Capítulo 1
Por favor, que no grite... Que no monte un espectáculo... Lo pido por favor... A Dios, a los ángeles, a Alá...
—¡Anabel McClain! ¡Ven aquí ahora mismo! —Un chillido resuena por todo el aeropuerto.
—Ya empezamos —murmuro.
Me acerco a mi madre, que empieza a revisarme con la mirada. Es la persona más agotadora que tengo en mi vida.
—Mamá, déjalo de una vez. Estaré bien.
-Sí, cariño, estarás bien. Pero vas a ir a la grandiosa California, y tienes que estar perfecta. Tu primer caminar allí debe ser...
—Mamá, mamá. —La interrumpo. Ya está delirando—. Relájate. He ido miles de veces a California. Prácticamente soy amiga de las azafatas.
Exagero un poco, pero es la verdad. Me paso todos los veranos allí desde que mis padres se divorciaron. Tengo muy visto ese avión.
—No es lo mismo. Ahora vas a vivir allí. No puedes actuar como una simple turista. Debes demostrarles a todos quién es la reina.
¿Veis por qué decidí que la custodia fuera para mi padre? Esta es la madre más rara del mundo entero y parte del extranjero. Y es muy dramática.
—En Estados Unidos no hay reina, mamá.
Bromeo un poco y me doy la vuelta, dispuesta a marcharme. Aún no han llamado a mi vuelo, pero no faltará mucho.
—¡Anabel! —Vuelve a gritar mi madre. Todo Washington está acostumbrado a escucharla gritar como una psicótica.
—¿Qué? —Me giro, ahora un poco más molesta.
—¿No me vas a dar un abrazo? —Esboza un puchero.
"El problema, querida madre", pienso, "es que tú no das abrazos. No. Tú das técnicas mortales de sufrimiento."
Me abraza, aplastándome por completo. Me falta la respiración unos segundos, pero me suelta. Aleluya.
Sonrío, tratando de recuperar el aliento. Ella finge que se seca una lagrimita. Último intento de que me quede.
—Lo siento, pero me voy a ir quieras o no —aseguro.
—¡No! ¡Quédate, por favor! ¡No me dejes!
Será dramática... La gente nos mira mientras pasa a coger su vuelo. Tienen mucha suerte de no convivir diariamente con ella.
Mi padrastro se me acerca y me da un apretón de manos. Me sonríe y me desea suerte. ¿Sabéis esa típica historia en la que el padrastro es malo? Pues aquí, es el único normal y buena gente de toda la familia.
Mi medio-hermano Gabriel me hace una mueca de disgusto. Imbécil... Mi medio-hermana Charlotte pasa de mí, pero es normal, tiene dos años.
Mi madre, aún con lágrimas en los ojos, se coloca bien el pelo. Eso es lo único en lo que coincidimos. En que somos pelirrojas.
—Adiós, mamá. Te echaré de menos...
—¡Pues quédate! —Da un salto histérico.
Me río por su tenacidad. No tengo ningún interés en quedarme con ella. Es demasiado... pija y presumida. Con cariño.
Ahora sí, me doy la vuelta. Me coloco mi bolso al hombro y escucho el altavoz.
"Pasajeros con destino a California y vuelo 157, diríjase inmediatamente a la puerta de embarque número 2."
Ahí está mi vuelo. Corro al lugar indicado. Estoy deseando llegar.
Me subo al avión con rapidez. Me han quitado muchas veces el sitio, sé cómo va esto. Si no lo coges te tienes que poner en el de otro. Y ese otro se cabrea contigo.
Me acomodo en mi asiento, al lado de la ventana. Dejo mi bolso encima de mis piernas, no quiero que me lo roben. Ya lo he dicho, conozco perfectamente cómo van los aviones. Enseguida despegamos. Creo que soy la única del avión que ya había montado antes. Están todos aterrados.
Una vez estamos estables, cojo mi móvil y pongo música. ¡A relajarse se ha dicho! Son unas cinco horas de avión, pero se me pasan volando. Antes de que me dé cuenta, vuelven a llamar la atención para que apaguemos los móviles y nos pongamos el cinturón de seguridad.
La gente se pone muy nerviosa. Novatos... A ver si se relajan un poco... El señor al lado mío aprieta el reposabrazos con mucha fuerza. En cuanto tocamos el suelo, todos a mi alrededor dejan salir el aire acumulado. Yo simplemente ruedo los ojos. Me levantó y salgo del avión.
Respiro el aire californiano. Es más seco que en Washington, desde luego. Suerte que me puse vestido. De equipaje de mano, una chaqueta.
Encuentro rápidamente mi maleta y me abalanzo sobre ella. ¿Qué? Me ha pasado de todo en nueve años volando de una punta a otra del país.
Voy a la salida número 3. Mi padre y yo hemos quedado allí. Espero que no olvide recogerme. Sí, también me ha pasado.
En un polideportivo de San Diego...
—¡Vamos, Thompson! ¡Pasa ese balón! ¡Bien, Miller! ¡No, así no tires! ¡Jones!, ¿en qué estás pensando?
El entrenador lanza un suspiro de frustración. Se tienta a darse con la carpeta de las jugadas en la cabeza. Son un equipo demasiado desastroso.
—¡Cinco minutos de descanso!
Los jugadores suspiran, de alivio. El entrenador está más alterado que de costumbre, metiéndoles mucha caña.
—¡Jake, ven aquí!
El aludido gime de miedo, pero se dirige al entrenador. Sabe que hoy no ha sido su mejor día.
—¿Qué ocurre? —Se lleva una mano a la nuca.
—¿Qué te pasa hoy, Jake? No estás centrado. Te necesito perfecto. En dos semanas tenemos el partido para entrar al campeonato.
—Ya lo sé, entrenador... Es solo que...
—Sé que estás en un momento horrible de tu vida, pero la vida no se acaba por una chica.
—¿Cómo sabe...?
—Por Dios, Jake... —Resopla—. Esto es San Diego. Todos nos enteramos de todo.
El moreno lo imita, rascándose la nuca de nuevo.
—Escucha, Jake. Eres mi mejor jugador. Te elegí capitán porque eres de confianza y muy seguro de ti mismo. No dejes que una chica destroce eso, ¿sí?
Él asiente.
—Anda, toma. Relájate un poco.
—Pero... ¿estas no son...? —Abre los ojos.
—¿Las llaves de la furgo? Sí, lo son. Quiero que te despejes un rato.
—¿Y qué se supone que hago? ¿Me voy de paseo?
—No, necesito que me hagas un favor. Mi hija llega hoy desde Washington, y alguien tiene que recogerla...
—¡Pero entrenador McClain...!
—Ni peros, ni peras. Anda, vete antes de que me arrepienta.
De vuelta al aeropuerto...
Me he sentado en la maleta a esperar... Pero mi padre no aparece. Menudo padre, de verdad. Apoyo la cabeza en la pared y tamborileo mis dedos contra la maleta. Escucho un ruido inconfundible.
La furgoneta de mi padre. Es vieja, no, prehistórica, y hace muchos ruidos raros. La veo traquetear hacia aquí. No entiendo como le gusta tanto ese trasto. Con lo que gana, podría tener perfectamente un BMW.
Pero del asiento del piloto no sale mi padre, en absoluto. Sale un chico de unos diecisiete o dieciocho años. Es moreno, alto y se le notan los músculos incluso con chaqueta de cuero. Me he quedado mirándolo demasiado fijamente. Él busca por todos lados a alguien. Entonces repara en mí. Le aguanto la mirada un par de segundos, pero luego la aparto, avergonzada.
Siento cómo me sigue mirando. Lo miro de reojo. Está mirando algo en el capó del coche, como una foto. Y vuelve a observarme a mí.
Son imaginaciones tuyas, Anabel. Mantén la calma... Seguro que no es más que un chico inocente...
Esa es mi conciencia, que es demasiado optimista. Y muy pesado.
Trago saliva de forma inconsciente. Ha salido por completo de coche... ¡y se dirige hacia aquí!
Corre Anabel, por lo que más quieras. ¡Corre!
Veis lo bueno que es mi conciencia. Siempre ayudando.
Y empiezo a correr. Dejo atrás mi maleta, pero me da igual. Mi vida es más importante.
—¡Eh!
Mierda. Ahora ese chico también corre detrás de mí. Trato de pasar por sitios difíciles para que a él le cueste pasar. Me voy a ganar algún enemigo por la tontería.
Seguro que te quiere violar...
Gracias por tu optimismo, conciencia... Todos te adoramos...
Voy a pasar por un paso de cebra. Escucho un pitido de coche. Mierda, voy a morir, voy a morir...
Pero no. Noto como me cogen de la mano y doy marcha atrás. El coche pasa de largo, y me quedo a dos centímetros del moreno violador.
—¿Pero qué hacías? ¿Quieres explicarme por qué tratabas de huir de mí?
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