52.

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Echaba de menos a Eric, no podía evitarlo. Él había sido, prácticamente, como un hermano mayor que supo cuidarla y hacerla reír a carcajadas cuando todo iba mal. Él consiguió mantenerla a salvo, incluso cuando el jefe se mostraba irritable y furioso. No sabía identificar cómo se sentía; era una sensación rara porque aunque echaba de menos a Eric, no quería volver a ese lugar.

Sentada frente a la mesa, miró fijo el plato de comida que contenía unas patatas fritas en forma de caritas felices que la hicieron sonreír. Aún le resultaba extraño encontrarse, de pronto, en casa de Luca. No había otros niños, no tenía que pelear por comida ni salir a trabajar para obtener beneficios, tampoco tenía que adecuarse a normas estrictas y podía jugar cuando se le antojaba. Era extraño, sí, pero comenzaba a volverse agradable y familiar. De hecho, era la única niña entre adultos de los cuales todos la trataban con sumo cariño y la mimaban de múltiples formas, como preparando su comida favorita, leyéndole un cuento antes de dormir, cepillando su cabello y haciéndole regalos especiales, como esos pequeños y tiernos animalitos que tanto le gustaban.

Comió un poco, hasta que se sintió llena y se inclinó hacia el lado de Luca para apoyar la cabeza en su brazo.

—¿Podemos ir por un helado después de cenar?

Luca titubeó mientras veía el reloj.

—Es tarde, pero no veo por qué no —respondió dubitativo.

—¿Eso quiere decir que sí?

—Sí.

Jazmín sonrió.

—Ya no tengo hambre. ¿Puedo ir a jugar?

—Claro que sí. Diviértete.

Animada, se dirigió hacia la habitación donde se encontraba un pequeño cajón con juguetes. Para Jazmín eran más que suficientes. Mientras tanto, en el comedor, Cora le envió una mirada de desaprobación a su hermano. Federico reprimió una sonrisa porque la conocía: estaba enfadada.

—¿Ahora qué hice? —cuestionó Luca.

—No es bueno que un niño ingiera azúcar horas antes de ir a dormir.

—¿Qué tiene qué ver?

—Acabas de decirle que vas a llevarla por un helado. Debería estar a punto de irse a la cama.

—Lo de hoy será una excepción —aclaró—. No lo haremos cada día.

La expresión de Cora emanó desconfianza.

—No tienes que decirle que a todo, eh. Lo sabes, ¿no? —le recordó—. Ella solo es una niña, tú eres el adulto responsable.

—Ya lo sé, Cora. Pero no es tan sencillo como crees. Lo entenderás si algún día estás en mi lugar.

—Solo estoy diciendo que seas razonable.

—Estás siendo insensible —intervino Federico a pesar de que una voz en su cabeza le repetía «no tienes que opinar».

—¡¿Cómo?! —Cora volteó hacia él como si acabara de ser insultada—. ¿Qué acabas de decir?

—Lo que escuchaste. Estás siendo insensible —repitió—. Minni es su debilidad. Pensó que le tomaría más tiempo encontrarla y de repente está aquí con nosotros. Además, ¿has visto a esa niña? Tiene una expresión similar a la de un gatito bebé, con la que podría convencerte de cualquier cosa. Si no lo haces, es porque tienes el corazón duro como una roca.

—No soy insensible —insistió.

—No dije que eres insensible, dije que en este caso estás siendo insensible.

—¡Es prácticamente lo mismo!

—No, no lo es. A ver, Clara. Tú puedes ser objetiva. Dime, ¿está siendo o no insensible?

Clara contuvo una sonrisa, de un modo similar lo hacía Luca. Era gracioso escucharlos discutir por nimiedades. Se dio cuenta que estaban intensamente enamorados; a Cora le importaba demasiado si Federico pensaba que era insensible —no quería que lo hiciera— y a Federico le importaba demasiado que Cora comprendiera su idea. No quería hacerla sentir mal, por nada del mundo.

—No metan a Clara en sus problemas —interrumpió Luca, pero Clara no se quedó atrás.

—No, está bien. Puedo responder a eso. Creo que Minni es adorable, capaz de comprarse el corazón de cualquiera —sonrió ligeramente—. Pero también entiendo tu punto, Cora. Estás intentando ayudar —finalmente, Cora suavizó su expresión—. Eso sí, no hay una manera perfecta de hacer esto. Quiero decir, es algo así como a prueba y error ¿no? —buscó la mano de Luca y acarició los nudillos por encima de la mesa—. Y esto sonará cursi pero hacerlo todo con amor es lo más importante. Y no dudo que Jazmín será una niña muy querida. Bueno, ya lo es.

Luca se sintió reconfortado por las palabras de su novia. No pudo evitar inclinarse hacia ella para darle un beso rápido, aunque no tuvo suficiente y volvió a besarla un par de veces más. Clara sonrió en medio del gesto, mientras que acarició su nuca y mantuvo los dedos allí incluso cuando se distanciaron. No sabía cómo explicarlo, pero desde que Luca empezó a asumir su lugar como padre, se había vuelto más atractivo. Tenía más luz. Otro brillo en los ojos. Clara sentía que le costaba apartar sus manos de él, necesitaba sentirlo cerca la mayor parte del tiempo. Necesitaba de su contacto, de su calor y de sus maneras de tocarla.

—¡Luca! ¿Puedes venir? Y que también venga Clara —pidió Jazmín desde la habitación contigua. Él enseguida se puso de pie, ella también lo hizo y lo siguió.

Al mismo tiempo, un silencio incómodo reinó en el comedor. Cora bebió un vaso lleno de agua e intentó amortiguar el ritmo veloz de su corazón. Federico apartó su plato vacío, sin saber bien qué hacer. Quizá debería irse a casa, pero disfrutaba demasiado de la presencia de Cora tras un largo tiempo sin verla, a pesar de las discusiones. De hecho, podía decirse, que había echado de menos discutir con ella.

—Lo siento. Recién, yo no quise...

—Olvídalo. Ya está.

—Pero sabes que...

—Lo sé.

Federico se resignó. A veces hablar de sentimientos con Cora podía ser complicado y difícil.

—Es madura. ¿No?

—¿Quien?

—Clara. La forma en la que habló, nos cerró la boca a todos.

—Te gusta, ¿no? Es eso.

—¿Eh? ¿Te volviste loca? —Federico la miró espantado y Cora rompió a reír—. ¿Qué es lo gracioso?

—Tu cara. Estás pálido —dijo entre risas. Había olvidado lo mucho que le gustaba molestarlo.

Entonces, el timbre sonó. Federico se tomó la molestia de abrir la puerta y se encontró con dos oficiales, junto a una mujer. En su cabeza, enseguida imaginó de qué se trataba y deseo nunca haber abierto esa puerta. 

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