Capítulo 21

Tres letras, una palabra. Tom.

—Primero, ni se te ocurra volver a llamarme pequeña. ¿Lo pillas?

—¿Y segundo? —Da otro paso hacia mí.

—Aléjate de mí.

Lo empujo con las manos, pero no da resultado. Tengo la fuerza de un pato.

—¿Y si no quiero? ¿Me va a obligar tu novio de California?

Me ha estado escuchando, eso es malo. Y más malo todavía es un ex celoso.

—No tienes por qué meterte en mi vida. Corté contigo, ¿recuerdas?

—Recuerdo... recuerdo que no me diste explicación alguna. ¿Tan buenos están los californianos? —Arquea una ceja. Este tío sabe como enfadarme.

—¿Tan buena está Maddie que no pudiste ni esperar a cortar conmigo para tirártela?

He dado en el clavo. En tres segundos está pálido.

—Veo que ahora ya no estás tan chulito... Te daré un consejo de ex: No hables si lo tuyo es mil veces peor. Porque sí, yo he rehecho mi vida, pero tras romper contigo. No soy como tú, Tom. —Pronuncio su nombre con cierto asco.

Me pinto un poco los labios delante del espejo, con él todavía allí. Después, salgo golpeando nuestros hombros. Bel: 1 Tom: 0

Me quedo con mis supuestas amigas el resto del día. Ellas no dejan de marujear, voy a acabar muy harta, pero las necesito. Si tengo que ser una hipócrita en este lugar, mejor empezar por las amigas.

Cuando acaban las horas de clase, me dirijo a mi taquilla. Sigue siendo la misma de antes de marcharme, de antes del juicio... ¿Por qué se me ocurriría probar algo nuevo justo esa noche? Podría haberme quedado feliz, con mis amigos, mi padre, mi novio... Soy demasiado desastre para vivir conmigo misma. Cojo los libros que voy a necesitar. Los exámenes finales empiezan mañana y tengo que leérmelo todo. Eso es lo único bueno de empezar aquí a finales de trimestre: mi querida memoria fotográfica. Es justo entonces cuando una mano me pellizca el brazo.

—¿Pero tú qué problema tienes? —Me giro, para encontrarme con Madeleine York, Maddie.

Maddie. La chica que se enrolló con mi ex, lo subió a Facebook y lo mandó por el grupo de la clase. Se nota que es rubia, señores. Y ahora mismo me mira con cara de perrito abandonado.

—Buenas tardes, Anabel.

Me pone de muy mal humor el uso de mi nombre completo. Me siento adulta, y yo aún no quiero serlo. Apenas tengo diecisiete.

—¿Querías algo? Tengo prisa, Madeleine.

Pega un respingo al escuchar su nombre entero. Sí, a ella tampoco le gusta. Así se siente una, querida.

—Solo quería pedirte perdón por todo lo que pasó. Nunca hubiera querido que ocurriera todo eso.

—¿Te refieres a la parte en la que yo me enteré de vuestro amorío? —Me cruzo de brazos.

—¡No, claro que no! Escucha, Tom me gusta, desde hace bastante y... un día, él parecía enfadado. Vosotros dos apenas habíais hablado desde que te fuiste. Lo besé y sé que estuvo mal. Sobre todo cuando me enteré que habíais roto porque toda nuestra clase lo sabía.

—Eso fue humillante, Maddie. Quedé como la cornuda delante de la clase, y seguro que delante de todo el instituto.

—¿De qué manera puedo compensártelo?

—Sal con Tom si quieres, pero aléjate de mí. No me gustan las malas compañías.

La veo irse, cabizbaja. Y por supuesto, este día estoy destinada a que no me dejen en paz. Alguien golpea mi espalda y me giro, mosqueada. Pero el enfado no me dura más que unos segundos. Me abrazo al chico. Dylan, probablemente el único amigo hombre que he hecho en mi vida. Y tiene mucho que ver con el hecho de que sea gay.

—Hola, pelirroja.

Sonrío al mirarlo, muy sincera. Es como un hermano para mí, sin la parte de las peleas.

—Te he echado muchísimo de menos.

—Oye, oye, oye... Ya sé que soy irresistible, nena, pero cuidado. No vaya a ser que te enamores de mí.

Suelto una carcajada, mientras le cojo del brazo y vamos caminando hacia la salida. ¿He olvidado mencionar lo adorablemente engreído que puede llegar a ser?

—Esto ya sin broma, pelirroja. He oído por ahí que tienes nuevo novio. —Asiento, divertida—. Ahora, a mí no me importa con quién estés, pero la cuestión es, ¿está bueno?

Me entra la risa y me apoyo en su hombro para responder.

—Dyl, está buenísimo. De eso no tengas ninguna duda.

—Oh... ¡Quiero foto ya! —Pega un salto de la emoción.

Es un cotilla de cuidado, en serio. Es como una versión masculina de mis amigas. Cojo mi móvil y busco alguna. Por suerte o por desgracia, solo tengo de todo el equipo, pero le marco quien es. Lo escucho silbar.

—Es mío, Dylan. Ni lo sueñes. Además, es muy hetero. —Advierto, levantando mi dedo.

—Los mejores siempre son heteros. —Arruga la nariz con frustración.

—En realidad es al revés. Los gays son los que están más buenos.

—Eso no te lo niego.

Reímos a carcajadas hasta que llegamos a mi casa. Nos despedimos y me meto. Como sola, algo normal en mi antigua vida. Después, recibo un mensaje del propio Dylan.

Aunque te lo pases bien conmigo, que no estás contenta estando aquí, y lo entiendo porque tu novio... mejor no digo nada, que me pongo cachondo. Te sugiero que vuelvas a casa, Bel.

Que majo él... La teoría es fácil, que se atreva él a ponerla a la práctica.

Dylan tiene razón. Tienes que irte, antes de que alguna de esas rubias plásticas amigas de Sophie se cepille a tu chico.

Odio a mi conciencia. Tiene demasiada razón. Pero la teoría sigue siendo muy bonita. ¿Cómo lo hago?

Saco mi maleta y la dejo encima de la cama. Me la quedo mirando. ¿Cómo se soluciona esto? Tendría que escaparme, comprar un billete de avión sin que mi madre se entere y arriesgarme a que mi padre o el jugado me manden de vuelta a casa en cuanto me vean. ¿Pero qué digo? Esta nunca va a ser mi casa. La puerta de mi habitación se abre. No me da tiempo a esconder la maleta, ya me inventaré algo. Es mi padrastro.

—Sabía que harías la maleta para irte.

—¿Y? ¿Se lo vas a decir a mi madre? —Trato de mantenerme firme.

—No exactamente. Toma. —Me tiende unas llaves.

—¿Y esto?

—El piloto de mi jet privado vive cerca del aeropuerto. Búscalo al nombre de Antonio Sánchez.

—No lo entiendo. ¿Por qué me ayudas?

—Puede que no seas mi hija, pero me gusta considerarte como tal. Y yo siempre he creído que hay que seguir tus instintos. Aunque eso implique desobedecer a tu madre.

Diez minutos después, salgo con algo de ropa y de aparatos electrónicos por la puerta.

—Y no te preocupes por tu madre. Yo hablaré con ella.

Sonrío, dándole las gracias y doy media vuelta, dirigiéndome hacia el coche que me espera. California, allá vamos.

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