51.
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A veces se perdía entre tantas aristas; nunca imaginó estar involucrada en la clase de problemas que tenía Luca. Su vida había sido un camino medianamente recto y carente de grandes emociones, hasta que lo conoció y entonces, cambió todo. Ver sufrir a la persona que amaba podía ser doloroso e incómodo, sin embargo, no tomaría otro lugar. Quería quedarse allí sosteniendo su mano, de ser necesario, por el resto de su vida. Al final, cuando sucumbía en los brazos de Luca y la única melodía era la respiración de ambos, todo cobraba sentido. Esa mañana, pidió a Lola cambiar el turno de la Biblioteca Café; tenía la imperiosa necesidad de estar con Luca y esperarlo cerca mientras procedía la denuncia. Él había dicho que no tenía que alterar su vida para acompañarlo, pero Clara decidió hacerlo de todas formas. Se mantuvo inquieta mientras lo esperaba fuera de la sala, en aquella comisaría percudida y desprolija, repleta de agentes que iban y venían. Incluso alguno que otro la miró con mala cara tras verla ahí sentada e inerte. No le importó. Luego de un rato, lo vio salir a Federico —que ejercía como abogado— y detrás a Luca, el denunciante. Tenía los ojos cubiertos por una capa de humedad que enseguida le causó una punzada de impotencia. Clara se puso de pie y corrió a abrazarlo con ansiedad. Él cerró los ojos, sumido en la forma en que ella lo presionaba. También la rodeó y la mantuvo desesperadamente cerca.
—Amor —murmuró solo para ellos—. ¿Cómo te fue?
—Bien. Hice lo que tenía que hacer —respondió—. Gracias por estar aquí —agregó con sinceridad.
—Siempre —Clara se despegó, más no se alejó de él. Lo abrazó por la cintura y se mantuvo a su lado—. Todo irá bien.
—Luca, es buen momento de que ubiques a Pía —indicó Federico—. Ella tiene que declarar y probar tu versión de los hechos. ¿Puedes hacerlo?
Luca se encogió de hombros.
—Pía es volátil. No tengo idea a dónde encontrarla —contestó resignado—. Pero puedo hacer un llamado. Lo intentaré.
—Hazlo —arremetió su amigo—. Sería mucho más sencillo si ella estuviera aquí.
—¿Señor Rivera? —Un agente apareció desde la sala. Luca volteó hacia él—. Necesitamos que regrese un momento, por favor. Tiene que firmar unos papeles.
De inmediato, se marchó a la sala. Federico permaneció de brazos cruzados, manteniendo la guardia en alto porque en aquel instante todo lo que podía pensar era en proteger a su mejor amigo. También le dolía verlo sufrir, pero se había armado de valor para mantenerse fuerte. Él tenía qué guiarlo y decirle que hacer, pues Luca estaba fuertemente involucrado de manera emocional. Se trataba de su pequeña hija.
Clara tragó saliva y suspiró, todavía preocupada. Federico le dirigió una mirada fraternal que le transmitió algo de calma.
—No soporto verlo así.
—Lo sé. Es duro —él comprendió—. Pero lo he visto terriblemente deprimido desde que se enteró que tenía una hija y no sabía como encontrarla. Luego te conoció a ti y recuperó el ánimo. Literalmente —ella no pudo evitar sonreír—. Y finalmente encontró a su hija. Se vienen días difíciles, pero al menos Jazmín ya está a salvo y por supuesto, te tiene a ti.
—Y a ti también —reconoció—. Eres su hermano. Creo que él no podría vivir sin ti.
Federico rió ligeramente.
—Probablemente trasladen a Jazmín a un hogar de acogida hasta que la situación se esclarezca. Será difícil, Clara. Necesitará que estemos de cerca.
—No voy a despegarme de su lado por nada del mundo —prometió. Entonces, lo vio salir. Él le sonrió a lo lejos y la abrazó por la espalda cuando la alcanzó. Clara sonrió deliberadamente por el cosquilleo que le produjeron las manos alrededor de su cintura.
—¿Nos vamos? Quiero ver a Minni.
—Salgamos de aquí —pidió apresurada—. No me gusta nada este lugar. Me da escalofríos.
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Al terminar de almorzar, Luca, Clara, Federico, Cora y Jazmín, se entretuvieron un largo rato jugando a «LIFE», un entretenido juego de mesa que les dio un par de horas de diversión entre tanto ajetreo. Lo habían hecho en dos equipos. Luca, Clara y Jazmín por un lado, Federico y Cora, por otro. Oír los reclamos de Cora a Federico, porque este tomaba malas decisiones en cuanto a juego, también había sido gracioso. Esas pequeñas discusiones hicieron que el instante se extendiera, casi en todos los turnos tenían algo que debatir. Fue Jazmín la que, frustrada, les puso un punto final «serán unos perdedores si no paran de pelear», Finalmente, la niña tuvo razón. Su equipo resultó ganador. Después de los festejos y las burlas inofensivas, Minni rodeó el brazo de Luca y apoyó la cabeza en él. Evidentemente, había una conexión entre ellos que todos podían notar.
—¿Ahora me puedes leer un cuento? —pidió dulcemente—. Quiero que lo leas tú.
—Sí, Minni. Claro que sí —prometió—. ¿Puedes esperarme unos minutos? Tengo que hacer un llamado.
—¿Ahora? —frunció ligeramente el ceño.
—Sí. Ahora. No tardaré nada —trató de convencerla—. ¿Sabes qué? Federico puede empezar mientras tanto —sonrió perspicaz mirando a su amigo que no comprendía en absoluto porque lo había involucrado en eso. Clara rio por lo bajo y Cora también contuvo una sonrisa.
—¿Yo? ¿Por qué yo?
—Sí, tú. Porque Minni así lo quiere, ¿no?
—¡Iré a buscar el libro! —expresó animada. Regresó enseguida y se lo entregó a Federico, que no comprendía absolutamente nada—. Ya puedes empezar —se acomodó en el sofá.
—Bueno, está bien —carraspeó—. Solo déjame buscar la página...
Cuando empezó a leer, Cora se cubrió el rostro y rió, bastante indignada. La desesperaba lo torpe que ese hombre podía llegar a ser. La llenaba de odio, por un lado, y le resultaba adorable, por otro. En el fondo.
—Espera, detente. Deja de leer.
—¿Y ahora qué hice?
—Es una niña de seis años. Tienes que poner más emoción a las palabras. No puedes leer como si estuvieras leyendo el períodico —reprochó exasperada.
—Bueno, perdón por no saber leer un cuento. Trabajo en un estudio jurídico, no en un jardín de infantes.
Cora apretó el labio inferior y negó.
—¿Sabes qué? Dámelo. Voy a leer yo.
—Como sea —intervino Minni—. ¿Puedes empezar ya? Estoy aburrida —se cruzó de brazos. Segundos después, Cora empezó a leer.
En la habitación contigua, Luca marcó el número de Pía. Mientras esperaba una respuesta, iba y venía de una punta a la otra, inquieto. Clara, que no había sido capaz de dejarlo a solas, aguardaba sentada en la orilla de la cama. Luca sintió tranquilidad al contemplarla allí, sabía que toda su familia estaba apoyándolo, pero sentirla físicamente cerca no tenía comparación. Saber que podía hundirse en sus brazos si algo salía mal, le daba seguridad. Tras el primer llamado, no consiguió respuesta. Tampoco en el segundo. Nada cambió en el tercero y entonces, titubeó. ¿Acaso todo eso tenía sentido? Quizá Pía simplemente había pedido que rescatara a Jazmín para limpiar su consciencia y así poder seguir con su vida con mayor tranquilidad. Clara lo alentó a intentarlo por cuarta vez. Le dijo que no perdía nada haciendo un llamado y que, si todo salía bien y conseguían el testimonio de Pía, las cosas podrían mejorar de forma significativa.
—¿Luca? ¿Qué pasó? —preguntó Pía. Sonaba apresurada.
—Jazmín está conmigo.
—Lo sé. Le rogué a Erick que la dejara en tu casa —explicó—. Luego... aquí se jodió todo. El jefe se enteró de que yo te confesé la verdad, está furioso. Vendrá por mí en cualquier momento, por eso voy a irme.
—Pía, por favor, escuchame. Ven a casa. Te conseguiremos protección. Si pudieras contar tu versión de los hechos todo sería más fácil para Jazmín.
—No puedo. Si me quedo es peligroso para todos —indicó—. Eres su padre, Luca. Y eres un buen hombre. Te quedarás con la niña tarde o temprano.
Luca apretó los puños. La impotencia corría por sus venas. No sabía qué decir o qué hacer para convencerla. No había forma.
—Ya sufrió demasiado. Si estuvieras aquí todo sería más sencillo, Pía —insistió—. Solo quiero que sea una niña feliz y que pueda tener una vida normal con su familia.
—Lo será. No tengo dudas. Pero ya no puedo hacer más nada por ustedes. Lo siento mucho. Debo irme.
—Pía, espera. No cortes —imploró. No tuvo efecto. El llamado finalizó.
Luca intentó contactarla una vez más, pero fue en vano. De hecho, fue directo a la casilla de mensajes. El móvil había sido apagado.
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