57.
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—¿Hablaste con tu hermana?
—Sí. Llamó hace un rato. Dice que lamenta no poder estar aquí para esto —comentó rápidamente. Había pasado una semana desde que Cora se marchó, dejando una irremediable tensión en el ambiente—. Estará bien.
—Me angustia la forma en que se fue —confesó—. No puedo asimilar que las historias de amor tengan un final triste.
—Quizá no sea el final.
—¿En serio crees que Federico tenga otra oportunidad? —preguntó con un dejo de ilusión. Era inevitable. Todo lo que tuviera que ver con el romanticismo le despertaba esperanzas.
Luca se encogió de hombros.
—Todo es posible. El tiempo dirá —murmuró mientras la veía ternura—. ¿Sabes? El día en que Pía me dejó, creí que se había acabado todo. Pensé, ¿cómo podré amar nuevamente después de esto? ¿Cómo podré entregarle todo mi corazón a alguien? —dijo con sinceridad—. Luego, salí con otras personas. Federico me animó a intentarlo de nuevo, pero en realidad no lo hacía. No lo intentaba. Sí, salía con mujeres, pero sólo compartía una cena, una conversación, una noche. Nada más. No estaba dispuesto a entregarle mi corazón por completo a nadie más. Era... Realmente tenía miedo —se sonrojó—. Entonces, Pía llamó y me enteré que tenía una hija en alguna parte. Volvió a romperme el corazón. No sé como explicar lo doloroso que fue. Esa noche me convencí de que el amor, definitivamente, era una etapa cerrada para mí. Meses después, una noche que parecía ser una de tantas, apareciste tú. Y el resto es historia —mencionó, sus ojos conservaban un brillo mezclado con una alegría única. Clara sonrió conmovida—. A veces creemos que podemos manejarlo todo, pero no es así. Si algo es para ti, sucederá. Tarde o temprano lo hará.
—Lástima que estamos en esta... sala de espera —lamentó Clara—. Si tuviéramos privacidad, ya estaría sobre ti besándote, —agregó acariciando el dorso de su mano con el pulgar— y empezaría quitando esa camisa tan elegante que llevas.
Luca volteó ligeramente hacia ella.
—Repítelo otra vez y te juro que buscaré un lugar privado ahora mismo —aseguró. Ella era su mayor debilidad. Dicen que todas las relaciones pasan por una etapa en la que necesitan del contacto físico todo el tiempo, sin embargo, no estaba seguro de que con Clara fuera una simple etapa. La desearía con pasión toda su vida.
—Búscalo —pidió, consciente de que él era capaz de cumplir cada uno de sus deseos.
—¿Rivera, Luca? —la secretaría de la clínica apareció detrás del recibidor con un sobre en la mano. En seguida, ambos se pusieron de pie—. Aquí están los resultados —extendió el sobre. Él, con la mano apenas temblorosa, lo sostuvo.
Estaba a punto de llegar a la línea final después de un camino tortuoso.
Tras apartarse de la recepción, nuevamente en aquella fría y silenciosa sala de espera, Luca sostuvo la mano de Clara. Hizo un ademán de atravesar la salida, pero ella lo detuvo y se quedaron dentro. Él estaba inquieto. Sus pensamientos eran un lío, su corazón galopaba.
—Creo que lo abriré en casa —sugirió incapaz de tomar una decisión.
Ella paseó la mirada sobre él, dulce y paciente.
—Lu, estás temblando —puso una mano en su corazón—. No puedes conducir así. Te traeré un poco de agua así te tranquilizas —trató de no presionarlo, pero él no la dejó ir.
—No. Quédate, por favor. Lo abriré aquí, pero necesito que estés a mí lado.
—Está bien, amor. Estoy aquí, contigo. No iré a ninguna parte. Veamos lo que dice —finalmente lo animó. Luca asintió, digiriendo sus palabras y dándose cuenta que no podía esperar un segundo más para saber el resultado. Después de tanto tiempo viviendo en la incertidumbre con respecto a su hija, por fin tendría una certeza.
Luca batalló contra sus nervios y despegó la parte superior del sobre. Cada movimiento le parecía lento, como si alguien hubiera disminuído la velocidad de una película. Cada pequeña acción llevaba más tiempo de lo usual. Después, tiró del papel que se encontraba en el interior hasta que finalmente estuvo entre sus manos. Comenzó a leer, lo hizo rápido. Salteó las formalidades porque sabía que lo importante estaba a lo último. Contuvo la respiración cuando leyó aquella porción del texto que marcaría su vida para siempre.
—¿Y? —Clara rompió el silencio desbordando ansiedad—. ¿Ya lo sabes?
Él asintió todavía anonadado.
—Es mía. Es mía, Clara. Jazmín es mi hija.
Se llevó la hoja del papel al pecho. Justo sobre su corazón. Clara lo abrazó, mientras decía «lo sabía, lo sabía» repleta de alegría y con una sonrisa genuina que encandilaba a cualquiera. Si bien Luca había decidido luchar por Jazmin —más allá del resultado que diera la prueba—, que el resultado de paternidad fuera positivo, lo facilitaba todo. Era cuestión de meras formalidades que Jazmín regresara con él, a donde siempre perteneció, su familia.
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Lo besó por novena vez, todavía sentada sobre él dentro del auto. Le había desprendido los primeros botones de la camisa y la mano de Luca se había colado bajo su camiseta unas cinco veces. No quería dejar de expresar lo mucho que lo amaba. No quería separarse de él, ni siquiera para ir a trabajar. Necesitaba mantenerse cerca, allí donde pudiera seguir compartiendo esa felicidad que estaba en el aire. El mundo, de pronto, parecía un lugar mejor. Sin embargo, no podía faltar a su palabra. Sería su último día en la Biblioteca Café y quería cumplir con lo pactado. Después de todo, necesitaría referencias cuando en el futuro tratara de conseguir un nuevo empleo. «Solo un día más» pensó. Fuera, llovía. Al límite del horario de ingreso, Luca no tuvo opción que dejarla apartarse. Ella bajó del auto, corrió hacia la puerta de ingreso, donde se giró para sonreírle otra vez. Tiró un beso al aire y lo saludó con la mano.
Ella pensó que era el hombre más increíble del mundo.
Él pensó que era la mujer más maravillosa del mundo.
Los dos coincidieron en que estaban profundamente enamorados como nunca antes lo habían estado jamás.
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NOTA DE AUTORA: capítulo corto pero, ¿quién tiene ganas de un capítulo más? Ya quedan muy pocos, pero también MUY intensos... ♥
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