49.

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Evitó contestar los primeros llamados que recibió de Federico. Su interior estaba colapsado de preocupaciones. Pensamientos que, tarde o temprano, se volverían en hechos. Y no estaba seguro de cómo los enfrentaría. ¿Podría, siquiera? El panorama en general era un desastre, pero tendría que encontrar la forma de afrontarlo porque se trataba de su hija. Por ella tenía que poder enfrentar lo que sea. Hacer lo correcto aunque doliera; la recompensa acabaría llegando en un punto, ¿no? Quería creer que sí. Que podría reconstruir esa relación padre e hija que alguien se encargó de destruir cuando ni siquiera sabían la existencia el uno del otro.

Tomó una bocanada de aire justo antes de recoger el móvil y saludar a su mejor amigo. Después, lo dejó hablar. Se veía venir las noticias que le daría; su corazón empezó a sentir el dolor pero tuvo que anteponerse.

—Todo está listo, Luca. Tenemos que proceder con la denuncia —indicó Federico.

—Lo sé. Mañana a primera hora. ¿De acuerdo? —desde el umbral de la sala, observó a Jazmín que coloreaba un libro infantil, el que Clara le había obsequiado. Se veía pacífica e inmersa en su mundo. Deseó saber la clase de pensamientos que habitaban su mente aniñada, pero hasta el momento Jazmín había adquirido un comportamiento poco expresivo. No decía mucho.

—Dijimos que sería hoy.

—Necesito un día más, Federico. ¿Lo puedes entender?

Su amigo suspiró con cansancio.

—Un día. Eso es todo. Las cosas podrían complicarse si esperamos más tiempo —advirtió—. Por casualidad, ¿Cora está ahí contigo?

—Salió —de pronto su tono se volvió seco.

—¿A dónde? ¿Salió con alguien?

—No lo sé.

—¿Cómo que no lo sabes? ¿No le preguntas a donde sale?

—¿Por qué le preguntaría? —cuestionó impaciente—. Cora tiene veintiocho años. Es una adulta.

—Tienes razón. Supongo que es la costumbre —se retractó al darse cuenta que había quedado como un imbécil desesperado—. Tengo que dejarte. Llegó un cliente. Adiós.

La llamada finalizó, Luca apartó el celular y se acercó silenciosamente a Minni. No quería perturbar su tranquilidad. El televisor aún continuaba encendido en el canal infantil. A través de la ventana se colaban rayos de sol brillantes y ella arrugó ligeramente los ojos porque estos la acariciaron.

—Así que... ¿te gustó ese libro, eh? —trató de entablar una conversación. Minni asintió—. Llevas mucho coloreando. ¿Cuántos has pintado?

Minni permaneció concentrada en el dibujo de los ositos de picnic en el bosque. A sus seis años, no había tenido demasiado tiempo para centrarse en hacer cosas de niños. Aunque no lo demostrara con efervescencia, estaba encantada con las crayolas y los dibujos para colorear.

—Uhm... como... —finalmente levantó una mano y empezó a contar con los dedos. Lentamente—. Uno... dos... tres... cuatro... cinco. Sí. Cinco —Luca le sonrió contemplando cada una de sus facciones y su garganta se hizo un nudo; aún le costaba creer que esa niña adorable era su hija. «¿Cómo pudimos perder tanto tiempo juntos?» se preguntó. Dolía recordarlo—. ¿Hoy no tengo que hacer nada? —preguntó de pronto.

—No. En realidad, aquí puedes hacer lo que tú quieras.

—¿Lo que yo quiera? —sus ojos se abrieron ilusionados.

—Lo que tú quieras.

—¿En serio? ¿Y no tengo que trabajar?

—No, Minni —de repente, algo se volvió tenso en su interior. Pesado. Ahí estaba nuevamente esa parte de él que se culpaba por no haber sido lo suficientemente atento cuando Pía se marchó de sorpresa. Quizá si hubiera investigado antes, hubiera llegado a tiempo y su hija habría crecido bajo su ala. No así. No con desconocidos que la hacían trabajar en la calle cuando apenas dejaba de ser una bebé—. Ningún niño en el mundo debe trabajar. Los adultos deben hacerlo. Los niños... y las niñas, como tú, tienen otros deberes, como ir al colegio, aprender y sobre todo, jugar —sonrió ligeramente—. ¿Entiendes?

—Sí —se encogió de hombros. Atinó a colorear, pero de pronto volteó de nuevo hacia Luca—. ¿No tengo que trabajar nunca más?

—No, pequeña. Te prometo que no —carraspeó. Ella lo asumió con naturalidad, pero a él lo lastimaba profundamente el solo hecho de pensar que había tenido que trabajar—. Tengo una idea. ¿Sabes lo que haremos hoy?

—¿Qué? ¿Qué haremos? —sonó entusiasmada.

—Iremos a dar un paseo. Podemos tomar un helado o comprar batidos de frutilla y magdalenas —Minni de pronto sonrió—. Después buscaremos una tienda de juguetes y elegirás lo que más te guste. Lo que tú quieras. ¿De acuerdo? ¿Te parece un buen plan?

Ella asintió con el rostro completamente iluminado. Nunca había hecho esa clase de planes. Recordaba la juguetería como un palacio de ensueños en el que solo podía mirar desde afuera lo que había en su interior. Una vez entró a una, pero la dueña la miró con tanta desaprobación —creyendo que la niña iba a hacerle algún daño— que acabó echándola. Después de esa ocasión, Minni tan solo contempló a través del escaparate.

—Creo que ya me cansé de pintar. ¿Podemos ir ahora? —pidió con ansiedad.

Sin rodeos, Luca la despegó de la silla sujetándola en sus brazos mientras la hacía reír.

—No se diga más. Vamos ahora mismo.


『♡』•『♡』•『♡』


Luca ni siquiera consiguió comer. No tenía apetito. Lo único que pudo hacer fue mantener sus ojos en Jazmín, atentos y fascinados ante cada movimiento, gesto o mueca que hacía. Todo le resultaba increíblemente adorable. Pensó en lo maravilloso que hubiera sido verla crecer —el primer diente que le creció, la primera palabra que dijo, sus primeros pasos— y sintió un vacío atosigador. ¿Sería siempre así? ¿La tristeza llegaría cada vez que caía en la cuenta de lo que perdió? Era una mezcla de sentimientos ambiguos difíciles de procesar. Agridulce. Había perdido el pasado, tiempo que no podría recuperar pero tenía el presente, aunque no estaba seguro de cómo sería el futuro. Eso no dependía completamente de él. Entonces, recordó las palabras de Clara y halló algo de calma: «Aún es pequeña, Luca. Tendrán mucho tiempo juntos». Quería creerlo con todas sus fuerzas.

—¿Tú no vas a comer? —Minni contempló su magdalena sin tocar.

—No. No tengo hambre. En cambio tú si, ¿eh?

—¿Podemos llevarnos tu magdalena para comerla en la casa?

—Sí. Claro que sí. Es más, pediremos una docena para llevar. ¿Quieres?

Minni abrió los ojos sorprendida.

—Una docena suena a que son muchos. ¿Qué es una docena?

Luca sonrió derretido de ternura.

—Una docena significa que son doce magdalenas —de inmediato, agarró los sobres de azúcar que estaban dentro de un pequeño contenedor sobre la mesa y los usó para ejemplificar. Colocó seis arriba y seis debajo—. ¿Lo ves? Justo así.

—Oh, sí. ¡Es un montón! —finalmente comprendió la cantidad—. Uhm, Luca... ¿Voy a quedarme contigo para siempre?

La pregunta lo encontró desprevenido. Tragó saliva, mientras luchaba contra el pánico. Fue consciente, más que nunca, de la importancia de realizar la denuncia y empezar a actuar por las vías legales. Necesitaban certezas. Claridad.

—¿Te gustaría?

Ella asintió tímidamente.

—Nunca tuve un papá, pero tú te pareces mucho a uno —pronunció dulcemente—. ¿Me quedaré contigo o no?

En ese instante, Luca también se dio cuenta que le importaba absolutamente nada lo que pudiera revelar una prueba de sangre. Ella le estaba pidiendo que fuera su papá y él, sin dudas, lo sería. Quería serlo.

—Sí. Haremos todo para que eso suceda —respondió sin titubear—. ¿Estás lista para ir a la tienda? —notó que había terminado su comida y el batido.

Algo nervioso, usó aquella excusa para desviar la conversación. Tenía mucho que explicarle a Jazmín pero quería buscar la opción menos traumática para hacerlo. Las palabras adecuadas para que pudiera entender la historia y a la vez, el modo más simple de hacerlo. Sin embargo —como si no hubiera una tormenta a punto de estallar justo encima de ellos— Jazmín se puso de pie y sujetó su mano, mostrando que estaba lista para continuar con el paseo. Sintió que, por primera vez en su vida, podía ser completamente una niña.

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