2. El Caronte
Jack se levantó lentamente. Sentía que había estado dormido por horas. En su boca tenía trozos de barro que escupía sin parar. Parecía estar sobre un montón de tierra húmeda. Luego, observó sorprendido el lugar donde se encontraba.
—¿Qué lugar es este?
Frente a él se hallaba un inmenso lago, iluminado por un farol que emergía de este; postrado sobre un bastón de madera agrietada. Del lado derecho, se observaba una imagen exacta del universo moviéndose increíblemente, mientras las estrellas revoloteaban alrededor de algunos planetas. Del lado izquierdo, se avistaba un sitio sombrío, donde se podía visualizar una ciudad en ruinas, y sus edificaciones en llamas. Era un lugar abrumador.
Jack volteó de nuevo al frente, y observó una barca de plata con decorados extraños. En la proa, tenía una luminaria de color azul, cubierta con un metal extraño de tonalidad negra, y en el área posterior, un manto traslucido.
—William me trajo aquí. Tal vez me mató.
—Nos mató —dijo Jacob, apareciendo detrás de él.
—Esto lo provocaste tú. Tenías opciones, y preferiste la muerte. Aquí no tienes poder, Jacob. Eres solo una pobre alma.
—Quiero volver. William tiene que hacer algo. ¿Dónde está ese malnacido?
—William ya visitó este lugar. Ahora nuestras almas están en El Limbo.
—¿Qué es El Limbo?
—Es este lugar. Aquí se decide si nuestras almas van al cielo o al infierno.
—No creo en esos cuentos.
—Será mejor que empieces a creer.
De pronto, el agua del inmenso lago fue acercándose a ellos y, del interior de la barca, emergió un ser. Su cuerpo era plateado. Tenía el rostro cubierto con un vendaje negro, y sus ojos relumbraban intensamente. Era El Caronte, quien comenzó a observarlos fijamente. La barca empezó a moverse hacia ellos rápidamente, mientras era empujada por una cantidad de seres repugnantes que gritaban sin parar.
—¿Qué es eso? —preguntó Jacob, con miedo.
—Es El Caronte. El ser que traslada a las almas a su destino.
—¡Maldición!
El Caronte sacó un báculo plateado del interior de su cuerpo, y lo dirigió hacia ambos. De pronto, una voz siniestra se hizo presente.
—¡Suban!
—Yo no subiré a esa cosa —dijo Jacob.
—Debemos hacerlo —respondió Jack—. De lo contrario, todo será peor.
—¿Peor que esto?
—Mucho peor...
Ambos caminaron hacia la barca y observaron a los seres en el agua.
—¿Esos son difuntos? —preguntó Jacob.
—Son almas en pena. Destinadas a pasar la eternidad trasladando al Caronte.
—Padre; por favor dígame que estoy soñando.
—Estas son las consecuencias, Jacob. Es el destino que nos espera, gracias a tu obstinación.
—Estoy arrepentido, Padre. Realmente estoy muy arrepentido.
—Ya es tarde, Jacob. Llegó nuestra hora.
Ambos subieron a la barca, sentándose a espaldas del Caronte. La barca comenzó a moverse lentamente. Luego, se detuvo por completo, y El Caronte se volteó hacia ellos.
—¡Tú! —dijo El Caronte, señalando a Jack.
—¿Qué sucede? —preguntó Jack.
—¿Por qué te señala? —preguntó Jacob.
—No lo sé.
—¡Tienes el cristal!
El Caronte ubicó su mano sobre el Emblema del Cristo Enaltecido.
—¡Sí! El emblema... —expresó Jack.
Luego, el cielo cambió de tonalidad, a un color gris con destellos azules.
—¿Qué está pasando? —preguntó Jacob.
El Caronte dirigió su vista hacia Jacob, y lo señaló.
—Solo él vendrá conmigo —dijo El Caronte.
—No... ¿a dónde iré?
—¡Al inframundo!
Luego, el Emblema del Cristo Enaltecido comenzó a brillar, emanando una radiante luz azul.
—Lo lamento, Jacob. Este es tu destino, no el mío.
—No me dejarás aquí, viejo imbécil.
Jacob se abalanzó sobre Jack, pero no pudo tocarlo. De pronto, el alma de Jack comenzó a levitar, y una luz azul lo envolvió, provocando que estallara sobre la barca, y desapareciera rápidamente.
—JACK; NO ME DEJES AQUÍ. ERES UN MALDITO —gritó Jacob.
La Barca comenzó a moverse nuevamente, mientras Jacob contemplaba el lago. Intentaba encontrar una manera de escapar. Luego, se levantó y colocó su pie derecho sobre el borde de la barca.
—Si lo haces... llevarás mi barca eternamente.
—¿Qué?
—Algunas de las almas que ves en el agua, cayeron ahí por error. Otras, intentaron escapar.
—Igual me llevarás al infierno.
—¿Tienes algo de valor?
—¿A qué te refieres con algo de valor?
—Si me otorgas algo de valor, llevaré tu alma al otro lado.
—¿Qué hay del otro lado?
—El juicio...
Jacob comenzó a registrar toda su vestimenta, pero no encontró absolutamente nada.
—No tengo nada para darte. Pero tal vez...
—¡SILENCIO! Tu destino ya está escrito.
—¡NOOOOOO! Yo soy Jacob Allen. Un hombre altamente poderoso.
—Aquí no eres nadie. Siéntate, o serás parte de mis almas.
Jacob se sentó, y fue llevado directo al inframundo. En cuanto llegó a la entrada del lugar, observó a una mujer hermosa con un manto negro sobre ella. Estaba parada encima de un féretro hecho de piedra.
—Has llegado —dijo El Caronte.
Jacob bajó lentamente, y se dirigió hacia la mujer.
—¿Quién eres?
Esta mujer era la muerte; quien le sonrió y le extendió la mano.
—Tengo algo especial para ti, Jacob —dijo la muerte, mientras sus ojos mostraban un color rojo resplandeciente.
La muerte había tomado posesión de su alma. Pero lo que él ignoraba, era que podía tener un destino peor que permanecer en el infierno eternamente.
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