39.
Hola. Por favor, si están disfrutando de la historia, no olviden dejar una estrellita y un comentario, por más cortito que sea. Me gustaría que esta historia siga creciendo en la plataforma, pero necesito de la colaboración de ustedes para que suceda. ¡Muchas gracias!♥
En cuanto contempló a Luca, supo que algo había pasado. En su expresión fue capaz de leer que su mundo acababa de sufrir una abrumadora sacudida. La recibió con un beso en los labios. Luego, la abrazó como si intentara perderse en ella para siempre. Sus brazos la rodearon con fuerza y necesidad; sintiendo que la quería tanto que no había forma de explicarlo. Clara se despegó, estudió su expresión y le acarició las mejillas con los pulgares, cuidadosa. La angustia estaba ahí, hundida en aquellos ojos que también la miraban con rasgos de esperanza. Tristeza y belleza habitando al mismo tiempo. No era una mujer violenta, pero verlo sumido en esa angustia le hizo desear haber sido más dura con Pía. Al menos, preguntarle por qué demonios le gustaba aparecer solo para lastimarlo y dejarlo con el corazón totalmente arañado.
—¿Qué pasó? —indagó repleta de preocupación—. Me crucé a Pía, recién. No me lo quiso decir.
Luca largó un suspiro pesado.
—Es complicado —respondió. Contuvo las ganas de llorar. No estaba seguro de ser capaz de hablar sobre ello en voz alta, pero necesitaba urgente hacer algo con tanto dolor o se pudriría dentro de él—. Yo no...
—¿Aún tienes sentimientos por ella? —confrontó sin vueltas—. ¿Es eso? —Luca negó—. Entonces explicame lo que está pasando, por favor. Quiero poder comprenderte para apoyarte, amor. Quiero saber qué es lo que te pone tan triste —pidió rozando la desesperación.
No podía describir la impotencia de querer ayudarlo pero no ser capaz de hacerlo porque ni siquiera sabía lo que estaba pasando. Cada silencio se traducía en una fuerza que la impulsaba un poco más lejos de él.
Luca asintió. Sujetó la mano de Clara con parsimonia y la guió hasta una silla donde se sentó. Le urgió mantenerse quieto, aún tenía la sensación de que su corazón dejaría de latir y podría desplomarse en cualquier momento. Usualmente habría procesado el dolor a solas, luego quizá habría llamado a su mejor amigo para descargarse pero esta vez, Clara había aparecido a tiempo. Justo cuando empezaba a hundirse en el pozo. Un círculo tóxico infinito. ¿Se acabaría alguna vez?
—Ven aquí, por favor —la atrajo suavemente de la mano. Ella se sentó sobre sus piernas y acomodó los brazos a su alrededor, rodeando el cuello—. Escucha, preciosa. En este tiempo te has vuelto una de las personas más importantes de mi vida —reconoció con sinceridad, acunando su rostro con la palma de una mano—. Lo mío con Pía terminó hace años. No tengo ojos para ella ni para nadie más. Solo para ti.
—Lo entiendo —Clara apartó un brazo para jugar con la cadenita de plata que él llevaba alrededor del cuello—. No dudo de lo que sientes por mí pero... Si es un poco extraño que te encuentres constantemente con tu ex novia y luego ver lo mucho que te afecta. Solo quiero entender.
—Lo harás —prometió. Durante un instante, bajó la mirada. Se preguntó por dónde empezar. Se dio cuenta que, si seguía buscando el inicio ideal, nunca lo haría. Así que simplemente comenzó—. Pía y yo estuvimos a punto de casarnos hace siete años. Ella era bailarina y daba clases de baile, pero aspiraba a más. No estaba conforme con ser profesora. También soñaba con ser una bailarina famosa, convertirse en modelo, estar en la televisión... Ya sabés. Fama —resumió—. Lo que estaba perfecto. El problema es que tomó el camino equivocado. Conoció a alguien por internet, un tipo que le prometió oportunidades, una vida de lujos, dijo que la llevaría al estrellato —Clara no comprendió de inmediato hacia dónde se dirigía. Sin embargo, escuchó atenta—. Lo dejó todo de un día a otro.
—¿Se fue?
—Sí. Se fue con él —afirmó—. No supe más de ella hasta que siete años después, un par de meses antes de conocerte, reapareció. Me llamó. Me contó que todas las promesas que ese hombre le había hecho, fueron mentiras. La llevaron engañada y acabó trabajando en un burdel. Y me confesó que, nueve meses después de marcharse, tuvo una hija en ese lugar. Mi hija —su voz se debilitó.
Los ojos de Clara se habían cristalizado.
—Tienes una hija —pronunció en un intento de aclarar su confusión.
—Sí. Tengo una hija.
—¿Y dónde está?
—Aún no lo sé. El dueño del lugar se la llevó apenas nació. Intenté... Intenté conseguir información todo este tiempo. Pía estaba muy inestable. Un día decía que era mi hija, otro que no estaba segura, que me olvidara del tema... —respiró agobiado—. Hasta recién —Luca recogió el papel que yacía en la mesa—. Dijo que acá lo apuntó todo. Su nombre... y la zona donde posiblemente la pueda encontrar. Ha dicho que vende cosas en la calle —lagrimas, una tras otra, rodaron por las mejillas de Luca. Algunas aterrizaron en los pulgares de Clara, que consiguió quitarlas a tiempo.
—Por dios. Lo siento tanto. No tenía idea de que estabas pasando por todo esto tú solo. Debe haber sido una tortura.
—Lo es —reconoció—. Tiene seis años ¿sabes? Aún es muy pequeña. No puede estar trabajando —expresó con impotencia—. Tendría que haberla cuidado.
—¿Cómo ibas a saberlo, Luca? No había forma —dijo dándole un golpe de realidad. Lo cierto era que, por aquel entonces, quedó tan dolido por la repentina fuga de Pía que no quiso volver a saber de ella—. Lo importante es que aún estás a tiempo, ¿si? La vamos a encontrar. Sé que es complicado, pero ella estará bien porque te tiene a ti. Aunque aún no lo sepa.
Él apretó la mandíbula e intentó contenerse pero finalmente se quebró. Dejó caer la cabeza sobre un hombro de Clara y se permitió llorar durante algunos segundos. Ella lo besó en la sien y le acarició el cabello una y otra vez, recordando que ella estaba ahí. No se iría a ninguna otra parte.
—Quiero ver el nombre —confesó a pesar de que le daba miedo indagar en ese trozo de papel. Su mano tembló ligeramente. Clara lo sujetó con la entereza que él en ese instante no tenía y lo miró, buscando aprobación—. Sí. Hazlo.
Mantuvo la calma a medida que abrió el papel. Luego, deslizó su mirada a través de las anotaciones que eran puntuales y escuetas. Las lágrimas también amenazaban con salir de sus ojos, la situación la conmovió y la entristeció en partes iguales. Había muchas aristas que aún no podía entender; más el dolor de Luca parecía infinito, quería mostrarse fuerte por él. Era su turno de serlo.
—¿Listo?
Luca asintió. Estaba ansioso.
—¿Cómo se llama?
—Jazmín —leyó dulcemente.
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