5: Elena
Estaba molesta, más de lo normal en lo que se refería a Félix. Ni siquiera me quedé allí a leer. Regresé a casa, porque necesitaba caminar un rato. ¿Qué rayos le pasaba? No tenía ningún derecho a reclamarme nada. Si quería visitar el centro cultural, solo tenía que decírmelo. Además, no entendía por qué se enfadaba tanto. Podría simplemente haberme invitado a cenar él. Me preguntaba cuál sería mi respuesta si decidiera hacerlo. Eso no importaba, porque no iba a pasar. Éramos amigos, tal vez ni siquiera llegábamos a ser eso.
No podía dejar que semejante estupidez me deprimiera. No importaba si no pasaba la mañana con Félix, porque tendría toda una tarde con Tomás. Sinceramente, me emocionaba la película que íbamos a ver. Llevaba mucho tiempo esperándola, y no había tenido la oportunidad de que mis padres me dieran dinero para las entradas. Ahora tenía la excusa perfecta. Sonreí satisfecha. Iríamos a la función de las cinco y media de la tarde, en el cine que se encontraba en el centro comercial junto al cementerio Recoleta. Adoraba ese complejo. Era de mis favoritos, por no mencionar que al lado había una librería. Una combinación perfecta.
No me preocupé tanto por la vestimenta. Consideraba que sería mucho menos formal que la comida de la otra vez. Por empezar, no era de noche. Y no cenaríamos. En el cine, en medio de la oscuridad, estaba segura de que no se fijaría en mi apariencia física. Tomás había accedido a mi elección de película, pero no estaba segura de que fuera una elección que hubiera hecho de haber ido solo. Él parecía más como el tipo de persona que adoraría una buena película de terror. Agradecí que no propusiera la que estaba en cartelera en esos momentos, porque no me hubiera atrevido a negarme y realmente no me apetecía. Para nada.
La única película de ese tipo que había visto en mi vida había sido la de un muñeco asesino. No había conseguido pegar un ojo por dos semanas ni ir al baño sola. Recordaba haber encerrado todos mis juguetes en un armario y no me atrevía a abrirlo. Solo tenía siete años cuando eso pasó.
Me estremecí por completo al recordarlo. Quizás si miraba la película ahora, que ya era casi una adulta, no me daría tanto temor, pero no estaba en mis planes arriesgarme. Pasé el resto de la mañana leyendo en el sillón de mi casa, aunque no era igual a mi silla en el salón del centro cultural o mi banco en el parque. Nuestro banco. La mitad era mía, la otra le pertenecía a Félix. Por supuesto, él nunca había dicho que me cedía parte de su declarada propiedad, pero eso era lo que había asumido. Teníamos un acuerdo silencioso al respecto.
La comida estaba un poco desabrida. Eso se debía a que había cocinado mi hermano, por supuesto. Nuestros padres estaban trabajando. Esa era una de las razones por las que tampoco tenía prisa por empezar a ganar mi propio dinero. Las vacaciones eran prácticamente inexistentes. Me preguntaba cómo tendría tiempo para estudiar entre las obligaciones de tener un empleo y la universidad.
Raquel no nos acompañaba en esa ocasión. Y mi hermano era una persona de pocas palabras, al menos cuando hablaba conmigo.
—Entonces...
— ¿No fuiste al centro cultural hoy? —preguntó extrañado cuando reparó en el hecho de que había estado en casa durante las últimas dos horas. Dejé suavemente el tenedor sobre el plato y lo miré un poco extrañada por su pregunta.
—Si no te conociera mejor, si no fueras mi hermano, podría pensar que no te gusta que esté aquí —comenté bebiendo un sorbo de jugo de naranja.
—No es eso, pero sueles desaparecer y solo regresar para la hora del almuerzo. Es como una rutina para ti. Es casi tan extraño como encontrarte aquí en un día de clases. ¿Te sientes mal?
Negué con la cabeza.
—No, no es eso. Hoy salgo con Tomás —expliqué. Estaba segura de que Raquel debía haberle dicho algo sobre la razón por la que había aparecido para ayudarme la última vez.
— ¿Qué tal es ese chico? —preguntó con recelo. Sonreí con una pisca de diversión. ¿Estaba intentando ser sobreprotector conmigo? Era definitivamente algo que no esperaba que pasara.
—Increíble. Iremos al cine.
— ¿A qué hora?
—No es de tu incumbencia —respondí con sequedad, aunque no creía que fuera un detalle que me importara revelar.
— ¿Mamá y papá lo saben? —cuestionó cruzándose de brazos. Algo me decía que no estaba muy feliz.
—No. No lo creo —confesé. Cuando salimos a cenar les había dicho que saldría con Delfi. Nada más. Había, convenientemente, olvidado mencionar a los otros dos chicos que nos acompañaban.
—Deberías. No es tan grave. Saldrás con un chico. Es perfectamente normal —explicó reclinándose sobre la silla con postura relajada. Por un momento me hizo acordar a Félix.
—Se los diré si resulta que la cosa se vuelve seria —le prometí, pero él no parecía muy feliz por tener que guardar mi pequeño secreto.
—Realmente no eres como nuestros padres piensan, ¿verdad? —cuestionó entre risas.
— ¿A qué te refieres?
—No eres tan inocente o aniñada como ellos piensan. No creerás que no sé los libros que lees. Raquel me preguntó a mí qué clase de libros podrían gustarte. No puedes pensar que a ella sola se le ocurrió comprarte ese —reveló restándole importancia al asunto. Sentí que la sangre se me subía a la cabeza. Si él lo sabía... ¿significaba que mis padres también? No eran tontos, para nada. Tal vez a eso se debían las preguntas de mi madre respecto a mis lecturas. Y yo que creía que estaba planeando mi regalo de Navidad...
— ¿Qué otras cosas no sé de ti? Eres mi hermana y apenas te conozco —dijo pensativo. La comida que todavía quedaba en mi plato había sido olvidada, y seguramente ya se encontraba fría. Suspiré. José no sería tan mal confidente si había descubierto mi secreto sin levantar una sola sospecha y sin decir nada al respecto.
—Conocí a un chico —solté antes de pensar en lo que estaba diciendo. Él se inclinó hacia adelante y enarcó las cejas.
—Ya lo sé. Me lo dijiste. El tipo este... Tomás.
Mordí mi labio inferior con nerviosismo. No estaba hablando de él en ese momento.
—No, otro.
Mi hermano abrió los ojos con interés. Parecía sorprendido, por alguna razón.
— ¿Otro? ¿Estás saliendo con los dos? —cuestionó en un susurro, como si fuera un secreto y temiera que alguien lo escuchara. Solo estábamos nosotros en la casa.
Esta vez fue mi turno de lucir atónita. ¿Estaba insinuando lo que creía? ¿Pensaba que sería capaz de una cosa así? ¿Jugar a dos puntas? No podía creerlo. Era mi hermano y sospechaba que era el tipo de persona que hacía esas deshonestas jugarretas con los hombres.
— ¡No! No es así. No salgo con él. Bueno, sí, pero no en ese sentido —me apresuré a aclarar. A juzgar por la expresión en su rostro no había entendido una sola palabra de lo que había dicho.
— ¿Cómo puedes salir con un chico sin salir con un chico?
Abrí la boca para responder, pero no encontré las palabras adecuadas para expresarme. Esa era una excelente pregunta. ¿Qué era exactamente lo que hacíamos con Félix? ¿Qué nombre le podíamos poner a nuestros encuentros diarios? Tal vez por eso estaba tan enfadado. ¿Y si él pensaba que estábamos saliendo? ¿Y si le había dado un significado a nuestros días de lectura?
—Es un amigo. Lo conocí hace poco tiempo. En las vacaciones. Suele ir a la Plaza Francia a leer. A veces charlamos un poco o cada uno lee su propio libro. Depende de la ocasión —expliqué dubitativa.
—Entonces, por eso estuviste yendo al centro cultural más de lo normal. Te ibas a encontrar con él —concluyó José triunfal.
—No, solo voy a leer. Nuestros encuentros suceden por pura casualidad —le prometí, pero era una mentira descarada y ambos lo sabíamos. Al principio sí había sido suerte que nos encontráramos. Sin embargo, hacía un par de semanas que caminaba hasta allí sabiendo que estaría esperándome. Y no había pisado el centro cultural desde entonces, porque prefería sentarme en nuestro banco. Con él. ¿Qué significaba eso? ¿Me gustaba Félix?
—Sí, casualmente se encuentran todos los días.
Había un brillo de desafío en los ojos de José. Claramente no se creía la historia que le había contado. Supuse que era tonto haber esperado que lo hiciera. Yo tampoco lo haría si los roles estuviera inversos.
—Bien, me gusta estar con él. ¿Y qué? No pasamos el suficiente tiempo juntos como para poder asegurar que se trate de algo más que simple atracción —confesé algo enojada por aceptar la derrota. Mi hermano me conocía mejor de lo que pensaba. Tendría que tener más cuidado en el futuro. No podía subestimarlo.
—Y la razón por la que volviste más temprano de tu encuentro con él hoy es...
Arrastró la última palabra, haciendo señas con sus manos para que yo continuara la frase.
—Se fue. Le conté sobre mis planes para mi cita con Tomás y se enfadó. Fue lo más ridículo que vi en mi vida. No tenía ningún motivo para...
—Los celos no tienen justificación.
—Estoy muy segura de que no se trataba de eso —espeté molesta, porque él parecía descifrar todos los misterios de mi vida en un par de minutos.
—Oh, por favor. Soy un hombre. Sé cómo pensamos.
—Él mismo me incitó a ir a la cita doble con Delfi, Nico y Tomás —apunté creyendo que eso era suficiente como para invalidar su teoría.
—Y apuesto a que pensó que no te iba a gustar. Que lo ibas a conocer e ibas a correr hacia la otra punta del país. La sorpresa que se debe haber llevado cuando le dijiste que estabas planeando un segundo encuentro con él —opinó José entre risas. Arrugué la nariz. ¿Podría ser verdad? ¿Sería eso lo que estaba pasando?
—Si quisiera salir conmigo, ya me lo hubiera pedido. Créeme, no es la clase de chico que se guarda lo que piensa —insistí negándome a creer que él pudiera sentir algo por mí.
—Apuesto a que ahora mismo está tan confundido como tú. Debe haber sentido los celos sin siquiera saber lo que eran. Tarde o temprano llegará a la conclusión correcta. Espero —declaró mi hermano.
— ¿Y cómo se supone que tú sabes todo esto? —cuestioné desafiante.
—Por experiencia. Además, tengo amigos. Uno más idiota que el otro en cuanto a cuestiones del amor. Tendría que empezar a cobrarles a todos por mis consejos sobre las relaciones amorosas. Estoy seguro de que me haría rico en menos de un mes —aportó orgulloso de sí mismo. Mi mirada bajó hasta mi plato. Ya no tenía tanta hambre. La comida tampoco era muy apetitosa. Me puse de pie y tiré los restos en el contenedor de basura. José reía. Apostaba que consideraba mi silencio como una señal de victoria. No le dirigí la palabra y volví a hundir mi cabeza en el libro que estaba leyendo. No iba a pensar en nada de lo que había dicho. No justo antes de salir con Tomás. Era en él en el que tenía que enfocar mis pensamientos. No en Félix.
Solté un gruñido y miré el reloj. Todavía faltaban un par de horas. Procedí a sumergirme en la historia. Había simplemente algo magnifico en leer. Era como si mi mente se quedara en blanco. Me relajaba por completo y lo olvidaba todo. No había mejor sensación que esa. Los problemas no podían alcanzarme allí, en los mundos de tinta y papel.
El tiempo volaba a gran velocidad cuando conseguía que una trama me atrapara. Me sentía en Narnia en cuanto a mi percepción del pasar de las horas.
Cuando cerré mi libro fue porque mi celular vibraba con insistencia. Estaba segura de que debía ser Tomás. Sonreí al ver su nombre en la pantalla. Eran las cinco. Media hora y la película comenzaría. Estaba esperándome en la puerta.
Tal y como sospechaba, no pareció importarle que no me hubiera producido para nuestra salida. Él también se había vestido más informal.
—Me alegra volver a verte —dijo con honestidad. Le sonreí.
—Igualmente.
Era fácil hablar con él. No era tan bueno escuchando como Félix, pero tampoco era malo. Ocasionalmente podía ver que parecía sumido en sus propios pensamientos mientras le relataba alguna historia. Cuando recobraba la concentración parecía perdido. Sin embargo, le gustaba platicar tanto como a mí. En el momento en el que encontraba un silencio, comenzaba él. Y era yo quién tenía que prestar su oído. No me costaba en absoluto. Todo lo que tenía para decir era interesante. Cuando pasamos por la Plaza Francia comencé a mirar con nerviosismo a los costados. ¿No estaría Félix por allí? Temía que se repitiera la misma historia que cuando había intentado salir con mi prima. Eso era lo último que deseaba en ese momento.
Por suerte, no pude ver su figura en ningún lado. Ni siquiera cuando pasamos por el banco y giramos a la izquierda en dirección al centro comercial. Suspiré aliviada en el momento en el que nos alejamos. Si nada había pasado hasta el momento dudaba que fuera a suceder ahora. Estaba segura de que nada arruinaría la tarde. Estaba equivocada.
En el momento en el que cruzamos las puertas corredizas casi nos chocamos con alguien.
—Woah, comienzo a creer que estás siguiéndome —comentó Félix relajado y con una sonrisa que desbordaba malicia. Me quedé mirándolo más tiempo del que debía. ¿Qué rayos hacía aquí? Maldije haberle dicho que planeaba ir al cine. Era evidente que había deducido que sería a este. Negué con la cabeza. No podía simplemente llegar a la conclusión de que había venido a arruinar mi cita. ¿Por qué había sido esa mi primera idea?
—Félix —carraspeé lanzándole una mirada gélida y volteándome a ver a Tomás, que contemplaba la escena un poco desorientado.
— ¿Qué haces aquí? —pregunté entre dientes. Esperaba que fuera señal suficiente para que entendiera que no lo quería allí. Él metió las manos en sus bolsillos y comenzó a balancearse de atrás hacia adelante levemente tarareando una canción.
—Vine al cine, claro —respondió como si fuera obvio.
—Hola, soy Tomás —se presentó extendiéndole la mano al pelinegro, que observó el gesto con algo de desprecio y no aceptó la oferta de amistad.
—Sí, ya sé quién eres —masculló sin siquiera mirarlo. Su rostro mostraba profunda seriedad.
— ¿Esto es una broma? —pregunté ignorando el hecho de que Tomás no comprendía nada.
— ¿Tú ves que me esté riendo? —devolvió con una sonrisa demasiado grande para ser real.
— ¿Qué película verás? —intervino mi acompañante con amabilidad.
—La de romance —soltó enfocando toda su atención en él.
—Lo estás haciendo a propósito. Ni siquiera te gustan esas películas —chillé por lo bajo.
—Disculpa, ¿acaso no tengo derecho a ir al cine cuando quiera, donde quiera y a ver lo que quiera?
Me quedé pasmada. No podía discutir contra su lógica, pero sabía exactamente por qué estaba allí. Quería fastidiarlo todo. Entrecerré los ojos.
—Nosotros también veremos esa —aportó Tomás algo nervioso.
— ¿Sí? No tenía idea —exclamó, como si le sorprendiera. Sabía a la perfección que derrochaba sarcasmo.
—No hay problema. Si eres amigo de Elena no veo el inconveniente, eres bienvenido a sentarte con nosotros —ofreció el de cabellos castaños, aunque sabía que estaba un poco decepcionado por la manera en la que sus hombros se desplomaron. Era evidente que deseaba que estuviéramos solos.
—Amigos —repitió Félix entre risas. Tomás nos miró a ambos y se atrevió a decir:
—Son amigos, ¿cierto?
Pude ver algo de inseguridad en su mirada mientras buscaba que alguno de los dos respondiera. Cerré mi mano con fuerza.
—Claro que sí —farfullé.
—Ya te gustaría —replicó el pelinegro. Podía notar que se estaba divirtiendo muchísimo. Más que en toda su vida. Lo odiaba por eso.
—Bien... iré al baño. Vayan haciendo la fila y saquen las entradas —murmuró Tomás rascándose detrás de la nuca con incomodidad. Me crucé de brazos y me coloqué detrás de la fila de cinco personas. Ahora el sistema de entradas se manejaba a través de máquinas. Todo era en línea.
Permanecimos unos minutos en silencio mientras esperábamos a que fuera nuestro turno.
—Oye, no estarás enojada, ¿cierto? —soltó Félix. Lo miré. No tenía idea de cómo había llegado a esa conclusión. Tal vez se debía a mi mandíbula tensionada, a mis ojos entrecerrados, a mi postura hostil, al hecho de que cada vez que lo miraba parecía que tenía ganas de matarlo...
—No estás preguntándome eso, ¿cierto? —espeté con veneno.
Él permaneció quieto unos segundos antes de responder:
—Sí, creo que eso es exactamente lo que pregunté.
—Sí, estoy enojada. Muchísimo. No te entiendo.
— ¿Qué es lo que no entiendes?
—Tu actitud. Madura un poco, ¿quieres? ¿Qué tan aburrido estás que tu pasatiempo favorito es humillarme, hacerme enojar, y arruinar mis citas?
Permaneció en silencio. No sabía qué responder. Estaba feliz por eso, porque parecía que siempre encontraba las palabras para continuar una pelea. No lo hizo.
— ¿Eso es lo que piensas de mí? —preguntó luego de unos minutos. Cuando lo miré pude notar que lo había ofendido.
—No hay otra explicación para tu forma de actuar. Si la hay no puedo encontrarla —insistí. Entrecerró los ojos. Nuevamente esperábamos en silencio.
Nuestro turno llegó. Fue él quien empezó a apretar botones en la pantalla de la computadora de la boletería. Me distraje unos segundos cuando mi teléfono vibró. Era un mensaje de Delfi. Por supuesto que se había enterado de todo. Tomás le había dicho a Nico. Él le había contado a su novia. Era muy difícil mantener algo en secreto. Me masajeé los costados de la nariz. Podía sentir que terminaría con un terrible dolor de cabeza.
Escuché el ruido de los tickets imprimiéndose. Volví mi atención a Félix, que me contemplaba con malicia. Sentí un nudo en el estómago. Solo con su mirada supe que había hecho algo malo. Le arranqué las entradas de las manos. En la sección en la que indicaba la película... ¡Cielos! Levanté la mirada. Sus ojos chispeaban expectantes. Buscaba una reacción de mi parte.
Tomás regresó y se colocó detrás de mí para ver lo que estaba acaparando mi atención. Su rostro se iluminó momentáneamente.
— ¡Oye! Me alegro mucho de que hayas decidido cambiar de opinión y ver la de terror. No me atrevía a decírtelo, pero las comedias románticas no son lo mío.
—Deberías agradecerle a él, entonces —escupí lanzándole a Félix las entradas directo al pecho. Esto estaba mal. Muy mal. ¿Cómo había sucedido? Nunca más me distraería en presencia de él.
— ¿Qué? ¿No te gustan? —preguntó burlón, como si no le importara lo más mínimo que me hubiera estropeado la salida con Tomás. Sentía que me hervía la sangre. Quería pegarle, pero me contuve. No me iría, porque ya habíamos pagado. Y no parecía que a Félix le importara hacerme enfadar. Para nada. No tenía manera de demostrar mi descontento con él sin que aprovechara la ocasión para seguir riéndose a costa de mis miserias.
—Claro que me gustan. Me encantan —solté a regañadientes. Las salas del cine se encontraba en el subsuelo. Había que bajar por las escaleras mecánicas para llegar. No le hablé a ninguno de los dos, y, aunque Tomás intentaba iniciar una cortés conversación con Félix, él respondía solamente con monosílabos y sin el menor interés.
La situación era incómoda. Demasiado. Me sentía atrapada y sin una salida. Tendría que aguantar dos horas de película y fingir que no me estaba muriendo de miedo. No sabía qué tan bien estaba disimulando, no era una gran actriz. Seguramente ya temblaba como una hoja sacudida por el viento.
Cerré los ojos con fuerza y tomé aire. Compramos pochoclos y bebidas. Nunca había sido buena racionando la comida durante las películas. Después de los diez primeros minutos normalmente el balde ya se encontraba a la mitad.
Tomamos asiento en el medio. Si fuéramos un sándwich yo sería el queso. Estaba entre los dos, como si no me encontrara lo suficientemente nerviosa.
—Relájate o te vas a terminar haciendo pis delante de tu novio —me susurró Félix divertido mientras se metía en la boca palomitas de maíz. Lo amenacé con la mirada para que se callara. Ahí estaba mi respuesta. Al menos él ya se había dado cuenta de lo asustada que me sentía.
—Si tienes miedo puedes abrazarme —prosiguió entre risas. Le dirigí una mirada de soslayo a Tomás, que no parecía haber notado nuestra conversación.
—Cállate. Si tengo que abrazar a alguien será a él —murmuré señalando a mi verdadero acompañante con la cabeza. Félix soltó una estridente risotada y se escucharon los quejidos retumbar por toda la sala.
—Compórtate o nos echarán del cine —le advertí. Él alzó una ceja, como si se lo estuviera tomando como un desafío—. Lo digo en serio. No volveré a hablarte después de esto.
Asintió y pasó la mano por su boca en señal de que no pensaba decir una sola palabra más. Suspiré aliviada. Si hubiera sabido que eso era todo lo que tenía que decir para que se comportara, lo hubiera hecho antes. Mucho antes.
La película apenas estaba comenzando y yo ya sentía que desfallecía. Estaba oscuro y, no tenía pruebas de ello, pero podía asegurar que había empalidecido. Durante la proyección solté varios gritos. Todos en la sala reían, claramente burlándose de mí. Más de una vez pegué pequeños saltos en el lugar. Y, en los momentos de tensión, sin siquiera percatarme de ello, me aferraba al brazo de Félix y lo apretaba con fuerza. Cuando las escenas eran demasiado impresionantes desviaba la mirada y escondía la cabeza en su cuello.
Estaba demasiado inmersa en la película como para realmente prestar atención a las cosas que estaba haciendo, a cómo estaba reaccionando. No pensaba, actuaba. Y, por suerte, el pelinegro no comentó nada al respecto. Quizás porque sabía que lo dejaría de hacer si me percataba de ello, y de cuánto lo estaba disfrutando él.
Cuando salimos de la sala nuevamente, sentía un frío descomunal. Había olvidado la potencia del aire acondicionado. Me abracé a mí misma.
—Nunca más. Nunca más —prometí con firmeza.
— ¿Qué cosa? —preguntó Félix levantando las cejas hasta que se perdieron detrás de su cabello.
—No volveré a ver una película de terror. Y no te dejaré sin supervisión —declaré. Tomás nos miraba en silencio. Estaba un poco callado. Supe que había algo que lo molestaba y que no estaba disfrutando de nuestra cita. Si le era de consuelo, yo tampoco lo había hecho. Y todo era culpa de Félix.
—Ni siquiera daba miedo. Creo que debe ser la peor película de este género que he visto —se quejó el joven con tono burlón. Solté un pequeño gruñido y me dirigí hacia mi compañero. Lo tomé de la mano y le sonreí. El otro soltó un respingo de exasperación.
—Vamos —le dije a Tomás. Asintió.
— ¿Adónde vamos? —cuestionó el pelinegro.
—Cada uno a su casa. Tú te vas por tu lado —respondí con sequedad.
—Como sea... —gruñó y atravesó las puertas corredizas. Esperamos unos segundos para salir también. Durante ese tiempo permanecimos en silencio.
—Entonces... no fue lo que esperaba —confesé con nerviosismo y las mejillas levemente ruborizadas.
—No, no lo fue —replicó con gravedad. ¿Qué le pasaba?
—Disculpa a mi amigo, él...
— ¿Amigo? —inquirió. Me quedé muda.
—Sí. Amigo —remarqué humedeciéndome los labios.
—No lo parecía. Mira, Elena. Eres una chica muy interesante. Pero me sentí como una tercera rueda durante toda la tarde. No parecía que fuera tu amigo el que sobrara, sino yo —confesó tensando la mandíbula y con dureza en los ojos. Cielos. No, esto no era lo que tenía que pasar. Si él perdía interés en salir conmigo sería culpa de Félix. No se lo perdonaría. ¡Cuando al fin había conseguido que alguien se fijara en mí!
—No sé de qué hablas, pero te aseguro que no es así. Félix no es nadie. Solo es un chico que disfruta haciendo mi vida miserable y burlándose de mí. Es un molesto y un pesado.
—Si solo es eso, ¿por qué te pasaste la película sujetándole el brazo como si tu vida dependiera de eso?
No respondí. Fue en ese momento en el que me percaté de mis reacciones en el cine. ¿Por qué me estaba reclamando esto? No era como si yo pudiera controlar mis instintos de supervivencia ante la sensación de peligro.
—Es una película de terror. Ni siquiera recuerdo haberlo tocado —le aseguré con un toque de molestia. Él chasqueó la lengua y negó con la cabeza.
—Que no lo recuerdes no significa que no lo hayas hecho —comentó con suavidad. Ya no parecía enojado. Sus ojos se habían suavizado.
No sabía qué responder. No creía que nada de lo que dijera pudiera convencerlo de ignorar ese pequeño detalle. Permanecí en silencio.
—Vamos, te llevaré a tu casa. Fue lindo conocerte, Elena.
Asentí con la cabeza gacha. Y así como había comenzado mi vida amorosa se había terminado. Todo por culpa del chico del parque.
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