4. Descansa en Paz

Horas más tarde, Jack se dirigió al cementerio en compañía de un sepulturero, y el cortejo fúnebre. Había llegado el momento de retirar el sarcófago, y trasladar los restos mortales de William Foster a su tierra natal.

Jack había solicitado al Cementerio de Folhere mediante un par de llamadas, el espacio ideal para sepultar a William en su pueblo. Estos permisos fueron otorgados sin problemas.

El conductor de la carrosa fúnebre se hallaba nervioso. No le daba buen auspicio trasladar los restos de William en su auto. Sin embargo, estuvo acompañado todo el camino por Emily; quien lloraba sin parar.

—Su padre fue un buen hombre. Tuve el placer de conocerlo.

—Sí, fue un hombre maravilloso.

—Realmente lo lamento. Todo lo que sucedió fue tan...

—Discúlpeme; pero no quiero hablar de eso. Solo necesito llevar a mi padre a su última morada.

El cochero no habló más durante todo el camino. Decidió respetar el dolor de Emily.

Oliver y Jack, se hallaban en el auto de este último. Estaban justo detrás de la carrosa. También decidieron guardar silencio. Jack mantenía su mirada en la vía, mientras las imágenes del Limbo revoloteaban en su memoria. Oliver, observaba el paisaje desde la ventanilla del vehículo. Sonreía parcialmente al recordar los chistes de William, aquellas tardes en la taberna.

...

Horas más tarde, llegaron al poblado. Se podían apreciar numerosos lagos, y bellos caminos de piedra. Siguieron el trayecto por una carretera angosta, con muchas casas en los costados y, al final de esta, estaba el Cementerio de Folhere. Era sumamente majestuoso; plagado de excelsos arbustos, y sus tumbas apiladas de manera perfecta.

Estacionaron los vehículos a la orilla del cementerio. Luego, sacaron el sarcófago de la carrosa, y lo llevaron en hombros; Jack, Oliver, y el cochero.

Finalmente sepultaron a William, y se prepararon para despedirlo por segunda vez. Emily colocó un ramo de rosas sobre el féretro y se arrodilló en el césped.

—Papá; siempre fuiste un símbolo de amor y bondad en mi vida. Nada será igual sin ti. Tengo la esperanza de que te encontrarás con mamá en algún lugar. Adiós para siempre.

Luego se acercó Oliver, colocando las manos sobre los hombros de Emily.

—Mi querido amigo, William. No tengo palabras para expresar lo que siento en este momento. Que Dios te permita correr en sus hermosos jardines.

—Descansa en paz, William —dijo Jack—. No te recordaremos como la última vez que te vimos. Te mantendremos en nuestra memoria, como ese amigo, padre, y gran ser humano.

Luego, se retiraron lentamente del lugar, llevando a Emily tomada de sus brazos.

De pronto, un desconocido pasó a su lado. Estaba vestido con una gabardina gris, y se dirigió justo a la tumba de William. Los tres voltearon a verlo, deteniéndose por un momento.

—Nunca lo volví a ver de nuevo. Siempre mantuve la esperanza; pero nada pasó. Tampoco sabía dónde se encontraba —dijo, mientras colocaba unas hermosas flores sobre su tumba, y una piedra de colores—. Bienvenido a casa, viejo amigo.

—¿Y usted quién es? —preguntó Emily.

El hombre se volteó y caminó hacia ellos.

—Mi nombre es Alan Betcher. Fui amigo de William cuando era niño.

—¡Esto es increíble! ¿Cómo se enteró que lo sepultaríamos hoy aquí? —preguntó Oliver.

—Soy dueño del Cementerio. Anteriormente era público; pero estaba en decadencia. Así que lo compré. En cuanto llamaron para solicitar el traslado de William Foster, supe de inmediato que se trataba de él.

—Eso explica por qué no hubo contratiempos —dijo Jack.

—Tampoco iba a cobrar el espacio de mi mejor amigo.

—¡Estoy sorprendido! —exclamó Oliver—. Es un gusto conocerlo.

—El gusto es mío —dijo Alan—. Y supongo que tú eres su hija. Te pareces mucho a él.

—Sí, soy Emily. Encantada de conocerlo.

—Bueno, está demás decir que estoy a su entera disposición. Por favor, no me malinterpreten...

Todos rieron tenuemente. De pronto, el teléfono celular de Alan timbró.

—¿Me disculpan un momento? —preguntó Alan.

—¡Adelante! —respondió Jack.

Alan se alejó un par de metros. Luego de colgar, regresó al sitio donde se hallaban los tres.

—Debo irme. Tengo que atender algunos asuntos.

—Vaya con Dios, Sr. Betcher. Usted acaba de demostrar que la amistad puede ser eterna.

—¡Lo es! Los verdaderos amigos no olvidan. Adiós.

Alan se retiró y subió a su flamante auto de la época.

—Es increíble. Las casualidades sí existen —dijo Emily.

—El destino, hija mía. Las casualidades pueden ser el impacto entre el bien y el mal. Eso lo aprendí de un sacerdote, hace años.

—Muy sabio ese sacerdote —dijo Oliver.

Finalmente, William descansaría en paz; pero había alguien que no gozaría de ese privilegio. El cuerpo de Jacob se hallaba a cuatro metros de profundidad en su jardín principal; enterrado en una tumba de mármol, envuelta con enormes piedras. Él estaba vivo. Gritaba desesperadamente, mientras la muerte observaba con una macabra sonrisa su sepulcro. Jacob estaba destinado a vivir eternamente sepultado, padeciendo el castigo por no cumplir su promesa. Jamás sería recibido por el infierno, o el cielo. La muerte se había ocupado de él, y se encargaría perpetuamente de que jamás abandonara el sepulcro.

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