibidor.
—¡Cierra! Por favor, hazlo rápido —dijo Francisco con mucho miedo.
—¿Qué sucede, Francisco? —preguntó Paula.
—¡CIERRA!
Paula hizo lo que su hermano le pidió. Cerró la puerta, y se dirigió hacia él.
—¿De quién estás huyendo?
—De nadie. Solo de la lluvia.
—¡Mientes!
—Paula; es una lluvia de sangre. ¿De qué más puedo huir?
Paula lo tomó de su camisa.
—Ayer no llegaste a casa.
—¿Y eso qué?
—No huiste de la lluvia. A mí no me engañas, Francisco.
—Déjalo, Paula. No es el mejor momento para discutir con tu hermano.
—¿Y quién demonios es él?
—Él es Jack. Es un sacerdote.
—¿Qué hace esa sabandija aquí? —preguntó Francisco, mientras se levantaba del suelo.
—NO LE DIGAS ASÍ.
—Odio a los sacerdotes. ¡Son Maricas!
Paula le propinó una bofetada.
—No te atrevas a referirte así de un hombre de Dios.
—¡Dios no existe! No pudo evitar que nuestros padres murieran.
—Nadie es culpable de eso, Francisco. Fue un accidente.
—Descuida, Paula. Cada quien piensa lo que mejor le parece —dijo Jack, observando al joven con recelo.
De pronto, mientras se veían fijamente, el techo se estremeció. Era como si alguien estaba sobre él.
—¿Qué fue eso? —preguntó Francisco.
—Parece que alguien está sobre el techo —dijo Jack.
Luego, una voz infernal se escuchó.
—¡Franciscooo!
—¡Es él! Maldición, es él.
—¿Quién, Francisco? —preguntó Paula.
—...
—¡HABLA, FRANCISCO!
—Alguien venía siguiéndome. Era un hombre con una túnica.
—¿Viste su rostro? —preguntó Jack.
—No tenía.
Jack y Paula se vieron mutuamente.
—Es Jesús —expresó Jack.
—¿Dices que mi hermano es el asesino?
—Yo no he dicho eso.
—Tú mencionaste que regresaría por su asesino.
—¡Un momento! ¿De qué hablan? —preguntó Francisco.
Jack lo tomó de los hombros.
—Voy a preguntarte algo, y debes responderme con sinceridad.
—Yo no tengo que responderle nada.
—¿Tú mataste a Jesús?
—¡Suélteme! ¿Cómo se atreve a preguntarme eso?
—Mi hermano jamás mataría a nadie, Jack.
—¡Bien! Entonces no tiene nada que temer.
—¿De qué está hablando este hombre, Paula?
—Dice que Jesús ha vuelto por su asesino. Por eso el color del cielo, y la lluvia de sangre.
—¿Ves? ¡Son maricas! Solo hablan idioteces, y creen en cosas que no existen —dijo Francisco.
—Quisiera estar equivocado; pero es cierto —dijo Jack.
Luego, se volvió a escuchar ese ruido en el techo. Francisco corrió a los brazos de su hermana, mientras temblaba sin parar.
—¡Franciscooo!
—¿Es que acaso no escuchas tu nombre? —preguntó Jack.
Francisco se cubrió los oídos.
—Ha vuelto a decir tu nombre —dijo Paula—. Jack, por favor... que no se lo lleve.
—No puedo hacer nada, Paula.
—Francisco, dime la verdad —dijo Paula, alejándolo de ella, y tomándolo del rostro—. ¿Tú mataste a ese chico?
—Hermana; yo...
—¡DIME!
—¡Sí! Yo lo maté. No soportaba que fuera así —respondió Francisco, señalando a Jack.
—¿Un hombre de Dios? ¿Eso es lo que no soportabas, Francisco? Mis padres no te inculcaron eso; y mucho menos te enseñaron a ser un asesino. Estoy muy decepcionada, y aterrada.
—Paula, perdóname.
—Que te perdone Dios.
De pronto, las ventanas de la casa se quebraron por completo, y la sangre comenzó a entrar. Luego, una sombra ingresó, y se postró justo en la entrada de la cocina.
—Francisco... llegó la hora de pagar.
—¡Es él! —dijo Francisco.
—¡Dios mío! —exclamó Paula.
Jack veía el escenario, y notó como Paula quedó paralizada cerca de su hermano. Pensó que debía salvarla de todo eso. Así que se abalanzó hacia ella, y ambos cayeron al piso.
Jesús se acercó a Francisco, se paró frente a él, y le dijo las siguientes palabras:
—Tengo un lugar para ti, Francisco.
—¿Qué lugar?
—¡EL INFIERNO!
Una fuerza extraña elevó a Francisco hasta colocarlo de cabezas. Luego, fue golpeado en repetidas ocasiones contra el suelo, mientras él gritaba sin parar. Las bombillas de la casa estallaron una a una, y todo quedó en total oscuridad.
Francisco permaneció suspendido en el aire, con su cabeza hecha pedazos, mientras el cadáver de Jesús desaparecía en las sombras. De pronto, el cuerpo del joven salió por una ventanilla en el techo, como si alguien lo estaba halando.
Jack y Paula se levantaron lentamente. La lluvia cesó, y el cielo volvió a la normalidad.
—¿Qué sucedió? —preguntó Paula.
—Todo terminó.
—¿Dónde está Francisco?
—Paula...
Paula se arrodilló y comenzó a llorar inconsolablemente. No podía creer que el espectro de Jesús se había llevado a su hermano. Finalmente se dio cuenta que Jack tenía razón. El joven monaguillo había regresado de la muerte para llevarse a Francisco.
...
El cuerpo de Francisco fue arrastrado por todo el cementerio, mientras Jesús lo veía desde el borde del hoyo de su sepulcro. Jesús lo tomó de la camisa, y lo arrojó dentro del ataúd. Luego, entró al sarcófago, y la tapa se cerró completamente sola. La tierra cubrió el sepulcro por completo, y ambos cuerpos quedaron inmersos en el interior.
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