T R E S

—Vale chicos, aquí no ha pasado nada —comienza a decir Joe tranquilo—, lo siento por lo que acaban de presenciar, pero ya pasó, por qué no vamos por las velitas y...

—Deja de hacer esto Joe —le digo mirándolo pero en realidad siento que estoy viendo hacia el vacío, me siento un poco mareado.

—¿Hacer qué?

—Hablar por mí, disculparte por algo que yo hice, por una escena que acabo de montar y pretender que no ha pasado nada.

—Dan, es claro que estás un poco exaltado, siéntate —me dice señalando una silla libre—, perdonen chicos, en un momento vuelve todo a la normalidad —dice dirigiéndose a los demás con una sonrisita.

—¡Ya basta Joe! —grito desesperado—, ya estoy cansado de que siempre me digas qué hacer o qué decir. No necesito un maldito traductor —le digo mientras empiezo mi camino a las escaleras para escabullirme hacia mi habitación.

—Woah, alto ahí —dice Keith poniéndome una mano en el hombro para detenerme—, alguien está de muy mal humor. Ven conmigo a dar un paseo.

Me rehúso por unos segundos y trato de zafarme de su mano, pero parece que no dará su brazo a torcer. Observo la cara de Joe. Las lágrimas están a punto de brotarle. Luego veo el rostro de Keith. Me está mirando severamente. Es claro que no me dejará salirme con la mía.

—Sólo iremos a tomar aire unos minutos —me dice Keith susurrando para que sólo yo la escuche—, todo estará bien Dan.

En cuanto salimos a la calle el aire fresco inunda mis pulmones. Sí que necesitaba esto. El mareo ya casi se me pasa por completo. Todo está demasiado tranquilo. Vivimos en una zona en la que el silencio es la principal característica. Las casas tienen una pinta victoriana. Es una calle bastante pintoresca a decir verdad. La mayoría están ocupadas por adultos mayores que se han quedado solos después de que sus hijos hayan emprendido el vuelo fuera de Berwyn. De modo que las fiestas y los escándalos no abundan, por lo que este viernes por la noche, sólo somos Keith y yo caminando tranquilamente por la acera, pateando una que otra piedrita que se nos cruza en el camino.

—Me gusta cómo se te ve esa camisa —dice Keith rompiendo el silencio—, resalta el azul de tus ojos.

—Vaya, estoy de suerte —contesto con sarcasmo y veo de reojo cómo pone los ojos en blanco.

Caminamos otro tramo en silencio hasta que doblamos una esquina y llegamos a un pequeño parque. Hay unas cuantas bancas cerca de unos columpios. Como si nos leyéramos la mente, los dos optamos por sentarnos en los columpios.

—¿Sabes algo? —me dice mientras se balancea lentamente—, no creo que te haya cabreado tanto el hecho de que tu madre saliera hoy. Tú traes algo más.

—Puede que tengas razón Keith —le digo entre suspiros—, a mí también me sorprendió mi reacción. No es como si fuera la primera que la veo salir toda despampanante.

—Se veía muy bien, ya quisiera yo llegar a verme así algún día.

—¡Qué va! —exclamo mientras la examino de arriba a abajo—, no tienes por qué envidiar a ninguna mujer, tú eres muy guapa.

Y era verdad. Keith era una de las mujeres más bellas que había conocido. A pesar de que siempre se quejaba de no tener el cabello color zanahoria como el de su hermano, yo siempre he creído que el negro le queda mejor, le resalta perfecto en su piel blanca. Es delgada y bajita, pero su carácter y personalidad avasallante siempre la han hecho lucir como una chica imponente, de esas que llenan cualquier habitación con su simple presencia.

—Ojalá Kevin opinara lo mismo —me dice mirando hacia las estrellas.

—Ya te he dicho que ese chico es un imbécil. Cualquiera en su sano juicio estaría loco por ti.

—Tú no lo estás —bromea mientras me da una palmadita en el brazo.

—Cualquier chico hetero nena, sabes a lo que me refiero —le suelto con un bufido.

—Carajo, debo dejar de rodearme solamente con los amigos de mi hermano, o si no, nunca me pescaré a nadie.

—Te mato si lo haces —le digo acercando mi mano a su cuello en un ademán por ahocarla—, no soportaría un mundo en el que no estuvieras ahí para hablar conmigo.

—Pero cuánto drama Hoffman —dice extendiendo los brazos hacia el cielo.

—Es la verdad... Además, ya nos estamos expandiendo, ese tal Terry, el nuevo amigo de Rick, parece que sí le gustan las mujeres —le digo guiñandole el ojo, a lo que ella responde llevándose un dedo a la boca como si fuera a provocarse el vómito.

—Ni me lo menciones. Ese chico está lleno de esteroides, de seguro conoció a Rick en el gimnasio, porque no hace otra cosa más que hablar de pesas y cosas así. Es un pedante.

Ambos soltamos la carcajada. Era increíble cómo en un abrir y cerrar de ojos parecía que mis problemas desaparecían en cuanto empezaba a hablar con ella.

—Vale —dice mientras toma aire recuperándose de la risa—, ¿ya te relajaste?

Asiento ligeramente con la cabeza.

—¿Quieres hablar de eso que te tiene de mal humor? —pregunta con cautela.

—Pues... es que en realidad no sé qué me pasa. Últimamente me despierto y es como si repitiera toda mi vida en un bucle. Empiezo a cansarme de la rutina. Además, no le veo mucho sentido a lo que estoy haciendo con mi vida —digo encogiéndome de hombros–, tal vez son los trámites a la universidad.

—Oh, no sabía que aún te agobiaba eso. Pensé que ya tenías todo listo para entrar a la universidad de Nueva York.

—Sí... es que esa es la cuestión, ya no sé si quiero ir a la NYU. Siento que sólo lo hago por...

—Por seguir a Joe —dice completando mi frase.

—Suena horrible lo sé —admito avergonzado.

—Claro que no, es normal sentir dudas. Lo horrible sería que sólo asistieras a esa universidad por seguir a tu amor de instituto y no porque en verdad lo deseas.

—A estas alturas ya no sé ni que deseo. De todos modos no estudiaré lo que quiero.

—¿Sigues con la idea de estudiar economía?

—No es mi idea Keith, es la de mi padre. Pero no lo puedo desilusionar una vez más. No le puedo decir que me quiero matricular en una carrera de ilustrador.

—Pues que desperdicio Dan, he visto tus dibujos y son lo más.

—Eso dices porque eres mi amiga.

—¿Quién ha dicho que soy tu amiga? —dice empujando mi columpio para que vaya más rápido.

—Pues como enemiga eres pésima querida —le digo tratando de empujarla también para hacerla caer. Después de varios intentos consigo hacerla trastabillar y se suelta del columpio para darse un sentón en la arena. La imito y a los poco segundos ya estamos cubiertos de tierra acostados boca arriba viendo hacia el cielo.

—Me han aceptado en la universidad de Chicago —le suelto de repente.

—¿En serio? —exclama sorprendida.

—Sí, ¿qué tiene de malo?, tú vas a esa escuela.

—De malo no tiene nada, sólo me sorprende que Joe no me lo haya contado antes.

—Ah, es que... no se lo he contado a Joe, ni a nadie, eres la primera que lo sabe.

—¿Qué dices? —pregunta mientras se intenta incorporar apoyándose en sus codos para poder mirarme directamente a los ojos—, pensé que Joe y tú se contaban todo.

—Pues ya ves que no —le digo suspirando.

—Dan, ¿va todo bien entre mi hermano y tú? —Me lanza una mirada inquisitiva y penetrante que creo que acabará por meterse entre mis ojos hasta llegar a mis pensamientos.

Una cancioncilla chirriante como de alarma empieza a sonar, rescatándome de tener que contestarle a esa pregunta para la que no tengo ninguna respuesta.

Keith saca su móvil del bolsillo del pantalón y me muestra la pantalla para que vea quién llama.

—Lo has invocado —le digo leyendo el nombre de Joe.

—Sí —dice al mismo tiempo que presiona el botón de colgar—, no le contestaré, pero será mejor que volvamos a la casa, debe estar preocupadisimo.

—Vamos —le contesto mientras me pongo de pie y le ofrezco una mano para ayudarla a levantarse—, además debe estar ansioso porque me coma ese pastel antes de que se derrita.

—Lo conoces muy bien —dice soltando una risita—, definitivo su prioridad número uno debe ser mantener ese pastel en buenas condiciones.

Después de sacudirnos la arena lo más que podemos para evitar que Joe nos haga mala cara por llegar sucios, emprendemos el camino de vuelta a mi casa. Y afortunadamente, Keith no vuelve a sacar el tema ni de la universidad, ni de mi relación con Joe.

Al dar la vuelta para llegar a la calle de mi casa, vemos cómo un camión de mudanzas aparca en la casa que está frente a la mía.

—Qué rara hora eligen tus vecinos para mudarse —dice Keith observando cómo un señor se las arregla para bajar un sofá del camión y meterlo por la pequeña puerta de la casa.

—Vaya que sí. Es que Estela es rara —le digo encogiéndome de hombros.

—Ah cierto, ahí vive tu psicóloga, ¿verdad?

Estela, una de las mejores amigas de mi madre, era la psicóloga con la que iba desde que salí del clóset. Y no para intentar cambiarme, ni mucho menos, si no para "prepararme" para enfrentar la vida de burlas que según ella me esperaba en el instituto. Era una buena mujer, siempre amable y con una sonrisa cálida esperándome de par en par. Además, fue ella la de la idea de fundar un grupo para la comunidad LGBT de mi escuela, donde conocí a Sam y a Rick. De no ser por ella no hubiera conocido a dos de mis mejores amigos.

—¿Y quién crees que se esté instalando?, ¿su novio? —pregunta Keith curiosa.

—¡Ja!, ni en sueños esa mujer sentará cabeza. Es la descripción perfecta de andrómana.

—¡¿Andrómana?! —dice Keith burlándose de mi léxico—, pensé que el único nerd era mi hermano... ¿Qué es eso?

—Es como la definición de mujeriego pero para mujer.

—¡Ah, ya entiendo!, querrás decir entonces que Estela sería como mi amistad perfecta. Así conocería a muchos hombres, ¿no?

—¡Controla tus hormonas Keith! —le digo entre risas—, no pero, enserio, espero que su inquilino o inquilina, sea una persona seria, que no haga escándalos.

—Ay cálmate señor anciano aburrido —dice negando con la cabeza—, lo que a ti te falta es una buena fiesta para que dejes de ser tan amargado.

—Keith, es que de verdad, ahora lo que menos necesito es un ruido de fondo que me esté nublando los pensamientos que de por sí ya están muy enredados. No quiero que alguien venga a complicarme la vida.

Después de unos cuantas caras largas de Keith por mis comentarios apáticos, llegamos a la puerta de mi casa, la cual está abierta dejando ver a un Joe muy preocupado recargado en el marco.

Respiro hondo. Esta era mi vida. La que me había tocado vivir. La tenía que aprovechar al máximo.

Antes de que mis miedos se hicieran realidad y las complicaciones se aproximaran en un torbellino hacia mí gracias a lo que me esperaba en la casa de enfrente...

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