∆Capítulo 3∆
Veo a Cece sentada encima de mi maleta y me entra la risa. Apenas vamos a estar seis días en Las Vegas, pero he llenado mi maleta en exceso. Y mi pobre amiga Cece se ha ofrecido a ayudarme. Se merece que la hagan santa después de esto.
—¿Puedes dejar de reírte y ayudarme a cerrar tu maleta? —Tiene el ceño fruncido.
Suspiro y voy cerrando la cremallera de la maleta. Lo que más cuesta es el final, donde Cece tiene que hacer fuerza hacia abajo para que lo consigamos. Una vez hecho, chocamos las manos.
Cece se tumba en mi cama. En unas dos horas tendremos que salir hacia Las Vegas y se ha ofrecido a llevarme. En su coche lleva su maleta y la de su hermano.
—¿Qué piensas hacer con Sophie?
—¿Matarla? No tengo ni idea...
—Deberías decírselo a Jake. Él puede dejarle las cosas claras.
—Yo también puedo... Aún no entiendo por qué me quedé callada cuando me amenazó.
—Eso digo yo. Tú eres Bel. Le pusiste un cucurucho de helado en la cabeza a la tía que me hacía bullying.
—Ese momento fue épico. —Sonrío.
—Lo sé. Por eso digo, que no te preocupes demasiado.
—Toc, toc... —Mi padre llama a la puerta abierta, para hacer saber que está ahí.
Nosotras nos callamos. Lo que pasó con Sophie solo lo saben mis cuatro mejores amigas. Si mi padre o Jake se enteraran...
—¿Querías algo?
—Pronto os vais al instituto a coger el autobús, solo quería despedirme.
Sonrío y abrazo con mucha fuerza a mi padre. Me da muchos besos en la mejilla, haciendo que me ría. Cuando se separa un poco de mí, abre los brazos hacia Cece.
—A ti puedo considerarte casi una hija.
—¡Oh, papá! —Se abraza a él.
—No vuelvas a llamarme así.
—Vale.
—Bueno, creo que deberíamos irnos.
Cojo mi maleta y por suerte, mi padre me la baja por las escaleras. Malos recuerdos con eso.
Metemos mi maleta en el coche de Cece y nos montamos. Según ella, ya no hace frío, así que le ha quitado la capota y ahora es descapotable.
—Sis —digo cuando arranca, mirando un WhatsApp.
—Dime.
—Emily dice que tenemos que recogerlas.
—Creía que de eso se encargaba Lola, que vive más cerca. —Cambia de dirección.
—Lola ha tenido que ir a por Max, que vive a las afueras.
—Magnífico. Hoy descubriremos la capacidad de mi maletero.
Pone la música a tope, haciendo que todos los que pasan nos miren. Y tampoco es que el hip hop sea el mejor estilo de música.
—¡Hola, locas! —saluda Abby, abriendo ya el maletero.
Por alguna extraña razón...
O porque es el bolsillo de Doraemon...
Cállate... Bueno, por alguna extraña razón, las maletas caben en el maletero sin problemas. Se montan detrás nuestro y Cece vuelve a conducir hacia el instituto.
—Bel, ¿por qué no estás emocionada por esto? Yo creo que será divertido —pregunta Abby.
—No me gusta todo ese rollo de convenciones de cerebritos.
—Técnicamente, es una reunión anual para superdotados. —La miro mal—. ¿Qué? Lo he leído en el folleto que Max le dio a Lola.
—¿Y qué más pone? ¿Pone algo de lo que vamos a hacer?
—Veamos... —Emily se muerde el labio—. Aquí dice que habrá un test de inteligencia, para clasificaros por coeficiente intelectual. Van a hacer un par de conferencias y por último un concurso por parejas.
—Maravilloso.
—Eres una sosa, Anabel. —Abby arruga la nariz.
—¿Qué queréis? No me emociona lo más mínimo que me clasifiquen como si fuera un objeto.
Aunque el bullicio no se escucha (gracias a la música de Cece), distinguimos el instituto. Hay un gran autobús en el que todos meten sus maletas, y los coches de todos están aparcados en todos lados. Un desastre de organización.
Cece aparca bien y abro la puerta para bajar. Me pego un tropezón con los tacones y me caigo al suelo de cabeza. Por suerte, no lo ha visto nadie importante.
—¿Estás bien? —Se alarma Emily, la más cercana a mí ahora mismo.
—He estado mejor. —Me levanto. Ahora tengo las manos raspadas por el asfalto.
Me limpio un poco las manos y saco mi maleta del maletero. No las espero, nuestro tutor me está gritando para que me acerque.
—Anabel McClain y Maximilian Davis. Ya está. Dejad vuestras maletas aquí, enseguida podréis empezar a subir al autobús.
Veo a mis amigas subir al autobús. Que injusto... Ahora me tendré que poner en los sitios que sobren.
—¿Ilusionada? —me pregunta Max, sonriente.
—Menos que tú. —Trato de devolverle la sonrisa, pero no me sale.
—Ya verás que será divertido. Además, el concurso es por parejas, y como somos del mismo instituto iremos juntos.
¡Yupi!
Estúpida conciencia...
—Ya están todos. ¡Podéis subir!
Max me deja pasar primero. El autobús es de treinta y cinco plazas, por lo que cabe toda la clase y el tutor. Lo malo es que todos tienen pareja ya: Abby con Lola, Cece con Emily, Jake con Ed... Mi única opción es Max.
Me siento delante de Cece, junto a la ventana y Max se sienta a mi lado. El chico me cae bien, pero preferiría estar con mis amigas.
Dos minutos después de que empiece el viaje me acomodo y poco a poco me voy adormeciendo.
—¡Bel!
—¡Bel! ¡Despierta!
Me restriego los ojos. Lola y Cece están a mi lado, mirándome.
—¿Qué pasa? Tengo sueño.
—Acabamos de llegar al hotel... ¡Te has pasado todo el camino durmiendo!
—Tenía sueño. —Me encojo de hombros.
Me levanto y salgo. El tutor me mira como si fuera la persona más desesperante del mundo.
Es que lo eres.
¿Estás aquí para insultarme o para ayudarme a diferenciar entre el bien y el mal?
¡Y yo qué sé! Soy tu conciencia, soy tú. Te estás insultando a ti misma.
¿No se puede quitar la conciencia? O al menos cambiarla por una más simpática.
—Anabel, ¿me estás escuchando?
Muevo la cabeza. Me abstraigo de todo cuando discuto con mi conciencia.
—Que vaya a recepción y diga mi nombre para que me den la llave de mi habitación.
¡Me encanta mi memoria fotográfica!
Hago lo que me dice, aunque el tutor tiene mala cara. Una vez la tengo, me doy la vuelta para irme al ascensor.
—¿Bel?
Me giro en busca de la voz. La he reconocido al instante. Su pelo castaño hacia arriba, su piel pálida...
—¡Dylan! —Corro hacia él y lo abrazo. Él me levanta en el aire.
Por si no lo recordais, es Dylan mi mejor amigo de Washington, que me animó a volver a San Diego.
—¡Dios mío! ¿Qué estás haciendo aquí?
—¿No me crees lo suficientemente inteligente? —Lo miro mal, es un soberbio—. Está bien, he venido con mi clase.
Me pongo pálida. Su clase también es la clase de Tom. Él es bastante inteligente como para...
—¿Bel?
Santísima madre de las Mierdas...
—Tom. —Me cruzo de brazos.
—¿No te alegras de verme?
—No demasiado, la verdad.
—Pareces sorprendida de que esté aquí. ¿Puedo recordarte que yo...?
Sí, él también tiene memoria fotográfica. Pero, a diferencia de mí, él se suele hacer el tonto para ligar y que no se metan con él. Es un maldito hipócrita.
—Vale, estás aquí. —Le corto. Se pone nervioso, le encanta llevar la voz cantante—. Pero no quiero que te me acerques. Tengo novio, le quiero, así que como intentes algo...
Se pone pálido. Miro detrás de mí, Cece se dirige hacia aquí. Cuando lo ve, su cara se vuelve furiosa.
—¿Qué está haciendo este capullo aquí?
Cuando vuelvo a mirar hacia donde él estaba, ya no está. Y tiene sentido, sobre todo teniendo en cuenta que lo único que Tom ha conocido de Cece ha sido su puño. Aún recuerdo cuando compraron un billete de avión para pegarle.
Que tiempos aquellos...
—Sis, te presento a Dylan, mi mejor amigo. Dylan, ella es Cece.
—Encantado, bonita. —Le guiña el ojo.
Yo ruedo los ojos. Es tan engreído que le encanta encandilar a las chicas, cuando él es gay. Como suele pasar, Cece se pone roja y murmura algo. Cojo su mano y me la llevo hasta el ascensor. Faltaba que se enamorara otra vez.
—Es gay —le suelto nada más cerrarse el ascensor.
—¿Por qué todos son gays o pasan de mí? —Se recuesta en la pared, frustrada.
—Álvaro no pasa de ti. Tú te escondes cuando lo ves.
—¡Eso no es cierto!
Y adivinad a quién nos encontramos nada más abrirse el ascensor en nuestra planta. ¡Álvaro! Cece se pone roja y se esconde detrás de mí. Yo disimulo hablando con mi novio (que va con él).
—¿Me equivoco?
—No te equivocas. —Mete la tarjeta en la cerradura—. Soy un desastre.
—Habla con él.
—¡No puedo!
—Al principio es complicado, pero te darás cuenta de lo fácil que es. Nadie te dice que lo invites a una cita. Solo habla con él.
Entro en la habitación. Es muy espaciosa, hay dos camas con sabanas blancas, un escritorio y un baño completo. Perfecto.
—¿Bel? —Ed asoma la cabeza por la puerta.
—¿Sí?
—Han olvidado avisarte. La conferencia inicial acaba de empezar. Es en el salón de actos.
Maldigo por lo bajo mientras voy por las escaleras a gran velocidad. Adivinad quién llega tarde... ¡Como siempre, yo!
Abro la puerta. No hay ni una chica en toda la sala. Y todos los tíos me miran, dispuestos a burlarse.
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