59.
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Inevitablemente, el destino se torció.
Una última dosis de caos lo sacudió todo, transformando la realidad a la velocidad de la luz.
Llevaba meses imaginando aquel momento, llegando a su nueva casa con espíritu de celebración y sonrisas genuinas de felicidad. Repleta de ilusión porque, después de tanto tiempo nadando a contracorriente, alcanzaría la clase de vida que siempre soñó. De lunes a viernes, estudiaría en la universidad y trabajaría en algún café de la zona; los fines de semana serían para compartir tiempo con Luca y seguir construyendo la relación. Imaginó que tendrían tiempo de extrañarse y en consecuencia, encuentros explosivos; también que podían sorprenderse el uno al otro a mitad de semana, apareciendo por sorpresa como un día de verano a mitad de un frío invierno. Jazmín, por supuesto, formaba parte de aquellos planes. Nada la haría más feliz que ver a Luca siendo un padre afectuoso y responsable. Aquello, justamente, le causaba una extraña contradicción. Estaba enfadada por la decisión que él se vio obligado a tomar y, al mismo tiempo, lo admiraba por su valentía y esa determinación por proteger a su hija. Le causaba un sabor agridulce que se mantenía entre sus labios y le recordaba que él se marcharía, sin fecha de retorno.
«¿A dónde irían todos los sueños que tenían juntos? ¿Quedarían flotando en una nebulosa?»
«Tú y yo, para siempre ¿tenía sentido?», se preguntó.
No encontraba el significado del para siempre si al final se trataba de alejarse el uno del otro.
Suspiró. Sintió que el corazón le pesaba. El alma le pesaba. La vida entera.
—Gracias por traerme hasta aquí, Luca —volteó hacia él—. Este lugar es precioso.
Sí. El piso era una maravilla con grandes ventanales y luz natural por doquier. En seguida, Clara pudo visualizarse perfectamente construyendo su nueva vida entre esas paredes.
—Lo es —coincidió—. ¿Recuerdas el día en que te lastimaste y te llevé a mi departamento? —ella asintió—. Dijiste que soñabas con vivir sola.
—Sí. Y tú dijiste que lo lograría —pronunció sonrojada—. Crecí en una familia numerosa, en casa los días solían ser caóticos. Por mucho tiempo, al final del día, cerraba los ojos y lo único que podía pensar era en mudarme —reconoció. Sin embargo, compartir el departamento de Luca y la rutina que construyeron a pesar de los inconvenientes, había sido agradable. Un verdadero hogar—. Este sitio no es mío, pero lo será por mucho tiempo.
—Lo será para siempre —Luca extendió un sobre largo y rectangular de papel madera—. Clara, es tuyo.
—¿Qué hiciste, Luca? —rápido, ella revisó el contenido y entendió que se trataba de una escritura. La escritura de ese apartamento. Permaneció muda durante largos segundos y tomó distancia—. No. No puedo aceptar esto. ¿Te has vuelto loco?
Él balanceó la cabeza a los lados, dudoso.
—Bueno, en parte sí. Siempre estaré loco por ti —manifestó con un ápice de diversión—. Acéptalo, por favor. Me haría más feliz que lo hicieras.
No le costó demasiado tomar la decisión de regalar aquel departamento. Semanas atrás, uno de sus fieles clientes, había salido airoso en una división de bienes, gracias al impecable trabajo de Luca. Durante la última reunión, le ofreció como parte de pago una propiedad que se encontraba —¿de casualidad?— en la localidad donde Clara pasaría los próximos cinco años. Aceptó el trato. No creía en las casualidades. Sin dudas, ese sitio estaba destinado a ella. Por otro lado, Luca era un tipo de palabra. Le prometió a Clara que él la apoyaría en su mayor sueño y no pretendía marcharse dejando la promesa a medias. Era su manera de asegurarse de que cada día ella tendría un sitio seguro que habitar.
—No es tu culpa que tengas que marcharte. ¿Sabes? No tienes que hacer estas cosas porque te sientes culpable.
Él negó.
—Lo hago porque te lo mereces. Lo hago porque te amo con cada pedazo de mi corazón, Clara. ¿Sí? Todo saldrá bien.
—Nada funcionará, ¿no? —Luca frunció ligeramente el entrecejo—. Para convencerte de ir con ustedes. Aún creo que no es mala idea. Podríamos casarnos, tener un hijo, darle una familia preciosa a Jazmín. ¿Te imaginas?
—Lo imaginé cientos de veces, preciosa —confesó—. No puedo hacerlo. Lo sabes. Es una carga demasiado grande y sería injusto ponerla sobre ti. Tengo que hacer esto por mi cuenta, aunque sea la decisión más dolorosa.
En ese instante, ella se sintió frustrada. Le había repetido en cada ocasión posible que estaba dispuesta a dejarlo todo por él. Podía retomar sus planes en otro momento. Cambiarlos. Buscar otras opciones, después de todo, importaba que estuvieran juntos. Sin embargo, él se mantenía rígido como una piedra. Incapaz de ceder.
Decidió intentarlo una vez más.
—Llevame contigo, Luca. Déjame acompañarte —sollozó repleta de impotencia y apretó los puños—. Es que no puedo imaginar una vida sin ti.
La mirada de Luca brilló repleta de lágrimas. La amaba con cada partícula de su cuerpo. Ella le había dado sentido a su vida cuando todo a su alrededor se desmoronó. Ella le demostró que las historias de amor aún existían. Ella le recordó que a pesar de todo, no había perdido la capacidad de amar y entregar su corazón a alguien más.
Por supuesto que la quería llevar con él. Si fuera egoísta y codicioso, la arrastraría a ese destino incierto e ignoraría sus otros deseos. La edad era un factor decisivo en aquella situación. Su experiencia le había dado enseñanzas como que, el sacrificio de los sueños y la dependencia emocional, no terminaban bien. No arriesgaría su relación con Clara, no la expondría a un futuro miserable repleto de arrepentimientos y de «¿qué hubiera pasado sí...?».
Él debía dedicarse a su hija, ella a cumplir sus metas personales.
Tenían que confiar en el poder del tiempo, el amor y el futuro.
—Prométeme que lo superarás —rogó mientras acomodaba los mechones de su pelo tras sus orejas—. Prométeme que seguirás adelante, Clara. Te lo pido en serio —sostuvo con firmeza el rostro femenino entre sus manos.
Ella lucía afligida y triste. De inmediato supo que su corazón se rompería cada vez que recordara esa imagen.
—Sí. Lo prometo —consiguió pronunciar al mismo tiempo que sus manos se posicionaron sobre las de él—. Quizá nuestra historia duró unos pocos meses pero nunca me olvidaré de ti, Luca.
—Aunque hubiera durado años, seguiría sintiendo que no tuve suficiente.
Él la estrechó entre sus brazos por última vez, ella cerró los ojos deseando poder detener el tiempo. Y en aquel instante, cada memoria pasó ante sus ojos como una película. El primer encuentro en el café, las miradas de complicidad, el modo en que él la protegió frente a las adversidades, el millón de sonrisas que se causaron el uno al otro, la adictiva complicidad, el primer beso bajo la lluvia, las incontables formas en que se amaron piel contra piel deshaciéndose en apasionadas caricias y aquella vez frente a la fuente cuando prometieron ser «tú y yo, para siempre».
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