46.

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Usualmente tenía un haz bajo la manga. La solución inmediata ante una situación inesperada. Sin embargo, esa madrugada, Luca se quedó inmutado. En todas las ideas que supo contemplar, nunca se le cruzó por la cabeza que la niña aparecería en la puerta de su casa. Tragó saliva, dio un paso adelante e intentó mantener la calma. Ella lucía atemorizada. Repleta de incertidumbre. Él era el adulto que debía mostrar que todo estaba bajo control.

—Ey, Minni. ¿Qué haces aquí? ¿Cómo llegaste? —preguntó Luca. Enseguida se acercó con cautela y se agachó hasta quedar a su altura. Clara se quedó sosteniendo la puerta.

Ella se encogió de hombros. Se veía conmocionada.

—Me trajo Erick —respondió con timidez. Luca en seguida adivinó que se trataba del muchacho que se topó el otro día—. Pero se ha ido —hizo un puchero, a punto de romper en llanto—. ¿Me puedo quedar contigo? Él dijo que estaría segura —agregó y se limpió las lágrimas con el dorso de su mano libre.

—Claro que sí, Minni. Ven aquí —ella se acercó y Luca la cargó en sus brazos—. No sé lo que pasó, pero hizo muy bien al traerte. Estás segura aquí. Te lo prometo —ella lo abrazó como pudo, a pesar de las cosas que cargaba. Sus pequeñas manos se aferraron con fuerza a la tela de su camiseta—. Clara, ¿puedes quedarte con ella un momento? Ahora vuelvo —pidió tras dejar a la niña en el interior de la vivienda.

Clara asintió pero frunció el ceño.

—¿A dónde vas? —contuvo su preocupación solo porque estaba frente a una niña que se veía terriblemente asustada.

—Tengo que averiguar algo. Ahora vuelvo.

—Está bien. No tardes —expresó al mismo tiempo que sostenía la pequeña mano de Jazmín—. Soy Clara. Nos conocimos una vez. ¿Me recuerdas? —preguntó en un tono amistoso. La niña asintió en silencio.

Sin rodeos, Luca salió a toda velocidad a la calle que estaba prácticamente vacía por el horario inusual. Miró hacia ambos lados, hasta que logró localizar al muchacho de espaldas, estaba tan lejos que pronto su figura dejaría de ser visible. Luca comenzó a gritarle a lo lejos al mismo tiempo que iba tras él, finalmente el joven se detuvo y lo alcanzó. Llegó algo agitado, nunca previó correr un maratón a mitad de madrugada.

—¿Qué quieres? No tengo mucho tiempo —se volteó. Llevaba una sudadera negra y tenía puesta la capucha.

—¿Por qué? —Luca trató de regular su respiración—. ¿Por qué dejaste a Minni?

Erick lo miró fijamente. Tenía una expresión dura pero juvenil al mismo tiempo.

—Después de que te fuiste, busqué a Pía para comprobar si la historia era cierta. Ella me lo confirmó. Me pidió que la dejara contigo —contó bastante apresurado—. Esta no era la forma en que planeaba hacerlo, pero el jefe se enteró, apareció de repente en la casa y quiso llevársela. Dijo que la niña le traería problemas. La saqué de ahí tan rápido como pude y la dejé en tu casa. Está asustada —tomó una bocanada de aire. Sus ojos brillaron cristalizados—. Desde que el jefe me puso a cargo de los niños intenté que tuviera la mejor vida dentro de lo que es posible en ese mundo —escupió resignado.

Luca tardó en digerir la información. Tenía cientos de preguntas para hacerle, pero Erick no estaba dispuesto a darle más tiempo. Ansiaba largarse de ahí lo antes posible.

—Gracias por traerla. No sabes lo mucho que la he buscado —expresó con sinceridad. Era un verdadero alivio que Jazmín estuviera a su lado. No imaginaba lo mucho que significaba para él. Aunque faltaba un largo tramo por recorrer, lo importante era que al menos ya se habían encontrado.

—Casi nadie tiene un final feliz a donde pertenezco ¿sabes? Tuviste suerte. Cuídala —Erick sonrió con tristeza. Guardó las manos en el bolsillo canguro de su sudadera y retomó su dirección a paso rápido.


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La adrenalina siguió corriendo a través de sus venas cuando regresó al departamento. Clara estaba sentada frente a la mesa con Minni sobre sus piernas. Minutos antes, le había soltado el cabello que traía amarrado torpemente y comenzó a peinarlo con sus manos, suavemente, con la única intención de calmarla. En gran parte, funcionó. Sin embargo, sus ojos continuaban abiertos de par en par. Siempre alerta. Su cuerpo tampoco se había relajado del todo, daba la impresión de que permanecía en la espera de que algo malo ocurriera y no era para menos —creció en un mundo turbulento durante seis años—. Luca no tuvo tiempo de enternecerse con la escena, Jazmín saltó de la silla y corrió hacia él.

—Luca, volviste —lo abrazó rodeando su pierna.

—No dejó de preguntar por ti —intervino Clara—. Tardaste. ¿Todo bien?

—Sí. Nada de qué preocuparse —murmuró con la mirada puesta en la niña. Clara entendió que simplemente se lo contaría luego. A solas—. ¿Qué estuviste haciendo, pequeña?

—Te estaba esperando —murmuró dulcemente—. ¿Erick va a volver? —preguntó de forma inocente—. No puede volver a casa, ¿sabes? Había un señor malo que quería llevarme y luego quiso lastimar a Erick. No quiero que lo lastimen.

La pareja intercambió miradas de preocupación. Luca tragó saliva; no estaba seguro de cómo hablarle a una niña de seis. Durante un instante su mente entró en pánico, no quería equivocarse o decir algo que pudiera herirla para siempre. Así que tomó una bocanada de aire, la sujetó en brazos e intentó seguir su instinto paternal.

—Erick está bien. De hecho, recién hablé con él. Me dijo que buscaría un lugar seguro. Nadie lo va a lastimar, ¿de acuerdo? —Minnie asintió. Estuvo a punto de formular otra pregunta pero un bostezo la interrumpió. Moría de sueño—. Bueno, parece que alguien necesita descansar. Es muy tarde para que una enana como tú siga despierta.

Minni dio a entender que estaba en lo cierto y apoyó la cabeza sobre un hombro de Luca, mientras con sus brazos le rodeó el cuello. La habían sacado de la cama a mitad de madrugada, su ritmo aún se mantenía exaltado pero el cansancio también estaba ahí.

—¿Y si el hombre vuelve?

—No lo hará.

—Pero, ¿y si lo hace?

—Yo estaré cuidando de ti y no dejaré que se acerque, Minni.

—¿Puedes darme a Miel?

—¿Quién es Miel?

—Es mi conejita bailarina. La llevo conmigo a todas partes —respondió. Tenía los ojos entrecerrados. Descansaba cada vez más cómoda en los brazos de Luca—. No puedo dormir sin ella.

—Oh, aquí está Miel. Ten —Clara se la extendió y Jazmín la sujetó con los últimos vestigios de lucidez—. Creo que también tiene muchas ganas de dormir.

Un rato después, Luca acomodó a la niña sobre la cama de la habitación de invitados. Notó que había recuperado algo de tranquilidad por su forma —un poco más calma— de respirar. No obstante, aún dormida, seguía con la guardia en alto y, en cuanto Luca intentó distanciarse, ella envolvió su dedo índice con fuerzas, impidiéndole irse. Luca sintió que su corazón se regodeaba en un mar de ternura inexplicable. Le pareció una locura conocer a su hija seis años después, sin embargo, fue aún más delirante la clase de amor que experimentó en aquel corto tiempo. Un amor que no conocía. La capacidad de poner su vida sobre la de ella sin importar qué. Un amor sin límites. 

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