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Él es como un girasol, tan brillante y cálido como el sol, estoy un 95% seguro y casi puedo jurar que su aroma es dulce como la miel y que sus labios tienen el sutil sabor del caramelo de natilla. Su presencia es como una cálida luz reconfortante, un faro que irrumpe en la monotonía de mis días, un destello de color en un mundo que, a menudo, se siente descolorido y gris.

Cada martes, al declinar la tarde y mientras las sombras se estiran perezosamente sobre el pavimento, él hace su aparición en la biblioteca que heredé de mis padres, ese santuario de papel y tinta donde me refugio del mundo exterior. Con un entusiasmo apenas contenido, atraviesa la puerta y se dirige con paso decidido hacia el estante de los cómics. No se detiene a considerar otros títulos; su elección está hecha, siempre el mismo, ese tomo gastado con la imagen de un mago de lentes circulares y una capa de un rojo intenso. Recuerdo haberlo hojeado una vez, y lo dejé en la parte donde se muere su cerdo; la trama se torno demasiado aburrida y sentimental para mi gusto. Sin embargo, a él le encanta, y esa simpleza es conmovedora y tierna, sobre todo porque hay en él un aire del protagonista de la historia. Tanto lo ha leído, que no me sorprendería si pudiera recitar cada palabra de memoria.

Con una delicadeza que roza lo sagrado, sostiene el cómic entre sus manos, como si temiera que las páginas pudieran desintegrarse al más leve contacto. Se sienta en su lugar de siempre, junto al gran ventanal que ofrece una vista panorámica de un parque y las majestuosas edificaciones del siglo XX. Se zambulle en las páginas, en ese cosmos de fantasía que, sospecho, le resulta más vívido y consolador que la realidad que lo envuelve. De vez en cuando, su mirada se eleva y se pierde en el horizonte urbano, en una conversación muda con la metrópoli que lo ha visto crecer

Ah Es irónico pensar que lo más fascinante de mi existencia sea observar al mismo chico cada martes, verlo sumergirse en la misma historia, ocupar la misma silla, aunque, curiosamente, él nunca es el mismo. Un día lo veo rebosante de alegría, con una sonrisa que ilumina la sala, y al martes siguiente lo encuentro cabizbajo, con los ojos rojos de tristeza, pero siempre envuelto en esa aura de 'todo está bien, no hay nada que perturbe mi felicidad, soy el ser mas feliz del mundo'.

Qué vida de mierda tengo,

Que insípida parece mi vida, en comparación a el perro callejero de la esquina que parece tener un destino más emocionante. Él, al menos, vive aventuras cotidianas, persiguiendo gatos y explorando rincones desconocidos. Mientras tanto, aquí estoy yo, atrapado en una rutina que parece eterna, un ciclo sin fin.

Mi existencia es monótona, carente de giros inesperados, sorpresas o un romance apasionado como los que se narran en las novelas. A veces, me pregunto si debería dirigirle la palabra, si debería romper esta rutina y darle un giro a mi propia narrativa. Talvez, solo talez podría descubrir algo más allá de la monotonía en estos días que se replican sin cesar. Tal vez, si me atreviera a acortar la distancia que nos separa, descubriría que él también me ha estado observando, que también se pregunta qué historias oculto tras mi silencio.

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