43.
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Chocó con Luca a mitad de camino. A pesar del temor y la adrenalina que recorría sus venas, tardó unos efímeros segundos en darse cuenta de que se trataba de Clara. Su Clara. La abrazó con fuerzas, dejó en evidencia lo mucho que la necesitaba y el alivio que sintió al volver a verla. Minutos atrás, Luca pensó que moriría. Podrían haberle quitado la vida en un parpadeo y lo más escalofriante es que quizá también habrían ido por Clara, que aguardaba expectante en el interior del vehículo. Ella no resistió demasiado. En cuánto pasaron los minutos que habían pactado, salió a buscarlo. Le había prometido que no lo dejaría solo. Le había prometido que nadie lo lastimaría. Tomó una ligera distancia, contempló su rostro e inspeccionó con sus manos, quería comprobar que todo estuviera bien. Evidentemente nada lo estaba.
—Ey, ¿quién te hizo eso? —preguntó molesta. Miró tras su espalda e intentó ubicar al sujeto que se atrevió a darle un golpe—. ¿A dónde está? —se removió inquieta cuando Luca la sostuvo por la cintura.
—Vamos, preciosa. Esto era lo mínimo que podían hacerme. No te preocupes, estoy bien —trató de calmarla. Ella tenía el ceño fruncido y los puños apretados.
—¿Lo mínimo?
—Tenía un arma —reveló—. Vámonos de aquí ¿si?
—De acuerdo. Sí.
Su piel se erizó al oír que tenía un arma de fuego. Pensó en la facilidad con la que su mundo podría haberse caído, abrazó a Luca por la cintura y se mantuvo aferrada hasta que llegaron al vehículo. En seguida entraron y él empezó a conducir, por el momento lo más sensato era alejarse. Clara chequeó los móviles, vio un montón de llamadas perdidas de Federico. Le escribió un mensaje rápido diciéndole que estaban a salvo y de regreso a casa. Luego, apartó el teléfono. Su mayor preocupación era Luca que conducía, pero parecía ausente. Como si estuviera perdido en algún punto lejano de sus pensamientos. Lo miró afligida, deseando saber lo que estaba pasando por su cabeza, deseando saber la respuesta exacta para quitarle aunque sea un poco de toda la angustia que cargaba.
Luca aparcó el auto a una orilla de la calle donde vivía y fue cuando, finalmente, volvió a respirar. Habían llegado a un punto seguro. Largó una bocanada de aire, su pecho se hundió de forma dolorosa y le dirigió una mirada a Clara. Tenía los ojos decaídos y húmedos.
—Ey, estoy aquí. Tranquilo —sujetó su mano—. Dime lo que pasó. Lo que quieras contarme.
—La encontré, Clara.
—¿Qué? ¿Estaba ahí?
—Si, la vi. Es Mini. Es la niña que vendía descartables la noche que fuimos al restaurante. Y luego volví a cruzarla por la zona, dos veces más. Ahora lo entiendo —respiró—. La vida estaba tratando de decirme algo y yo no podía verlo.
Clara levantó las cejas. Prácticamente se quedó sin palabras.
—La vida fue sumamente injusta cuando lo separó, sabía que tenía que remediarlo y por eso todo este tiempo intentó juntarlos. Ya está. Ahora resta hacer lo correcto para sacarla de ahí —murmuró convencida de que todo iría bien. Él asintió, todavía conmocionado—. ¿Sabes con quién vive?
—No. Más o menos. Había un chico joven, el que me apuntó. Supongo que es como su hermano mayor o algo así. Pero todo ese lugar... —volvió a detenerse para respirar—. Nada de todo eso se ve legal. Es un sitio horrible para una niña. Es tan pequeña. Quiero sacarla de ahí y traerla aquí conmigo —expresó repleto de impotencia.
—Lo sé —comprendió—. Déjame ir ahí contigo —Luca extendió los brazos y ella no dudó; se pasó a su lado y se sentó sobre él—. Ya la conoces, sabes dónde está. No volverán a separarse. Ahora lo único importante es hacer las cosas bien para que esté aquí contigo —le recordó mientras acarició con las manos los laterales de su cuello.
Luca intentó centrarse en las palabras de su novia. En ese instante, era la voz de la razón. Apretó la mandíbula y tragó saliva, tampoco quería ponerse a llorar como un niño —aunque tuviera muchas ganas de hacerlo— porque eso no ayudaría en nada. No arreglaría nada. Sujetó el rostro femenino entre sus manos, acarició los costados de su cabello y acomodó algunos mechones, Clara tenía la mirada más especial que había conocido jamás. Le agradaba como se veía el mundo a través de ellos.
—Sinceramente, no sé qué haría sin ti. Gracias por no dejarme hacer esto solo.
Ella se inclinó y lo besó de repente. Era su manera de decirle «solo, nunca más».
『♡』•『♡』•『♡』
En cuanto abrió la puerta, la chica se abalanzó sobre él. Fue un abrazo ansioso y fraternal. Luca no entendió absolutamente nada, pero la rodeó de igual manera; Luca y Cora se abrazaban un par de veces al año, en ocasiones contadas, sin embargo en ese gesto había algo completamente diferente. Una sensación de familiaridad que Luca añoraba más que nunca. Su hermanita. Había evitado contarle lo que estaba pasando, ella estudiaba en la universidad y no quería preocuparla; hubiera preferido hablarle del asunto una vez resuelto —como de costumbre—, pero ella lo sabía todo. Pudo ver el culpable tras su espalda: Federico, su mejor amigo.
—Mirate.
—¿Qué tengo, tonto?
—Te ves más adulta. No sé. Has crecido desde la última vez que te vi.
Cora le dio un golpe inofensivo en el hombro.
—Tú también has cambiado mucho. Ahora tienes un ojo morado, una hija y al parecer también una... ¿amiga con derecho? ¿novia? —deslizó la mirada hacia Clara que surgió de la habitación—. Hola.
Luca se percató de su presencia y le extendió la mano para acercarla. Sonrió, sintiéndose contenido al verse rodeado de las personas más importantes de su vida.
—Es mi novia, Clara —la presentó—. Clara, ella es Cora, mi hermana.
—Es un gusto, Cora. Luca me ha hablado mucho de ti.
—Es bueno oír que no olvidó que tenía una hermana —bromeó divertida—. El gusto es mío —sonrió.
—¿Quieres acomodarte en la habitación de invitados? —sugirió él.
—Eso sería genial.
—Te acompaño —ofreció Clara—. Déjame ayudarte con tus cosas.
Las chicas se marcharon a la habitación conversando de forma animada. Estaban encantadas la una con la otra de conocerse. Clara siempre deseó conocer a la única familia de Luca. Cora tenía un buen presentimiento con respecto a ella, la buena energía que desprendía Clara era contagiosa y le agradaba que su hermano por fin estuviera con alguien que pudiera valorarlo.
—Acompáñame a la cocina —pidió Luca a su mejor amigo. Habían quedado del otro lado del apartamento—. Tenemos que hablar.
Federico lo siguió.
—Deberías agradecer que no te rompí la cara por arriesgarte como lo hiciste —escupió enfadado—. Casi te matan, imbécil.
—No hagas eso. No cambies de tema.
—¿Cuál es tu problema?
—Los dos sabemos cuál es el problema —aclaró. Federico permaneció fingiendo que no comprendía—. Trajiste a mi hermana.
—Bueno, pensé que tenía que saberlo. No puedes hacer todo solo, Luca. En estos casos se necesita a toda la familia cerca.
Luca resopló y se apoyó sobre el borde de la mesada, escaso de paciencia.
—Los dos sabemos que no la trajiste solo por eso —discrepó—. Estás comprometido, Federico. Me dijiste que hasta piensan tener hijos.
—Sarah quiere hijos, yo no.
—Como sea —murmuró exasperado—. No me olvido de lo que pasó entre ustedes. Y además... te conozco. Tienes esa cara.
Frunció el ceño.
—¿Cuál?
—La que pones cuándo estás enamorado —respondió—. Escucha, Cora está bien. Está a punto de recibirse, tiene un trabajo, amigos, toda una vida en otra parte. Tu lugar está lejos de ella y punto. no quiero hablar más de esto —cercioró.
Era difícil no pensar que Federico no lo había hecho adrede. Trajo a Cora desde cientos de kilómetros después de años sin verla. Era difícil no pensar que había encontrado la excusa perfecta para retomar el contacto con ella. Luca sabía que tenía que ver con eso, sin embargo, Federico también era un gran amigo y en sus intenciones brindar apoyo a Luca era su prioridad. Solo quería que estuviera a su gente cerca.
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