Capítulo 3
—¿Por qué siempre tienes que estar en medio? —Lo fulmino con la mirada.
Jake ha decidido arruinarme el primer día de clase. Poniéndose en medio.
—¿Disculpa? La que no mirabas por donde ibas eres tú, princesa.
—Deja de llamarme princesa —susurro lentamente—. Me resulta irritante.
—Gracias por la información, creo que seguiré haciéndolo. —Me mira, pícaro.
—¡Jake! ¿Vienes? —Lo llaman.
Él asiente y se va con el que lo ha llamado. Menos mal.
Encuentro la sala de profesores al fin y llamo a la puerta. Alguien dice: "Adelante" y abro la puerta. Hay gente que no conozco, pero distingo a mi tía, que se dirige hacia mí.
—¡Bel! —Así es como me llaman mis conocidos..
—¡Tía Clara! Te he echado un montón de menos.
—Y yo a ti, mi sobrina preferida.
—Tía... Soy tu única sobrina.
—Pues por eso. —Se ríe.
Adoro a mi tía por estas razones. Es la hermana de mi padre y son idénticos en aspecto, pero opuestos en personalidad. Mi tía es alocada y simpática, llena de vida y odia aburrirse. Mi padre es más serio. Solo se parecen en el físico.
Veo a mi tía hacerse un moño en su pelo negro y coge unas cosas de una mesa.
—Mira, esto es todo lo que vas a necesitar. Los libros del curso, el horario de tu clase y la llave de tu taquilla. No te metas con quien no debes y todo irá bien, ¿sí?
—No soy una niña pequeña, Clara. —Arrugo la frente—. Puedo hacer las cosas yo misma.
—Pero también sé que tienes mucho temperamento. No te enfades, podrías tener problemas.
—¿Y ahora qué hago?
—Te he asignado a una alumna de tu clase para que te enseñe el instituto —comenta como si nada.
—¿Me has asignado a alguien? ¿En serio?
—Necesito que alguien te lo enseñe todo. Tenéis media hora hasta que empiecen las clases. No pierdas el tiempo y no llegues tarde.
—Sí, mamá...
—Y tampoco te burles de mí. —Me señala con un dedo.
Nada más salir de la sala de profesores, una chica se acerca a mí. Va con paso decidido, pero se nota que está asustada. La observo mientras ella evita mirarme. Es un poco más baja que yo, pero no demasiado, delgada y con buenas curvas. Tiene el pelo rubio, un poco por debajo del hombro, sujetado por una diadema. Eso la hace parecer una niña.
—Hola... —Me sonríe con timidez.
Pobre... Me tiene miedo. Tengo que ganarme su confianza.
—Hola, ¿tú eres la chica que me lo va a enseñar todo? —pregunto con mi mejor sonrisa. Ella asiente con energía—. Pues encantada de conocerte. Me llamo Anabel, pero puedes llamarme Bel.
—Yo soy Abigail, pero todos me llaman Abby. O al menos los pocos que lo hacen.
Me extiende la mano y se la tomo. Me cae bien, pero parece estar muy sola.
—Bien —Me sonríe—, ¿a dónde quieres ir primero?
—A mi taquilla —imploro—. Necesito deshacerme de todos estos libros.
Ella se ríe, divertida. Creo que yo también le caigo bien. Me lleva hasta mi taquilla, la 1109. En serio, ¿quién pone esos números?
—Aquí es.
—Muchísimas gracias...
Vacío la mochila que me ha dado mi tía en la taquilla y lo voy apilando todo. Luego añado mi bolso, ya lo recogeré antes de entrar a clase.
—¿Y ahora dónde vamos?
—Tú enséñame este sitio, el lugar me da igual. —Me encojo de hombros.
Asiente y empezamos un tour por el instituto. Me enseña la cafetería desde fuera, no se puede entrar ahora. Vemos la biblioteca y el aula de ordenadores.
—Y este es el polideportivo.
Me quedo de piedra. Es enorme, sin duda. Aquí entrena el equipo de baloncesto de mi padre. Es tan genial...
—La guía ha terminado. Si necesitas cualquier cosa, me lo dices. Tenemos las mismas clases juntas, no hay problema.
—Gracias por todo, Abby.
Me acompaña de nuevo a mi taquilla para que coja los libros de primera hora. Matemáticas. Llamadme rara, pero adoro Matemáticas. No sé qué tienen, pero me encantan.
Ahora que las puertas de la clase ya están abiertas, me gustaría preguntarle algo.
—¿Con quién te sientas en clase?
—Suelo sentarme sola, salvo cuando el profesor elige los asientos, claro. —Evita mirarme a los ojos.
—¿No tienes amigos?
—No, supongo que me he ganado el cartelito de antisocial.
—Pues hoy te sientas conmigo. —Decido por ella.
—Claro, hasta que hagas amigos y me dejes sola. Ya me ha pasado dos veces.
—Pero yo no soy como esas otras personas. Me caes bien y no te dejaré sola. Te lo prometo.
—No prometas lo que no sabes si puedes cumplir. —Finalmente, levanta la cabeza.
—Puedo cumplirlo... Y ahora entremos y llévame a tu sitio.
Asiente y me arrastra dentro. Se detiene en la segunda fila y se sienta al lado de la ventana. Yo cojo el sitio a su lado, pero antes dejo mi expediente en la mesa del profesor. Es un buen sitio, se ve la pizarra perfectamente y no estamos centradas.
Las personas que aún no habían llegado a clase van entrando y el profesor cierra la puerta. Los voy mirando para quedarme con sus caras. Hasta que miro la tercera fila, en la esquina contraria. ¿Por qué tengo que encontrármelo en todos lados?
Jake también se da cuenta de que tenemos al menos esta clase juntos. Le veo resoplar, al menos el sentimiento es mutuo.
—A ver, clase —el profesor tiene una voz estridente, y gritando no mejora el asunto—, tenemos una alumna nueva, que se incorpora hoy.
Por favor, que no me haga levantarme para presentarme, por favor...
—Señorita, ¿le importaría levantarse a presentarse?
Antes lo digo, antes ocurre. Con la risita de algún graciosillo de fondo, me levanto y me pongo en la pizarra.
—Eh... Me llamo Anabel McClain...
—¿De dónde vienes?
Y encima el profesor me da conversación. Me va a dar igual que enseñe mi asignatura favorita, lo voy a matar.
—Vengo de Washington D.C.
—Uh... La capital...
—¿Cuántos años tienes? —pregunta alguien por atrás.
—Tengo diecisiete, pero cumpliré dieciocho en junio.
—Bien... Anabel... —Revisa mi expediente. ¿Esto qué es? ¿Un examen?—. Tienes un expediente muy limpio, nunca te han amonestado, ni castigado...
Oigo a alguien decir aburrida de fondo. Pero es porque no ha terminado. Para cuando acabe de hablar, seré una empollona más. Escucho un silbido. Eso es que ya ha descubierto mis notas.
—Las notas más altas de todo tu curso, con media de 10 hasta ahora... Nos ha tocado el bombo contigo...
Sonrío como puedo. Ya se empieza a oír cómo se ríen... Pueden llamarme empollona, pero por una vez me da igual. Aquí estoy para empezar de nuevo.
—Puedes sentarte, Anabel.
Me siento lo más rápido que puedo. Hasta Abby me mira como si viera un fantasma.
—¿Qué piensas de mí ahora? —Alzo las cejas.
—Yo no juzgo, Anabel. Me caes igual o mejor que antes. Nunca he conocido a alguien al que no le importara lo que piensen de él.
—Es que no me importa. Seré una empollona, pero no la típica. —Le guiño un ojo.
—Ya podemos empezar la clase.
El profesor ha hablado en el momento justo. Abby quiere saber a qué me he referido antes y no estoy segura de decirlo... Odio alardear de mí misma y no quiero dar esa sensación a mi nueva amiga.
Es lo que tiene ser una de las veinte personas en el mundo que tienen memoria fotográfica. ¿O no?
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