36.

Hola. Por favor, si están disfrutando de la historia, no olviden dejar una estrellita y un comentario, por más cortito que sea. Me gustaría que esta historia siga creciendo en la plataforma, pero necesito de la colaboración de ustedes para que suceda. Se los pido de corazón. ¡Muchas gracias! ♥


Cada vez que recordaba lo que había pasado, percibía una nueva grieta abriendo su corazón. Una punzada de dolor que palpitaba durante horas. Tenía un pensamiento constante: «Te echaron de casa. Tu familia ya no te quiere». Y estaba harta. Profundamente agotada de preguntarse a sí misma «¿qué fue lo que hice mal?». Necesitaba oír la explicación en boca de sus padres; que pudieran mirarla a los ojos y decirle los motivos que provocaron su expulsión. Pero ni siquiera pudo tener eso porque ninguno se dignó a contestar el teléfono, mucho menos responder un mensaje. Por momentos quería regresar a casa, tocar la puerta hasta encontrar a alguno de los dos y finalmente obtener esa conversación. Sin embargo, no quería arriesgarse. La Clara que golpeó la puerta y se puso a gritar, era una versión de sí misma que le desagradó; fue como sentirse fuera de su cuerpo, incapaz de controlarse, llevó sus emociones a un límite oscuro del que luego le costó salir.

Luca había sido, literalmente, su salvavidas.

Él la cuidó. La tranquilizó. La dejó llorar entre sus brazos hasta que el malestar en su pecho se apaciguó. Y se mantenía pendiente de ella, sí que lo hacía. A su manera, claro. No la forzaba a estar feliz, la dejaba ser ella misma. Él amaba tanto sus defectos como sus virtudes. La amaba en sus días buenos pero aún más en los malos; cuando necesitaba más abrazos de lo normal o simplemente ser escuchada.

Su profesora y compañeras del taller de literatura también le dieron apoyo, supieron entender su ausencia porque Clara no conseguía concentrarse en nada más. Incluso se habría tomado unos días lejos del trabajo, pero no podía manejar los horarios a su antojo. Así que trató de nublar su mente, pensó en el futuro inmediato. Todo lo que tenía que hacer era atender clientes, recoger mesas, limpiar. Activó el modo automático, forzó una sonrisa y afrontó la primera parte del día.

—Gracias por venir. Los esperamos de nuevo pronto —dijo a un grupo de jóvenes que habían sido considerados y amables y, que tras un largo rato de beber café y curiosear libros, se marcharon.

De espaldas al ingreso, depositó una bandeja sobre el recibidor. Seguido, se apoyó con las manos en la superficie e inhalo profundo. Cerró los ojos. Suspiró. Aún quedaba el resto de la tarde y luego podría marcharse a casa. Entonces, escuchó la puerta abrirse. Se armó de paciencia. ¿Por qué los clientes tenían que acudir tan seguido? Tan solo necesitaba diez minutos para reponerse.

—Hola. Buenas tardes. ¿Pueden esperar un momento? Los recibo en seguida.

—Claro. Por ti esperaría una eternidad —respondió.

Ella volteó de inmediato. Luca estaba de pie a una corta distancia. Vestía su ropa de trabajo: camisa, saco y corbata. Clara sabía con certeza que era un privilegio verlo así. Tan atractivo. Entre sus manos, sostenía un paquete rectangular.

—Luca —sonrió con naturalidad—. ¿Qué haces aquí?

—Quería verte, también darte esto —contestó.

—¿De qué hablas? Me muero de intriga —su mirada estaba repleta de ilusión—. Pero primero quiero un abrazo.

Él depositó la caja sobre una mesa al costado y al instante, Clara se colgó de su cuello. Necesitaba ese contacto más que cualquier otra cosa.

—¿Estás bien? —se despegó un poco para verla a la cara. Ella dudó—. ¿Preciosa?

—Ahora sí —afirmó—. Ahora que tú estás aquí todo está bien.

Luca experimentó una oleada de impotencia. Quería sacarla de ahí, llevarla a casa y protegerla. Él podía dárselo todo. Se esforzaría por darle aún más. Una casa propia. Sustento económico. Tiempo para que pudiera dedicarse a lo que realmente deseaba. Todo lo que le hiciera falta. Sin embargo, sabía que Clara deseaba obtener esas cosas por sí misma. Crecer. Ser independiente. Definitivamente, no le arrebataría la posibilidad de demostrarse a sí misma lo fuerte y valiosa que podía llegar a ser. Prefería verla construir su propio camino mientras se mantenía a su lado por si algo se desmoronaba.

—Tienes que ver lo que compré para ti.

Clara sonrió.

—¿Otro regalo?

—Ábrelo, por favor. Te encantará.

Luca soltó su cintura y ella giró hacia el paquete envuelto en papel de regalo que rompió con el entusiasmo de un niño en navidad. En seguida reconoció de que se trataba. Había visto ese estuche cientos de veces en los escaparates de las librerías. Azul oscuro, detalles dorados. Seis libros clásicos en su interior. Una explosión de emociones nació en su estómago.

—Luca, estás... ¿estás loco? Esto es demasiado —se regocijó en la belleza de aquel objeto y volvió a él, que la contempló con ternura al verla feliz—. Literalmente es mi sueño hecho realidad, es... Es una maravilla —chilló de emoción mientras repasaba los títulos, cada uno de un color diferente, aún dentro del estuche. Lo soltó solo porque le urgió la necesidad de agradecer—. Gracias, Luca. En serio, es demasiado.

—Nada es demasiado para ti —recordó—. Mereces que cada uno de tus deseos se hagan realidad. Todos. Sé que esto no arregla tus problemas familiares, pero te he visto sonreír y créeme que eso vale la pena.

Clara se colgó nuevamente de su cuello. Lo miró, se perdió completamente en él y lo besó una y otra vez, siguió cuando él sonrió ampliamente y se detuvo para comprobar la forma en que sus ojos brillaban.

—He pensado mucho en eso los últimos días y ¿sabes? No quiero estar más triste. Que digan lo que quieran. No me importa lo que piensen. Ellos nunca entenderían esto que tenemos —se resignó—. Eres la primera persona en mi vida que se preocupa genuinamente por mi felicidad. Ellos jamás tuvieron la decencia de preocuparse por cómo estaba. Esa es la respuesta a ese tema. No tengo nada más que pensar.

Esta vez, Luca se acercó y la cautivó con un beso que subió de nivel cuando ella quedó sentada sobre la mesa y él, entre sus piernas.

—¿Hay alguien más aquí?

—Lamentablemente, sí. Dante está en la cocina. Quizá está durmiendo, quién sabe.

Rieron suavemente en complicidad.

—¿Aguantarás hasta la noche?

—¿Yo? Claro que sí. Tú eres el que no puede.

—¿Perdón? ¿Eres la misma que me ruega cada vez que estoy a punto de salir a algún sitio y me hace llegar tarde?

Clara se sonrojó. Él no mintió.

—Lo sé. Eso también es tú culpa por hacerlo tan bien —admitió—. Aquí tenemos el pequeño problema de que puede entrar gente en cualquier momento.

Nuevamente, acabaron sonriendo uno sobre el otro. Sabían que estaban a punto de cometer una locura.

—Tienes razón —reconoció. Contra su voluntad, tuvo que distanciarse o acabarían perdiendo el sentido común—. Te espero en casa, preciosa —le ordenó suavemente el cabello. Colocó algunos mechones tras su oreja. Acarició sus mejillas calientes—. ¿Estarás bien?

—Sí. No tienes de qué preocuparte —aseguró. Sin dudas, la visita sorpresa de Luca le subió completamente el ánimo. En ese instante, la puerta se abrió y un grupo de mujeres adultas ingresó al lugar—. Llévate el paquete, por favor. Estará mejor contigo. Te veo luego, ¿si? Te quiero —le dejó un beso rápido en los labios.

A paso rápido, se dirigió a buscar el listado de menús para darle a las clientas. Cuando volteó nuevamente hacia la salida, distinguió a Luca yéndose y, lógicamente, la mirada de las mujeres puestas en él como si quisiera comérselo ahí mismo.

Entonces, sonrió para sí misma. Él le pertenecía.


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