2: Elena


    Sabía que las palabras que me había dicho el chico del parque no tendrían que afectarme, pero lo hicieron. Para empezar, no pude quitarme el mal humor con nada, ni siquiera cuando llegué y vi que mi madre me había guardado comida en un plato en la heladera. Y no era cualquier comida. Se trataba de hamburguesas. Mis favoritas desde que tengo memoria. Por otro lado, sus palabras no abandonaban mi cabeza. Recordé que, entre tantas burlas, había olvidado mirar el libro que había estado leyendo. Maldije por lo bajo. Si descubría que era una historia de amor chiclosa podría haberlo usado para reírme en su cara. Di vueltas en círculos de un lado a otro de mi habitación hasta que me calmé.

    No importaba. Ya había pasado. No volvería a cruzarme con él. ¿Cuáles eran las posibilidades de que eso ocurriera? En el momento en el que ese pensamiento cruzó mi mente supe que me había condenado a mí misma a volver a verlo. Esperaba que no ocurriera, pero tenía la certeza de que lo haría. Porque así son las cosas en la vida. Y lo que menos quieres que pase, es lo que termina pasando.

    Después de comer me rehusé a regresar al centro cultural para leer. Sería muy riesgoso. Estaba segura de que me encontraría con él. Decidí que era mucho mejor permanecer en casa recostada sobre el sillón con mi novela favorita. Sí, tenía que releer los libros que ya tenía porque pocas veces conseguía que mis padres se apiadaran de mí y me compraran más. Y odiaba leer en digital. Tenía miedo de arruinarme la vista, aunque hacía excepciones cuando algún libro lo ameritaba.

    — ¿Adónde te crees que vas? —pregunté cuando vi a mi hermano intentando abrir la puerta de entrada apresurado.

   —A casa de Raquel. No me esperen —explicó y cerró de un portazo. Sonreí con picardía. Comida en la casa de los suegros. Me hubiera gustado verlo. Apostaba a que José había conseguido, de alguna manera, humillarse a sí mismo frente a los padres de su novia. Luego, mi sonrisa flaqueó. Yo no era quién para reírme cuando mi desorbitante torpeza me seguía a todos lados. Quizás era algo que los dos habíamos heredado de alguno de nuestros padres. No sabría decir de cuál. Tal vez de ambos.

   Recordé cómo había caído esa mañana. No podía creer el descaro de ese muchacho. Además, no me parecía para nada justo que él supiera mi nombre, pero yo no el suyo. ¿Cómo iba a saber de qué forma tendría que llamar a mi futuro gato negro?

   Ahora que podía analizar nuestros encuentros con calma, me percataba de que no había estado tan mal. Era evidente que estaba jugando. Sin embargo, eso no cambiaba las cosas. Y, la verdad, el chico no había causado la mejor primera impresión en mí. Eso sí, y lo admitía, había exagerado un poco al enojarme tanto por semejantes estupideces. Ni siquiera me conocía, no tenía forma de saber realmente nada sobre mí. Eso me tranquilizó un poco.

   Miré hacia abajo y recordé lo que estaba haciendo cuando me encontré con un libro entre las manos. Proseguí a sumergirme en la lectura. Tenía las mejillas sonrosadas cuando mi madre entró en la sala de estar dispuesta a salir a hacer las compras. Se detuvo frente a la puerta y me contempló. Yo fingía no percatarme de eso, y la ignoré.

   — ¿Qué estás leyendo? —preguntó con un dejo de curiosidad. Levanté la mirada. Mi mente se quedó en blanco.

   "Piensa rápido. Piensa rápido"

    —Un libro de fantasía —me apresuré a responder.

    —Oh, ¿sobre qué? —cuestionó entonces.

    —Hadas. Guerra —solté con naturalidad, porque era cierto. No importaba que estuviera omitiendo el hecho de que la mayoría las hadas del libro fueran machos, ni que tuvieran una cantidad de masa muscular surrealista, o que tuviera escenas explícitas o... no importaba. Era cierto. Estaba diciendo la verdad, pero a medias.

   Ella sonrió complacida y salió del departamento sin una sola sospecha. Suspiré aliviada tan pronto como se fue. Eso había estado cerca.

   No tuve ningún inconveniente con quedarme hasta las cuatro de la mañana leyendo. Para nada. ¡Estaba de vacaciones! ¿Y para qué existen las vacaciones si no es para desvelarse leyendo?

   Al día siguiente me desperté un poco más tarde de lo normal, pero no demasiado. Cualquier persona normal consideraría que las diez de la mañana es un horario razonable. Para mí, eran dos horas más de lo que acostumbraba.

    Tras una noche tranquila de sueño, la imagen de aquel chico de cabello azabache se había desvanecido. O, al menos, no estaba pensando en él cuando salí a la calle.

    Tras insistir e insistir había conseguido que mi padre me diera un par de billetes para comprar un nuevo libro. Sentía que había ganado la lotería. Esta vez, sí, estaba segura de que sería el mejor día del mundo, que nadie podría estropear mi felicidad.

    No veía la hora de poder trabajar para ganar mi propio dinero. Sabía que era absurdo, y que no resultaría ser así, en absoluto, pero tenía el deseo de gastar cada centavo de mi sueldo cada mes en la librería. Pobre ingenua de mí. De todas formas, mis padres me habían recomendado no trabajar hasta el segundo año de la universidad. Y estaba de acuerdo. Tendría que aprender a adaptarme al ritmo universitario, a estudiar grandes cantidades, y evaluar si sería posible balancear todas mis responsabilidades con las que implica tener un empleo.

    Entré al Ateneo. Lo visitaba con frecuencia, pero siempre me maravillaba. Solía ser un teatro, y luego se convirtió en una de las librerías más hermosas que había visto en mi vida. Las estanterías, los libros... todo era perfecto. Incluso había una cafetería y asientos. No supe por qué nunca se me había ocurrido quedarme a leer allí. Si lo pensaba estratégicamente, me convenía. Podía agarrar cualquier libro, volver todos los días, pasarme horas sentada leyendo, y ni siquiera tendría que pagar por él.

    Sacudí mi cabeza. Supuse que eso era completamente legal, pero parte de mí no se sentía bien haciéndolo.

    Me dirigí hacia la sección de romance y tomé el libro que había venido a comprar. Lo había decidido hacía un par de semanas, cuando había visto la portada en la sección de novedades que me enviaba todos los meses la editorial. Sonreí satisfecha con mi elección. Tenía muy buena pinta y las reseñas que había leído a través de redes sociales indicaban que sería una lectura amena.

   Tan pronto como salí de la librería me dirigí al centro cultural. Estaba con tanta prisa que ni siquiera me detuve a pensar en la posibilidad de encontrarme cara a cara con un perro.

    Estaba por adentrarme en el establecimiento de paredes rojas cuando una voz comenzó a gritar mi nombre.

    — ¡Elena! ¡Elena! ¡Elena!

    Reconocí ese tono de insolencia y burla en un instante. ¿Cómo podría haberme olvidado de él? Solté un pequeño gruñido. Si las cosas sucedían de la misma manera que la última vez, la lectura se pospondría por un par de minutos. El chico de cabello azabache se encontraba sentado en exactamente el mismo lugar que el día anterior. Sacudía los brazos buscando llamar mi atención. Incluso encontrándome a unos metros de él podía ver su sonrisa. Esa sonrisa que tanto detestaba, porque siempre parecía reírse de mí.

    Quizás solo tendría que ignorarlo. Sí, esa era la mejor opción. No me detendría a hablar con alguien que me insultaba constantemente.

    Al ver que decidía ignorarlo, decidió, muy inteligentemente, debo admitirlo, cambiar de estrategia.

   — ¡Pequitas! ¡Pequitas! ¡Pequitas! Aquí te busca un tal Darcy —llamó. La gente que pasaba lo miraba extraño. No solo a él. A mí también. En cuanto me llamara Pequitas una vez más...

    Me acerqué a él echa una fiera. Nuevamente estaba sentado, y mi figura se veía más amenazante que la última vez. Tal vez eso se debía a que, a diferencia del día anterior, sí me encontraba enojada. A él no pareció importarle en lo más mínimo. Tenía la loca idea que le gustaba que intentara intimidarlo sin éxito.

    — ¡Oh, mira quién es! Hola, Pequitas, ¿qué te trae por aquí? —preguntó como si no hubiera hecho todo aquel escándalo para llamar mi atención.

    —En cuanto vuelvas a llamarme Pequitas, te juro que no me hago responsable por el puñetazo que te voy a encajar en la cara —amenacé levantando el brazo para enseñarle mi puño.

    —Wow. Ahora sí que me has asustado —exclamó con sarcasmo y sin poder contener la risa. Luego, su mirada se desvió hacia el libro que cargaba en la mano.

    —Ah, una nueva adquisición. Si ibas a gastar plata en un libro podría haber sido uno mejor —opinó con algo de desprecio. ¿Cómo sabía que era nuevo? Tras inspeccionarlo con la mirada reparé en que estaba sellado con papel transparente.

    — ¿Y cuál, exactamente, consideras que es mejor?

   —1984, por supuesto. Una obra maestra —exclamó con facilidad. Fruncí el ceño. Estaba todavía más molesta, porque no solo decía saber de libros, sino que era verdad.

    —Lo leeré algún día —farfullé a la defensiva.

   —Sí, porque veo cuáles son los libros que tienen prioridad en tu vida —apuntó con desdén.

   —Entonces, sí lees —recalqué anonada, ignorando su último comentario.

   —Elena, todo el mundo lee. Puede ser un periódico, un cartel, pero todos lo hacen. También todos leen libros, ya sea en la escuela, por obligación, o por entretenimiento —dijo con una pisca de diversión. No pasó desapercibida la forma en la que dijo mi nombre.

   —Como sea. El otro día te vi leyendo. ¿Qué libro era? —pregunté. Nuevamente la curiosidad era más fuerte que yo. Señaló con la cabeza el libro que había dejado a su costado en el banco. Me incliné un poco hacia adelante para poder ver la cubierta. Cumbres borrascosas...

   — ¿Cumbres borrascosas? ¡No tienes derecho a criticar mis gustos cuando tú también lees romance! —señalé indignada, pero triunfal.

    —Es un clásico. Es casi una obligación que lo lea alguna vez en la vida. Además, no todo en la historia es romance. Eso solamente es en lo que tú te fijas —replicó a la defensiva y sin dar lugar alguno a la discusión.

   —Oh, apuesto a que si las chicas tenemos crushes literarios tú también los tienes. A ver, déjame adivinar... te enamoraste de Cathy —deduje. Él arrugó la nariz y se encogió de hombros con culpabilidad. Sonreí ante la victoria. Ahora entendía lo que él estaba sintiendo al hacerme enojar. Era tan satisfactorio, adictivo y gracioso...

    —Cathy es el mejor personaje —argumentó sin la menor pena al admitir su derrota.

   —Tonterías. Claramente es Heathcliff —discutí.

    — ¿Realmente quieres tener esta discusión? —preguntó levantando una ceja. Algo me decía que no le importaría en lo más mínimo si mi respuesta era afirmativa, pero no le daría la satisfacción.

    —No. De hecho, no tengo ganas de discutir. Y tampoco de hablar contigo. Adiós —dije con una sonrisa demasiado ancha y falsa. Una clara burla.

   Él no dijo nada. Dejó que me marchara, aunque una parte de mí hubiera deseado que continuara molestándome. Y no sabía por qué. Tal vez se debía a que, sin importar lo mucho que me enfadara, cuando yo finalmente conseguía ganar, me invadía la sensación más satisfactoria que había experimentado en la vida. Sí, probablemente estoy exagerando, pero ese no es el punto.

   Mientras leía me perdí en una intensa historia de amor. No quería soltar mi nuevo tesoro. Estaba segura de que se convertiría en uno de mis favoritos, y todavía no había llegado ni a la mitad. Mejor. Mientras más largos, más me gustaban. Casi mil páginas tenía el libro. Normalmente esa magnitud me hubiera intimidado, pero no fue el caso. Era sorprendente que no hubiera ni una sola parte aburrida o que pudiera considerar relleno. Era simplemente perfecto.

   Llegó la hora del té. No quería, pero era mejor que regresara a casa. Suspiré con pesadumbre y coloqué el señalador, que me habían dado de regalo junto con el libro, en la página correcta. Cuando pasé por el banco, el chico ya no estaba.

   Lo primero que vi al entrar en mi casa fue a Raquel y José besándose en el sillón como si no hubiera un mañana.

    —Disculpen, pero creo que saben que José tiene su propia habitación, ¿verdad? —les pregunté a ambos con diversión. Se incorporaron rápidamente cuando se percataron de mi presencia. Raquel se alisó el vestido con nerviosismo y José me dedicó una mirada angelical, que claramente simbolizaba lo contrario. Estaba segura de que, tan pronto como su novia se fuera, me mataría.

   —Hola, Elena —se apresuró a decir la joven con una pequeña sonrisa en los labios.

   —Raquel. ¿Te quedas a cenar? —cuestioné con naturalidad.

   —Sí, claro. Si no es molestia.

   —Por supuesto que no. Por cierto, me gustó tanto mi última lectura, que la devoré en un día —me apresuré a decir. Ella me guiñó un ojo. Mi hermano miraba entre las dos, intentando descifrar qué clase de código oculto nos estábamos enviando.

   —Los dejo. Voy a estar en mi habitación —dije a modo de despedida. Estaba segura de que Raquel era demasiado amable para demostrarlo, pero mi llegada no había sido recibida con los brazos abiertos.

   Guardé el libro en el lugar que le había reservado en mi estantería.

   —Es el número cincuenta —murmuré observando mi modesta colección. Algún día esperaba tener más. Muchos más.

    Me dediqué a mirar mis redes sociales por el resto de la tarde. La mayoría de la gente a la que seguía eran autores o lectores. Estaba al tanto de todas las noticias del mundo editorial. Incluso, cuando no estaba leyendo, escribía. Por ahora no había conseguido terminar más que un par de relatos independientes, pero esperaba conseguir la motivación, algún día, para escribir una novela.

   Decidí que era hora de escribirle a Delfi. Las vacaciones habían comenzado hacía una semana y no nos habíamos visto las caras en todo ese tiempo. Ella era mi prima, además de mi mejor y única amiga. Nuestras madres se quedaron embarazadas casi al mismo tiempo. Cuando éramos pequeñas le decíamos a todo el mundo que éramos hermanas, a veces incluso gemelas. Lo curioso era que nos creían.

   Elena: ¿Nos juntaremos alguno de estos días?

   Observé con detenimiento la pantalla en busca de alguna señal de vida. Sonreí tan pronto como visualicé los tres puntitos suspensivos en el celular. Estaba escribiendo.

   Delfi: Claro. Dime un lugar y horario.

   Elena: Vayamos a tomar el té.

    Luego, pensando en qué lugares conocía, me decidí por uno de los cuantos bares que se encontraban cerca del centro cultural. Ella parecía de acuerdo. A mi prima no le gustaba leer tanto como a mí, pero al menos no le disgustaba. Y nunca se quejaba cuando tenía que escucharme hablar por horas y horas de los libros que estaba leyendo. Lo apreciaba mucho. Ni siquiera mi hermano me soportaba cuando lo hacía.

   La cena con José y Raquel fue algo incómoda. Nuestros padres habían salido a cenar con unos amigos y ninguno sabía qué hacer o decir para romper el silencio incómodo. Era consciente de que el problema allí era yo. Sobraba. Me apresuré a comer lo más rápido que pude y me encerré en mi habitación. No importaba que ellos no hubieran terminado aún o que, según mis padres, era de mala educación. Sabía que mi hermano me lo agradecería cuando su novia se marchara.

   A penas pude cerrar los ojos esa noche. Me preguntaba si el chico del parque estaría allí al día siguiente también. No tenía forma de saber si él solía frecuentar el sitio. Nunca me había detenido a mirar a las personas que merodeaban por la zona, pero el hecho de que ya me lo hubiera encontrado dos veces debía implicar que sí.

   Cuando abrí la puerta de la casa, Delfi prácticamente se abalanzó sobre mí. Me rodeó con fuerza y apretó, como si estuviera intentando de quitarme el aire. Me apresuré a devolverle el gesto.

   — ¿Cómo está la universitaria número uno? —me preguntó con entusiasmo.

   — ¿Cómo está la universitaria número dos? —devolví con una amplia sonrisa.

   — ¿Ya sabes qué vas a estudiar? —preguntó, aunque ambas sabíamos que la respuesta era obvia.

   —Letras. ¿Tenías alguna duda?

   Delfi negó con la cabeza. Su pelo castaño, igual que el mío, le llegaba hasta los hombros. Y sus ojos marrones resplandecía con emoción.

   —Te cortaste el pelo —observé. Ella se pasó una mano nerviosa por un mechón de cabello y asintió.

   — ¿Me queda muy mal? Cielos, lo sabía. Mi madre me advirtió, ¿sabes? Me dijo: en cuanto te quedes calva, vas a arrepentirte. Yo le dije a la peluquera que lo quería por debajo de los hombros. Y mira lo que hizo. Oh, como envidio tu cabello, prima. Tú sí que lo tienes en la medida justa...

   —No te quedó mal. Te hace ver más adulta —la interrumpí al ver que no dejaría de hablar nunca si no la callaba.

   — ¿En serio? ¿Lo crees? ¿Realmente lo crees? —preguntó fingiendo que posaba para una fotografía.

   —Sí. Apuesto a que podrías ligar con los de veinticinco y ni siquiera se darían cuenta de que tienes dieciocho —le aseguré. Y no lo decía solo para complacerla. Era verdad.

   Una gran sonrisa se dibujó en el rostro de Delfi.

   —Eso me serviría si no tuviera novio —exclamó entre risas.

   Salimos del departamento dispuestas a seguir con nuestra salida de primas. La conduje a través del parque, mirando ocasionalmente hacia los costados en busca de alguna señal del chico de cabellos negros. Estaba convencida de que no aparecería por allí ese día, cuando lo vi. Sentado. En el mismo lugar de siempre y con su libro ocultándole el rostro. Tenía expresión seria y el ceño fruncido, como si estuviera completamente concentrado en tratar de entender las palabras que estaban frente a sus ojos.

   —Vamos por aquí. Apúrate antes de que nos vea —le susurré a Delfi, quién le dirigió una mirada curiosa a la figura del chico.

   — ¿Por qué? ¿Lo conoces? Es muy guapo, no me digas que no —comentó en voz un poco más alta de lo que me hubiera gustado.

   —Lo que tiene de lindo lo tiene de pesado. Sigue caminando. Anda —farfullé, pero él ya se había percatado de nuestra presencia.

   —Creí que no te vería hoy —comentó con simpleza, saludando con la mano a mi prima, que parecía atontada con él.

   —Y yo creí que te dije que no tenía ganas de hablar contigo —espeté sin dejar de caminar. Sin embargo, él tomó su abrigo, su libro y se acercó.

   —Pues, yo creo que a tu amiga sí le agrado, ¿verdad? —preguntó dirigiéndole una mirada cómplice y guiñándole el ojo a Delfi, que inmediatamente asintió.

   —Pues...

   —Pues, mi amiga, tiene novio. Así que aléjate.

   —Soy su prima —aclaró la susodicha. Le dirigí una mirada gélida indicándole que era mejor que se callara.

   —Bien, al menos ella no siguió tus pasos en el camino del amor —festejó—. Creo que eso amerita una cerveza.

   —No estás invitado, idiota. Es una salida de primas —objeté, pero Delfi se apresuró a añadir:

   —Sí, pero mientras más, mejor. ¿No es ese el dicho?

   La escudriñé con la mirada indicándole claramente que iba a asesinarla de la peor y más retorcida manera que encontrara tan pronto como consiguiera deshacerme de él.

   —Ahí lo tienes. No seas aguafiestas, Pequitas —se quejó el joven. Pude ver que mi prima a duras penas estaba conteniendo las ganas de reír.

   —Con una condición —declaré levantando un dedo. Parecía curioso por saber qué era lo que tenía en mente.

   —Tú invitas, y tienes que decirme tu nombre.

   —No es justo —murmuró repentinamente de mal humor.

   —Me gusta la idea —apoyó Delfi expectante.

   —Está bien. Pero debo decir que juegas muy sucio.

   —Tú sabes mi nombre.

   —Lo intercambié por un favor.

   —Pues, eso es exactamente lo que estoy haciendo ahora —insistí con inocencia—. Por supuesto, siempre puedes marcharte y dejarnos en paz...

   Él soltó un gruñido, metió las manos en los bolsillos y nos siguió, para mi sorpresa, en silencio. Un bar junto al otro. La mezcla de música era aturdidora. Tomamos asiento en el lugar que habíamos acordado con mi prima. En todo el trayecto, el chico no había abierto la boca. Debía admitir que no era lo que esperaba. Creí que era de esas personas incapaces de permanecer en silencio por un solo segundo. Y, sin embargo, tras pensarlo un poco, no debería sorprenderme tanto que no fuera así. Lo había visto leer con suma concentración, amaba los clásicos y hasta tenía un crush por Cathy. No estaba tan mal si lo miraba bajo esa perspectiva. Nada mal.

   —Lo estás haciendo de nuevo —comentó sin siquiera mirarme. Tenía la cabeza gacha mientras escribía algo en su celular. Probablemente estaba avisándole a su familia que llegaría tarde, o algo por el estilo. Fruncí el ceño.

   — ¿Qué cosa?

   —Me estás mirando detenidamente. ¿Qué esperas que pase? Oh, espera, ya sé. Deseas que, como en las novelas pornográficas que lees, me dé la vuelta, te mire a los ojos, nuestras miradas se conecten la una con la otra y que el mundo desaparezca y seamos solo nosotros. Luego, que nuestras miradas desciendan a los labios, y nos abalancemos sobre el otro. Nos besaremos apasionadamente y...

   —Ya entendí —mascullé al ver que se estaba riendo moderadamente. Mi prima, en cambio, estaba carcajeando. Me crucé de brazos.

   — ¿Qué te dije? Esas novelas son todas iguales. De todas formas, si te sirve de consuelo, no me molestaría en absoluto si eso es lo que quieres que pase.

   No sabía si se estaba burlando de mí o si lo decía en serio. Quizás una mezcla de las dos.

   —Me tienes que decir tu nombre —mascullé intentando cambiar de tema tan rápido como fuera posible. Él no era tonto. Nada tonto. A juzgar por la chispa en sus ojos, se había percatado de mi desvío de conversación.

   —Lo justo es justo —aceptó derrotado.

   — ¿Y?

   — ¿Y qué?

   — ¿Vas a decirme? —pregunté perdiendo la paciencia. Él clavó su mirada en su bebida. Ni siquiera me había percatado del momento en el que el mozo había entregado nuestro pedido.

   —Félix —soltó tomando un trago de su cerveza.

   —Un nombre un poco inusual, ¿no crees? —cuestionó Delfi, encontrando una oportunidad de involucrarse en la conversación. Sí, tenía razón. Inusual sin duda, pero... de alguna forma sentía que era perfecto para él. Lo describía a la perfección.

   —Tienes cara de llamarte Félix —apunté asintiendo.

   — ¿Debería tomármelo como un cumplido? —inquirió genuinamente interesado en escuchar mi respuesta.

   —Tómatelo como quieras.

   Él sonrió, y sin despegar la vista de mí, bebió otro sorbo. Para mi sorpresa, la cosa no estuvo tan mal. Tras insistir en que me dijera su apellido, utilizó mis propias palabras en mi contra. No era parte del trato. Claro. Debería haber sido más específica. Sin embargo, había algo en el misterio de su persona que me atraía. No estaba segura de qué significaba. Quizás era solo curiosidad. No sería la primera vez. Quizás era la emoción del misterio. Quizás... quizás era otra cosa.

   No me insultó tanto esa noche. Se burló, sí, pero yo también tuve la oportunidad de hacer mis propias jugadas. Mi prima no comentaba demasiado, pero tampoco parecía aburrida. Se encontraba interesada en la conversación, lo sabía. Una Delfi aburrida era una Delfi inquieta.

   Cuando no estábamos atacándonos mutuamente, de hecho, y me costaba admitirlo, era un chico interesante. Tenía diecisiete años, al igual que yo. Comenzaría la universidad este año. No llegué a preguntarle lo que pensaba estudiar, ni en qué universidad. Había cosas más interesantes de las qué hablar. Por ejemplo, los libros. Sabía mucho. Muchísimo. Me sentía un poco avergonzada por haber siquiera pensado que era un ignorante y que no tenía derecho a hablar sobre literatura.

   Al final de la noche, tal como habíamos acordado, fue él quien sacó la billetera a regañadientes. Lo pagó todo bajo nuestra atenta mirada.

   —Ya pueden agradecerme —dijo con una sonrisa ladeada.

   — ¿Por qué? Era un trato —respondí con sequedad. Félix levantó los brazos en señal de paz.

   — ¿Alguien te ha dicho que tienes un humor de perros? —cuestionó. No, nadie lo había hecho porque era poco característico de mí estar tan gruñona. Era él y solo él el que despertaba esa versión de mí que ni siquiera sabía que existía.

   —No. Porque a diferencia de ti, los demás saben reservar sus pensamientos desagradables para ellos mismos.

   — ¿Estás diciendo que ser sincero es malo?

   —Tú no eres sincero, solo te gusta criticar —gruñí por lo bajo. Nos despedimos de él en el parque. Podía notar que le hubiera gustado que la noche durara más, pero no era posible. Teníamos que regresar a nuestros respectivos hogares. Ya tendríamos tiempo de hablar al día siguiente. 

CAPITULO 2 LISTOOO

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top