41.
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Luca condujo un largo rato.
La zona a la que se dirigían empezó a causarle escalofríos a medida que ingresaban. Era una ruta en la periferia de la ciudad. No estaba completamente edificado. Había grandes espacios con vegetación a los costados; galpones, talleres y viviendas —la mayoría precarias— también componían el escenario. Tragó saliva cada vez que observó a su alrededor. Había deseado con fervor que su hija estuviera a salvo, sin embargo, su deseo pareció truncado. Definitivamente no era una zona adecuada para criar niños; especialmente por los peligros de la ruta y la falta de recursos a simple vista. Quizá estaba juzgando deprisa, pero no pudo evitarlo. Un centenar de ideas alarmantes invadieron su cabeza. Clara, por su parte, tampoco dijo nada. Pero pudo ver el miedo en los ojos de Luca. Su corazón se apretó, notó que el panorama se tornaba más y más oscuro, así que simplemente extendió una mano hasta Luca y le acarició el cabello, justo detrás de la nuca. Estaba tenso. Agobiado. Y la caricia le recordó que no estaba solo.
Finalmente, se detuvo frente a una parada callejera de autobuses. Dos mujeres permanecían sentadas fumando un cigarrillo.
—¿Qué haces?
—Tengo que preguntar a gente de la zona. Quizá sepan donde queda el club que apuntó Pía —explicó—. Ahora vuelvo.
Sí, Pía había apuntado el nombre de un club nocturno que ni siquiera figuraba en internet. No había carteles. Ni indicaciones. Parecía un sitio fantasma porque no tenían forma de encontrarlo.
Clara se mantuvo atenta a los movimientos de Luca. Notó como las mujeres lo observaron de pie a cabeza en cuanto lo vieron acercarse. En especial la pelinegra, que se puso de pie y desplegó una sonrisa condescendiente. Durante unos minutos deseó quitarse el cinturón de seguridad y advertirles que no le pusieran una mano encima. También trató de escuchar, pero no alcanzó a oír nada. Lo recibió expectante, en cuánto lo vio de regreso al vehículo.
—¿Y? ¿Han dicho algo?
—Lo conocen. Me explicaron donde está el club nocturno y que justo al lado hay una casa donde viven los niños.
Clara arrugó la nariz disgustada.
—¿Estás seguro que decían la verdad?
—Sí. Eso creo. Soy bueno notando cuando la gente miente. Además, no ha sido gratis.
—¿Tuviste que pagar por la información? —levantó las cejas.
—No tuve opción.
—Tendríamos que avisarle a Federico que estamos aquí —sugirió. Todo a su alrededor le daba mala espina.
Él asintió. Se le había pasado por alto ese detalle. Contempló a la chica de reojo y como tantas otras veces, se sintió realmente afortunado por tenerla a su lado. Estaba seguro que no era nada fácil encontrar el tipo de amor dispuesto a dispuesto a luchar y no abandonar ante el primer obstáculo.
—¿Le puedes enviar la ubicación en tiempo real? Dile que si en dos horas no damos señales, que avise a la policía.
Ella enseguida sujetó su teléfono y emitió un suspiro.
—Nos matará a los dos. A ti por no quedarte en casa, a mí por no hacer que te quedes.
Le había prometido que no le permitiría hacer ninguna locura o más bien, que no lo perdería de vista. Técnicamente, no estaba faltando a su promesa. Se mantendría junto a él a cada paso; incluso si eso significaba tomar riesgos. Después de todo, ya lo había hecho.
Entonces, Clara le dio una mirada repleta de complicidad. Solo ellos dos podían comprender el sentimiento de amor incondicional que los unía.
『♡』•『♡』•『♡』
Aparcó unos metros antes de la ubicación del sitio. No quería llamar la atención pues era evidente que ninguno estaba familiarizado con aquel lugar. En principio, echó un vistazo desde el interior del vehículo. Clara estuvo a punto de morderse las uñas —un mal hábito que había adquirido de niña pero que hacía tiempo había logrado controlar— sin embargo, el nerviosismo la mantenía inquieta. Tragó saliva, intentó leer la expresión de Luca, adivinar lo que estaba pasando por su cabeza. ¿Cuál sería el próximo paso? ¿Era demasiado tarde para amarrarlo al asiento del conductor y no dejarlo salir? O quizá podía convencerlo de volver a casa. Tal vez si se mostraba lo suficientemente dura podía hacerlo recapacitar, solo necesitaba sacar sus dotes amenazadores, aunque con él era prácticamente imposible.
—¿En qué estás pensando? —preguntó. Hubo silencio—. Lu, estoy nerviosa. Esto me da miedo —confesó.
—Lo siento —volteó hacia ella—. Solo echaré un vistazo. Quédate aquí, ¿de acuerdo?
—No voy a dejar que vayas solo. Tenemos que actuar como un equipo.
—Sí. Concuerdo. Y un equipo necesita dividirse a veces para hacer las cosas bien —aclaró—. Iré a ver. Tú quédate aquí con el teléfono en la mano por si necesitamos pedir ayuda. No voy a hacer nada que nos ponga en riesgo, te lo prometo. Solo iré a ver. ¿Confías en mí?
—Está bien. Bien —acató la indicación un poco exasperada. Luego, comprobó la hora en el móvil—. Pero te quiero aquí en quince minutos. Si no lo haces, tendré que ir por ti —dijo de un modo autoritario.
—De acuerdo. ¿Algo más?
Se extendió hacia él y lo besó en los labios. Tres veces. No era el lugar más indicado para hacerlo, pero necesitaba expresar la forma en que lo amaba y ese fue el modo que encontró. Luca correspondió al gesto, cerró los ojos y durante aquellos segundos, olvidó la marea de problemas a su alrededor.
—No te tardes —expresó antes de soltarlo—. Por favor.
—Ahora vuelvo. Pon el seguro. Ahí están las llaves. Te amo —soltó antes de salir del auto y cerrar la puerta tras él.
Clara susurró casi para sí misma un «yo también». Se quedó a solas en el vehículo que estaba impregnado de un perfume alimonado y miró las llaves, todavía colocadas de manera que de un simple giro encendían el motor. Días atrás, Luca le prometió enseñarle a conducir cuando ella le contó que nadie lo había hecho. Ansiaba ese momento. Siempre quiso tener el control de un auto. Pero anhelaba aún más aprender de él. Pasar tiempo juntos. Reír. Pensó en lo divertido que sería para evadir el nerviosismo. «Todo estará bien» repitió.
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