56.

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Tras su espalda, la abrazó con cariño y la besó en el cuello de forma reiterada mientras dejaban la oficina. Clara sonrió encantada. A duras penas consiguió dejar de tocarlo después de verlo con aquella camisa blanca que tan bien le sentaba. De por sí, Luca tenía buen porte. Las prendas elegantes potenciaban su atractivo haciendo que Clara estuviera a punto de perder la cabeza por el hombre increíble que tenía a su lado. 

Luca había vuelto al trabajo el día después que se realizó la prueba de paternidad. Había sido un trámite sencillo en cuanto a métodos, más su corazón no había dejado de latir inquieto durante el proceso. En cinco días tendría el resultado. Por lógica, a Jazmín le realizaron el mismo test, aunque no consiguió verla porque los citaron en centros diferentes. Supo a través de fuentes confiables que la niña estaba bien, resguardada en un hogar de acogida y que, además, tenía una custodia policial porque provenía de una red de trata. Luca entendía la gravedad del asunto, era un hecho que, en caso de confirmar la paternidad, tendrían que tomar medidas de protección en cuanto el juez le cediera la custodia. 

Aún no le había planteado aquel grave asunto a Clara, la había visto tan angustiada el último tiempo y no quería darle otro disgusto. La vida había sido tan maravillosa, absurda y caótica que era difícil hallar estabilidad. Excepto cuando Clara lo besaba o lo atraía a sus brazos, bajo sus caricias o toques, cuando le permitía dormir en su pecho... Ahí encontraba la clase de paz utópica que se asemejaba a un sueño. Un paraíso.

A través del pasillo, ambos se detuvieron por los gritos que provenían de la oficina de Federico. Luca dio un paso al frente, dispuesto a intervenir, pero Clara lo sostuvo por los hombros y le impidió moverse. «Espera. Creo que no deberías interrumpir», susurró.

—¿Escuchaste la tontería que acabas de decir? —recriminó Cora—. No puedo sentarme a esperar que resuelvas tus problemas para luego decidir si me quieres o no.

—Te quiero, Coraline. Maldición. Te amo —exclamó Federico—. Me equivoqué, lo reconozco. Me comprometí con otra persona. Necesito tiempo para revertir ese error.

—Ya te he dado demasiado —remarcó—. Tengo una vida en otra parte que no puedo seguir pausando. Me largo.

—Piensa en nosotros, Cora. Después de todo lo que pasamos, merecemos una revancha.

—Te equivocas. Yo merezco la vida tranquila que tenía. Llegué aquí solo para que la pusieras patas arriba y, ¿ahora qué? —reclamó nuevamente—. No seguiré perdiendo el tiempo. Tengo una carrera que retomar, por dios. Esta conversación se acaba aquí.

—Cora, espera.

La puerta se abrió. La hermana de Luca observó enfadada desde el umbral y largó un suspiro de frustración. Me mantuve delante de Luca, obstruyendo el paso. No iba a permitir que hiciera una estupidez de la cuál se arrepentiría.

—Bueno, ya lo saben. Llegó el día. Me voy —anunció resignada—. ¿Un consejo? Mi hermano es un ser humano increíble, pero es un hombre. Eres joven, Clara. Consigue un título. Una profesión. Te salvará cuando te rompan el corazón.

Ambos se quedaron atónitos mientras veían a Cora a travesar la salida del estudio. Federico hizo un vil intento por ir detrás, pero Luca lo detuvo mientras le dirigía una mirada amenazante. «Déjala en paz» masculló. Luego, quiso ir tras su hermana pero Clara le pidió que no lo hiciera y, en su lugar, fue ella. Imaginó que un momento como ese Cora necesitaba de una amiga que pudiera escuchar sin juzgarla. Por suerte, la alcanzó justo a tiempo. Notó que estaba a punto de llorar y la invitó a beber una infusión caliente a la Biblioteca Café. Allí preparó dos caramel macchiato y, como no estaba en su horario de trabajo, pudieron ocupar el sofá especial que se ocultaba entre las antiguas estanterías repletas de libros.

—Qué vergüenza. No sé si hice bien al causar todo ese escándalo —murmuró la chica afectada—. O sí. Tenía que descargarme de alguna forma —se contradijo. Cora tenía esa forma de ser. Impulsiva. Sin filtros. No le gustaba guardar sentimientos.

—No te preocupes. Solo escuchamos la última parte —aseguró. Ambos compartieron una mirada de complicidad y un par de risas.

—Mi hermano ya te contó la historia, ¿no?

—Sí. Algo así.

—Una vez me dijo que Federico no era para mí. Debí haberlo escuchado —confesó—. Al principio tuvimos que guardar el secreto. Nuestra relación era tan única, no sé, algo solo nuestro. Todo era hermoso. Divertido. Me dijo que sería para siempre el amor de su vida —apretó los dientes, dolida—. Luego él... Bueno, la relación empezó a tornarse más seria. Le dije que debíamos juntar valor y decírselo a Luca, a todo el mundo, en realidad.

—¿Y qué pasó?

—Dijo que aún no era el momento —su voz se rasgó—. Creo que tenía miedo. Así que lo dejé.

Clara abrió los ojos impresionada. Admiraba la determinación que tenía su cuñada.

—¿Cuántos años pasaron desde esa vez?

—Diez años —respondió—. Aunque entre medio seguimos hablando. Nos vimos alguna que otra vez. Luego él solía llamarme o enviarme mensajes. Hasta que el contacto fue siendo cada vez más esporádico hasta que hace unos meses volvió a buscarme. Creí que esta vez sería en serio. Pero dijo que aún no rompía su compromiso, que quería hacerlo pero que tenía que darle más tiempo —negó decepcionada—. Sé que en parte estoy aquí por Luca, pero también me quedé aquí por él. Me atrasé en los exámenes, dejé de ver al chico con el que estaba saliendo. Literalmente detuve mi vida. Por Dios, que estúpida.

El asombro en la expresión de Clara se convirtió en un duro golpe de realidad. No podía entender como una historia de amor simplemente se convirtió en una sucesión de hechos donde los protagonistas salían lastimados.

—El amor puede ser complicado, eh.

Cora negó.

—Las personas lo son.

—Entonces... ¿si te irás?

—Sí. Lo siento por Luca, pero no puedo pasar un día más aquí. Tengo que retomar todas mis tareas pendientes— aseguró—. Volver a la universidad.

—Haz lo que tengas que hacer. Estarás bien —animó—. ¿Cómo es la universidad? —se atrevió a preguntar con cierta ansiedad—. Voy a ir dentro de poco.

—Puede ser una tortura, pero es increíble —contestó con un ápice de diversión—. Estudiar es empoderante. Aunque también es divertido. Ya sabes. Conocer gente, hacer amigos, ir a fiestas. No te prives de nada, Clara. Hazme caso. Dentro de unos años te alegrarás de haber vivido la experiencia.

Clara sonrió aunque su interior se debatía entre entusiasmo y temor. Nunca le resultó fácil encajar con los jóvenes de su edad. Tenía miedo de sentirse una intrusa. De no ser lo suficientemente buena en los estudios. Hacía años que no leía materiales académicos o daba un exámen. No estaba segura de saber expresarse en voz alta bajo presión ni alzar la voz para defender su postura en un debate. Y además, estaba Luca. Su gran pilar. El amor de su vida. Los días resultaban más fáciles a su lado, estaban construyendo una relación que cualquiera envidiaría, no tenía demasiado sentido alejarse.


『♡』•『♡』•『♡』


—Vamos. Golpéame. Lo merezco. Vamos, Luca. Dejame un ojo morado o parteme una ceja —pronunció resignado—. Ya sé. Me arrojo al piso y puedes darme todas las patadas que quieras.

Luca lo miró como si estuviera loco.

—¿Por qué crees que lastimarte arreglaría las cosas?

Se encogió de hombros.

—Descargas toda tu bronca conmigo. Luego seguimos siendo amigos. Es lo justo.

—Me afecta verte mal, ¿sabes? —inquirió armado de paciencia—. Me pone furioso que mi hermana esté triste, pero también que te hagas esto a ti mismo. Estabas bien con tu pareja, ¿no? Te comprometiste. Entonces un día te despiertas y decides que quieres volver con Cora.

—La amo. Siempre lo hice, siempre lo haré.

—No funcionó —recordó con cierta brusquedad—. Nunca es bueno forzar lo que no funciona. Estaban bien por separado.

—Sí. Tal vez sí. Pero lo que siento por ella es más fuerte, tan fuerte que creo que podría intentarlo dos millones de veces hasta que funcione.

Luca negó, frustrado por la insistencia de su mejor amigo. Estaba bien ser perseverante, pero Federico estaba pasando el límite. Para él no tenía sentido forzar una relación si aquello implicaba sufrimiento.

—No quiero ver sufrir más a ninguno —expresó sincero—. Fíjate en lo que harás con tu vida pero no la involucres. Ella está estudiando, tiene que recibir el título, toda su vida ha soñado con ser médica. No seas un impedimento.

—No lo seré. Ya lo entendí, amigo —murmuró cabizbajo—. Ella merece algo mejor.

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