9: Elena
Se había ido. Todavía no podía creerlo. ¿Tan mal había estado como para que se marchase al día siguiente sin decir una sola palabra? Nunca había pasado por tanta vergüenza. Y yo que había creído que había sido la mejor experiencia del mundo. Había creído que él sentía lo mismo, que lo había disfrutado, pero se había echado a correr sin siquiera saludarme. Ni siquiera se dignó a advertirme sobre los peligros de la zona.
Si volvía a verlo iba a matarlo. Me había asustado muchísimo al ver que un hombre se adentraba al local por la puerta abierta. ¿Cómo iba a saber yo que era el dueño? Por supuesto que mi primera idea fue que se trataba de un ladrón. Me había apresurado a vestirme y permanecí completamente quieta esperando que no tuviera la brillante idea de subir por las escaleras. Estaba temblando. Tenía que irme de allí ahora mismo. Era curioso que el lugar me pareciera más aterrador de día que de noche. Quizá todo lo que había cambiado entre ese entonces y ahora era que Félix se encontraba conmigo.
Escuché con atención los movimientos del hombre sin moverme. Esto estaba mal, muy mal. Si algo llegaba a pasarme, nunca le perdonaría que se hubiera marchado. Ya bastante insegura me sentía por su reacción inesperada esa mañana. Contuve la respiración cuando escuché el rechinar de la madera bajo sus pies. Cielos. Cielos. Cielos. Por favor, no. Cerré los ojos. Solo sentía los latidos de mi corazón.
— ¿Quién rayos eres? —preguntó el señor al verme. Pasé junto a él y corrí escaleras abajo sin hablar, sin darle ninguna explicación. ¡Maldito Félix! ¿En qué mierda me había metido? Había sido muy tonta al sucumbir ante sus encantos.
Una vez en la calle, me perdí entre la gente. Podía escuchar que el hombre gritaba, pero no le daba mucha importancia, porque el sonido sonaba distante. Ya me había alejado lo suficiente. Tomé el celular con disimulo, atenta a que nadie estuviera esperando la oportunidad de sacármelo de las manos, y le envié un mensaje a Delfi. No había estado en mis planes que las cosas sucedieran de aquella manera, que no regresara a casa. Estaba seguro de que mis padres se debían haber preocupado. Quizá habían llamado a mi prima. Esperaba que hubiera hecho un buen trabajo en cubrirme.
Regresé a casa con los músculos adoloridos y tensos. No dormir en una cama no había sido la mejor idea. Giré mi cuello hacia el costado, tratando de elongar. Me iba a doler por unos días más. No estaba feliz con mis acciones. Habían sido demasiado precipitadas. Tendría que haber esperado, y haberle pedido a él también que lo hiciera. Recién era nuestra primera cita. Y ya nos habíamos revolcado. No podía creerlo. Apenas me reconocía a mí misma. Todavía no comprendía en qué rayos había estado pensando cuando pensé que esta era una buena idea. Tal vez ese fuera el problema. No había pensado. Había sucumbido a mis deseos e instintos más prematuros.
Si mis padres lo supieran... si siquiera sospechaban... Algo me decía que José ya estaba al tanto de todo. Parecía predecir exactamente cada paso que Félix daría con precisión. Cómo lo hacía era un misterio para mí. Seguramente se debía al hecho de que era un hombre y sabía cómo pensaban. Sí, debía tratarse de eso.
Cuando llegué a mi casa y entré a mi dormitorio en silencio, él se encontraba recostado sobre mi cama, leyendo uno de mis libros.
— ¡Oye! Deja eso dónde estaba ahora mismo —exclamé quitándole de las manos el ejemplar mientras tomaba entre mis manos el que me había regalado Félix y los apilaba.
— ¿Te compraste dos veces el mismo libro? Hay cosas que nunca voy a entender de los lectores —masculló extrañado. Fruncí el ceño.
—Me lo regalaron. No lo compré —musité mientras depositaba ambos libros, exactamente iguales, uno junto al otro en mi biblioteca.
—Sí, y la única razón por la que no lo planeas vender para conseguir más dinero para comprar otros libros es porque te lo ha regalado él, ¿verdad? —preguntó con una sonrisa socarrona. Era evidente que lo había descifrado todo.
—Sí, ha sido él.
— ¿Por qué no le dijiste que ya lo tenías?
—Porque parecía ilusionado. No quería decepcionarlo o hacerle sentir mal —confesé con profunda honestidad. Recordaba su mirada expectante mientras esperaba mi reacción.
—Cielos. Se te ha pinchado el globo. Caíste muerta por él —murmuró entre risas. No contesté, porque sabía que era cierto. Me encogí de hombros.
—Bien, creo que ya podemos dejarnos de rodeos. Cuéntame todo. Quiero saber cada detalle —declaró incorporándose para quedar sentado sobre mi cama con las piernas cruzadas y la espalda recta.
—No sé de qué hablas —intenté, pero sabía que esa técnica no surtiría efecto. Y tenía razón.
—Vamos. Sé que pasaste la noche con él. No engañas a nadie —exclamó.
—Cállate. En cuanto mamá y papá se enteren...
—No están, tranquilízate. Además, ellos están más ciegos que cualquier persona que conozco.
— ¿Cómo sabes que... ya sabes?
—Fue fácil de deducir cuando Delfi apareció por aquí y tú no estaba con ella. No a todos les cuesta tanto atar cabos —respondió con simpleza. ¿Delfi había pasado por aquí? Iba a matarla. Estaba segura de que la próxima vez que la viera no contendría mis ganas de estrangularla. Sabía que se suponía que estaba con ella y, aun así, había decidido tener la osadía de aparecer sin mí en mi propia casa. Si me descubrían...
— ¿Delfi?
—Tranquila. Llegó hace diez minutos. Nuestros padres no la vieron si eso es lo que tanto te preocupa.
— ¿Y dónde está? —solté abruptamente sintiendo que se alivianaba la presión que sentía en mi pecho. Él ladeó la cabeza en dirección al baño. Solté un suspiro. Bueno. La cosa no estaba tan mal después de todo. Podría haber sido peor. Por un momento había creído que mi prima carecía de cerebro.
Escuché un ruido en el baño, aquel del agua arremolinándose luego de apretar el botón. A continuación, el grifo se abría. Pocos segundos más tarde, mi prima se asomaba a través de la puerta. Su rostro se iluminó al verme y corrió a abrazarme. Se abalanzó sobre mí con tanta fuerza que me fue difícil no caer al suelo.
—No puedo creerlo. Bien rápida resultaste ser —comentó entre risas. No podía decir que me agradaba lo que acababa de decir, pero tampoco podía negar que no era verdad, porque hasta yo me había sorprendido.
—Déjala respirar o no nos va a contar nada —se quejó mi hermano. Ella me soltó y saltó sobre mi cama para sentarse junto a José. Ambos me miraban con expectativa. ¿Qué se suponía que tenía que contarles? No pensaba describírselo, si eso era lo que estaban esperando.
—Pues, me llevó a una biblioteca —comenté con simpleza. Parecían algo decepcionados.
— ¿Solo eso? ¿Solo eso hizo falta para que dejaras que te cogiera contra la pared? —cuestionó Delfi. Sentí que se me aceleraba el pulso.
—No, claro que no. Y... no fue contra la pared —me apresuré a decir. Una sonrisa traviesa se asomaba por sus rostros. ¿Por qué tenían que ser tan chismosos?
—La librería estaba cerrada. Teníamos todo el lugar para nosotros. Había una escalera en forma de caracol y...
—Ya deja el drama. No estás escribiendo una novela. Ve al grano. ¿Se puso guapo? ¿Te chamuyó con palabras lindas? ¿Fue él quién te besó o tú tomaste la iniciativa?
Mi hermano estaba lanzando una pregunta tras otra como si no hubiera un mañana. En el momento en el que dejó de hablar ya había olvidado lo que estaba diciendo.
—Cállate. Arruinas el romanticismo. O escuchan todo lo que tengo para decir, o simplemente no les diré nada —amenacé cruzándome de brazos.
—Está bien, pero sin tantas descripciones.
—Intentaré ser lo más breve posible —espeté complacida por tener algo que ambos quisieran y que podía aprovechar a mi favor.
—Como les estaba diciendo antes de ser irrespetuosamente interrumpida, había una escalera con forma de caracol que llevaba a un segundo piso. Allí había un ventanal y...
A juzgar por sus caras no tenían el menor interés por escuchar sobre eso.
—El ventanal es importante, se los prometo —murmuré. No parecían muy convencidos, pero proseguí: —. Había preparado una cena. De comida había carne con verduras. Tenía todo tipo de bebidas. Por supuesto, ustedes ya saben que normalmente bebo agua y en pocas ocasiones alguna bebida alcohólica. Y, ¿adivinen qué? ¡También tenía agua! Entonces...
Les relaté la velada de principio a fin, mencionando hasta los detalles más innecesarios. Solo se emocionaron cuando llegué a la parte del final. A partir del beso en adelante, su atención fue toda mía.
—Y entonces, se fue. Parecía horrorizado. Me dejó allí, como un trapo sucio —finalicé con amargura y algo de desprecio. Las sonrisas abiertas en sus rostros decayeron.
—Eso no tiene sentido —murmuró Delfi. José asintió algo confundido.
—No creo que haya huido de ti. Tiene que haber sido otra cosa —intervino mi hermano pensativo. Me encogí de hombros.
—Como sea, preferiría no darle más vueltas al asunto. Lo mejor será que lo olvide —dije con seriedad.
—No, no lo creo. Algo como eso no se olvida. Él fue el primero, Elena —musitó Delfi con sentimiento. Sí, el primero y probablemente el último, porque dudaba que otro chico se fijara en mí. Y no creía que él estuviese interesado en hacer una repetición.
Escondí un mechón de mi cabello detrás de mi oreja.
—Como sea. Estoy algo cansada, así que... si dejaran mi cama en paz se los agradecería. Planeo dormir y no despertar hasta mañana —comenté estirando los músculos. Detestaba sentir que hasta caminar dolía. Nunca más volvería a dormir en el suelo, ya fuera que estuviera sola o acompañada.
Me dejaron sola con mis pensamientos. Me tendí sobre la cama con cansancio. Sentía que podría ser capaz de dormir para siempre, cerrar mis ojos y no volver a abrirlos. Había sido una mañana humillante. Deseaba que José tuviera razón, que existiera alguna explicación para su comportamiento, porque lo último que me faltaba era creer que se había disgustado conmigo. Entre todas las bromas y burlas que Félix podría hacerme, esta sería la peor, la más cruel de todas.
Abracé mi almohada. Esperaba estar equivocada. Si me guiaba por las señales que me había mostrado la noche anterior, estaba segura de que sí le gustaba. Pero con alguien como él nunca podía estar segura.
Me quedé dormida en posición fetal, aferrándome al almohadón como si mi vida dependiera de ello. Y no volví a despertar hasta horas más tarde.
Cuando lo hice ya era la hora del té. Me había salteado el almuerzo. Mis padres se encontraban en el sillón de la sala de estar. Papá con el teléfono, mamá hojeando una revista de moda. Ambos levantaron la cabeza y me sonrieron al verme.
—Cariño, que suerte que te has despertado. Delfi dijo que salieron hasta muy tarde anoche y que te quedaste a dormir en su casa. ¡Ay! Mis días de juventud. Cuanto los extraño —comentó ella con melancolía. Soltó un largo y prolongado suspiro. Su mirada se había perdido en algún punto de la pared frente a ella.
— ¿Qué tal estuvo todo? —preguntó mi padre con una sonrisa. Entonces, mi prima no lo había hecho tan mal después de todo. No parecían sospechar absolutamente nada.
—Ha sido genial. La pasamos increíble —aseguré fingiendo emoción.
— ¿Sí? ¿Qué han comido?
—Carne. Sinceramente, eso fue lo de menos —respondí con una naturalidad aterradora. Mentir se me daba fenomenal. Continué atravesando la sala para salir de allí e internarme en la cocina. Mientras menos preguntaran menos probabilidades había de que me descubrieran. No estaba segura de qué era lo que Delfi les había dicho que habíamos estado haciendo. Si nuestros testimonios no concordaban...
—Me alegra, cariño. Deberías salir más seguido con tu prima. Te sienta bien —complemento mi madre guiñándome un ojo. Sí, claro. Si supieran lo que realmente había estado haciendo no estarían tan felices. Supuse que estaban amando todo esto. Su hija más antisocial y solitaria al fin había comenzado a interesarse por otra cosa que no fueran los libros.
—Sí, ¿no lo crees? —respondí con tono jovial y despreocupado. Bien. Tenía que seguir así. No había nada que ocultar, nada en absoluto. No había perdido la virginidad con un chico que había conocido hacía casi un mes y con el que me la pasaba discutiendo. No, por supuesto que no. Yo nunca haría algo como eso.
Abrí el refrigerador. Tenía ganas de una buena taza de leche con chocolate. No había nada más dulce para quitar el sabor amargo de esa mañana.
Luego de tomar el desayuno decidí hacer una locura. Me dirigí a mi banco. Y el de Félix. Tal vez tenía la falsa esperanza de que anduviera por allí. Quería hablar con él. Comprender. Y, luego, mandarlo a la mierda por idiota.
No apareció. Esperé y esperé. Quizá tendría más suerte al día siguiente. Ya era tarde como para que él decidiera aparecer. No me quedaría más tiempo. No quería que la situación del vagabundo se volviera a repetir. Tras mirar de un lado a otro en busca de alguna señal de él, me puse de pie y salí de allí.
Mientras el tiempo pasaba la decepción se transformaba en enojo. No solo hacia él, sino conmigo misma. No podía creer que me hubiera entregado. Apreté los puños. Había dejado que Félix lo tomara todo de mí. Mi primera cita. Mi primer beso. Mi primera relación íntima con un hombre...
Apostaba a que, por el contrario, yo debía ser solo una más del montón. ¿Cuántas novias me había dicho que tuvo? Me había asegurado de que no se había acostado con nadie antes. Me había parecido tierno cuando me lo confesó. Ahora no sabía si había sido del todo sincero.
¿Y si, ahora que ya había conseguido lo que quería, se esfumaba? ¿Y si no lo volvía a ver? Agradecí que hubiéramos utilizado protección. ¿Y por qué rayos había traído algo así a nuestra cita? Solté un pequeño quejido. Por supuesto, por supuesto que todo había sido un plan para acostarse conmigo. Ya se lo esperaba. Tendría que haberlo visto venir, tendría que habérmelo imaginado. Pero no lo hice. Ni por un segundo...
No pude abrir un solo libro en todo el día. Hasta eso me recordaba a él. Y pensar en Félix era lo último que quería. Las horas pasaban con lentitud. Agonizante lentitud. Parecía que el reloj se reía de mí. Me caía extremadamente mal. Solté un bufido y comencé a caminar de un lado a otro en mi habitación.
—Deja de sobrepensar las cosas. No saques conclusiones antes de tiempo —me aconsejó José adentrándose en mi dormitorio. Me detuve.
— ¿Y qué pasa si nunca vuelvo a hablar con él? ¿Y si no aparece mañana en nuestro sitio acordado? ¿Qué haré entonces? —pregunté sumamente irritada.
—No te enfades conmigo, que yo no te hice nada —dijo con sequedad. Dejé caer mi cabeza. Tenía razón. No era justo que desquitara mis frustraciones en los demás. Pero era tan difícil... Más cuando me sentía tan nerviosa.
—Tienes razón. Lo siento —farfullé con la cabeza gacha.
—No puedes enfadarte sin conocer toda la historia —me reprochó. También era cierto, pero ya presentía que no me gustaría tener el cuadro completo. Félix podía simplemente desaparecer y fingir que nada había pasado. Podía. Y eso era lo que más miedo me daba. No tenía su teléfono, ni su apellido, ni sabía en dónde vivía para poder ir a pedirle explicaciones. Era un plan maestro.
—No estoy segura de querer saberla —le dije con algo de brusquedad.
—Puede que sea mejor de lo que piensas.
—También puede ser incluso peor.
—Has lo que quieras. Es tu culpa si luego descubres que te enroscaste por nada —musitó restándole importancia al asunto. Detestaba con toda mi vida, mi alma y mi ser que tuviera razón.
—Necesito una distracción.
José miró mi estantería repleta de libros.
—Eso no servirá —negué.
—Pues, tienes suerte, porque eso era lo que venía a decirte. Raquel y yo saldremos a tomar unos helados y...
—Quieren que vaya con ustedes —finalicé perpleja. Mi hermano asintió. Varias veces me habían presentado invitaciones, y siempre las había rechazado. Esta vez era diferente.
—No tengo nada mejor qué hacer —dije decidiendo aceptar la oferta.
—Pretendamos que no acabas de decirme que soy tu última opción.
Le dediqué una sonrisa dientuda. Y ambos nos dirigimos hacia la salida. Saludamos a nuestros padres y nos despedimos de ellos.
Tuvimos que caminar hasta la casa de Raquel, que no quedaba del todo cerca. A unas diez cuadras más o menos. Fue incómodo, porque ninguno de los dos hablamos durante todo el trayecto. Sabía que lo único de lo que podía conversar con José era de Félix, y eso era justamente lo que no quería en ese momento. Pude ver que en varias ocasiones abría la boca para largar algún comentario, pero volvió a cerrarla en cada una de ellas. Nos detuvimos frente al edificio en el que vivía su novia. Aguardamos a que bajara.
Me sentí sumamente aliviada cuando Raquel se nos unió, porque ella era experta en romper nuestro silencio. Siempre tenía un tema del qué conversar, ya fuera conmigo o con mi hermano. Era una de esas personas que normalmente encontraba irritantes, porque no parecían saber callar. Pero ella era distinta. Hasta el momento nunca me había hecho sentir incómoda. Al contrario, la adoraba. No podía estar más orgullosa de José por haber encontrado a alguien así. Eran perfectos. Como Félix y yo. Sentí un nudo en la garganta. Sacudí la cabeza. No podía pensar en él. Tenía razón, no podía catalogarlo de manipulador traicionero hasta que no tuviera pruebas, si éstas algún día se presentaban.
Nos acercamos a la heladería más cercana. Con el calor que hacía no había nada mejor que eso. Era perfecto. Mi sabor favorito era el de chocolate blanco, en especial cuando le colocaban pequeños trozos de dicho ingrediente en la cubierta. Que exquisitez.
Nos sentamos en una pequeña mesa redonda, cada uno con su helado en la mano. Eran enormes. Nunca antes había ido a aquel sitio. No conocía la marca, pero podía asegurar que era una de las mejores que había probado. Me relamí los labios. El gusto dulce y frío me invadió la lengua. Me deleité con los sabores.
—Muy bueno —comenté despegando momentáneamente la mirada de mi cucurucho.
—Sí, creo que son de los mejores de la ciudad —concordó Raquel dándole una lengüetada al suyo.
No tardamos en terminarlos, y, aunque habían sido grandes, nos habíamos quedado con las ganas de más. Mis tripas rugían. Lo necesitaba. Era como una droga. Nunca me cansaría del helado. Era mi postre favorito. Estaba segura.
Recordé que la noche anterior también había comido eso después de la comida. Mi hambre se calmó y se me revolvió el estómago. Ya no lucía tan apetecible.
Me excusé diciendo que estaba un poco cansada y que quería regresar a casa. No me detuvieron, pero tampoco se lo creyeron. Emprendí mi camino. ¿Cómo era posible que ya no pudiera hacer nada que no me recordara a él? Lo odiaba por eso, por invadir mis pensamientos con tanto veneno.
A la mañana siguiente no tenía la menor intención de acercarme al parque, pero de todas formas lo hice. No sé por qué. Tal vez tenía la esperanza de que se dignara a aparecer. Lo quería volver a ver, aunque fuera solo para gritarle, o para que me hiriera el corazón y me revelara que lo nuestro no había significado nada para él.
Ni siquiera éramos novios. ¿Por qué lo quería con tanta intensidad, como si hubiéramos pasado una vida entera juntos?
Me acerqué sin despegar la mirada del suelo. Escuché un ladrido. Me sobresalté porque no lo esperaba. No pude mantener el equilibrio. Nuevamente estaba cayendo. Como la primera vez. Pero, en esta ocasión, lo hacía de espaldas. Cerré los ojos. El impacto iba a doler. Y estaba segura de que la sensación de incomodidad también, al menos por unas horas. Me preparé para el impacto. Nunca llegó.
Alguien me estaba sujetando los brazos e intentaba levantarme con fuerza.
—Si ayudaras un poco no sería tan difícil, Pequitas —gruñó la voz. Reconocí de quién se trataba de inmediato, y no solo por el nombre con el que me había llamado. ¿Por qué estaba feliz y aliviada de que estuviera allí? Por la misma razón por la que había decidido ir hasta ese lugar... No me entendía a mí misma. Mi cabeza decía una cosa, mi cuerpo hacía lo contrario.
—Vamos. Levántate. Soy fuerte, pero tampoco tanto —jadeó tirando hacia arriba. Oh, claro. Flexioné mis rodillas e hice fuerza para poder elevarme.
Una vez que estuve de pie, y que me aseguré de que las piernas no me temblaban, me volteé para verlo. Ahí estaba él, frente a mí de nuevo. Con su sonrisa de siempre y sus ojos brillantes y cabello revuelto y... Félix. Realmente estaba allí.
—Me estás observando de esa forma perturbadora. No me imagino que estés pensando en repetir nuestro pequeño encuentro íntimo, ¿o sí? —cuestionó con su voz gatuna. Cielos. ¿Cómo podía seguir enfadada con él cuando me hablaba de esa manera? Di un paso hacia atrás y tomé asiento en mi mitad del banco mientras jugueteaba incesantemente con un mechón de mi cabello. Escuché que chasqueó la lengua, y luego hizo lo mismo que yo.
—Entonces... —comenzó.
—Te fuiste —dije sin mirarlo, con la cabeza fija en mis sandalias. Permaneció en silencio durante más tiempo del que esperaba. Estaba a punto de levantar la cabeza y mirar hacia el costado para asegurarme de que no se hubiera marchado, pero escuché que suspiraba.
—Sí, lo siento. No debí hacerlo —confesó. Podía escuchar la honestidad que derrochaban sus palabras, pero no lograba convencerme de que fueran ciertas.
— ¿Por qué? ¿No te gustó? ¿Yo no... fui suficiente? —pregunté. Podía sentir que me temblaba la voz y que sonaba como una niña insegura, pero así era exactamente como me sentía. No podía evitarlo.
— ¿Qué? ¡No! No, no es nada de eso. Te lo prometo. Estuviste perfecta. Todo fue perfecto. Hubiera muerto por haber podido despertarte esa mañana como lo merecías y llevarte a desayunar lo que quisieras, y que luego no nos separáramos hasta que se hiciera de noche nuevamente, pero...
— ¿Pero? —insistí escuchando atentamente cada una de sus palabras.
—Mi padre. Recuerdas que...
—Tu teléfono estaba vibrando —mencioné. Sí, lo recordaba. Poco a poco el rompecabezas se armaba en mi cabeza. Por supuesto, ¡qué estúpida había sido en siquiera creer que...! Me volteé a mirarlo. Esta vez nuestros ojos conectaron.
—Tu padre está bien, ¿verdad? —mi voz sonó fina, casi inaudible. Me sentiría muy mal si algo le hubiera pasado mientras nosotros...
—Sí. En el hospital, débil, pero vivo, a fin de cuentas, que es lo que importa —me aseguro. Como si eso fuera tranquilizante. El pobre hombre estaba internado mientras nosotros nos matábamos de risa. Me sentí estúpida al haber dudado de él. Recordé todas y cada una de las teorías conspirativas que habían surcado mi mente. Una tenía menos sentido que la otra.
—Lo siento.
—No lo sientas. No es tu culpa.
—Si no te hubiera estado distrayendo hubieras atendido la llamada —comenté. Y ambos sabíamos que era verdad.
—No me arrepiento de nada de lo que pasó esa noche —me prometió. ¿Ni siquiera si el resultado hubiera sido distinto? ¿Ni siquiera si, en lugar de terminar internado, su padre hubiera muerto ese día?
— ¿Y si hubiera muerto? —pregunté poniendo en palabras mis miedos.
—Tampoco. Nunca hice nada de lo que estuviera más orgulloso.
Dejé salir todo el aire que había estado conteniendo. Extraño. No me había percatado de que había dejado de respirar.
—A mí también me gustó —musité con algo de timidez. Él se inclinó hacia adelante. Apoyó los codos en las rodillas y su cabeza en la palma de las manos.
—Ah, ¿sí? Todavía sigo esperando tu reseña —me señaló. Había olvidado ese pequeño juego que teníamos.
— ¿Realmente quieres que lo diga? ¿Quieres saber mi calificación? —pregunté entre risas.
—Sí, quiero escucharte decirlo —declaró.
—Solo por ser un idiota y por dejarme a merced de un ladrón, te pondré un seis —repliqué con sequedad al recordar el mal momento que había pasado.
— ¿Ladrones?
—Sí, un hombre entró y...
—Oh, ese no es ningún ladrón. Es el dueño de la tienda. Tarso. Un ladrón, ¡ja! Me hubiera encantado ver eso —exclamó. Pero yo no me reía. Había estado aterrada. Realmente aterrada.
—Casi me muero de un infarto. No es gracioso —insistí golpeándole suavemente el brazo.
—Por favor, no. O tendría a dos personas para ir a visitar al hospital.
No sabía si estaba bromeando o no, pero no creía que se tomara a la ligera la enfermedad de su padre. Ambos nos sumimos en el silencio.
—Supongo que ya no vendrás más a nuestros encuentros —deduje.
— ¿Por qué no lo haría? —cuestionó con el ceño fruncido.
—Tu padre. Tienes que cuidarlo. No te pasearás por aquí con tanta frecuencia —expliqué. Y vi la comprensión en su rostro. Asintió.
—Eso no significa que tengamos que dejar de vernos.
— ¿Qué tienes en mente?
—Verás... mi padre realmente muere por conocerte y...
—Estaré encantada de visitarlo, si eso es a lo que te refieres —interrumpí. Antes de que pudiera hacer algo para evitarlo, me había rodeado con sus brazos. Por un momento mi cuerpo se tensó ante lo inesperado del acto, pero luego sentí que me relajaba. Le devolví el gesto. Nos estábamos abrazando. Hundí mi rostro en la curvatura de su cuello y deposité un suave beso mientras sentía que él jugaba con mi cabello.
Ojalá nos pudiéramos quedar así para siempre. Sin peleas, sin palabras, solo nuestras acciones como medio de comunicación. Lo sujeté con más fuerza.
Después de unos segundos sentí que su agarre se aflojaba y comenzamos a apartarnos.
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