54.

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30 días después.

Se mantuvo inmóvil durante algunos segundos mientras lo veía dormir. Era un alivio que lo hiciera. Semanas atrás, Luca tuvo que recurrir a un médico que le recetó píldoras para dormir. Comenzó con la dosis mínima. Si no veía resultados, se la tendría que subir. Sin embargo, había sido suficiente. La medicina junto a las extensas caminatas al aire libre, una dieta sana y profundas conversaciones, consiguieron reducir su nivel de ansiedad y estrés. No era sencillo. Cada día que pasaba sin noticias relevantes se asemejaba a una tortura. Casi como al principio, cuando apenas sabía nada sobre su hija, excepto que existía en alguna parte. Clara le acarició una mejilla, delineó su mandíbula y la barba de tres días causó cosquillas sobre su piel. Después, giró hacia la mesita de noche y chequeó el reloj del móvil. Tenía que salir o se haría tarde. Se sentó cautelosa a una orilla de la cama y se colocó la camiseta que encontró en una esquina del edredón.

—Te ves mejor sin ella —murmuró Luca aún adormilado. Clara sonrió.

—Duerme, Luca —dijo con suavidad. No lo quería desvelar, aunque ya lo había hecho.

—Ya no quiero dormir —Luca se incorporó, extendió un brazo y rozó su cintura—. Quiero estar contigo.

—¿Si? ¿No tuviste suficiente anoche? —lo miró.

—Nunca es suficiente cuando se trata de ti.

Clara apartó el móvil, regresó a la cama y se acomodó sobre él. En cuanto sus cuerpos hicieron contacto, supo que se retrasaría en sus quehaceres pero no le importó. Se abalanzó a besarlo y él sonrió a la mitad del beso porque le encantaba cuando ella tenía la iniciativa.

—Solo puedo olvidar absolutamente todo cuando estoy contigo —confesó repleto de ansiedad. Tenía una sensación desesperante. No quería dejarla ir; como si no pudiera afrontar el resto del día a solas.

Ella se apartó ligeramente aún con una sonrisa traviesa en los labios.

—No te preocupes. Puedo concederte un poco más de tiempo —bromeó—. Eres mi hombre —lo besó—. Mío.

—Quiero verte —pidió. Clara asintió y, de un simple movimiento, él le quitó la camiseta. Su desnudez quedó a la vista—. Eres preciosa, Clara —pronunció hipnotizado.

Entonces, siguieron las caricias y ella cerró los ojos, absorbiendo al máximo cada sensación que él provocaba. Estaba a gusto, relajada, conectada con cada deseo que expresaba su cuerpo. Nunca se había sentido así con otro hombre. No tenía miedo ni incomodidad de exponerse frente a él, todo lo contrario, estaba enamorada del modo en que él la admiraba y la tocaba, como si estuviera adorando cada parte de ella sin importar las fallas o defectos.


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Nerviosa, ajustó la bufanda alrededor de su cuello. Apreció la fachada de esa vivienda que alguna vez llamó «hogar» e inspiró una larga bocanada de aire. Había perdido la cuenta de la cantidad de días que llevaba lejos de su familia. Dolía. Se sentía diferente, más grande y madura. Sin dudas, no era la misma persona que había vivido veintidós años bajo ese techo. Y se alegró. Su pecho se llenó de júbilo porque logró construir su propio camino y evitó acoplarse a las expectativas de sus familiares. Sin embargo, no quería seguir sintiendo que el vínculo estaba mal. Después de mucho reflexionar, llegó a la conclusión de que necesitaba cordialidad. Quizá ella no era la hija que habían deseado ni ellos los padres que a Clara le hubiera gustado tener, pero, al fin y al cabo, eran familia y quería dejarles en claro que podían contar con ella a pesar de todo. Por alguna razón sus padres fueron la primera opción que se cruzó por su cabeza cuando, desde la residencia universitaria, le pidieron un formulario con contactos de emergencia. Lo traía entre sus manos. De aceptar, ellos debían llenarlo.

Tocó la puerta.

Su madre se asomó y se sorprendió al verla.

—¿Qué haces por aquí? —preguntó confundida.

—Pensé que nos debíamos una conversación. ¿No lo crees, mamá?

Después de un largo silencio, contestó.

—Pasa. Tu padre no está muy bien de salud, así que los disgustos no son bienvenidos. ¿Entendido?

—Sí —respondió casi en un susurro. Durante un instante, volvió a sentirse como la pequeña Clara a la que daban órdenes todo el tiempo.

Su padre, que se encontraba viendo televisión, la recibió con la misma seriedad de su esposa. Ninguno mostró signos positivos frente a su visita. Aquello la desanimó, pero decidió que no iba a rendirse. Para ellos siempre fue difícil pedir perdón o ceder.

—Tuviste suerte de que tu hermano salió. Lo último que desea es verte.

Clara elevó la comisura de los labios, incómoda.

—Bueno, en realidad... En realidad venía a contarles que ingresé a la universidad.

—¿Universidad?

—Sí. A la nacional —comentó animada—. Está a quinientos kilómetros.

—Lo sabemos —contestó su padre—. ¿Te vas?

—Sí. Bueno, aún tengo que superar una última instancia de exámenes, pero no es eliminatoria. Así que prácticamente estoy dentro.

—¿Y de qué vas a vivir? —interrumpió su madre.

—Para empezar, tengo ahorros. La residencia universitaria exige una cuota mensual mínima. Y mientras tanto, buscaré un empleo.

Como si fuera tan fácil —la mujer entornó una sonrisa burlesca—. No tienes idea de lo que es mantener un alquiler y gastos diarios. ¿Qué harás cuando se acaben los ahorros? Conseguir empleo no es sencillo, ¿qué harás si no consigues?

—Si no puedes cubrir la cuota acabarás en la calle —intervino su padre.

—Tengo experiencia en cafeterías y bibliotecas. Algo encontraré —dijo con firmeza. Intentó demostrar seguridad.

—Si tú lo crees —se encogió de hombros—. ¿A qué has venido, Clara?

—Solo quería contarles sobre mis planes. Y, bueno, desde la residencia me han solicitado contactos de emergencia. Pensé que ustedes podrían rellenar un formulario —se lo extendió, pero ninguno lo recibió así que lo dejó sobre la mesa—. En el hipotético caso de que suceda algo, me gustaría que ustedes lo supieran. Son mis padres. Somos familia. ¿No?

—¿Aún sales con ese tipo? —indagó.

—¿Luca? —preguntó Clara. Su madre asintió—. Sí. Es mi novio.

Arrugó la nariz con repulsión.

—Entonces la respuesta es no. No llenaremos ningún formulario. Dejaste de ser parte de esta familia desde el día que elegiste marcharte con él. En esta familia respetamos la congregación —sentenció sin rodeos.

—¿Papá?

—Tú madre ha dicho todo. Subiré a descansar —anunció—. No me siento bien.

—¿Ves? Tú lo pusiste así. Comprende que es difícil para cualquier padre ver como su hija se aleja de los valores que le inculcaron —expresó la mujer poniéndose de pie, dispuesta a ir tras su marido—. Vete de aquí, Clara. No eres bienvenida en esta casa. Vete antes de que tu hermano regrese o se pondrá peor.

Tembló ligeramente cuando sostuvo el formulario vacío y, como pudo, lo guardó en la cartera. Luego, su mano se aferró al tiro que colgaba en un hombro y su mirada se perdió en la escalera que tantas veces transitó. Lo que un día llamó hogar de pronto se sintió como un hueco frío y totalmente ajeno; deseó tener superpoderes, cerrar los ojos y transportarse a casa de Luca, allí donde todo era cálido y reconfortante.

Durante unos minutos permaneció inmóvil. Guardó la estúpida esperanza de que alguien surgiera. Guardó la inútil esperanza de oír un «perdón» o «hemos sido demasiado duros, no pensamos eso de ti».

No escuchó nada.

Nadie apareció.

Todo lo que pudo oír el latido agitado de su corazón. Ecos de la angustia. Una voz interior diciéndole que era una tonta por creer que encontraría amor donde nunca hubo. 


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NOTA DE AUTORA: Hola, espero que estén muy bien. Quería contarles que ayer terminé de escribir esta historia. 

Así que oficialmente estamos en la instancia final, ¡quedan seis capítulos! ¿Podrán Clara y Luca sobrevivir a lo que se viene?  

Estoy muy contenta, emocionada y ansiosa, no puedo esperar a que lean lo que falta de la novela <3. Mientras tanto, estoy trabajando en una nueva historia que podrán leer muy pronto (no tiene nada que ver con esta, pero sí tiene romance y drama, como siempre). 

Gracias por todo el apoyo. Pueden seguirme en INSTAGRAM para ver/leer más contenido de mis historias: evelynxwrites. 🥰💗



 


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